domingo, 9 de noviembre de 2025

Cuando las emosiones destruyen la democracia II Parte


En este blog continuo explorando el tema del papel de las pasiones y su impacto en la democracia. 
América Latina ha tenido dirigentes políticos que han sabido leer las heridas emocionales de sus pueblos… pero no para sanarlas, sino para convertirlas en munición y exacerbarlas. Desde el caudillismo decimonónico hasta el populismo contemporáneo, el estilo de liderazgo ha oscilado entre la exaltación sentimental y la manipulación emocional.

Lo que caracteriza a estos liderazgos negativos no es solo su tono altisonante o su desprecio por las normas, sino su capacidad para amplificar las emociones destructivas latentes en la sociedad: el resentimiento de los excluidos, la envidia de los frustrados, el deseo de venganza de los humillados.

Como afirma Brooks en un  artículo reciente en NY Times sobre el tema :

 “Si la democracia liberal fracasa, será porque una variedad de fuerzas han socavado los fundamentos emocionales de los que depende el liberalismo. Las pasiones oscuras conducen a la crueldad, la violencia y la desconfianza. Los palos y las piedras pueden romperte los huesos, pero las palabras que despiertan las pasiones oscuras pueden matarte”.

En Colombia, esta pedagogía emocional ha sido especialmente efectiva. Un país históricamente fracturado, con profundas desigualdades y ciclos de violencia, es terreno fértil para discursos que apelan a las pasiones más intensas, incluso si son destructivas. Petro, como Trump o Bolsonaro, ha sabido conectar emocionalmente con sectores que no se sienten escuchados por las élites tradicionales, pero en vez de canalizar esa emoción hacia el bien común, la ha instrumentalizado para profundizar divisiones.

Cuando el votante herido elige al líder herido

Una de las tesis más inquietantes del libro The Second Mountain, de David Brooks, es que muchos de los líderes actuales son reflejo de ciudadanos emocionalmente heridos. No llegan al poder por su lucidez, sino por su capacidad de representar simbólicamente las emociones colectivas de una sociedad fracturada. No lideran desde la serenidad, sino desde la rabia contenida.

Esto explica por qué votamos, a veces, por quienes menos parecen preparados para gobernar: porque representan mejor que nadie nuestras heridas. Porque logran que el malestar se sienta legítimo. Porque ofrecen una narrativa de redención emocional más que una propuesta política real.

La consecuencia es devastadora: líderes emocionales, pero inmaduros; populares, pero autoritarios; empáticos con la frustración, pero incapaces de construir esperanza. Líderes que, en vez de ayudar a sanar, profundizan la herida.

Por qué olvidamos que el mal también habita en nosotros?

Sintetizando las reflexiones de Brooks, durante décadas, la cultura occidental ha debilitado los marcos colectivos para comprender la lucha entre el bien y el mal dentro del ser humano. La religión, que solía ofrecer ese mapa interior, perdió su centralidad en la vida pública. A partir de la posguerra, se impuso una visión optimista de la naturaleza humana: el mal se ubicó afuera, en las estructuras sociales, no en el interior de las personas.

“La psicología moderna reemplazó al alma por la psique, y al pecado por los síntomas. La moralidad se privatizó: las escuelas abandonaron la formación ética y abrazaron la preparación técnica. Se alentó a las nuevas generaciones a “encontrar su propia verdad”, sin referentes ni tradiciones que los orientaran.

Este vacío formativo ha derivado en una ignorancia profunda sobre la condición humana. Vivimos expuestos a estímulos espirituales que elevan o degradan, pero somos ciegos al impacto moral cotidiano de lo que consumimos. Esta ceguera ha generado una ingenuidad peligrosa: ya no reconocemos las fuerzas oscuras que nos habitan, ni el daño que pueden causar cuando se desatan”.

¿Cómo salir de este espiral emocional destructivo?

La respuesta no es reprimir las emociones, ni mucho menos despreciarlas. La democracia necesita emoción. Pero necesita una emoción orientada hacia el bien común, capaz de sostener la esperanza incluso en medio del conflicto. 

Si se hiciera una encuesta sobre este tema, como lo hicieron en los Estados Unidos , seguramente se mostraría como la mayoría de la gente están agotados y hastiados por estas dinámicas de degradación moral y quieren una alternativa. Y esta no es combatir el fuego con el fuego como proponen dirigentes desde la extrema derecha en Colombia. Se necesita una dinámica de persuasión reflexiva para cambiar el rumbo de la nación. 

Hay muchos ejemplos en la historia contemporánea de verdaderos líderes que optaron por ese camino, uno de los cuales es emblemático: Nelson Mandela viene a la mente. Lejos de sucumbir a las pasiones oscuras, orientó su vida hacia una visión del bien. "Durante mi vida", dijo cerca del comienzo de su encarcelamiento, "he dedicado mi vida a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca, y he luchado contra la dominación negra. He apreciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades". 

También hay que reconocer que los seres humanos estamos conectados para dominar, pero también podemos acudir a las pasiones brillantes: los deseos de pertenencia, justicia, significado, comprensión y cuidado. “La vida moral es una lucha sobre qué partes de nosotros mismos desarrollaremos. El liderazgo político es una lucha sobre qué motivaciones desarrollará la sociedad”.

David Brooks propone una “revolución emocional que comience por el carácter”. Una ciudadanía madura, emocionalmente inteligente, que pueda disentir sin odiar, frustrarse sin destruir, competir sin humillar. Una ciudadanía que no busque líderes que exacerben su malestar, sino que inspiren su crecimiento.

Para eso, es indispensable recuperar las narrativas que emocionen desde la construcción, no desde el resentimiento. Movimientos como Colombia es buena vale la pena cuidarla precisamente tienen su fundamento en narrativas de cuidado, de colaboración improbable, de comunidades que reconstruyen confianza. Voces que, sin negar el dolor, sepan también convocar la esperanza. 

Galston, que es un teórico político, revive la antigua tradición que enfatiza que el discurso y la retórica tienen un tremendo poder para despertar o suprimir estas pasiones. Cuando elegimos a nuestros líderes, no solo elegimos un conjunto de políticas, sino la ecología moral que crean con sus palabras.


Em  medio de la crisis emocional que tenemos, la propuesta del movimiento Colombia es buena vale la pena cuidarla propone a nuestro país  como un laboratorio emocional de la democracia y de transformación democrática. No por tener menos problemas que otros países, sino porque —justamente por la profundidad de sus heridas— tiene la oportunidad de proponer un camino distinto.

El movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla es un ejemplo de esa apuesta. Su narrativa no niega el malestar, pero no se instala en él. Reconoce las pasiones oscuras, pero apuesta por las emociones luminosas. Invita a cuidar, en vez de destruir. A sumar, en vez de dividir.

La clave está en construir una cultura política emocionalmente más adulta. Una ciudadanía que no necesite redentores, sino que se reencuentre con su poder colectivo y se apropie de “la cultura del cuidado” . Que no se mueva solo por la rabia, sino también por el amor. Que no elija líderes que la representen en su peor versión, sino que la inviten a su mejor posibilidad.

Conclusión: reencantar la democracia desde el alma

Las democracias no se salvan solo con reformas institucionales. Se salvan cuando vuelven a enamorar. Cuando despiertan el deseo de pertenecer. Cuando emocionan por su capacidad de incluir, proteger, inspirar.

Pero ese esto exige un trabajo emocional profundo: individual y colectivo. Hay que sanar las heridas, dignificar el disenso, promover una ética del cuidado. Hay que reeducar las emociones políticas.

Brooks propone: 


“Solo añadiría que para reprimir las pasiones oscuras y despertar las buenas, los líderes necesitan crear condiciones en las que las personas puedan experimentar la movilidad social. Como los filósofos han entendido durante mucho tiempo, el antídoto para el miedo no es el coraje; es la esperanza. Si la gente siente que sus vidas y su sociedad están estancadas, lucharán como escorpiones en un frasco. Pero si sienten que personalmente están progresando hacia algo mejor, que su sociedad también lo hace, tendrán un sentido ampliado de la agencia, sus motivaciones estarán orientadas hacia aprovechar alguna oportunidad maravillosa, y esas son buenas motivaciones para tener”.


La democracia, al fin y al cabo, es también una travesía del alma. Y como toda travesía, puede perderse en la oscuridad… o encontrar la luz. Depende de las emociones que escojamos cultivar.

Hoy, más que nunca, necesitamos una democracia que emocione sin dividir, que conmueva sin manipular, que inspire sin excluir. Una democracia que no tema las pasiones, pero que sepa transformarlas. Que convierta la emoción en comunidad, y la razón en esperanza.


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