sábado, 26 de julio de 2025

 


3. La voz de las Fuerzas Armadas también cuenta

Reconocimiento al rol clave de las Fuerzas Armadas y su dignidad institucional como cuidadoras del país.

Colombia vale la pena. Y  se cuida desde sus fuerzas armadas. Es nuestra obligación también cuidar de ellas.

En los últimos días, desde distintos rincones del país, han comenzado a levantarse voces que comparten una convicción profunda: Colombia vale la pena

Empresarios comprometidos, universidades conscientes, líderes sociales, ciudadanos que no se resignan… todos empiezan a decir, con palabras distintas pero un mismo espíritu:
“No podemos seguir siendo espectadores. Es hora de cuidar lo que nos importa.” Pero también de amplificar las voces de sectores y actores claves de nuestra sociedad

Y entre los muchos sectores que merecen ser parte de este movimiento, hay uno que —por su historia, por su sacrificio, por su silencio institucional— necesita que lo miremos con respeto, gratitud y conciencia: nuestras Fuerzas Armadas. Y a pesar de su silencio , su voz se necesita hoy más que nunca.

Este blog es para ellas. Para los hombres y mujeres que han protegido el territorio, incluso cuando el país parece olvidarlos. Para quienes dieron su vida por defender un ideal de patria, aun en medio de la desconfianza, el desprestigio o la manipulación política. Y también para quienes —desde la ciudadanía— queremos decirles algo muy simple, pero esencial:
“Colombia vale la pena. Y sin ustedes, no podemos cuidarla.”

Miremos la gravedad de la situación de seguridad que hoy afecta a Colombia y las decisiones deliberadas tomadas  por Petro y su ex ministro de Defensa que hoy ameritan este blog.

El abandono estratégico: entre la ingenuidad y la traición

En muchas zonas del país, el Estado ha desaparecido. Grupos armados controlan rutas, economías ilegales, territorios, comunidades. Y lo hacen a plena luz del día, mientras las fuerzas del orden reciben instrucciones de no actuar, de replegarse, de esperar instrucciones que nunca llegan. Y mientras tanto, nuestro soldados son masacrados ante la mirada indiferente de Petro y de algunos sectores de la sociedad.

Esa estrategia de dejarle territorios enteros al hampa criminal tiene un inmenso costo. Y no solo se mide en hectáreas de coca o en índices de bajas. Se mide en vidas humanas y miles de desplazados como ha sucedido más recientemente en Catatumbo. Se mide en moral e índices de desconfianza. Se mide en legitimidad. Si no revertimos esta tendencia, el daño para el país será irreversible.

Una herida institucional que nos debe de doler  a todos los colombianos.

En los últimos dos años, el maltrato institucional a las Fuerzas Armadas ha sido sistemático. No se trata de diferencias de visión estratégica. Se trata de una política deliberada de deslegitimación como ya lo mencioné.

Se desmontó la cúpula militar sin diálogo ni respeto. Casi 100 generales y más de 200 coroneles fueron retirados, causando la pérdida inmensa de experiencia operacional. Se recortaron presupuestos, se abandonaron capacidades, se desmantelaron doctrinas. Se entregaron territorios enteros a bandas criminales, mientras se debilitaba la capacidad operativa del Estado. Se instauró un relato de sospecha que ha afectado la moral, la identidad y el orgullo del servicio.

Hemos sufrido una pérdida gravísima en capacidades tecnológicas para la inteligencia militar. Se suspendieron los Comandos Conjuntos, una estructura clave que había demostrado eficacia en operaciones de alto impacto. La cooperación tecnológica con Israel fue suspendida, afectando seriamente sistemas de inteligencia, repuestos para aeronaves y el uso estratégico de drones. Además, el presupuesto de cooperación de Estados Unidos ha sido reducido drásticamente. 

Todo esto ocurre mientras al crimen organizado se le ofrecen concesiones, se les reconoce públicamente y, como sucedió vergonzosamente en Medellín hace unas semanas, el propio presidente legitima su accionar con gestos y propuestas de ley, que debilitan la autoridad del Estado y desmoralizan a la Fuerza Armadas.

La moral columna fundamental de las Fuerzas Armadas

En este contexto, lo más grave es cuánto nos vamos a demorar recuperando la moral de la tropa. Esa moral es la columna vertebral de todos los soldados y policías que se exponen por Colombia . Es la única profesión en la que uno arriesga su vida por un tercero que no conoce: por cualquier ciudadano en cualquier territorio del país.

Hablamos de personas que han servido. Las Fuerzas Armadas no son una abstracción. Están formadas por miles de hombres y mujeres de carne y hueso, con familias, con historias, con sueños, con cicatrices. Son quienes han patrullado bajo la lluvia. Quienes han caminado entre minas. Quienes han visto caer a sus compañeros. Quienes han sido injustamente acusados por errores ajenos.

Reconocimiento y perdón 


Es cierto, no hablamos de instituciones perfectas. También han tenido equivocaciones graves, como los “falsos positivos”, que mancharon gravemente la imagen y la credibilidad de la institución. No hablamos de una élite que está blindada. Nos referimos a personas que han estado ahí cuando más se ha necesitado pero  que han aprendido de sus errores y su institución ha pedido perdón. Pero, hoy , ellos necesitan saber que no están solos.

Una ciudadanía que los respalda

Este mensaje es ciudadano. No busca instrumentalizar a las Fuerzas Armadas. No es una jugada electoral, ni una táctica ideológica. Es un acto de gratitud y de verdad. Porque si hay algo que nos ha enseñado la historia reciente es que sin seguridad, sin institucionalidad, sin presencia legítima del Estado en el territorio, no hay desarrollo posible.

Y si hay algo que ha demostrado la historia de nuestras Fuerzas Armadas es que, cuando se sienten acompañadas por la sociedad, hacen posible lo imposible. Eso lo aprendí cuando tuve la oportunidad de entender la institución por dentro como invitado del CIDENAL. Esto es un programa que acerca a la sociedad civil, para  conocerlas mejor.

La seguridad también es un acto de cuidado

Hablar de cuidar a Colombia no es solo hablar de salud, educación o empleo. También es hablar de seguridad como bien público. De protección como derecho. De legalidad como base de la convivencia. Y eso no se garantiza sin contar con quienes portan el uniforme con honor.

Un movimiento que los incluye

Este blog pretende aportar a un movimiento más amplio que se está gestando con mucha fuerza. Hace una semana, me dirigí a los empresarios, invitándolos a salir del silencio y asumir su responsabilidad histórica. Hoy, le hablo a las Fuerzas Armadas,  para decirles: Gracias. Estamos con ustedes. Colombia vale la pena. Y sin ustedes, no podremos cuidarla.

Una invitación a alinear propósitos

Se trata de construir un nuevo pacto de confianza entre sociedad y Fuerzas Armadas. Un pacto que reconozca su papel, pero también les exija estándares éticos altos para que sean ejemplo y faro moral para una sociedad que hoy se encuentra perdida y desorientada. Un pacto  que los respalde, pero también los inspire. Que les recuerde que su labor no es solo obedecer órdenes, sino proteger un ideal de país que aún vale la pena.

Porque lo que hoy está en juego no es solo la seguridad. Es el alma del país representada en su Constitución y en sus instituciones, dentro de un marco que  protege nuestra democracia.

En resumen:

Estuve con ustedes en el CIDENAL , como ya lo mencioné, y aprendí a respetar profundamente lo que ustedes representan. Soy parte de un grupo muy grande de ciudadanos que no compran los relatos del odio ni las campañas de desprestigio que hoy nos atropellan. Que no quieren una patria sin orden, sin Estado y sin seguridad.

El uniforme pesa. La misión es dura. La soledad institucional agota. Pero quiero decirles, desde lo más hondo de una voz ciudadana, que se que cuenta con el apoyo de millones de colombianos, : no están solos. Reconocemos y apreciamos lo que ustedes han hecho por nuestro país.

Y por eso, resaltar que Colombia vale la pena y merece el cuidado de todos, incluyendo de manera relevante, con el compromiso incuestionable de nuestras Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.

sábado, 19 de julio de 2025




 Colombia vale la pena: es tiempo de liderar para cuidarla 

Dejar de ser espectadores y asumir el compromiso que el país reclama

Colombia no necesita más discursos encendidos, ni más diagnósticos lapidarios. Lo que necesita con urgencia es algo mucho más poderoso y escaso: compromiso colectivo. Y en particular, necesita un nuevo tipo de liderazgo que ya no puede delegarse solo en la política, los partidos o el Estado. Porque el país, así como está, no se va a arreglar solo.

Y porque lo que está en juego no es únicamente el resultado de una próxima elección, sino el alma misma del contrato social que nos sostiene como nación.

Es desde esta conciencia crítica pero constructiva, que un grupo creciente de empresarios ha comenzado a abrir un espacio inédito en Colombia: un movimiento de liderazgo colectivo de largo plazo, que no pretende reemplazar a los partidos, pero sí inspirar y movilizar nuevas formas de compromiso empresarial, ciudadano, inclusivo y ético.

Hoy escribo este blog para utilizar simbólicamente este espacio, para invitar a muchos más a sumarse, y compartir algunas convicciones que, en mi experiencia, pueden marcar la diferencia entre repetir el pasado, o superar el presente  y construir un futuro.


El momento de la verdad

Estamos viviendo un momento extraordinario de la historia nacional. Pero no en el sentido que muchos creen. Lo extraordinario no es solo el gobierno de turno, ni su narrativa polarizadora, ni sus ataques a la institucionalidad, ni los vergonzosos espectáculos como el del lunes de esta semana. Lo extraordinario —y peligroso— es la crisis profunda de confianza, cohesión y sentido compartido que atraviesa a toda la sociedad.

Y lo más preocupante es que aún no hemos entendido la magnitud cultural y emocional de lo que enfrentamos.

Esto no es un problema técnico, ni siquiera ideológico. Es un problema adaptativo, como diría Ronald Heifetz profesor de Liderazgo de Harvard. Es decir, un problema que no tiene soluciones claras ni manuales de respuesta, y que requiere transformaciones profundas en nuestros modelos mentales, emociones y prácticas sociales. En otras palabras: no estamos ante un reto que se resuelve con marketing político, sino con liderazgo genuino y corresponsabilidad histórica.


Dejar de ser espectadores

Durante décadas, el empresariado colombiano ha sido señalado —a veces con razón, a veces con prejuicio— por su distancia de los asuntos públicos. “Nosotros producimos, empleamos, pagamos impuestos”, hemos dicho, como si eso bastara para cumplir nuestro rol en la sociedad. Y además, hemos adaptado históricamente la postura de pasar por debajo del radar y ser lo menos visibles posibles.

Pero ese paradigma ya no sirve y es muy equivocado. Hoy el país necesita algo más. Nos necesita presentes, visibles, valientes y comprometidos. Nos necesita no como mecenas, sino como ciudadanos activos y modelos de rol positivos. Nos necesita no para defender privilegios, sino para defender el bien común. Y eso empieza por reconocer una verdad incómoda: nos hemos quedado cortos y el momento histórico nos cogió muy mal preparados para enfrentarlo . Hacer esa declaración colectiva no es fácil pero es esencial para avanzar.


El acto de cuidar lo que nos importa

Una cultura no se cambia con leyes ni con decretos. Se transforma con conversaciones, ejemplos y compromisos visibles. Por eso, más allá de los modelos teóricos, lo que necesitamos  es volver a lo esencial y cuidar lo que nos importa: Colombia

Y eso comienza por otra declaración. Una que debe hacerse con honestidad y humildad:

“No sabemos exactamente cómo enfrentar este momento. Pero sí sabemos que no podemos seguir esperando que otros lo hagan por nosotros.”


Porque Colombia vale la pena . Y vale el  esfuerzo de cuidarla. Cuidarla con nuestras acciones, con nuestras empresas, con nuestras redes de influencia. Cuidarla desde las regiones, desde los territorios, desde cada comunidad donde operamos. Y sobre todo, cuidarla desde el ejemplo.

Colombia se cuida entre todos

Una parte esencial de este movimiento que hoy comienza es entender que nadie va a salvar a Colombia desde una torre de marfil. El cuidado requiere colaboración, escucha profunda, y la disposición a trabajar con quienes piensan distinto. Porque este país no es propiedad de nadie. Pero es responsabilidad de todos.

Por eso debemos manifestar con fuerza : Colombia se cuida entre todos.

Y esa idea no es una consigna bonita, es una estrategia de largo plazo. Queremos promover una narrativa de país que no divida ni culpabilice, sino que convoque. Una narrativa que no niegue los errores del pasado, pero que se enfoque en construir el futuro valorando los logros alcanzados porque son la base para avanzar hacia el futuro. Una narrativa que permita decir: “Podemos estar en desacuerdo en muchas cosas, pero hay una en la que sí podemos coincidir: Colombia vale la pena y  por ende el esfuerzo para cuidarla entre todos.” 

Está es la nueva narrativa que nuestro país necesita para enfrentar la nefasta historia que Petro y sus compinches, han querido imponer, con la que han venido dividiendo y polarizando a la sociedad colombiana . Lo único positivo de la  estrategia de este individuo es que nos ha hecho reaccionar

Empresas que lideran con propósito

Una empresa es mucho más que una unidad económica. Es un actor cultural y político en el sentido más noble del término: aquel que participa en la construcción de lo público. Cuando una empresa cuida a sus empleados, protege su entorno, respeta las reglas del juego, genera bienestar más allá de su balance, está haciendo política de la buena. Y cuando comparte su narrativa con sus trabajadores, sus familias, sus comunidades, está generando tejido cívico y cultural.

Ese es el tipo de liderazgo que necesitamos hoy: Un liderazgo que no cabe en las urnas, porque no depende del poder, sino del ejemplo. Un liderazgo que inspira desde el hacer.


¿Qué podemos hacer?

Hay muchas formas de cuidar a Colombia desde la empresa:

  • Apoyar decididamente las campañas que promuevan el orgullo nacional y la auto imagen de nosotros mismos, y que fortalezcan el sentido de pertenencia e identidad.
  • Usar los canales internos de comunicación para hablar con los trabajadores y sus familias e invitarlos a subirse a la nueva narrativa .
  • Apoyar procesos de formación ciudadana y liderazgo en las regiones, cuidando especialmente que se haga en las escuelas, los colegios, las universidades y otros centros de formación .
  • Visibilizar, conectar , apoyar y darle voz  las historias de superación y transformación que existen en nuestros equipos y en el país. Pero también, a las voces de millones de colombianos que han sufrido las desastrosas consecuencias de las pésimas decisiones de Petro
  • Establecer compromisos éticos y económicos de largo plazo con el país y con las comunidades. La consigna debe ser : Resistir y persistir y nunca desistir. . 
  • Y usar los canales que tenemos masivos para divulgar el mensaje. Con ellos podemos llegar muy rápido a millones de colombianos que también quieren cuidar a su país porque Colombia vale la pena  

Y quizás lo más importante: sumarse a una red que ya está en marcha, en la que empresarios, universidades, cajas de compensación, líderes sociales y ciudadanos están comenzando a articular un esfuerzo colectivo de cambio cultural, político y emocional, en una apuesta que trasciende las elecciones porque se debe sostener en el largo plazo


Muchos los llamados

Esta no es una cruzada de élites ni de tecnócratas. Es una invitación abierta, pero exigente.  Una invitación que implica preguntarse:  ¿Estoy dispuesto a dejar de ser espectador? ¿Estoy dispuesto a darle volumen a mi voz para hacerla sentir, mi ejemplo, mi empresa al servicio de algo más grande? ¿Estoy dispuesto a actuar , no desde el miedo sino desde la esperanza ? Porque, como dice el viejo refrán: muchos los llamados, pero pocos los comprometidos. Y los comprometidos serán quienes hagan la diferencia, son los verdaderos  Motores de Esperanza que nuestro país necesita, porque Colombia es buena. Y necesita que todos la cuidemos

A veces nos preguntamos cómo fue que llegamos hasta aquí y nos invade la desesperanza. Pero la pregunta más importante no es esa. La verdadera pregunta es: ¿qué estamos dispuestos a hacer para que Colombia no siga perdiéndose? Yo creo que hay una respuesta clara:

Volver a liderar. Volver a creer. Volver a cuidar para prender y sostener la mecha de la esperanza . Porque Colombia es buena, es y seguirá siendo el hogar de millosnes de colombianos orgullosos de serlo


PD: Cuidar a Colombia comienza por celebrar los días paritarios con el de hoy 20 de julio.

sábado, 12 de julio de 2025

  


¿Cuál es el país que se tiene que gobernar después del 7 de agosto del 2026?

En medio de la confusión, la desorientación y la avalancha diaria de escándalos y malas noticias, comienzan a movilizarse numerosos grupos ciudadanos provenientes de distintos orígenes y trayectorias. Son personas que están despertando y comprendiendo que permanecer como espectadores ya no es una opción válida frente al proceso de destrucción del país promovido por el presidente Petro y su círculo más cercano.

Quienes venimos dedicando tiempo y esfuerzo a preparar estrategias de cara a las elecciones de 2026 empezamos a dimensionar el tamaño real del desafío que enfrentamos como sociedad. Por eso, he querido hacer una pausa en la serie de blogs que estoy desarrollando sobre el país de las emociones tristes, para compartir algunas reflexiones sobre los principales retos que, en mi criterio, deben ser abordados con urgencia.

Primer reto: derrotar la fragmentación

El primer gran reto consiste en dejar en la puerta los egos, los juicios mal fundados, el escepticismo y la desconfianza. Todos los grupos que ya están trabajando —o comenzando a organizarse— deben entender que el pecado capital que no podemos cometer es la fragmentación de esfuerzos.

No hay tiempo ni recursos que perder, especialmente cuando nos enfrentamos a un gobierno que, financiado con nuestros impuestos, ha montado una maquinaria sistemática de desinformación. Un régimen que ha demostrado no tener límites éticos ni morales, y que actúa con una frialdad criminal frente al costo institucional, social y económico de su gestión. 

Este desafío nos interpela desde lo más profundo: necesitamos reencontrarnos como sociedad y construir una causa común que nos inspire a sumar fuerzas. La estrategia que articule este propósito debe tener, al menos, tres pilares vitales:

1. Escuchar y amplificar la voz de millones de colombianos que hoy sufren por decisiones que les han arrebatado la salud, la vivienda, la educación y la seguridad.

2. Reconocer y celebrar a miles de compatriotas que, contra toda adversidad, siguen siendo faros de esperanza y dignidad con su ejemplo de vida.

3. Desarrollar el ejercicio del liderazgo colectivo corresponsable para enfrentar el inmenso reto de deconstruir a nuestro país y sembrar las bases que corrijan los que nos llevó a Petro.


La tarea es inédita y pondrá a prueba nuestras fortalezas —y debilidades— culturales. No se trata solo de actuar; se trata de actuar bien, actuar juntos y actuar ya. 

Segundo reto: construir equipos y estructura de gobernanza anticipada

Será indispensable conformar equipos técnicos de tiempo completo, apoyados por voluntarios organizados en áreas temáticas claves. Esto requiere diseñar un esquema de gobernanza eficiente, que permita coordinar tareas y hacer seguimiento tanto a nivel regional como nacional.

No estamos frente a una campaña convencional. Estamos ante una operación estratégica de reconstrucción nacional. Y esto implica preparación, organización y capacidad operativa desde ahora.

Tercer reto: anticipar y mapear los riesgos que enfrentará  el nuevo gobierno

Uno de los errores más costosos sería subestimar el campo minado que recibirá el próximo presidente o presidenta. Por eso, es urgente construir un mapa explícito de riesgos, alimentado desde ya con inteligencia técnica y política.

Cinco desafíos críticos sobresalen:

  • Desminar las instituciones del Estado, muchas de las cuales quedarán capturadas, paralizadas o desmanteladas, como ocurrió al final del mandato de Petro en Bogotá. Este proceso exigirá reconstruir desde cero memorias institucionales y las capacidades que han sido borradas deliberadamente.
  • Con Petro, la idea del “cambio” quedó mancillada y los avances del país fueron desdibujados. El desafío ahora será resignificar ese cambio, visibilizar y reconocer lo que sí se ha logrado, y gestionar las expectativas frustradas de una ciudadanía que se siente traicionada y la cultura del inmediatismo de los jóvenes..
  • Conformar grupos de trabajo para temas estratégicos como finanzas, salud, seguridad y justicia. Estos equipos deberán comenzar cuanto antes a identificar el estado real en que quedarán las instituciones y proponer líneas de acción viables. Es previsible que el gobierno actual intentará dejar amarradas muchas decisiones para dificultar la transición.
  • Tener un nuevo Congreso a la altura de los inmensos retos que tendrá Colombia cuando salga Petro del poder. Este es un tema crítico al que hay que ponerle toda atención y prioridad
  • Impedir que hagan fraude el las elecciones como sucedió en Venezuela.

Cuarto reto: definir el perfil del liderazgo que Colombia necesita

La magnitud del reto por venir exige repensar el tipo de liderazgo que debemos promover. No se trata simplemente de buscar un buen candidato o candidata, sino de identificar a una persona capaz de liderar un proceso colectivo de reconstrucción.

Propongo ocho condiciones fundamentales para ese perfil:

  1. Reconocer su vulnerabilidad. No necesitamos un salvador solitario, ni un mesías o un caudillo, sino alguien consciente de que solo con un equipo de excelencia y el respaldo mayoritario de la población, podrá enfrentar y liderar el desafío..No es solo su problema, es el llamado a todos los colombianos. 
  2. Tener una extraordinaria capacidad de escucha e interpretación de la sociedad, para construir un programa que responda al sentir profundo de la ciudadanía.
  3. Ser un líder que no solo gobierne, sino que resignifique el ejercicio de la política. Alguien que inspire desde la palabra y el ejemplo, que convoque a partir de un propósito superior y que transforme la pedagogía ciudadana en una herramienta para despertar el sentido de pertenencia y corresponsabilidad. En un país que, desde 2026, descentralizará buena parte de su presupuesto hacia las regiones, el próximo presidente deberá saber interpretar esta nueva Colombia: más diversa, más territorial y más exigente en su democracia.
  4. Tener conciencia de sus limitaciones, especialmente del corto período de cuatro años para una tarea titánica. Debe verse como parte de un equipo de relevos, más que como el protagonista absoluto.
  5. Tener la madurez para rodearse de personas más preparadas en temas clave, manejar con humildad su ego y controlar el de sus colaboradores, para hacer florecer lo mejor de su equipo de alto rendimiento y ponerlo al servicio del país
  6. Tender puentes entre actores de un país diverso profundamente polarizado, y entre generaciones,  aprovechando la diversidad regional y la demografía, como un activos y no como un obstáculos. El próximo líder deberá ser un tejedor de confianza para Colombia
  7. Valorar los avances logrados como sociedad, para construir sobre lo construido, liderar los cambios necesarios, apoyándose en procesos pedagógicos que expliquen, den sentido, convoquen y movilicen.
  8. Saber modular las expectativas y la cultura del inmediatismo que imponen las redes sociales es una condición esencial. El próximo liderazgo deberá comprender que lo que está en juego es una apuesta de largo plazo, donde la sostenibilidad será crítica. Esto exige una profunda madurez emocional para afrontar las tensiones inherentes al proceso. Como afirma Ronald Heifetz, director de la Escuela de Liderazgo de Harvard: “Liderar procesos complejos de cambio es como caminar sobre el filo de una navaja.

  9. Necesitamos volver a encender el alma de un país que muchos sienten apagado. Recuperar un sentido de identidad que toque el corazón de quienes ya no ven futuro aquí, que han perdido la esperanza y piensan en irse —o ya se han ido. Más de dos millones de colombianos han migrado, y cada día son más. A nuestros jóvenes debemos ofrecerles una razón que les hable al alma, que los conmueva, que los inspire a quedarse y ser parte de la reconstrucción de Colombia. No por obligación, sino por convicción.

Quinto reto: formar ciudadanos emocionalmente maduros

Este último reto lo retomo de un blog anterior: la gran apuesta ética y emocional del presente es sembrar las semillas de una política distinta, que solo será posible si formamos ciudadanos emocionalmente maduros y corresponsables.

Una ciudadanía capaz de indignarse sin odiar, de oponerse sin destruir, de soñar sin delirar. Porque el cambio político no será sostenible si no viene acompañado de una transformación cultural profunda. Y esa tarea no se le puede delegar a un candidato. Es tarea de todos.

¿Queremos un país gobernable? Entonces debemos empezar hoy a construir la gobernabilidad desde la base social, emocional y ética del poder. Lo que hagamos —o dejemos de hacer— entre hoy y el 7 de agosto del 2026 será determinante.

No se trata solo de ganar unas elecciones. Se trata de reconstruir el alma de una nación.

PD: sugiero

 al lector ver el blog a de la última semana, que por razones que no he podido identificar, parece que no se subió a la Web y no quedó publicado

Los comentarios en este blog son personales y no comprometen a las organizaciones en las que yo participo.


sábado, 5 de julio de 2025

Las emociones tristes y el desafío de la cultura política en América Latina

   


Con este blog doy inicio a una serie de artículos que buscan fortalecer la conciencia ciudadana en Colombia, especialmente en este momento crucial que se avecina con las elecciones del 2026, cuando necesitamos algo más que propuestas técnicas: necesitamos conciencia histórica, lucidez emocional y una nueva ética de lo colectivo. 

El propósito es pedagógico: comprender mejor cómo se ha construido nuestra cultura política, por qué persisten tantos problemas de convivencia democrática y qué podemos hacer, juntos, para superarlos. Para hacerlo, he tomado como referencia el excelente libro de Mauricio García Villegas : “El viejo malestar del Nuevo Mundo”, donde el autor toma el concepto de “ las emociones tristes” del filósofo holandés Baruk Spinoza , en el que yo me base  para varios de los últimos blogs.

Solo si entendemos de dónde venimos —las emociones, los miedos, los imaginarios y los caudillismos que nos han marcado— podremos asumir con responsabilidad el presente y construir un futuro más justo, democrático y compartido. Esta serie de blogs es una invitación a reflexionar, pero también a actuar, a imaginar caminos nuevos desde lo colectivo.

Las emociones no son solo impulsos pasajeros; son fuerzas que estructuran nuestras decisiones, moldean nuestras instituciones y definen el tono moral de nuestras sociedades. En el libro de García Villegas, se explora con profundidad el papel de las emociones en la vida pública latinoamericana, y ofrece un diagnóstico inquietante: las pasiones más destructivas —el odio, el resentimiento, la venganza, la desconfianza— han colonizado la política, desplazando a la razón, la empatía y la deliberación.

De la furia al odio: la elaboración humana de la emoción

El autor propone una distinción entre el mundo animal y el humano. Mientras un gato reacciona con furia ante una amenaza y luego olvida, los seres humanos elaboramos esa furia en odio, y el odio, si se fermenta, se convierte en rencor, que solo se aplaca con venganza. A diferencia de los animales, que resuelven sus conflictos y siguen adelante, nosotros construimos narrativas morales sobre el otro: lo etiquetamos, lo deshumanizamos, lo convertimos en un enemigo permanente.

Esta tendencia emocional tiene profundas consecuencias políticas. El odio no solo es una emoción reactiva; es también una construcción narrativa. En contextos polarizados como el colombiano, el odio se convierte en identidad. Se odia al otro no por lo que ha hecho, sino por lo que representa: una ideología, una clase social, una etnia, una forma de vida.


La necesidad de un “fusible moral”

García Villegas acude a Aristóteles para señalar que, bajo el efecto de ciertas pasiones —como la ira o incluso la embriaguez—, perdemos el dominio de nosotros mismos. La pasión puede ser útil, incluso necesaria para la movilización social y la búsqueda de justicia. Pero si se desborda, se vuelve destructiva. De ahí la necesidad de “fusibles”: dispositivos culturales y normativos que permitan contener el exceso y encauzar la energía emocional hacia fines constructivos.

Ese “fusible” puede ser la cultura, entendida como un sistema compartido de significados, prácticas y límites; o puede ser el derecho, las reglas sociales e institucionales que marcan los contornos de lo permitido. Sin cultura ni reglas —o peor aún, con una cultura degradada y unas reglas desprestigiadas—, las pasiones tristes campan a sus anchas. Lamentablemente yo siento que es el proceso  que hoy se está desarrollando en Colombia

Cultura y reglas: los dos diques de contención

En uno de los pasajes más lúcidos al principio del libro, el autor señala que las dos herramientas fundamentales para encauzar las pasiones humanas son la cultura y las reglas. La cultura, en su sentido amplio, nos permite moldear el barro del que estamos hechos; es la manera en que aceleramos lo que la biología hace lentamente. Si tenemos algo “divino” —dice con lucidez García Villegas— es esa capacidad cultural para ir más allá de nuestros impulsos naturales.

Las reglas, por su parte, estructuran la vida en sociedad. Son el resultado de la conciencia humana de que la convivencia requiere límites. Desde los códigos informales de cortesía hasta las constituciones, las reglas son formas de encarnar el principio de que el poder necesita control. Como afirmaba James Madison en “El Federalista”, una república necesita frenos internos: separación de poderes, pesos y contrapesos, independencia judicial y normas que limiten la voluntad caprichosa de los líderes.

El problema, como bien lo identifica García, es que tanto la cultura como las reglas están en crisis en América Latina, y si de algún consuelo nos sirve, también en los Estados Unidos y otros países del mundo. Las instituciones han perdido legitimidad. La cultura política se ha degradado hasta convertirse en una mezcla de cinismo y pasión desbocada. Y en ese vacío, las emociones tristes se convierten en la brújula del comportamiento colectivo. Esto explica la irracionalidad de muchos actos políticos que nos abruman diariamente. 

El “espíritu faccioso” y la amenaza a la república

El libro recupera con claridad una advertencia de Madison: el mayor enemigo de la república no es la tiranía explícita, sino el “espíritu faccioso”: esa pasión política encarnada en grupos que solo buscan su interés, sin considerar el bien común. Es lo que hoy llamaríamos populismo identitario o polarización tóxica, que no se puede eliminar sin suprimir la libertad, pero sí se puede contener mediante arquitectura institucional robusta.

Este planteamiento es especialmente pertinente para el contexto colombiano. La historia reciente del país muestra cómo esta mentalidad —desde el clientelismo hasta el extremismo ideológico— ha debilitado la credibilidad de las instituciones. Las emociones políticas han sido instrumentalizadas por dirigentes como Petro que, lejos de ser moderadores de las pasiones colectivas, las exacerban con fines electorales con efectos imprevisibles .

La consecuencia es una ciudadanía cada vez más vulnerable al engaño, más propensa al odio y más incapaz de deliberar. Como lo afirma el autor, “no existe pueblo que esté al abrigo de un desastre moral colectivo”. Y Colombia, por desgracia, ya ha conocido varios, y si no hacemos nada , vamos directos al abismo.

La paradoja democrática: pasión sí, pero regulada

García Villegas no propone una política sin pasión. Todo lo contrario. Reconoce que sin emociones no hay movilización, no hay justicia, no hay identidad colectiva. Pero enfatiza que la pasión requiere conducción. Una sociedad democrática necesita indignación ante la injusticia, pero también necesita instituciones que transformen esa indignación en reformas, no en violencia; en propuestas, no en vendettas como lo hace Petro en Colombia.

Aquí es donde aparece una de las paradojas centrales del ideal democrático: aunque la soberanía reside en el pueblo, su ejercicio no puede estar entregado al impulso emocional del momento , tema que Petro no quiere o le conviene entender. La democracia necesita procedimientos, pausas, deliberación. Necesita —en términos simbólicos— que el pueblo se amarre, como Ulises, al mástil de la ley para no sucumbir al canto embriagador de las pasiones. Esa metáfora de García me parece muy pertinente para enfrentar las arremetidas de Petro contra las instituciones colombianas.

Epílogo: el reto para Colombia y América Latina

Aplicar estas reflexiones al caso de Colombia implica asumir que el diseño institucional y las culturas regionales deben estar profundamente ligados a la educación emocional. Liderar hoy no es solo administrar recursos o ejecutar políticas: es también gestionar emociones, construir confianza, articular narrativas que den sentido sin apelar al odio.

La política del futuro, si ha de ser democrática y sostenible, deberá formar ciudadanos emocionalmente maduros y corresponsables , capaces de indignarse sin odiar, de oponerse sin destruir, de soñar sin delirar. Esa es la gran apuesta ética y emocional del presente.

En mis próximos blogs voy a seguir destilando los conceptos y reflexiones del libro de García Villegas, porque nos hace unos invaluables aportes que he querido aprovechar, para entender mejor los grandes peligros que enfrentamos, pero también las oportunidades si sabemos reaccionar a tiempo.

PD, Si considera interesante este blog le agradecería se lo reenviara a otras personas 

Nota: Las opiniones expuestas en este blog no representan las posiciones de las organizaciones en las cuales participo.