Creencias que ciegan, creencias que liberan: el desafío interior para reconstruir a Colombia
En tiempos de incertidumbre, polarización y ansiedad colectiva, solemos buscar explicaciones afuera: en los políticos, en los medios, en la economía, en los poderes ocultos o en la corrupción que parece extenderse como un cáncer. Pero con menos frecuencia nos atrevemos a mirar hacia adentro. A ese territorio íntimo donde se alojan las creencias que filtran lo que vemos, condicionan lo que sentimos y determinan cómo actuamos.
Las creencias —personales y colectivas— son, quizá, la fuerza más subestimada en la vida social de una nación. No son simples opiniones ni ideas pasajeras: son lentes invisibles que seleccionan la información que aceptamos, moldean nuestras emociones y guían nuestras decisiones. En un entorno como el colombiano, donde las emociones oscuras —resentimiento, miedo, desconfianza, rabia— se han vuelto parte del paisaje, el papel de las creencias es aún más decisivo: pueden amplificar la polarización o abrir caminos hacia la cultura del cuidado y la cooperación.
En este blog propongo detenernos un momento para preguntarnos: ¿qué creencias están gobernando y limitando nuestra vida pública y privada?, ¿qué creencias necesitamos revisar para habilitar la construcción de un propósito superior que nos reúna como país?
1. Las creencias como filtros de la realidad
La mente humana nunca observa el mundo en bruto. Siempre interpone una narrativa previa, una suposición, una explicación. Vivimos atrapados en unos modelos mentales que no reconocemos fácilmente. No vemos “la realidad”: vemos nuestra versión de la realidad, la que nuestras creencias nos permiten procesar. Y difícilmente las cuestionamos.
Por eso dos personas, frente a los mismos hechos, llegan a conclusiones opuestas y sienten emociones radicalmente diferentes. A eso se suma otro fenómeno: en escenarios de polarización, las creencias se vuelven identidad, y cuando una creencia se convierte en identidad, ya no la defendemos con argumentos, sino con emociones. Así muere el diálogo, la conversación y nace la agresividad. Protegemos lo que creemos es nuestra identidad individual y colectiva.
En estos momentos, Colombia está viviendo esta realidad de manera dramática. Lo que pensamos del país, del gobierno, de los empresarios, de los jóvenes, de la Fuerza Pública o de los líderes políticos, no surge de un análisis sereno, sino de creencias acumuladas: algunas heredadas, otras inducidas, muchas nunca examinadas.
Las creencias son como un sistema operativo: si no lo actualizamos, empieza a fallar.
Y el problema se aumenta exponencialmente cuando buscamos juntarnos con personas que tienen creencias similares, dinámica que las convalida y refuerza. Es la razón de los silos de opinión habilitados por las redes sociales.
2. ¿Por qué es necesario revisar nuestras creencias?
Porque las creencias generan emociones, y las emociones guían comportamientos. Y hoy, en Colombia, las emociones están bloqueando las posibilidades de encuentro y generando comportamientos muy agresivos. Las personas con creencias diferentes son los enemigos a los que hay que destruir.
Cuando una creencia se instala como verdad absoluta (“todos los políticos son iguales”, “nadie en este país hace las cosas bien”, “Colombia es un país condenado”, “el otro bando es un enemigo”), esas creencias restringen nuestra mirada, erosionan la confianza y nos llevan a actuar desde el miedo o la impotencia.
Hay tres razones que hacen urgente revisar nuestras creencias:
a) Muchas de nuestras creencias ya no corresponden al país que somos
Seguimos interpretando la realidad con marcos mentales de otra época: Creencias autoritarias sobre el liderazgo. Creencias fatalistas sobre nuestra identidad colectiva. Creencias de desconfianza aprendida que nos impiden colaborar. Es como querer navegar el océano desconocido con mapas que no existen.
b) Las creencias generan estados emocionales duraderos
Una creencia pesimista produce miedo. Una creencia de impotencia produce resignación. Una creencia de rechazo produce agresividad. Por eso revisar las creencias no es un acto intelectual: es un acto emocional y ético.
c) Ninguna sociedad puede construir un propósito superior con creencias que se contradicen
Si creemos que “nada funciona”, ¿cómo esperar compromiso?. Si creemos que “todos los demás son corruptos”, ¿cómo construir confianza?.Si creemos que “Colombia está perdida”, ¿cómo pedirle a la gente que cuide algo que considera irrecuperable?. si creemos que las personas en condiciones de pobreza extrema no pueden cuidar de su comunidad, ¿ cómo construir una realidad colectiva?. Las la suma de las creencias individuales son la infraestructura mental invisible de un país. Sin revisar esa infraestructura, no habrá narrativa común posible.
3. Introducir este tema en una conversación nacional
Este es un punto crítico. Colombia necesita hablar de sus creencias sin vergüenza y sin miedo para hacerlas muy visibles y entender su impacto. Pero ¿cómo hacerlo para diferentes públicos y en diferentes escenarios, que permita una mejor comprensión colectiva?
Propongo tres caminos:
1. Convertirlo en una conversación sobre su impacto en el bienestar emocional, no sobre política
Nos dormimos con creencias y nos despertamos con ellas, determinan cómo trabajamos, cómo hablamos con nuestros hijos, cómo interpretamos la incertidumbre. Es decir: afectan el bienestar individual y colectivo cotidiano.
Esto abre la puerta a un diálogo más humano, menos ideológico.
2. Conectar el tema con ejemplos cotidianos
Las creencias se manifiestan en cosas simples: cómo tratamos al vecino, cómo manejamos el desacuerdo, cómo reaccionamos ante una norma, cómo interpretamos el trabajo colectivo.La conversación puede comenzar ahí, sin entrar de inmediato en las grandes discusiones nacionales.
3. Vincular el tema con el propósito superior que el país necesita
No se trata de revisar creencias por revisión psicológica: se trata de revisarlas porque sin una base compartida de creencias colectivas, ningún propósito nacional sobrevivirá. Y esta es precisamente la razón por la cual este tema conecta con la narrativa que hemos venido trabajando: Colombia es buena y vale la pena cuidarla.
4. ¿Qué tiene que ver esto con el movimiento Colombia es buena?
La premisa central del movimiento es que Colombia tiene un enorme potencial humano, social y cultural que ha sido opacado por narrativas negativas y por creencias que refuerzan la desesperanza.
Una creencia no revisada puede convertirse en un obstáculo para el cuidado colectivo. La creencia de que “nada va a cambiar” paraliza. La creencia de que “estamos solos” desmoviliza. La creencia de que “el otro es el problema” destruye puentes.
El movimiento promueve otra creencia fundamental:
Colombia sí puede reorientar su rumbo si activamos comunidades, liderazgos y redes que cuiden lo que tenemos y que reconstruyan lo que hemos perdido y saquen la mejor versión de los colombianos para avanzar como país.
Esta no es una creencia ingenua. Es una creencia productiva, fundada en experiencias reales que se evidencia en miles de iniciativas silenciosas que hay a lo largo y ancho de nuestro país, y que nuestras creencias limitantes no nos permiten ver. Pero ahí están. Solo hay que visibilizarlas, conectarlas y apoyarlas para activarlas al servicio de Colombia porque es buena y vale la pena cuidarla .
El país no va a cambiar con promesas que no se cumplen, o con discursos y reformas que no se implementan. El país cambia cuando una nueva creencia —esperanzadora, realista, movilizadora— se hace colectiva, y que permita habilitar una mentalidad distinta que facilite la posibilidad de los verdaderos cambios .
Lo que estás proponiendo con Colombia es buena, es cambiar el punto de partida psicológico y emocional desde el cual los colombianos interpretan su realidad.
5. Revisar creencias para recuperar la capacidad de encontrarnos
No habrá propósito nacional sin un proceso de introspección colectiva. Colombia necesita revisar sus creencias para:
- desactivar prejuicios, reinterpretar la incertidumbre, transformar la relación con la institucionalidad, recuperar la confianza básica, y habilitar la cooperación entre sectores históricamente desconectados.
Todo proceso de reconstrucción nacional empieza por un acto simple y profundo: preguntarnos si lo que creemos nos acerca o nos aleja del país que decimos querer.
6. Un llamado final
Este blog quiere abrir una puerta: la puerta de la reflexión interior como camino de transformación social. No podemos construir una narrativa común si cada uno está atrapado en creencias que lo separan del otro. No podemos construir un “nosotros” mientras cada quien defiende su mapa mental como si fuera la realidad misma. No podemos cuidar a Colombia si antes no revisamos lo que creemos sobre Colombia.
Las creencias pueden ser cárceles o pueden ser motores. En nuestras manos está decidir qué queremos que sean. El movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla no comienza en la calle ni en las instituciones: comienza en la conciencia de cada uno, en la disposición humilde de revisar nuestras creencias y permitir que una narrativa más generosa, más realista y más esperanzadora tome el lugar que hoy ocupan el miedo, la rabia o la indiferencia.
Si cambiamos las creencias que nos limitan, cambiaremos las emociones que nos bloquean.Y si cambian las emociones, cambiamos las decisiones. Y si cambian las decisiones, Colombia cambia.
Ese es el punto de partida. Ese es el camino
En un siguiente blog voy a mostrar algunas de las creencias limitantes que nos impiden avanzar y las creencias habilitantes que debemos instalar en la mente colectiva de la nación.
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