La Estupidez Colectiva: Un Sistema que la Fomenta
En el primer blog de esta serie sobre la Estupidez Humana, quise traer el tema a la luz pública debido a las decisiones incomprensibles que estamos viendo en esta época de gran complejidad. Como mencioné en el blog anterior, el filósofo Baruch Spinoza, hace cuatro siglos, reflexionó profundamente sobre este tema, con una vigencia sorprendente en la actualidad.
En Colombia, un individuo llegó a la Presidencia hace dos años eternos y tomó la decisión estúpida de hacerle “chu chu” al sistema de salud del país, destruyéndolo. Y esa no ha sido la única decisión de este tipo que ha tomado, minando la ya débil institucionalidad que se había venido construyendo con mucho esfuerzo durante años. En Estados Unidos, otro individuo hizo “chu chu” al sistema de comercio e institucional, que había sostenido el crecimiento más importante de la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Los efectos de estas decisiones estúpidas tendrán un impacto nacional y global de grandes proporciones.
La estupidez colectiva: cuando todos se equivocan juntos
En el primer blog vimos cómo la mente nos engaña y cómo el exceso de confianza nos vuelve ciegos. En este, exploramos cómo la estupidez colectiva nos arrastra a errores históricos. Pero lo más preocupante es que vivimos dentro de un sistema que no solo permite, sino que fomenta la estupidez humana. Suena duro, pero es difícilmente refutable.
Si la estupidez individual ya es peligrosa, la colectiva es catastrófica. La historia está llena de momentos en los que sociedades enteras han tomado decisiones absurdas: desde guerras sin sentido hasta crisis económicas provocadas por la avaricia y la falta de previsión.
Un ejemplo es la burbuja financiera de los tulipanes en los Países Bajos en el siglo XVII. En un momento, la gente empezó a pagar precios ridículos por bulbos de tulipán, convencida de que su valor seguiría aumentando. Llegó un punto en el que un solo bulbo costaba más que una casa, pero la burbuja estalló y muchos quedaron en la ruina. ¿Qué pasó aquí? La lógica individual quedó anulada por la euforia colectiva.
Más recientemente, otros ejemplos de estupidez colectiva se vieron en Estados Unidos: la crisis de las “puntocom” en 2002 y la crisis de las hipotecas en 2008.
Cuando muchas personas creen en algo, aunque sea absurdo, la presión social hace que los demás también lo crean. Es la mentalidad de rebaño en su máxima expresión. Spinoza explicaría este fenómeno desde las emociones. Estas no solo gobiernan nuestras decisiones individuales, sino que también se difunden como una epidemia. Cuando la gente siente miedo, esperanza o codicia en masa, la racionalidad desaparece.
Aquí enfrentamos un problema fundamental. Como dijo Nietzsche, la gente no busca la verdad, sino certezas reconfortantes. Surge entonces una pregunta importante: ¿Qué factores están influyendo en estos comportamientos individuales y colectivos? ¿Podemos hacer algo al respecto o estamos condenados a vivir atrapados en nuestra propia estupidez?
Si analizamos el sistema, encontramos varios factores con alto impacto: la educación, la cultura y los sistemas de poder, que refuerzan la estupidez colectiva e impiden que veamos más allá de nuestras ilusiones.
Veamos cómo la educación, la política y los medios de comunicación tienen una gran responsabilidad en perpetuar las condiciones que propician la estupidez individual y colectiva.
La educación: un sistema diseñado para la obediencia, no para el pensamiento crítico
Desde niños, nos dicen que la educación es la clave del éxito. Pero, ¿qué tipo de educación? Spinoza nos enseñó que la verdadera sabiduría no consiste en acumular información, sino en entender la estructura de la realidad. Sin embargo, cada vez es más claro que el sistema educativo no nos enseña a pensar, sino a memorizar, repetir y obedecer.
Es raro encontrar una escuela que motive a sus estudiantes a analizar sus emociones o a identificar los sesgos cognitivos que afectan sus decisiones. Si lo hicieran, tendríamos ciudadanos con mejor criterio, más difíciles de manipular. Por eso, los regímenes autoritarios suelen capturar el sistema educativo: para impedir que haya ciudadanos con pensamiento crítico.
Spinoza diría que la ignorancia no es solo falta de conocimiento, sino falta de comprensión de las causas que rigen nuestra existencia. Si el sistema educativo no nos forma en este tipo de pensamiento, no podemos esperar mucho de la sociedad en general.
La política: el arte de manipular la ignorancia
Si la educación mantiene a la gente en la ignorancia, la política la aprovecha para manipularla. La historia ha demostrado que las sociedades más fáciles de gobernar son aquellas donde la gente no piensa demasiado. Pueblos cultos, como el alemán, cayeron embrujados por la verborrea nacionalista nazi de Adolf Hitler.
Spinoza nos advertiría que las emociones, más que la razón, son el motor de la política. No ganan los argumentos más lógicos, sino los que generan más emoción. Y si el sistema político necesita de una sociedad manipulable, no es realista esperar que los políticos tengan interés en promover ciudadanos que piensen con claridad.
Los medios: no nos dicen qué pensar, pero sí cómo pensar
Los medios de comunicación seleccionan qué noticias son importantes, cómo deben ser interpretadas y qué emociones deben despertar en nosotros. Es más rentable mantener a la audiencia en un estado constante de indignación, miedo o esperanza, porque estas emociones capturan más fácilmente el interés y la atención.
El problema hoy en día es la proliferación de información sin control en redes sociales. Estas plataformas se han convertido en vehículos de manipulación y diseminación de noticias falsas, difíciles de controlar sin recurrir a métodos autoritarios.
Spinoza nos diría que la verdadera sabiduría consiste en comprender por qué sentimos lo que sentimos. Si algo nos indigna, deberíamos preguntarnos: ¿es porque realmente es un problema o porque alguien nos está manipulando para que lo veamos así?
La estupidez como elección
Hasta ahora hemos analizado cómo la educación, la política y los medios moldean una sociedad que favorece la ignorancia sobre el pensamiento crítico. Pero hay una pregunta aún más retadora: ¿elegimos ser estúpidos?
Puede sonar absurdo, pero muchas veces optamos por no pensar demasiado. Nos refugiamos en ideas cómodas, en opiniones prestadas, en explicaciones simples para problemas complejos. Nos molesta que nos cuestionen nuestras creencias, incluso cuando sospechamos que podríamos estar equivocados.
Spinoza nos diría que los seres humanos no buscan la verdad, sino lo que les proporciona más placer o menos dolor. Pensar profundamente no es placentero. Desafiar nuestras creencias, cuestionar lo que nos han enseñado y admitir que hemos estado equivocados durante años es incómodo.
Es más fácil creer en mentiras reconfortantes que aceptar verdades incómodas. La religión, la política, el nacionalismo y las teorías de conspiración ofrecen estructuras mentales fáciles de seguir y que eliminan la necesidad de pensar demasiado.
¿Cómo podemos romper el ciclo?
Aquí enfrentamos un dilema interesante: si el sistema nos empuja hacia la ignorancia y nosotros mismos elegimos ser ignorantes por comodidad o miedo, ¿hay alguna manera de salir de este ciclo?
Spinoza nos daría una respuesta clara: solo a través del conocimiento verdadero. No de la opinión ni la creencia, sino del entendimiento profundo de las causas que nos determinan. Pero esto no es fácil. Romper con la estupidez requiere esfuerzo, valentía y la disposición de enfrentar verdades incómodas.
La pregunta final es: si realmente queremos escapar de la trampa de la estupidez, ¿por qué no lo hacemos?