Me llamó mucho la atención los comentarios que me hicieron en el blog pasado, así como los que recibí personalmente. Mencionaba hace una semana que teníamos un problema serio en nuestra cultura política, y hoy reafirmo que este es una de las grandes llagas de nuestra sociedad.
El tema tiene varias facetas. La primera de ellas es la de la intolerancia a las opiniones de los demás. Especialmente, el problema se vuelve mas preocupante cuando hay reacciones, francamente descalificadoras, a las opiniones hechas con franqueza, pero con altura. Por esta razón, no es de extrañar que comentaristas muy leídos como Daniel Pizano, hayan resuelto no poner su correo electrónico al final de sus artículos, para ahorrarse el tener que leer comentarios insultantes, o desobligantes, hechos por personas que ni siquiera saben escribir.
En mi caso, me llamó la atención la reacción de una persona al blog anterior. Por tratar, con la franqueza de siempre, lo que pienso con relación a la responsabilidad de los políticos, como es el caso de Uribe, este lector me descalificó. En lugar de dar sus razones para no estar de acuerdo con mis opiniones expresadas en el blog, afirma que los viajes que hago al exterior, deben de ser el resultado de negocios oscuros en los que seguramenre estoy envuelto. Nada que ver con el tema de fondo que trato de exponer . A mi me hubiera encantado que hubiera expresado unas opiniones diferentes a las mías, sin embargo, buscó el camino mas fácil de hacer un juicio de valor bastante temerario sobre mi. Afortunadamente este comentario corresponde a una minoría de personas que reaccionan a lo que yo escribo semanalmente en mi blog de semana.com.
En otras oportunidades que he tenido comentarios desobligantes, o insultantes, he tomado la decisión de no hacer referencia a ellos por obvias razones. Sin embargo, en este caso, quiero tomarlo como un ejemplo de lo que no debería estar pasando en nuestro país. Y paso a explicarme, porque este tipo de reflexiones hoy están ausentes en los medios de comunicación.
Nos hemos acostumbrado tanto a presenciar el espectáculo bochornoso de la descalificación sistemática del otro, que ya este tipo de comportamiento lo hemos incorporado como parte de nuestra cultura, no solo política sino también en general. Y el problema de esta intolerancia, se ve reflejado en los niveles de violencia que se respiran en muchas esferas de nuestra sociedad.
En Colombia se perdió, si es que alguna vez la tuvimos, la capacidad de poder generar debates alrededor de las ideas. No existen los espacios para enseñar a la gente a debatir de manera sana, sin convertir las diferencias de opiniones en ataques personales y juicios de valor temerarios. Un buen ejemplo es el caso al que me he referido de la semana pasada.
Y lo que es peor, se demuestra una absoluta incapacidad de escuchar con respeto las opiniones del otro. Por estar tan concentrados en convertir un debate de ideas en un espacio de ataque personal, simplemente no importa lo que diga la otra persona. Los intercambios de ideas se vuelven batallas sangrientas entre gladiadores, donde al final, debe haber un vencedor y un vencido.
Posiblemente, por tener esta sordera cognitiva tan marcada, muchas veces no nos damos cuenta que hay muchos mas puntos de encuentro, que las diferencia que nos pueden separar. Tampoco nos percatamos que, en un mundo cada vez mas complejo no existe una sola verdad, sino la interpretación que cada persona hace de su propia realidad.
En cambio, en nuestra cultura brilla por su ausencia la curiosidad creativa, que genere mas preguntas que juicios de valor y afirmaciones sin fundamento. En las reuniones de trabajo, familiares o en los grandes debates públicos, no hay la capacidad de generar preguntas retantes e incisivas. Como consecuencia, se produce un circulo vicioso donde lo que importa es ganar la batalla de los egos, y no construir a partir de la diversidad de las opiniones con el otro. El resultado: todos pierden en el proceso.
Esta dinámica perversa, explica el porqué a los colombianos nos cuesta tanto negociar. También, el porqué en este país, no es fácil construir acuerdos sobre temas fundamentales de nuestra realidad nacional. Igualmente se explica, la dificultad tan grande que tenemos para poder colaborar.
En las culturas avanzadas, donde hay una gran capacidad de innovación, se busca configurar equipos de trabajo, con puntos de vista muy diversos. El respeto a la diversidad es uno de los valores claves, porque de esto depende que surjan soluciones mucho mas productivas. En estos ambientes, hay la capacidad de separar a las personas de sus ideas y por lo tanto, es mucho mas fácil negociar para poder construir a partir de las diferencias.
Hay que hacer una distinción fundamental entre colaborar y cooperar. Para tener una actitud colaborativa se necesita ponerse de acuerdo con otros, sobre propósitos comunes que trasciendan los intereses particulares, para lograr trabajar en el largo plazo y de manera mas inteligente, para resolver los problemas complejos de una comunidad o de una sociedad. Mientras que para cooperar, no se necesita tener un propósito común sino la necesidad de contar con el apoyo temporal de alguien, para que posteriormente cada uno siga su propio camino.
Y volviendo a nuestro caso en Colombia. En lugar de buscar un punto de encuentro gana- gana, haciendo claridad donde hay diferencias y como estas se pueden manejar, logramos muchas veces lo imposible: que todos terminen perdiendo y generando heridas muy difíciles de subsanar.
Si nos ponemos a pensar, la mayoría de los problemas que se producen en las relaciones humanas, se deben a las dinámicas descritas anteriormente. Un lugar común es atribuir el tema a " la falta de comunicación". Sin embargo, como la dinámica no es conversarle en nuestra sociedad, y por lo tanto no es visible, sus consecuencias se ven reflejadas en actos de violencia verbal o física, porque estos se ven como los únicos mecanismos de expresión de las diferencias entre las personas.
Hoy vemos ejemplos por doquier de la problemática descrita. A nivel de las familias, las agresiones entre esposos y con los hijos son lamentablemente el pan de cada día. Esta dinámica se lleva a las escuelas y colegios, donde el proceso educativo la refuerza de manera lamentable. Y a nivel de los comportamientos entre los políticos, desafortunadamente, estamos viviendo un momento muy delicado que, algunos comentaristas los aceptan bajo el pretexto de que estamos en una país democrático, donde se pueden expresar las de ideas libremente. Sin embargo, cuando el proceso se ha construido sobre la descalificación y la agresión, el resultado es una cultura mas propensa a los actos violentos, como únicos medios de épsilon.
Para la muestra un botón. Hoy vemos a un expresidente botando veneno todos los días a través de sus twitters. En este caso, la tecnología, comprime los debates de ideas a 140 palabras, que vuelven, lo que debería de ser un debate serio sobre los temas fundamentales del país, en un monólogo de sordos. Como en la época del Circo Romano, Uribe es seguido por miles de personas, que morbosamente le acolitan estas dinámicas destructivas, pero que en nada contribuyen a ilustrar o formar una opinión pública mas informada.
Y para rematar, los medios de comunicación, amplifican como cajas de resonancia el tema, y comprimen todavía más los comentarios en notas de 30 segundos en la TV. Por esta razón, cambiamos los programas de opinión y de debates serios, por los reality shows, las telenovelas o los noticieros descontextualizados de la realidad nacional.
Yo creo que temas como los que he tratado en este blog y en el anterior, demuestran con claridad que en Colombia tenemos que abrir mas espacios de opinión, donde se muestre, cómo es posible construir colectivamente, a pesar de la diversidad y las diferencias de opinión. Y por esta razón afirmo, sin que me tiemble la mano, que en nuestro país se necesita, una nueva generación de líderes, que sean capaces de enmarcar las conversaciones relevantes que el país urgentemente necesita, alrededor de una nueva cultura politica y social. La solución a nuestros grandes problemas, que como lastre histórico, nos impiden abordar los retos del siglo XXI, necesariamente deben de pasar por enfrentar esta realidad. Y en ella el proceso educativo va a jugar cada vez mas una papel fundamental.
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