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sábado, 5 de julio de 2025

Las emociones tristes y el desafío de la cultura política en América Latina

   


Con este blog doy inicio a una serie de artículos que buscan fortalecer la conciencia ciudadana en Colombia, especialmente en este momento crucial que se avecina con las elecciones del 2026, cuando necesitamos algo más que propuestas técnicas: necesitamos conciencia histórica, lucidez emocional y una nueva ética de lo colectivo. 

El propósito es pedagógico: comprender mejor cómo se ha construido nuestra cultura política, por qué persisten tantos problemas de convivencia democrática y qué podemos hacer, juntos, para superarlos. Para hacerlo, he tomado como referencia el excelente libro de Mauricio García Villegas : “El viejo malestar del Nuevo Mundo”, donde el autor toma el concepto de “ las emociones tristes” del filósofo holandés Baruk Spinoza , en el que yo me base  para varios de los últimos blogs.

Solo si entendemos de dónde venimos —las emociones, los miedos, los imaginarios y los caudillismos que nos han marcado— podremos asumir con responsabilidad el presente y construir un futuro más justo, democrático y compartido. Esta serie de blogs es una invitación a reflexionar, pero también a actuar, a imaginar caminos nuevos desde lo colectivo.

Las emociones no son solo impulsos pasajeros; son fuerzas que estructuran nuestras decisiones, moldean nuestras instituciones y definen el tono moral de nuestras sociedades. En el libro de García Villegas, se explora con profundidad el papel de las emociones en la vida pública latinoamericana, y ofrece un diagnóstico inquietante: las pasiones más destructivas —el odio, el resentimiento, la venganza, la desconfianza— han colonizado la política, desplazando a la razón, la empatía y la deliberación.

De la furia al odio: la elaboración humana de la emoción

El autor propone una distinción entre el mundo animal y el humano. Mientras un gato reacciona con furia ante una amenaza y luego olvida, los seres humanos elaboramos esa furia en odio, y el odio, si se fermenta, se convierte en rencor, que solo se aplaca con venganza. A diferencia de los animales, que resuelven sus conflictos y siguen adelante, nosotros construimos narrativas morales sobre el otro: lo etiquetamos, lo deshumanizamos, lo convertimos en un enemigo permanente.

Esta tendencia emocional tiene profundas consecuencias políticas. El odio no solo es una emoción reactiva; es también una construcción narrativa. En contextos polarizados como el colombiano, el odio se convierte en identidad. Se odia al otro no por lo que ha hecho, sino por lo que representa: una ideología, una clase social, una etnia, una forma de vida.


La necesidad de un “fusible moral”

García Villegas acude a Aristóteles para señalar que, bajo el efecto de ciertas pasiones —como la ira o incluso la embriaguez—, perdemos el dominio de nosotros mismos. La pasión puede ser útil, incluso necesaria para la movilización social y la búsqueda de justicia. Pero si se desborda, se vuelve destructiva. De ahí la necesidad de “fusibles”: dispositivos culturales y normativos que permitan contener el exceso y encauzar la energía emocional hacia fines constructivos.

Ese “fusible” puede ser la cultura, entendida como un sistema compartido de significados, prácticas y límites; o puede ser el derecho, las reglas sociales e institucionales que marcan los contornos de lo permitido. Sin cultura ni reglas —o peor aún, con una cultura degradada y unas reglas desprestigiadas—, las pasiones tristes campan a sus anchas. Lamentablemente yo siento que es el proceso  que hoy se está desarrollando en Colombia

Cultura y reglas: los dos diques de contención

En uno de los pasajes más lúcidos al principio del libro, el autor señala que las dos herramientas fundamentales para encauzar las pasiones humanas son la cultura y las reglas. La cultura, en su sentido amplio, nos permite moldear el barro del que estamos hechos; es la manera en que aceleramos lo que la biología hace lentamente. Si tenemos algo “divino” —dice con lucidez García Villegas— es esa capacidad cultural para ir más allá de nuestros impulsos naturales.

Las reglas, por su parte, estructuran la vida en sociedad. Son el resultado de la conciencia humana de que la convivencia requiere límites. Desde los códigos informales de cortesía hasta las constituciones, las reglas son formas de encarnar el principio de que el poder necesita control. Como afirmaba James Madison en “El Federalista”, una república necesita frenos internos: separación de poderes, pesos y contrapesos, independencia judicial y normas que limiten la voluntad caprichosa de los líderes.

El problema, como bien lo identifica García, es que tanto la cultura como las reglas están en crisis en América Latina, y si de algún consuelo nos sirve, también en los Estados Unidos y otros países del mundo. Las instituciones han perdido legitimidad. La cultura política se ha degradado hasta convertirse en una mezcla de cinismo y pasión desbocada. Y en ese vacío, las emociones tristes se convierten en la brújula del comportamiento colectivo. Esto explica la irracionalidad de muchos actos políticos que nos abruman diariamente. 

El “espíritu faccioso” y la amenaza a la república

El libro recupera con claridad una advertencia de Madison: el mayor enemigo de la república no es la tiranía explícita, sino el “espíritu faccioso”: esa pasión política encarnada en grupos que solo buscan su interés, sin considerar el bien común. Es lo que hoy llamaríamos populismo identitario o polarización tóxica, que no se puede eliminar sin suprimir la libertad, pero sí se puede contener mediante arquitectura institucional robusta.

Este planteamiento es especialmente pertinente para el contexto colombiano. La historia reciente del país muestra cómo esta mentalidad —desde el clientelismo hasta el extremismo ideológico— ha debilitado la credibilidad de las instituciones. Las emociones políticas han sido instrumentalizadas por dirigentes como Petro que, lejos de ser moderadores de las pasiones colectivas, las exacerban con fines electorales con efectos imprevisibles .

La consecuencia es una ciudadanía cada vez más vulnerable al engaño, más propensa al odio y más incapaz de deliberar. Como lo afirma el autor, “no existe pueblo que esté al abrigo de un desastre moral colectivo”. Y Colombia, por desgracia, ya ha conocido varios, y si no hacemos nada , vamos directos al abismo.

La paradoja democrática: pasión sí, pero regulada

García Villegas no propone una política sin pasión. Todo lo contrario. Reconoce que sin emociones no hay movilización, no hay justicia, no hay identidad colectiva. Pero enfatiza que la pasión requiere conducción. Una sociedad democrática necesita indignación ante la injusticia, pero también necesita instituciones que transformen esa indignación en reformas, no en violencia; en propuestas, no en vendettas como lo hace Petro en Colombia.

Aquí es donde aparece una de las paradojas centrales del ideal democrático: aunque la soberanía reside en el pueblo, su ejercicio no puede estar entregado al impulso emocional del momento , tema que Petro no quiere o le conviene entender. La democracia necesita procedimientos, pausas, deliberación. Necesita —en términos simbólicos— que el pueblo se amarre, como Ulises, al mástil de la ley para no sucumbir al canto embriagador de las pasiones. Esa metáfora de García me parece muy pertinente para enfrentar las arremetidas de Petro contra las instituciones colombianas.

Epílogo: el reto para Colombia y América Latina

Aplicar estas reflexiones al caso de Colombia implica asumir que el diseño institucional y las culturas regionales deben estar profundamente ligados a la educación emocional. Liderar hoy no es solo administrar recursos o ejecutar políticas: es también gestionar emociones, construir confianza, articular narrativas que den sentido sin apelar al odio.

La política del futuro, si ha de ser democrática y sostenible, deberá formar ciudadanos emocionalmente maduros y corresponsables , capaces de indignarse sin odiar, de oponerse sin destruir, de soñar sin delirar. Esa es la gran apuesta ética y emocional del presente.

En mis próximos blogs voy a seguir destilando los conceptos y reflexiones del libro de García Villegas, porque nos hace unos invaluables aportes que he querido aprovechar, para entender mejor los grandes peligros que enfrentamos, pero también las oportunidades si sabemos reaccionar a tiempo.