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sábado, 11 de octubre de 2025

El otro rostro del Japón: lecciones para no repetir en el desarrollo de una nueva cultura ciudadana



 

 Introducción

Toda cultura tiene dos rostros. Así como Japón impresiona por su disciplina, su resiliencia y su capacidad de cuidado colectivo, también deja ver los excesos de esos mismos valores cuando se llevan al extremo. El orden puede volverse cárcel, la disciplina puede asfixiar la creatividad y la resiliencia puede esconder dolores no resueltos.

Este segundo blog busca explorar esas sombras. No como un reproche a Japón, sino como un recordatorio de que ningún modelo cultural es perfecto. Para Colombia, el aprendizaje está en reconocer qué no debemos copiar si queremos que la narrativa que está emergiendo de Colombia es buena y vale la pena cuidarla se traduzca en una cultura viva, equilibrada y sostenible.

1. Conformismo social: cuando conservar la armonía impide que hayan diferencias y se premia la aversión al riesgo

En Japón se valora la armonía por encima del conflicto. Esta preferencia cultural ha permitido sociedades estables, pero también genera un riesgo: la presión a encajar puede silenciar voces críticas. En las escuelas, en las empresas y hasta en los barrios, quien se aparta demasiado de la norma puede ser excluido.

Un rasgo profundamente arraigado en la cultura japonesa es la aversión al riesgo. La presión por alinearse con el grupo y no desafiar lo establecido premia la conformidad y castiga la disidencia. Esta mentalidad, que facilita la cohesión social, tiene un costo enorme para la innovación: dificulta la vida de los emprendedores y sofoca a quienes se atreven a pensar distinto. El resultado es visible en el retroceso de industrias que alguna vez fueron líderes globales —la electrónica, la automotriz, la fotografía— y que hoy ceden terreno a competidores más audaces en Corea del Sur y China. Japón, que en el pasado marcó el rumbo tecnológico, enfrenta ahora la paradoja de que su propia cultura de disciplina y prudencia lo ha dejado rezagado frente a países capaces de asumir riesgos mayores.

Colombia enfrenta el reto opuesto: nuestra sociedad es vibrante, diversa y a veces caótica, esa diversidad es un tesoro. El peligro de copiar acríticamente la homogeneidad japonesa sería sacrificar el pluralismo que necesitamos para fortalecer la democracia. Una cultura ciudadana sana debe reconocer que la discrepancia no es amenaza, sino motor de innovación. 

Y en cuanto al riesgo en el caso colombiano, el panorama es casi el inverso al japonés. En nuestro país el asumir riesgos forma parte del ADN cultural:

  • Emprendimiento por necesidad y por ingenio. Muchos colombianos se lanzan a crear negocios, a innovar en soluciones, a improvisar caminos donde no los hay. Esa disposición a arriesgar, incluso con recursos escasos, ha sido fuente de creatividad y resiliencia.
  • Tolerancia al fracaso. Aunque socialmente se castiga, en la práctica es común volver a empezar después de haber perdido todo. Esa plasticidad es un capital cultural valioso.
  • El lado oscuro. El exceso de riesgo también se traduce en informalidad, proyectos sin continuidad, apuestas especulativas y una cultura de “ensayo y error” que rara vez se convierte en procesos sostenibles a largo plazo. Muchas ideas se queman rápido porque no se acompañan de disciplina ni de estructuras que las respalden. Y nos falta algo muy valioso: el trabajo colectivo 

Si se mira el contraste con Japón, podríamos decir que Colombia tiene lo que a los japoneses les falta —atrevimiento, creatividad, capacidad de improvisar—, pero carece de lo que a ellos les sobra —disciplina, constancia, capacidad de sostener un esfuerzo colectivo en el tiempo.

2. Jerarquías rígidas: respeto que se convierte en sumisión

En Japón, la autoridad se respeta con rigurosidad. Las jerarquías laborales y sociales se reflejan hasta en el lenguaje: el japonés tiene diferentes formas verbales según la posición de la persona a la que se dirige uno. Aunque esto facilita la claridad de roles, también limita el disenso. Muchas decisiones no se cuestionan, incluso si afectan negativamente a la comunidad.

En Colombia, solemos sufrir el problema contrario: una relación con la autoridad marcada por la desconfianza y la rebeldía. Sin embargo, esa realidad nuestra, que puede ser a veces es excesiva, es también puede ser una reserva para defender nuestra democracia. La advertencia es clara: necesitamos estructuras de autoridad que se ganen el respeto de la gente, pero nunca a costa de perder la autonomía crítica. Si queremos desarrollar una cultura de cuidado, como lo propone el movimiento “ Colombia es buena” , esta no puede basarse en la obediencia ciega, sino en una capacidad colectiva de construir acuerdos conscientes a pesar de las diferencias.


3. Soledad y salud mental: el costo invisible del orden

Uno de los contrastes más dolorosos en Japón es la coexistencia de ciudades impecables con altos índices de soledad y depresión. Fenómenos como el hikikomori —jóvenes que se encierran durante meses o años en sus habitaciones, desconectados del mundo— muestran que la presión social puede quebrar la vida emocional. También está el drama del suicidio, que, aunque ha disminuido en las últimas décadas, sigue siendo un problema serio.

Aquí aparece una advertencia vital para Colombia: no basta con construir orden externo si no hay salud emocional interna. Nuestro país, con todas sus dificultades, conserva una reserva de cercanía humana, de familia extendida, de vecindad solidaria. Son capitales emocionales que debemos proteger. Si perdiéramos esa calidez en nombre de la eficiencia, el costo sería altísimo.

Resulta interesante que , mientras escribo este blog, leo en un periódico japonés en inglés la noticia de que los gobiernos de Japón y Corea han decidido crear una comisión de alto nivel para buscar soluciones a dos problemas que los afectan por igual: la crisis de salud mental y el acelerado decrecimiento demográfico.

4. Homogeneidad excluyente: cuando la diversidad se percibe como amenaza

Japón es una sociedad con poca inmigración y gran homogeneidad étnica y cultural. Eso le ha dado cohesión, pero también ha generado dificultades para integrar lo diverso. Los extranjeros, incluso después de décadas de residencia, pueden seguir siendo vistos como “otros”.

Colombia, en cambio, es plural desde su raíz. Somos mezcla de regiones, etnias, religiones y formas de vida. Si algo necesitamos, es más bien aprender a transformar esa diversidad en un factor de cohesión que facilite nuestro desarrollo. La advertencia japonesa es clara: no confundir unidad con uniformidad. Una narrativa como Colombia es buena debe construirse sobre la aceptación de la diferencia como un activo para promover la cultura del cuidado .


5. Exceso de sacrificio: cuando el trabajo consume la vida

El fenómeno del karoshi —muerte por exceso de trabajo— refleja un extremo cultural japonés: la entrega total a la empresa, incluso a costa de la salud y la familia. Aunque hoy existen esfuerzos por equilibrar la vida laboral, la presión sigue siendo evidente.

Colombia puede aprender aquí una lección valiosa. Nuestra cultura, con su vitalidad, su música y su capacidad de fiesta, a veces es criticada por falta de rigor. Pero ese actitud  que se ve en varias regiones del país,  no debe convertirse en un defecto. Más bien pude ser un recurso valioso porque en tiempos de crisis como los actuales, la risa, la amistad y la creatividad han sido y son mecanismos de superación. El ejemplo japonés nos muestra que no es inteligente sacrificar la humanidad en nombre de la productividad. La clave está en equilibrar esfuerzo con bienestar.

6. El espejo para Colombia: ¿qué cultura queremos cultivar?

Las sombras japonesas nos obligan a pensar que no basta con importar virtudes sin mirar los riesgos. La disciplina puede derivar en rigidez, el orgullo en exclusión, la resiliencia en silencios dolorosos.

Colombia tiene desafíos distintos: fragmentación social, desconfianza en lo común, debilidad institucional. Pero también tiene fortalezas propias: la capacidad de improvisar, la creatividad para sobrevivir en contextos adversos, la diversidad como fuente de riqueza simbólica.

La clave está en no renunciar a nuestras cualidades en nombre de un modelo ajeno. Más bien, se trata de equilibrar: aprender de Japón la constancia, pero sin perder la alegría; admirar su respeto por lo común, pero sin caer en el conformismo; reconocer su resiliencia, pero sin silenciar las heridas.


Conclusión

Japón nos muestra que el orden no es un fin en sí mismo: puede ser herramienta de cohesión o cadena que aprisiona. Para Colombia, la gran lección está en el equilibrio. Necesitamos construir una cultura ciudadana que combine disciplina con creatividad, respeto con crítica, unidad con diversidad, esfuerzo con calidez humana.

La narrativa que está emergiendo con el movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla, no puede convertirse en un discurso rígido ni en un llamado a la obediencia ciega. Debe ser un proyecto vivo, que integre nuestras luces y sombras. Japón nos advierte que el precio de ignorar el alma de una sociedad puede ser muy alto.

Si queremos que nuestra cultura sea habilitadora y no freno, debemos elegir con cuidado qué aprendizajes incorporar y qué excesos evitar. En últimas, se trata de hacer de la cultura un espacio donde la disciplina no ahogue la risa, donde la memoria no apague la esperanza, y donde el cuidado colectivo se viva con orgullo, sin perder la libertad que hace de Colombia un país único.

PD: a mis lectores que no leyeron mi blog anterior sobre los aspectos positivos de la cultura japonesa los invito a hacerlo para contrastarlo con lo planteado en este blog

El próximo martes se realizará el primer lanzamiento del movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla en la Comuna 13 de Medellín, con la participación de músicos colombianos de talla mundial. El evento tendrá lugar en un escenario que pasó de ser una herida profunda para la sociedad antioqueña a convertirse en símbolo de transformación y cuidado, y en uno de los destinos más visitados por los turistas que llegan a la ciudad.



domingo, 21 de septiembre de 2025

El cuidado como cultura: aprendizajes de un viaje por el Japón

  


Introducción

Japón es hoy la tercera economía más grande del mundo, con un PIB que supera los 4.200 billones de dólares, una población cercana a los 125 millones de habitantes y un nivel de competitividad que lo mantiene como referencia en innovación tecnológica, infraestructura y calidad educativa. Este logro resulta aún más notable si se tiene en cuenta que el país tiene una población envejecida, ha enfrentado desastres naturales recurrentes y la devastación de la guerra en el siglo XX. Su crecimiento económico y su estabilidad social no se explican solo por decisiones técnicas, sino por una cultura profundamente arraigada que combina disciplina, resiliencia y orgullo colectivo.

Viajar permite ver el propio país con nuevos ojos. Recorrer Japón, con su mezcla de tradición milenaria y modernidad deslumbrante, es una experiencia que sacude las creencias más profundas. Este blog no busca idealizar una cultura que tiene también sus sombras, sino mostrar cómo ciertos hábitos colectivos, arraigados en la vida cotidiana, se convierten en cimientos sólidos para sostener un proyecto nacional. Al observar a Japón con ojos de curiosidad, Colombia puede encontrar lecciones valiosas para avanzar en la construcción de una cultura ciudadana que haga posible la narrativa de que Colombia es buena y vale la pena cuidarla.

En este primer texto me voy a concentrar en las luces de esta cultura milenaria: las fortalezas culturales japonesas que pueden inspirarnos. En un segundo blog abordaré las sombras de sus excesos, para no caer en la trampa de pensar que todo lo que funciona en otro contexto puede trasplantarse sin reflexión a nuestro país.

Para una narrativa como la de “Colombia es buena”, que busca sostener en el tiempo la idea del cuidado colectivo de nuestro país, el ejemplo japonés recuerda que los cambios culturales son fundamentales para sostener un proyecto nacional. Pero es un proceso que requiere de persistencia y coherencia promovidos por un liderazgo colectivo. Mockus demostró hace treinta años que esto era posible pero faltó la apropiación colectiva para lograr su sostenibilidad en el tiempo.


2. Respeto por lo común: lo público también es propio

En Japón sorprende la limpieza de las calles en ciudades gigantescas como Tokio con 42 millones de habitantes  y Osaka con 19 millones en sus áreas metropolitanas . No hay basureros en cada esquina, de hecho las eliminaron después de un ataque terrorista en el Metro de Tokio con gas sarin  en 1995, pero tampoco hay basura en el suelo. La gente guarda sus residuos hasta encontrar dónde desecharlos. Los baños públicos, incluso en las estaciones de tren su limpieza es impecable.

Este comportamiento ciudadano no se explica por qué haya un vigilancia estricta, de hecho se ven muy pocos policías, sino por normas culturales internalizadas. Lo público es percibido como prolongación de lo propio. Cuidar el espacio compartido es cuidar la dignidad de todos los ciudadanos japoneses.

El contraste con Colombia es muy grande, lo común suele ser visto como tierra de nadie, susceptible de abusos o descuidos. Es una mentalidad que erosiona la confianza y bloquea la colaboración. Aprender del Japón no significa copiar los rituales de una cultura muy diferente a la nuestra, pero si implica cultivar una conciencia nueva: que los parques, los barrios, las instituciones y hasta el ejercicio de la política, deben de ser vistos como extensiones de nuestra casa. El respeto no nace del miedo a una multa, sino del orgullo de cuidar lo que nos afecta a todos.


3. Memoria y resiliencia: renacer de las ruinas

La historia reciente de Japón está marcada por catástrofes. Hiroshima y Nagasaki quedaron arrasadas en 1945 por la bomba Atómica; Tokio fue devastada por bombardeos; terremotos y tsunamis han puesto a prueba al país una y otra vez. Sin embargo, lo que impresiona no es solo la magnitud de la destrucción que han sufrido el Japón, sino la capacidad colectiva  de levantarse de su  pueblo . 

Después de la II Guerra Mundial. Japón se reinventó como potencia tecnológica y económica en menos de dos décadas, sin romper con su tradición cultural. Más bien lo hicieron apoyándose en ella. Lo mismo lo han hecho después de sufrir desastres naturales como el  terremoto más fuerte que han tenido de 9.1 en la escala de Richter que desencadenó un tsunami en marzo del 2011.

Esta resiliencia colectiva tiene una lección profunda para Colombia. Nosotros también hemos vivido guerras internas, violencia y desastres naturales. Pero solemos narrarnos desde la herida y no desde la recuperación. La memoria japonesa muestra que se puede convertir el dolor en una energía de cohesión, en lugar de una excusa para la resignación.

La narrativa de “Colombia es buena” necesita este mismo espíritu: reconocer las cicatrices, pero contarlas como pruebas superadas que fortalecen la identidad común.

4. Orgullo compartido y reputación colectiva

En la cultura japonesa existe la noción de mantener la cara, es decir, cuidar la imagen propia y la de los demás. No se trata solo de apariencia, sino de dignidad en lo público. Esa conciencia de que cada acción individual afecta la reputación colectiva genera un círculo virtuoso: si alguien incumple, no solo queda mal él, sino que avergüenza y afecta la armonía del grupo . Estos dos  conceptos  la vergüenza y la armonía,  son muy poderosos en la cultura japonesa 

En Colombia, la reputación tiende a entenderse de manera individual. Lo importante es “quedar bien uno”, no importa  si se afecta a la comunidad. Por eso es dicho aceptado que el “vivo se come al bobo” aunque el sistema se debilite como resultado de su acción. La lección japonesa es clara: no basta con cuidar la propia cara; hay que cuidar el rostro del país. En un contexto donde la confianza está erosionada, recuperar el orgullo compartido es una estrategia de transformación cultural indispensable si queremos avanzar.


5. El mejoramiento continuo con raíces: tradición y modernidad en diálogo

Japón es también un laboratorio de convivencia entre pasado y futuro. Es posible ver un templo del siglo VIII en medio de rascacielos ultramodernos, o asistir a una ceremonia del té después de visitar un centro de robótica. El  Kaizen  base de la calidad e innovación en los procesos de producción que llevaron al Japón a ser líder en muchas industrias,  no borra sus raíces culturales , más bien se apoya en ellas y las potencia.

El contraste con Colombia es muy grande. Solemos caer en dicotomías muy destructivas: tradición versus modernidad, campo versus ciudad, identidad cultural versus apertura global. El ejemplo japonés enseña que la fuerza está en la integración de sus activos culturales y su historia con la realidad actual . Las sociedades que logran avanzar sin negar sus raíces son las que encuentran un equilibrio más sostenible.

Para el movimiento “Colombia es buena” que está emergiendo , este aprendizaje es vital: no se trata de inventar un país desde cero, sino de tejer una narrativa que reconozca nuestras tradiciones y las relacione con los desafíos contemporáneos.

6. Conexión con la narrativa del cuidado en Colombia

Las fortalezas culturales de Japón no son solo curiosidades turísticas. Funcionan como recordatorios de que la cultura es el verdadero andamiaje de los proyectos colectivos de largo plazo. Un tren bala no es posible si no existe disciplina; una ciudad limpia no se sostiene sin respeto; la innovación y la calidad no prosperan sin memoria; la confianza no se multiplica sin orgullo compartido.

Colombia, con su diversidad, recursividad y resiliencia, tiene un enorme potencial para construir una cultura ciudadana que no solo copie, pero sí aprenda. Lo fundamental es entender que el cambio no vendrá de decretos o discursos, sino de la forma en que millones de ciudadanos decidan actuar colectivamente en su vida cotidiana.

Conclusión

Japón enseña que el cuidado colectivo no es un eslogan, sino una práctica cultural. Las normas sociales, los rituales comunitarios y la disciplina cotidiana son la base invisible que sostiene un país. Para Colombia, el reto es cultivar nuestra propia versión de esos valores, sin perder la alegría, la calidez y la diversidad que nos caracterizan.

La narrativa emergente de que Colombia es buena y vale la pena cuidarla solo será real si logramos convertirla en hábitos, en símbolos y en orgullo compartido. Japón nos muestra que sí es posible. Ahora nos corresponde a nosotros decidir qué elementos de nuestra cultura queremos potenciar para que el cuidado deje de ser excepción y se convierta en costumbre nacional .


PD:por problemas de tecnología parece que mis dos blogs anteriores no fueron enviados por Google. Le recomiendo al lector leerlos, en especial el de la semana pasada sobre Corea. Y si los encuentra interesantes los invito a compartirlos con otras personas

sábado, 13 de septiembre de 2025

Viajar para cuidar: lo que Corea del Sur puede enseñarle a Colombia

 


El valor de mirar afuera para cuidar lo propio

Viajar no es solo ocio ni turismo. Es una forma de conocer otras realidades y abrir ventanas para repensar la nuestra. Aprender de las fortalezas ajenas, pero también de sus errores, es una manera de cuidar a Colombia. Hoy escribo desde Corea del Sur, un país que no había visitado antes y que me ha sorprendido profundamente.

Hace apenas 70 años, Corea era uno de los países más pobres del planeta. La guerra civil (1950–1953) dejó al país devastado, con más de 4 millones de muertos y un territorio arrasado. Su ingreso per cápita en 1960 era inferior al de gran parte de África. Sin embargo, en dos generaciones, Corea se convirtió en un referente mundial en innovación, tecnología, educación y cultura.

El contraste invita a una pregunta inevitable: ¿qué hizo posible esa transformación y qué podría aprender Colombia de ese proceso?

Primera lección: la educación como motor

Corea apostó a la educación con una radicalidad que impresiona. Durante décadas, las familias hicieron enormes sacrificios para que sus hijos estudiaran. El Estado acompañó esa obsesión con políticas públicas claras y continuidad en el tiempo.

Hoy, Corea tiene una de las poblaciones más educadas del mundo. Sus estudiantes compiten en los primeros lugares de las pruebas internacionales. Universidades como KAIST, POSTECH y Seúl National University son polos de investigación que atraen talento global.

En Colombia, aún tenemos un déficit histórico: calidad desigual, cobertura incompleta y una desconexión entre educación y desarrollo productivo. La lección coreana no es copiar su modelo (que también ha tenido excesos de presión académica y estrés juvenil), sino entender que sin una apuesta decidida por la educación, no hay futuro posible.


Segunda lección: la disciplina colectiva

La cultura coreana privilegia el esfuerzo compartido. Existe un fuerte sentido de responsabilidad hacia el grupo, sea la familia, la empresa o la nación. La disciplina se refleja en la vida cotidiana: el orden en las calles, la limpieza en el espacio público, la puntualidad en los compromisos.

En Colombia, el individualismo y la cultura del “vivo se come al bobo” nos juegan en contra. La indisciplina social se traduce en evasión de impuestos, incumplimiento de normas, corrupción y desorden urbano. Corea demuestra que el progreso no depende solo de leyes o infraestructura, sino de la interiorización cultural que se refleja en comportamientos ciudadanos sustentados en valores como la corresponsabilidad y la disciplina.

En nuestro caso, no significa que debamos aspirar a un modelo rígido o autoritario. Pero sí es urgente reconstruir un contrato social en el que cumplir las normas y cuidar lo colectivo deje de ser una excepción y se vuelva la regla como parte de una narrativa compartida.


Tercera lección: innovación con propósito nacional

En los años sesenta, Corea diseñó planes de industrialización que se cumplieron con disciplina. El Estado apoyó a conglomerados empresariales (chaebols) como Samsung, Hyundai y LG, que pasaron de ensamblar productos básicos a liderar sectores de alta tecnología.

La innovación no fue fruto del azar, sino de una estrategia deliberada: vincular educación, investigación y producción. Corea entendió que la competitividad global requería apostar por el conocimiento puesto al servicio del desarrollo .

Colombia, en cambio, ha dependido demasiado de la explotación de las materias primas y las rentas extractivas. Necesitamos una visión de largo plazo que articule ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento. No para copiar a Corea, sino para encontrar nuestras propias fortalezas: biodiversidad, energías limpias, industrias culturales, agroindustria explotada inteligentemente.


Park Chung-hee: liderazgo autoritario con propósito nacional

Revisando la historia reciente de Corea hay un protagonista central: el presidente Park Chung-hee. Llegó al poder en 1961 tras un golpe militar, en un país agrícola y en su momento el segundo más pobre del mundo . Su gobierno, que duró hasta su asesinato en 1979, marcó el rumbo decisivo para sacar a Corea de la pobreza extrema.

Su aporte principal fue definir un proyecto nacional claro y sostenido. A través de planes quinquenales de desarrollo, orientó la economía hacia la industrialización y la exportación. Sectores como el acero, la construcción naval, la petroquímica y más tarde la electrónica recibieron apoyo masivo del Estado en créditos, subsidios y protección estratégica. Así nacieron y se fortalecieron conglomerados como Samsung, Hyundai y LG, que luego serían gigantes globales.

Park entendió también que la educación debía masificarse. Su gobierno expandió la cobertura escolar y creó las bases para que la población tuviera la formación mínima necesaria para integrarse a la economía industrial. Paralelamente, promovió una disciplina de trabajo austera y sacrificada, apelando a valores confucianos y a un fuerte nacionalismo cívico.

El contexto de amenaza permanente de Corea del Norte reforzó esa narrativa. El desarrollo económico fue presentado como un deber patriótico, un sacrificio compartido para asegurar la supervivencia del país. Esa mezcla de urgencia, disciplina y propósito colectivo explica buena parte del “milagro coreano”.

Pero el precio que pagaron los coreanos fue muy alto. Park gobernó con autoritarismo: restringió libertades civiles, persiguió opositores, censuró a la prensa y consolidó un poder personalista. Su modelo sembró también sombras que aún pesan: concentración del poder económico en los chaebols, desigualdad social en los primeros años y una cultura laboral compleja que hoy se refleja en baja natalidad y problemas de salud mental crecientes.

De su legado, Colombia no puede ni debe copiar la represión política. Pero sí puede extraer tres lecciones fundamentales:

  1. Claridad de propósito nacional: un rumbo de largo plazo que trascienda los gobiernos.
  2. Articulación entre Estado, empresa y educación: trabajar juntos en sectores estratégicos.
  3. Nacionalismo cívico positivo: hacer del progreso un proyecto compartido, no una competencia entre facciones.

Cuarta lección: resiliencia ante la adversidad

Corea nació de la tragedia: guerra fratricida, dictaduras militares, pobreza extrema. Esa experiencia pudo haber destruido la moral colectiva, pero ocurrió lo contrario. El país canalizó su dolor hacia la reconstrucción y se forjó una narrativa de superación.

En Colombia también hemos padecido violencia prolongada, desigualdades profundas y crisis políticas. Pero muchas veces convertimos ese dolor en excusa para la resignación. La resiliencia coreana nos recuerda que las heridas pueden ser motor de cambio si se transforman en energía colectiva.


Quinta lección: identidad y orgullo cultural

La ola coreana (Hallyu), con su música, cine y gastronomía, es un fenómeno global. No se trata solo de entretenimiento: es un ejemplo de cómo un país puede proyectar su identidad cultural y convertirla en un activo estratégico. Corea supo combinar tradición y modernidad para posicionar su marca país.

Colombia tiene un capital cultural inmenso: música, literatura, arte, biodiversidad. Pero aún no hemos logrado convertirlo en una fuerza global cohesionada. Seguimos exportando talentos individuales (Shakira, Gabo, Botero, Juanes), pero no una narrativa colectiva. La lección es clara: cuidar nuestra cultura es también poderla proyectar con orgullo hacia  al mundo.

Sexta lección: liderazgo con visión compartida

El milagro coreano no fue obra de un líder carismático aislado, sino de décadas de visión compartida. Hubo gobiernos autoritarios al comienzo, pero el verdadero salto se consolidó cuando la democracia coreana maduró y supo mantener continuidad en políticas esenciales.

En Colombia, la discontinuidad es un cáncer: cada gobierno desmonta lo anterior y arranca de cero. Si queremos aprender de Corea, debemos construir consensos básicos sobre temas estratégicos —educación, innovación, seguridad, sostenibilidad— que sobrevivan a los cambios de gobierno.

Lo que no debemos copiar

No todo en Corea es exportable. También hay excesos y contradicciones:

  • Presión educativa extrema: altos niveles de ansiedad y suicidios juveniles.
  • Concentración empresarial: los chaebols han generado desigualdades y monopolios.
  • Competencia laboral feroz: jornadas extenuantes, baja natalidad y soledad social.

Estas sombras recuerdan que el progreso económico no garantiza automáticamente bienestar humano. Para Colombia, la tarea es aprender de los aciertos sin caer en los mismos errores.

Colombia hoy: ¿qué hacer con estas lecciones?

  1. Educar con equidad: no basta con cobertura; necesitamos calidad y pertinencia para todos.
  2. Construir disciplina social: fortalecer cultura ciudadana y corresponsabilidad.
  3. Innovar desde nuestras ventajas: biodiversidad, energías limpias, industrias creativas.
  4. Transformar el dolor en resiliencia: pasar de la queja a la acción colectiva.
  5. Proyectar nuestra identidad cultural: música, arte, gastronomía como acciones de  “diplomacia blanda”.
  6. Asegurar continuidad en políticas claves: pactos de Estado más allá de gobiernos.

Conclusión: viajar para cuidar

Colombia no es Corea, ni debe serlo. Pero mirar lo que este país logró en siete décadas nos recuerda que el desarrollo no es un destino reservado a otros, sino una posibilidad si se asumen con disciplina las decisiones correctas.

Viajar sirve para abrir los ojos. Pero el verdadero viaje comienza cuando regresamos y nos preguntamos: ¿qué de lo aprendido aplicamos en nuestra casa? Cuidar a Colombia es aprender de afuera para transformar nuestro país hacia adentro.


sábado, 6 de septiembre de 2025

Universidades que cuidan el país

 


Llamado a las universidades a sumar su voz al movimiento 'Colombia es buena y
  vale   la pena' formando líderes y reconstruyendo la esperanza.

Universidades que cuidan lo que importa 

En estos tiempos de confusión y escepticismo, hablar de “liderazgo” parece un recurso desgastado. Y sin embargo, pocas palabras son hoy tan necesarias.

No para aludir a caudillos, ni para repetir consignas, sino para recuperar su sentido más profundo: liderar es cuidar lo que importa, y Colombia hoy necesita ser cuidada por todos.

En esta tarea, las universidades tienen un papel insustituible. No como observadoras externas del devenir nacional, sino como protagonistas activas de una transformación cultural, ética y ciudadana que ya no puede esperar.

Este blog es una invitación a las universidades —que son también organizaciones y actores sociales— a sumarse, junto al empresariado - y a otros actores, a un movimiento colectivo de liderazgo con visión de largo plazo. Porque construir futuro es formar ciudadanos comprometidos preparados profesionalmente para que actúen como agentes de cambio donde ejerzan su profesión..

Una generación que ya no cree

No podemos negar la realidad: miles de jóvenes colombianos están perdiendo la fe en su país. Muchos se están yendo. Otros, sin irse físicamente, se han desconectado emocional y políticamente. Ven a Colombia como un territorio sin horizonte, atrapado entre la corrupción, la polarización y la repetición de los mismos errores. Y, lamentablemente, nosotros —los adultos, las instituciones— no les hemos dado suficientes razones para creer lo contrario.

Las universidades, en particular, enfrentan una paradoja: son fábricas de futuro, pero muchas veces han quedado atrapadas en lógicas del pasado. Unas veces por su apego a la neutralidad académica; otras, por la inercia administrativa. Hoy ya no basta con formar profesionales competentes. Necesitamos formar ciudadanos conscientes, críticos y corresponsables.

Cuidar Colombia es una tarea intergeneracional

La transformación que Colombia necesita no se logrará sin las nuevas generaciones. Pero tampoco se logrará si las generaciones adultas no hacen el trabajo de tender puentes de confianza, propósito y esperanza. Ese es el reto —y la oportunidad— de este momento histórico:crear una alianza intergeneracional para cuidar a Colombia, una alianza entre improbables.

Y las universidades están en el centro de esa posibilidad. Porque tienen lo que muchos no tienen:

  • Capacidad de movilización.
  • Autoridad moral en sus comunidades.
  • Presencia territorial.
  • Y una enorme influencia en la construcción de sentido.

Las universidades también son empresas con alma

A veces se olvida que las universidades  no solo son centros académicos: también son organizaciones sociales, económicas, humanas. Y como tales, son parte del ecosistema productivo del país. Por eso, este movimiento que estamos impulsando —en alianza con empresarios, fundaciones, líderes regionales— también las interpela.

Porque el futuro de Colombia no se juega solo en las empresas ni en el Congreso: se juega en los campus, en los pasillos, en las conversaciones cotidianas entre profesores y estudiantes. El silencio de las universidades puede ser tan grave como el silencio del empresariado. Y su palabra —si es clara, valiente y pedagógica— puede abrir un camino nuevo.

Una nueva narrativa: Colombia vale la pena 

Vivimos en un país profundamente emocional. Y hoy, esas emociones están siendo instrumentalizadas por discursos de resentimiento y división. Pero también hay otra posibilidad: convertir la emoción en energía para el cuidado. Eso es lo que propone la narrativa “Colombia es buena y vale la pena cuidarla”: un movimiento que no idealiza ni niega los problemas, pero que afirma algo esencial:

Colombia vale la pena.

Colombia merece ser cuidada.

Colombia es mejor cuando la cuidamos juntos.


Invitamos a las universidades a apropiarse de esta narrativa, a integrarla en sus procesos formativos, en sus programas de extensión, en su comunicación interna y externa. Porque cuidar no es solo resistir el daño que hoy sufre Colombia. Es cultivar lo mejor de nosotros como sociedad.

¿Qué pueden hacer las universidades?

No se trata de militar políticamente. Se trata de activar su rol como formadoras de cultura ciudadana y motores de esperanza.

Algunas acciones concretas:

  • Crear cátedras o espacios de conversación sobre liderazgo adaptativo, ética pública y cultura ciudadana.
  • Promover de manera intencionada y prioritaria el fortalecimiento de las competencias socio emocionales en momentos en que la salud mental es un prioridad y un gran problema 
  • Apoyar procesos de liderazgo juvenil en alianza con empresarios y organizaciones sociales.
  • Incorporar el lenguaje del cuidado, la corresponsabilidad y la visión de país en sus currículos.
  • Estimular el voluntariado, el servicio social y el trabajo comunitario con enfoque formativo.
  • Visibilizar historias de jóvenes que, en vez de irse del país, han decidido quedarse y transformar.
  • Participar activamente en la red de instituciones que estamos articulando en Bogotá, Medellín  y en otras regiones.
  • Hacer parte de las declaraciones de derechos y deberes humanos promovida por la UNESCO

Una alianza con los empresarios por el futuro

El movimiento que estamos impulsando parte de una certeza: ningún sector podrá transformar solo la cultura política del país. Necesitamos sumar voces, visiones y capacidades. Y en esa suma, la alianza entre empresarios comprometidos y universidades movilizadas puede tener un poder inmenso. Le da sentido al concepto Alianza Universidad Empresa Estado y Sociedad.

Las primeros, pensamiento crítico, energía juvenil y una visión de futuro que puede reencantar a los escépticos. Los segundos aportan estructura, ejemplo, conexión con la realidad económica y territorial. El tercero cuida el bien común, y el cuarto participa corresponsablemente. Juntos, podemos construir un nuevo relato colectivo para Colombia.

Uno que no se base en el miedo, sino en la corresponsabilidad. Uno que no apele al odio, sino al compromiso. Uno que nos diga, en voz alta: “sí hay futuro, pero hay que construirlo y cuidarlo juntos .”

No es tarde ya no hay tiempo que perder

La historia nos está poniendo a prueba. Y no habrá excusa que valga si seguimos actuando como si nada estuviera pasando. Este blog es una invitación a las universidades a asumir un rol más visible, más valiente, más esperanzador. A dejar de formar solo técnicos y gerentes, para formar líderes conscientes, ciudadanos activos, cuidadores de lo común.

Porque como decía una frase en la Fundación Origen que ayudé a crear:

“Uno cuida lo que le importa.

Lo que no se cuida, se pierde.

Y lo que se pierde, se lamenta para siempre.”


Por eso, es importante recordar que Colombia vale la pena cuidarla siendo una tarea fundamental el de promover esta mirada colectiva .