viernes, 13 de diciembre de 2019

¿Y ahora qué?

He sido muy crítico del liderazgo del presidente Duque desde que asumió su cargo hace 17 meses. Y al ver los resultados de las encuestas recientes, donde su imagen está por el piso, veo que lamentablemente para él y para los colombianos, esta percepción negativa es compartida por una mayoría de los ciudadanos encuestados. Esta realidad muestra una tendencia muy preocupante para Duque, cuando todavía le quedan casi tres años de su gobierno. 

Pero además, las elecciones de octubre, y las marchas históricas de estas últimas semanas,  dos temas muy adversos para su gobierno, evidencian que el país está cambiando. Sin embargo, al juzgar por las posiciones de Duque, su jefe Uribe, y las del Centro Democrático que es el partido de gobierno, queda claro que lamentablemente no están leyendo el sentimiento de la gente, y por lo tanto, se encuentran muy desalineados con la realidad del país. En estas condiciones, su capacidad de orientación y de toma de decisiones, están muy comprometidas.

Esta situación es aún más preocupante, porque ellos llegaron al poder después de haberle hecho una oposición feroz a Santos, con la promesa de ofrecer una mejor realidad de la que heredaron. El país está cada vez más polarizado, temas fundamentales como la salud, las pensiones y el desempleo, siguen pendientes. Ha pasado un año y medio para demostrar un cambio, pero la gente no lo ha visto y la insatisfacción ha aumentado exponencialmente.  

La posición fría y distante de Duque, Uribe y el CD acerca del proceso de paz, no es sorprendente, ni inesperada. Les tocó implementar lo que atacaron con saña durante siete años, porque claramente no estuvieron nunca de acuerdo con Santos. Hoy, esa nueva COLOMBIA que está emergiendo, se los está cobrando y lo está sumando a los demás pendientes que hoy reclaman. Y esto sucede cuando se ha perdido gobernabilidad, y la credibilidad del presidente y el sistema político en general, están en el suelo.

La percepción negativa del manejo del “post conflicto” por parte de Duque, sumada a muchos y diversos reclamos reprimidos, han irrumpido con la fuerza de un huracán. El ejemplo reciente de Chile, sirvió de catalizador, para motivar unas marchas en estas últimas tres semanas, que han sido históricas por su duración y participación de muchos sectores, y por la  multiplicidad  de reclamos airados  de la gente . 

Lo que ha sucedido ha desnudado una realidad muy compleja. La falta de credibilidad, sumada a la desconfianza de la gente, demuestran que los cambios que se han venido dando en nuestro país, han desbordado la capacidad de la dirigencia política y de las instituciones existentes, que hoy no saben cómo responder a ellos. 

Las tibias expresiones que comienzan a surgir por parte del establecimiento, no son el producto de un sincero convencimiento de la legitimidad  de los reclamos que la gente exige y que no han sido atendidos. Tampoco, del entendimiento de una agenda pendiente de cambios que el país tiene que abordar.  No son el resultado de unos análisis cuidadosos. Hay, en cambio, un serio peligro de sacar  unas soluciones a medias, como consecuencia de la presión de las marchas y de la desesperación de no saber como responder. 

Es cierto que hay muchos reclamos, como los referentes a la educación, las pensiones y la salud, que obedecen a problemas que se han venido acumulando por muchos años y no solo son responsabilidad de Duque en el año largo que lleva de gobierno. Muchos de ellos, como  es el caso del narcotráfico, no tienen soluciones instantáneas, dependen de factores externos por fuera del control del gobierno de turno, y no se cuenta con los recursos necesarios, para resolverlos. 

Pero en medio del ruido de las cacerolas, de los gritos de la gente en las marchas, y del vacío  de liderazgo político existente, las voces que piden cordura, se pierden en el viento. No se entiende que estos problemas son muy complejos, no se van a solucionar fácilmente, requieren tiempo, recursos y un cambio urgente de prioridades. 

El vacío en estos temas ha sido aprovechado por quienes buscan la desestabilización del sistema democrático imperante, para atizar la hoguera del descontento de mucha gente, que no comprende estos temas, y que quieren respuestas fáciles y sin dolor. 

Lo que la gente sí entiende, es que hay mala calidad en la educación que no los prepara para los retos de este siglo; reciben una muy pobre atención en el sistema de salud; hay mucha gente que ha envejecido y no tiene el recurso  de una pensión. También, ven en las noticias diarias el impacto desastroso que sigue teniendo el cáncer del narcotráfico, y sus consecuencias en la seguridad de nuestro país.

Y cuando esta es la realidad percibida, a la vez que es manipulada en las redes sociales, pasan varias cosas. Hay improvisación en las respuestas que se producen para aplacar los ánimos y disolver las marchas. Unos ejemplos recientes: la devolución de tres días del IVA; la propuesta para bajar la jornada laboral sin abordar la bajísima productividad del país; o el sabotaje a la urgente reforma pensional por parte de los mismos promotores del paro nacional.

Desde el Gobierno, los políticos, y los incitadores de las marchas, se proponen soluciones que no son sostenibles ni cumplibles, porque no hay presupuesto, o porque no se han analizado juiciosamente. Cuando se improvisa en temas tan delicados, hay un altísimo riesgo de frustrar las expectativas de la gente que buscan soluciones fáciles o instantáneas a sus legítimos reclamos. Se alimentan aún más las razones para la insatisfacción y la protesta, y se genera un círculo perverso con resultados impredecibles. 

La lista de temas básicos insatisfechos tiene un costo adicional muy alto: no contar con una agenda de futuro acorde con los cambios cada vez más rápidos en el entorno internacional. Mientras nosotros nos miramos el ombligo, rumiamos el pasado y no resolvemos los problemas básicos, aumenta la brecha del desarrollo nuestro  con relación a  otros países que van mucho más adelante.

Pero hay algo que es aún más grave. Se corre el inmenso peligro que el miedo a las protestas populares, paralice la agenda legislativa, y que la ingobernabilidad se apodere del país. Si las reformas complejas que Colombia necesita, van a estar sujetas al aplauso o al rechazo popular que puede ser minoritario, no son necesarios las elecciones, ni tampoco los programas de gobierno. Se estaría imponiendo un tipo de dictadura de las masas con resultados impredecibles para la gobernabilidad y para el sistema democrático imperante.

Lo positivo, es que posiblemente se despierten los políticos para que entiendan que hoy se vive una nueva realidad en COLOMBIA y en otros países de AL. Van a tener que prepararse para navegar las aguas tormentosas de las protestas sociales, que ya no son motivadas, como en el pasado, principalmente en un entorno  de violencia debido a las FARC. 

Hay una campanazo muy claro:  el sistema se ha quedado muy corto para responder a las expectativas crecientes de la gente, que está cada vez mejor conectada, aunque no informada adecuadamente. Muchos están a la merced de la manipulación de las redes sociales y de los agitadores profesionales  

No es gratuito, que en otros países de la región, el resultado de esta explosión, ha sido la caída de la cabeza de gobierno, como sucedió en Bolivia, la desestabilización de los sistemas políticos como está sucediendo en Chile, y el impacto profundamente negativo en la economía, como también se ha visto en ese país.

Los párrafos anteriores son una realidad que hoy ensombrece al país al terminar el año. Y lo grave, es que hay una dinámica pesimista que invade el estado de ánimo de la gente al cerrar el 2019. El miedo y la desesperanza son dos emociones muy preocupantes, porque las dos inmovilizan e impiden ver hacia adelante y reconocer las cosas positivas del presente y del pasado. Y lo que es más grave: no poder construir una visión colectiva de futuro para el país. Este el costo más alto que estaríamos pagando y es un lujo que Colombia no se puede dar. 

¿Y ahora que? Con el despertar de las marchas necesitamos el liderazgo a todos los niveles, de personas que ayuden a que no perdamos el rumbo. Y si bien se necesitan correctivos importantes, para que las instituciones y los dirigentes políticos y empresariales respondan más efectivamente a las necesidades de la sociedad , hay que evitar que el caos se apodere de nuestra realidad.  Y si a alguien le queda alguna duda, solo observe lo sucedido en Venezuela y Nicaragua, que son los ejemplos que debemos evitar. 


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