sábado, 15 de diciembre de 2018

Siembra vientos y cosecha trmpestades

Después de diez y seis años de una gobernabilidad bastante estable entre el Ejecutivo y el Legislativo, donde con “mermelada o sin ella” , Uribe y Santos tuvieron las mayorías necesarias para lograr aprobar sus proyectos, ahora estamos viendo con Duque algo muy distinto. El resultado es un gran desconcierto e incertidumbre, que han aumentado el pesimismo y llevado al piso el nivel de popularidad del mandatario actual.  ¿Porqué?

La caída en la imagen del presidente Duque no tiene antecedentes, por culpa de los propios errores del joven mandatario, así como de las circunstancias políticas que se viven en la actualidad. Es muy inusual que haya tanta turbulencia a escasos cuatro meses de haber iniciado Duque su mandato, en buena medida por la percepción de una falta de norte y de gobernabilidad. 

Temas como la equidad o la economía naranja, son importantes, pero no suficientes. A la paz de Santos le faltó una narrativa que inspirara a la gente. No lo logró y hoy tenemos una país dividido y un proceso muy enredado. Duque debería aprender de esta triste experiencia donde su partido jugó un papel protagónico y muy poco constructivo. 

En la semana pasada, su proyecto estrella de reforma tributaria, se ha transformado en un monstruo que no resuelve el problema estructural del fisco, ni consigue los recursos que habían esperado para cubrir el presupuesto del 2019. A este proyecto le han llovido críticas por todos los lados, y le ha generado una pésima imagen al gobierno. Hay expertos en el tema que opinan que sería mucho mejor retirar el proyecto y comenzar de cero. 

El resultado de este fiasco es muy grave: el gobierno tendrá que seguir tramitando reformistas todos los años para tapar los huecos fiscales lo que manda una señal muy complicada de incertidumbre. Esta incapacidad de lograr resolver el problema de fondo es muy preocupante. Se refuerza la imagen de un estado que no es serio ni creíble, por que es incapaz de definir unas reglas de juego estables. En estas condiciones, es muy difícil pensar en invertir a largo plazo, lo cual tiene un inmenso costo para el país.

La reforma a la Justicia, otro de los proyectos claves en esta legislatura, murió en el Congreso. De nuevo, si hubiera sido aprobado, habría salido tan recortada, que era mejor su muerte prematura que su aprobación. A pesar del voto de más de 11 millones de personas para que se asuma una posición dura contra la corrupción, los proyectos sobre esta materia tampoco avanzaron. Lo mismo le pasó a la reforma política que quedó reducida a su mínima expresión. 

La pregunta que muchos se hacen es muy sencilla: ¿donde estuvo Duque mientras se le desbarataba su agenda inicial?. No es una pregunta inocua, cuando se observa lo sucedido an pasados gobiernos, cuando estos consiguieron  el respaldo para sus agendas al iniciar sus mandatos. Cierto que Duque abolió la “mermelada” tradicional para aceitar a los congresistas.  Esto requiere valor y merece aplauso. Pero dada esta decisión, con mayor razón, se debería  ver un liderazgo mucho más activo del presidente, que no se ha visto. 

Y para enrarecer, aún más el ambiente, la Corte Suprema le devolvió a Duque, la terna para el fiscal ad hoc propuesta, para manejar el candente caso de Odebrecht, que tanto daño le ha causado a la credibilidad del fiscal actual. Duque perdió la oportunidad de enviar una señal poderosa, y en cambio, propuso personas muy cercanas a él o a su movimiento político, que daban poca credibilidad a su imparcialidad en el tratamiento de un caso tan delicado.

Y precisamente, en medio del debate de este asunto de corrupción sin antecedentes en AL, estalló el escándalo del Petro Video, donde el supuesto adalid de la anticorrupción, se ve con las manos en la masa recibiendo y acariciando billetes,  en una grabación hecha por su “íntimo amigo”. Estos dos escándalos son el mejor ejemplo de la pérdida del norte ético en que hemos caído en nuestro país, y que enrarecen aún más el entorno en el cual se mueve Duque en la actualidad.

Ahora bien, que a un presidente que apenas inicia su periodo, se le caiga estrepitosamente su imagen, y se le hundan o deformen de manera irreconocible los proyectos más críticos de su agenda legislativa al iniciar su gobierno, no es un caso de mala suerte o fortuito. Es el resultado de un proceso político y de descomposición, donde su partido - el Centro Democrático- y Uribe su líder máximo, tienen una buena dosis de responsabilidad. 

Desde la posesión de Duque, a Uribe y su partido, se les olvidó que ya no estaban en la oposición. Tampoco tuvieron en consideración las consecuencias negativas de la guerra tan feroz, que le hicieron a Santos durante ocho años, en el caso de que llegaran al poder, como efectivamente sucedió. Se olvidaron del sabio dicho popular: siembra vientos y cosecha tempestades.

Por primera vez en diez y seis años, tenemos a un presidente que parece no tener un partido de gobierno, ni unas mayorías que lo respalden. A Duque se le siente solo. Y dada su inexperiencia y la de su gabinete en el manejo de un entorno tan enrarecido como el actual, sumado a la falta de liderazgo que a mostrarlo en estos pocos meses, no es de extrañar lo que le ha sucedido en el Congreso ni con la opinión pública. 

En estas condiciones, va a ser muy difícil que Duque capitalice su talante conciliador,  su juventud y ganas de acertar, para que logre en estos cortos cuatro años, una agenda transformadora de impacto para Colombia. Como lo expresa muy bien Daniel Niño, en su reciente columna en la revista Dinero: “ el desarrollo parece demorarse tanto que habría que preguntarse por millonésima vez que es lo que hacemos tan mal para navegar en círculos y sin brújula” 

La llamada de Duque a un activismo con propuestas, buscando cerrar la brecha de una polarización  que su propio partido generó, no va a ser una tarea fácil. Las consecuencias de la oposición de Uribe a Santos, le están pasando la cuenta al joven mandatario, y afectando por primera vez de manera seria, la imagen del ex presidente que lo llevó a ese puesto.

Una cosa es estar en la oposición radical, y otra muy diferente, estar con la responsabilidad de enfrentar los múltiples problemas de una sociedad compleja como la nuestra. Ahora Duque enfrenta la paradoja de tener que coincidir con iniciativas que se venían realizando por parte de su antecesor,  y enfrentar el rechazo de su propio partido. Una cosa son las promesas de campaña, donde no se enfrenta al electorado con la verdad, y otra muy distinta cuando se enfrenta ya en el poder la realidad. Uribe debería saberlo pues estuvo ocho años ejerciendo el cargo. 

Como lo explica Niño en su artículo, el país no avanza, no solo por los malos gobiernos sino también porque la oposición no supo jugar constructivamente su rol. Ahora a Duque y Uribe, están cosechando lo que sembraron y les están dando una dosis de su propia medicina. No es para alegrarse porque con esta dinámica perdemos todos. Los recientes sucesos en Francia, donde la situación se le  salió de las manos a Macrón, muestran los peligros que nos asechan.

Para alguien si experiencia como Duque, va ser una tarea hercúlea cambiar el rumbo temprano de este gobierno que apenas empieza. El tiempo es corto y la complejidad de los problemas no dan espera. Le va a tocar hacer este viraje con unos partidos desprestigiados, unos políticos malcriados por la mermelada y las prebendas, y un descontento creciente en diferentes niveles de la población.   No es nada fácil lo que le espera, así como tampoco, las consecuencias de no lograr el viraje que pide la última revista Semana.   

Por el bien de todos, espero que lo logre. No quisiera ver escenas de caso como las que se han visto en estas semanas en Francia y en Argentina. Y en Colombia las marchas y movimientos sociales están apenas calentando motores !!!


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