viernes, 30 de enero de 2015

El avispero de Robinson

El profesor James Robinson, coautor del libro "Porqué fallan las naciones", se está volviendo famoso en Colombia por el artículo que escribió para El Espectador el pasado 14 de diciembre del 2014,  sobre el papel de la tenencia de la tierra y la educación en el post conflicto en Colombia,  y su respuesta a las críticas que recibió, en otro artículo publicado en enero 18 de este año -(http://www.elespectador.com/noticias/politica/colombia-esta-vez-diferente-articulo-538466)-, . Estos dos artículos, despertaron la semana pasada, el avispero de los comentaristas e intelectuales de este país.



Para quienes estén interesados , pueden leer los 16 comentarios que recogió La Silla Vacía -( http://lasillavacia.com/node/49426)-, los comentarios de Armando Montenegro -(http://www.elespectador.com/opinion/cola-no-mueve-al-perro-columna-539819)-, y Mauricio Botero -(http://www.elespectador.com/opinion/ropas-nuevas-del-emperador-columna-539820)-, en El Espectador. De estas 18 opiniones, solo 4 tienden a darle la razón a Robinson, las demás están abiertamente en contra bajo diferentes argumentos. Invito al lector a ir a los respectivos artículos porque son muy interesantes e indicativos de nuestra forma de pensar.

El  argumento de fondo de Robinson es que Colombia no puede tratar de abordar el post conflicto como si estuviera partiendo de cero. Según su opinión, casos exitosos de reforma agraria como Taiwán y Corea del Sur, no pueden ser un referente porque su contexto histórico es muy diferente al nuestro. El verdadero problema que tenemos es el de un Estado muy débil, incapaz de implementar de manera efectiva una agenda muy ambiciosa respecto al tema rural en Colombia, y la forma de hacer política. Estos dos temas se retroalimentan.

Hay que señalar, que su argumentación es coherente con la tesis expuesta sobre los países con economías y políticas extractivas. En su libro, los autores ven  con preocupación, que el Estado no tenga el monopolio del uso de la fuerza para lograr el control  en el territorio, especialmente en las zonas de la periferia, que han sido tradicionalmente olvidadas por las élites de las zonas urbanas.

Acemoglu y Robinson, los autores de "Porque fallan las naciones", son ecépticos con relación a Colombia, porque no ven un proceso democrático pluralista, con una centralización política  fuerte que mantenga la unidad. Dudan que el sistema político esté suficientemente maduro para enfrentar el reto de cambiar los modelos mentales y la institucionalidad que requiere Colombia hacia el futuro. Estos son aspectos centrales en los planteamientos de estos autores sobre los retos del desarrollo en países como el nuestro. De hecho, son bastante pesimistas cuando se refieren al caso colombiano: "Nuestra teoría sugeriría que el crecimiento económico sostenible es muy improbable en Colombia". (pag 430 Kindle Edition)

Para sustentar la afirmación, de que el problema de la restitución de tierras, bajo la sombrilla de un Estado débil no es el mejor camino, Robinson muestra la tremenda dificultad que hoy presenta el proceso. Al paso que va su implementación, pasaran mas de 500 años antes de que se haya logrado un resultado contundente. Según la Fundación Forjando Futuro, este es el tiempo que le  va a tomar a la Unidad de Restitución de Tierras procesar todos los reclamos que se han recibido hasta la fecha.

Para reforzar su argumentación, Robinson en su segundo artículo en El Espectador, menciona que un estado efectivo, como es el ejemplo de los Estados Unidos, cuando "pasó la Ley de Asentamientos Rurales en 1862; también entregó títulos de propiedad y los hizo respetar". Mientras que en Colombia "tuvo su famosa expansión igualitaria en la frontera de Antioquia, ¿pero quién recibió títulos de propiedad?"

Robinson continua: "De hecho, el caso de Antioquia ilustra de manera brillante el problema con este modelo para Colombia. Allí, con un Estado ausente, incluso un modelo equitativo de distribución de tierra no conlleva a paz y prosperidad. En cambio, es el hogar del paramilitarismo en Colombia y es el departamento con las dos terceras partes de todas las masacres registradas en el país."

También se muestra escéptico en relación a otro tema critico: "La Ley de Víctimas fue diseñada para fracasar, la estructura institucional simplemente no está ahí".

Lo interesante de observar en los comentarios recibidos de diferentes expertos, en especial de quienes se indignaron por las apreciaciones de Robinson, es que no leí ninguno que refutara los puntos anteriores. Ninguna mención al argumento central: la debilidad institucional. Hubiera esperado que el ex ministro Juan Camilo Restrepo, responsable de la estructura que se puso en marcha para este fin, no se refiriera a el problema de la tremenda lentitud con la que avanza el proceso. ¿Alguien quiere refutar el ejemplo de Antioquia?. ¿Algún comentario en relación a la Ley de Víctimas?

Y en todos estos puntos Robinson pone el dedo en la llaga, así duela mucho reconocerlo. Hay una realidad: el estado del desmadre catastral, que hoy se trata de arreglar, y la debilidad institucional de la Justicia y los organismos responsables por los problemas de las tierras y de las víctimas. Si aceptamos lo anterior, no es absurdo afirmar que, la magnitud y complejidad del problema, desborda hoy la capacidad del Estado para enfrentarlo. ¿De verdad creemos que en estas condiciones vamos a lograr cambiar la realidad?.

Una crítica que hace Robinson a lo discutido en la Habana, es que la educación no sea un tema de la agenda. Su planteamiento en este punto es el siguiente: educar es mucho menos conflictivo que el reparto de la tierra. Esta última política es de suma cero mientras que: "educar, educar, educar", genera mucho menos resistencia y un valor positivo para la sociedad.

A este planteamiento, algunos de los críticos a lo propuesto por Robinson, argumentan que de nada sirve la educación si no hay oportunidades de trabajo. Pero parecen ignorar varias tendencias. La primera de ellas: el talento humano formado es la clave del desarrollo del siglo XXI. Traducción: gente sin educación de calidad, tienen muy pocas oportunidades de progresar.   La segunda tendencia: la aspiración creciente a mejores niveles de vida motivada por los medios de comunicación que hoy llegan a todas partes. Y la tercera tendencia mundial: la migración a las ciudades desde el campo. Esto explica el porque la urbanización a venido creciendo a nivel mundial. En Colombia ya llega hoy a niveles del 80%.

Aquí me cabe una reflexión que también no mereció ningún comentario en los artículos a los que he hecho referencia al principio de este blog. La propuesta de Robinson en su esencia, es una invitación a mirar el tema agrario desde otra perspectiva. Reconociendo el descuido que este aspecto de la sociedad y la economía colombiana han tenido por tantos años, su solución no se debe de abordar con las mismas aproximaciones que se han tratado de implementar por décadas. Robinson se atrevió a cuestionar a la sociedad al plantear,  si "el Santo Grial de la reforma agraria en Colombia",  debe ser el mejor camino que el país necesita en el siglo XXI para avanzar. ¿O será que llegó la hora de innovar?.

Como bien lo expresa Robinson al final de su segundo artículo: "Mi argumento es que en la “Colombia que realmente existe”, tal economía y tales políticas son políticamente inviables.". Más adelante afirma: Mi sugerencia tampoco pretendía defender el modelo rural de desarrollo de Vicente Castaño. Mi punto al citarlo era señalar que este ya es el modelo de desarrollo rural que impera en Colombia y es uno que se debe enfrentar en lugar de desear que no fuera así. Mi objetivo era simplemente exponer este problema y tratar de pensar en formas prácticas para avanzar. Mi sugerencia es menos ambiciosa en comparación con las aspiraciones de otras personas, pero de hecho es bastante esperanzadora dado el desastre que es la “Colombia que realmente existe”.

La reacción airada y displicente de algunos críticos de Robinson, refuerzan mi tesis expuesta en mi blog anterior: el país necesita una infraestructura basada en una nueva mentalidad, una cultura acorde con los desafíos que hoy enfrentamos, y un liderazgo capaz de retar a la sociedad a cuestionar sus supuestos más sagrados. Sólo así, dejamos de dar vueltas y vueltas alrededor de los mismos problemas con las mismas soluciones, que no nos sirvieron hacia atrás.

La falta de curiosidad para preguntarse que hay detrás de la invitación de Robinson, es una señal alarmante teniendo en cuenta los cambios que la sociedad colombiana va a tener que hacer, en los próximos años. Por esta razón, yo sigo insistiendo que nuestra historia es el ancla que no nos deja avanzar. Necesitamos unas nuevas narrativas para progresar e incorporar la Educación y la Innovación como parte de un nuevo mundo de posibilidades. Pero también, como lo señala Robinson, necesitamos unas políticas y una institucionalidad inclusiva y no extractiva como se señala en el libro "Porque fallan las naciones".

Ojalá hallan muchos mas personas como Robinson, que nos pongan el espejo a los colombianos, y en el cual rehusamos vernos  como sociedad. Esa es la oportunidad que hoy tenemos con el proceso de negociación en la Habana. ¿Será que seremos capaces de entender esta posibilidad?.

Y hay otras preguntas que nos deja este profesor ingles que nos sigue retando, y cuyas respuestas están curiosamente ausentes en todos los comentarios de los "expertos e intelectuales" consultados en los artículos referidos al principio de este blog:

¿Está la política lo suficientemente madura para que se pueda resolver este problema?.

"Si la paz territorial del alto comisionado Jaramillo va a ser exitosa, es necesario encontrar una forma de cortar el nudo gordiano de fracasos institucionales, debilidad estatal e intereses que compiten entre sí. ¿Cómo va a suceder esto? ¿Cuál es el plan a poner en marcha? ¿Cuáles son los obstáculos específicos y cuál es la estructura institucional que puede superarlos? "

Las respuestas a estas y otras preguntas de fondo, es lo que debería enmarcar la conversación nacional sobre el futuro de la paz en Colombia. Y mi pregunta de fondo: ¿Será que existe el liderazgo en el país que nos enfrente con esta realidad que no queremos ver, y que se atreva a formular las preguntas  difíciles que habrá que hacer para que el proceso sea exitoso, hacia adelante? ¿Tendremos el valor de aceptar que nos confronten?



















En diciembre 13 (2014) escribí en este diario sobre el futuro de Colombia desde una perspectiva diferente. Esta vez mis reflexiones generaron una gran controversia. Cuando desde Tumaco critiqué al presidente Santos por su aspiración de llevar a Colombia por la “Tercera Vía” nadie se quejó. Pero cuando cuestioné el Santo Grial de la reforma agraria muchos se indignaron. Sin embargo, los temas son los mismos.

Permítanme volver a exponer mi argumento. Por un lado, desde 1961 cuando la Ley 135 fundó el Incora (o incluso desde los años 30) el Gobierno colombiano ha intentado resolver el “problema agrario”. Hoy en día se podría decir con cierta seguridad que la tierra está distribuida de manera más desigual de lo que estaba en ese momento. Por otro lado, hacia el final de la Violencia se observaron considerables reformas educativas. Estoy de acuerdo con mis críticos en que el sistema educativo colombiano está plagado de clientelismo, los fondos son frecuentemente desviados y la calidad promedio de la educación es considerablemente baja frente a los estándares internacionales. Sin embargo, en contraste con el problema agrario, ha habido mejoras sustanciales en el “problema del capital humano”.

Esto no es una coincidencia. Para darle capital humano a alguien no hay que quitarle algo a otra persona. El problema del capital humano es, por naturaleza, menos conflictivo. Por supuesto que hay que evitar que los políticos se roben el dinero, pero este es un problema de segundo orden en comparación con tener que quitarle la tierra a alguien para asignarla a otra persona.

Es muy diciente que hoy en día en Colombia, por ejemplo bajo el gobernador Sergio Fajardo en Antioquia, haya progreso real en educación. ¿En dónde está la analogía agraria de sus parques educativos?

No estoy diciendo que en el tema de tierras no haya habido experiencias exitosas. Por ejemplo, la Ley 70 de 1993 ha sido un importante triunfo democrático y moral para los afrocolombianos en particular y los colombianos de forma más general. ¿Pero quién cree que tal ley pudiera ser aprobada por la legislatura colombiana actual? La Ley 70 fue fruto de una brillante iniciativa política en medio de un momento muy anómalo de crisis nacional cuando la Constitución estaba siendo reescrita. Por lo tanto, no creo que la Ley 70 sea un modelo a seguir para resolver el problema de la reforma rural.

Es posible que la naturaleza intrínsecamente conflictiva de la reforma agraria no sea un argumento convincente por sí mismo. Como muchos de mis críticos señalan, muchos países en la historia reciente, como Corea del Sur o Taiwán, han rediseñado de forma radical la distribución de la tierra generando, potencialmente, efectos positivos (sin embargo, hasta donde tengo conocimiento, esto no ha sido investigado de forma adecuada). Otros países como Estados Unidos y Canadá fueron exitosos económicamente con base en un modelo de economía rural de pequeños terratenientes.

No estoy negando estos hechos. Mi único punto es que Colombia perdió hace varios siglos la oportunidad de ser Estados Unidos o Canadá. Colombia no puede empezar una hoja en blanco y, de hecho, como lo señalé, el desarrollo del sur de Estados Unidos hace esta experiencia aún más compleja de lo que usualmente se argumenta. Las experiencias de Corea del Sur o de Taiwán tampoco son relevantes. Las circunstancias políticas que permitieron que el invasor Kuomintang expropiara a las élites terratenientes en Taiwán o que permitieron al gobierno de Corea del Sur expropiar a los japoneses o sus simpatizantes propietarios de tierra son poco relevantes para Colombia. Una mejor analogía sería el caso de Filipinas, en donde ha habido varios intentos de redistribución de tierra desde 1960 en un contexto de Estado débil y clientelista que ha fallado en generar desarrollo económico o paz.

Todos estos ejemplos apuntan hacia un factor crucial del que Colombia carece —un Estado efectivo. Estados Unidos no sólo pasó la Ley de Asentamientos Rurales en 1862; también entregó títulos de propiedad y los hizo respetar. Colombia tuvo su famosa expansión igualitaria en la frontera de Antioquia, ¿pero quién recibió títulos de propiedad?

De hecho, el caso de Antioquia ilustra de manera brillante el problema con este modelo para Colombia. Allí, con un Estado ausente, incluso un modelo equitativo de distribución de tierra no conlleva a paz y prosperidad. En cambio, es el hogar del paramilitarismo en Colombia y es el departamento con las dos terceras partes de todas las masacres registradas en el país.

Este ejemplo también saca a relucir otro tema que se mencionó en el debate y sobre el cual no estoy convencido: “El origen de los problemas en Colombia es el conflicto sobre la tierra”. La manera de hacer política en Colombia y el Estado débil que ésta ha generado son las raíces de los problemas del país. Los episodios históricos de violencia fueron creados por conflictos políticos, no por problemas en la tenencia de la tierra. Por supuesto, los conflictos sobre la tierra generan agravios y divisiones que se pueden multiplicar pero muchos otros factores generan descontento y violencia cuando no hay ni ley ni orden. El muy buen libro de Adolfo Atehortúa sobre la historia de Trujillo en el Valle muestra cómo la violencia empezó en una pelea de gallos.

Entonces, mi argumento no es que en un universo paralelo no sería muy bueno tener una economía de pequeños terratenientes o una reforma agraria radical que mejorara las cosas. Yo también considero que, económicamente hablando, esto podría ser más productivo y que podría convertir un problema de suma cero en uno de suma positiva. Mi argumento es que en la “Colombia que realmente existe” tal economía y tales políticas son políticamente inviables. Para aquellos que duden de esto, deberían leer detenidamente el reporte publicado recientemente por Amnistía Internacional sobre el fiasco de la restitución de tierras en los últimos dos años y medio (http://www.amnesty.org/en/library/info/AMR23/031/2014/en).

El reporte contiene información sobre cómo, por ejemplo, apenas un poco más de 300 personas han logrado que su tierra sea devuelta; también que muchos de ellos no la han recibido, pues la tierra fue ocupada por personas de “buena fe”, como Cementos Argos; o que ¡el 25% de la tierra restituida en el Meta terminó en manos de una sola persona! Entonces, durante los 10 años que durará la implementación de esta ley solamente alrededor de 1.200 colombianos se beneficiarán. ¿Problema resuelto?

En la columna pasada sostuve que la situación actual representa el mejor de los mundos para la élite colombiana y el peor de los mundos para el resto del país: ausencia de reforma y una fuerza laboral rural atrapada con la promesa de reforma. Con esto no quería insinuar, como algunos lo interpretaron, que se debe fortalecer a esta élite rural. Nada debilitaría más a esta élite que perder el control sobre la fuerza laboral en áreas rurales, pero esto no va a pasar sin que dicha fuerza laboral tenga mejores opciones. Y por esto: educación, educación, educación. Mi sugerencia tampoco pretendía defender el modelo rural de desarrollo de Vicente Castaño. Mi punto al citarlo era señalar que este ya es el modelo de desarrollo rural que impera en Colombia y es uno que se debe enfrentar en lugar de desear que no fuera así. Mi objetivo era simplemente exponer este problema y tratar de pensar en formas prácticas para avanzar. Mi sugerencia es menos ambiciosa en comparación con las aspiraciones de otras personas, pero de hecho es bastante esperanzadora dado el desastre que es la “Colombia que realmente existe”.

Por lo tanto, mi argumento no contradice de ninguna manera mis columnas anteriores o lo que expongo en mi libro Por qué fracasan los países. Colombia necesita encontrar una manera práctica para salir de sus instituciones extractivas. Sencillamente estoy presentado evidencia real para promover una idea que ha funcionado en otros lugares. ¿Cuál es el plan que ustedes proponen?

Uno es el de los 529 años, que es lo que estima la Fundación Forjando Futuro va a tomar para que la Unidad de Restitución de Tierras procese todos los reclamos que se han recibido (y sin duda reconocer oficialmente a los ocupantes de “buena fe”). A los Robinson les tomó tres generaciones para llegar de pescadores en Bea Sands, Devon a Harvard vía South Bank, Yorkshire. Nada mal comparado con 529 años.

Pero de pronto lo que describo es el pasado. ¿Ahora en Colombia las cosas son diferentes? Ustedes pueden leer todo esto y decir: “Está bien, entonces lo que Colombia realmente necesita es un proyecto de construcción de Estado que finalmente pueda crear una institución que tenga la capacidad (¿y voluntad?) de crear una nueva Colombia rural”. En las respuestas de mis críticos leí muy poco sobre cómo lograr esto.

Cuando la Ley de Víctimas fue aprobada, un distinguido economista colombiano y servidor público me preguntó: “¿Explícame cómo es que en este país todos se sienten tan satisfechos con ellos mismos cuando pasan una ley que saben que no se puede implementar?” ¿Quién dijo que los economistas no pueden hacer predicciones?

El mensaje central es que este es un problema político. ¿Está la política lo suficientemente madura para que se pueda resolver este problema? Soy escéptico cuando el Gobierno nombra como superministro al abogado del hombre más rico en el país más desigual de América Latina, quien tiene una fortuna parcialmente basada en la antítesis de reforma agraria en Vichada. En Estados Unidos hay una expresión para esto: “Haga usted las cuentas”.

Pero algunos permanecen optimistas. El alto comisionado de Paz, Sergio Jaramillo, diría que sí hay esperanza. El acuerdo de paz con las Farc va a crear una ventana de oportunidad para extender el alcance del Estado a lugares en donde antes no ha estado presente, va a crear una nueva forma de hacer política y va a reorganizar la sociedad rural. Jaramillo puede tener razón y si mis críticos quieren imaginar una Colombia diferente a la que describo, deberían entonces apoyar su visión a capa y espada.

Debería ser responsabilidad de estas personas optimistas proponer cómo va a suceder esto. La Ley de Víctimas fue diseñada para fracasar, la estructura institucional simplemente no está ahí. Si la paz territorial del alto comisionado Jaramillo va a ser exitosa, es necesario encontrar una forma de cortar el nudo gordiano de fracasos institucionales, debilidad estatal e intereses que compiten entre sí. ¿Cómo va a suceder esto? ¿Cuál es el plan a poner en marcha? ¿Cuáles son los obstáculos específicos y cuál estructura institucional puede superarlos? Cada uno de nosotros debería hacer una sugerencia que pueda ayudarlo a él a hacer de esta paz territorial una realidad, en vez de sólo desear que ésta existiera.

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