viernes, 20 de marzo de 2020

El cisne negro del coronavirus

Hace nueve años, se publicó un libro de Nassim Nicholas Taleb  que tuvo mucha divulgación: El Cisne Negro. Dados los extraordinarios eventos que hemos visto en las últimas semanas, resolví desempolvarlo de mi biblioteca, para volverlo a leer. Creo que lo expuesto por su autor, cobra una gran vigencia en la actualidad por varias razones. Veamos

La creencia irrefutable, de que todos los cisnes eran blancos, se derrumbó cuando se descubrió en Australia un cisne negro, el coronavirus está cambiando otra creencia: el fenómeno de la globalización y la interconexión del mundo iba a desaparecer.  La verdad claramente es otra gracias al crecimiento exponencial con la que se ha propagado esta pandemia. Esto ha generado una sensación de irrealidad inédita porque cuesta mucho trabajo entender la velocidad que duplica este fenómeno diariamente.

Dada la introducción anterior, se puede entender mejor el porqué del título del libro: Cisne Negro. Con este nombre, el autor se refiere a aquellos sucesos de alto impacto negativo, que son altamente improbables porque se salen de lo esperado o establecido, son una rareza, se niega su existencia, o se busca darle explicaciones para justificarlos y volverlos predecibles. Para no hablar del efecto en las emociones que genera un cambio tan brusco e inesperado: miedo, pánico, depresión, etc. 
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En la historia reciente de la humanidad, se han presentado sucesos  impredecibles, que cambiaron de manera profunda el curso de los acontecimientos. La gripe española entre 1918 a 1920 que mató a millones de personas. La llegada de Hitler al poder disparó la peor catástrofe humanitaria como resultado de la II Guerra Mundial. Más recientemente, la crisis económica del 2008, y ahora el coronavirus. Todos ellos  son ejemplos de estos sucesos que tienen un impacto inimaginable y de gran magnitud.

Nadie podía anticipar los 70 millones de muertos que dejó la guerra, ni las consecuencias económicas y sociales de la crisis de hace doce años. Hoy, ante la velocidad de los acontecimientos que se están dando por la pandemia originada en China, tampoco va a ser posible predecir sus efectos hacia adelante. 

Los avances tecnológicos nos han dado un falso sentido de seguridad y el sentir que podemos predecir y controlar. Pero la  paradoja, es que la tecnología es hoy uno de los principales motores de los cambios en un mundo cada vez más volátil, incierto, complejo y ambiguo (VICA). Y la otra paradoja, es que hoy quienes despreciaron la ciencia como Trump, ruegan que gracias a ella se pueda encontrar la vacuna que pare la pandemia, 

Cuando un cisne negro aparece, buscamos en nuestra historia eventos que podamos relacionar para darnos la ilusión de poderlos anticipar. Al  no lograrlo hacer, se  genera un gran desconcierto, porque los seres humanos odiamos la impredecibilidad. Nos cuesta aceptar lo que no podemos explicar, controlar, o darle algún sentido conectándolo con algo conocido. Y el problema más serio es que ha muchas personas los paraliza, les da crisis de ansiedad o de de depresión. .

Estamos viviendo un acontecimiento sin antecedentes por la velocidad de multiplicación, la escala que ha adquirido, y los efectos económicos y sociales que se están produciendo. A este desafortunado suceso, se le ha sumado la  inoportuna guerra de precios del petróleo entre Rusia y Arabia Saudita, situación que ha amplificado la volatilidad, impredecibilidad y complejidad del entorno internacional actual.

Repasemos por un minuto los acontecimientos recientes que se dispararon  a partir de un evento menor, que sucedió en diciembre en la China: unos doctores detectan una enfermedad extraña y suenan la alarma, el sistema comunista los penaliza y los acusa de saboteadores pero los hechos se imponen: uno de los medico fallece a las pocas semanas como consecuencia del virus que este doctor  había detectado y alertado. Unos eventos menores, que en un tiempo récord de tres meses, disparó una pandemia en más de 150 países  con consecuencias impresionantes.

En los siguientes cuatro meses, la aparición  de una nueva variedad de coronavirus, tiene al mundo entero patas arriba: caídas en la bolsa sin antecedentes; sectores como el turismo, los cruceros y la aviación comercial, experimentan pérdidas multimillonarias. Y lo impensable ya pasó: hay países completamente aislados como Italia y en cuarentena como España; y se están cerrando las fronteras, para impedir la propagación, como sucedió hace unos días con la suspensión de los viajes entre Europa y los Estados Unidos. En este país, que reaccionó tarde, se cierran las universidades y los colegios. Y como ya lo dije: esto sucede en medio de una guerra de precios  del petróleo que ha llevado el barril a menos de US 30. Cada minuto que pasa, dispara nuevos hechos que se mueven a una velocidad similar a la propagación de la enfermedad. 

Esta es una crisis que hace sentir a la gente vulnerable, desprotegida y sin saber que viene hacia adelante.  Y cuando más necesitamos compañía, el remedio es el aislamiento de los demás.  Cuando necesitamos distraernos, se cierran los sitios donde esto es posible, y si se busca un consuelo espiritual, pues las iglesias también están cerradas. 

Con el Cisne Negro del coronavirus, guardar la distancia social se ha vuelto el remedio en un mundo cada vez conectado e interdependiente. La vida normal ha sido remplazada por el comportamiento anormal.  Y esta es una crisis que no tiene una fecha de terminación definida.  El teletrabajo es la palabra de moda, pero es el sinónimo del secuestro en la casa, especialmente si usted es mayor de 70 años, donde la soledad se convierte en una sombra que lo acompaña a la persona  todo el tiempo. 

Hoy estamos atónitos viendo una  multiplicación exponencial de esta pandemia, y una reacción en cadena con múltiples y simultáneos eventos, que han desnudado la realidad de coronavirus: vivimos en un mundo que, a pesar del aislamiento forzoso, nos muestra que estamos cada vez más interconectados y expuestos. Y donde la verdad no se puede ocultar, a pesar del esfuerzo de regímenes autoritarios como el chino, o la negativa a aceptar la realidad, de un irresponsable como Trump.

Para que no quede ninguna duda del tamaño del Cisne Negro que tenemos enfrente, a partir del próximo martes por la noche, se ha decretado una cuarentena general para Colombia. 49 millones de ciudadanos inmobiliarios. Un hecho histórico sin precedentes en la historia del país. 

Y de todo lo anterior, y a pesar de la gran incertidumbre que existe, de lo que está sucediendo quiero rescatar algunas de las lecciones del libro El Cisne Negro, aplicable a  los eventos impredecibles como el coronavirus y la guerra de los precios del petróleo.  Algo útil debe resultar de esta pandemia, en lugar de paralizarnos por el pánico.
  • Como los seres humanos buscamos la certidumbre, estamos proyectando nuestro futuro como si lo pudiéramos predecir y esto nos da tranquilidad. Pero en momentos donde aparece un Cisne Negro como el actual, todos los planes que se elaboren, pierden su validez. En estas condiciones los pronósticos de los expertos siempre se van a equivocar.
  • Muchos de estos eventos son exacerbados por el hecho de ser inesperados. Sin embargo hay que adaptarse a su existencia.
  • Contrario a lo que se cree, la mayoría de los descubrimientos importantes, sucedieron como resultado de eventos inesperados, y la capacidad de ver en ellos una oportunidad. 
  • Nos preocupamos demasiado tarde, cuando las cosas ya han sucedido. 
  • Confundir una observación ingenua del pasado, con algo definitivo o representativo del futuro, es la sola y única causa de nuestra incapacidad para comprender el Cisne Negro. 
  • Tenemos la tendencia natural a fijarnos en los casos que confirman nuestra historia y nuestra visión del mundo. Tomamos ejemplos pasados que corroboran nuestras teorías y los tratamos como pruebas. 
  • Nuestra predilección por las historias compactas, en lugar de las verdades desnudas, nos hace vulnerables, ya que puede distorsionar gravemente nuestra representación mental de la realidad; y esto es particularmente grave cuando se trata de un suceso raro. 
  • Tendemos a engañarnos con autonarraciones porque nos gustan las historias que simplifican, nos ayudan a ver patrones y a tejer explicaciones. Así recordamos mejor y tenemos más sentido. 
  • Se necesita un esfuerzo considerable para ver los hechos (y recordarlos) al tiempo que se suspende el juicio y se huye de las explicaciones
Podría extenderme mucho más, pero repito lo ya expresado. Ante la situación actual nos podemos paralizar por el miedo, o aprovechar una circunstancia histórica y única para aprender. En un mundo VICA eventos como el presente, podrán ser más frecuentes y no nos deberían sorprender.

Los invito a leer mis blogs de las últimas dos semanas que complementan este blog dada la dura realidad que estamos viviendo

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