viernes, 3 de enero de 2014

El cáncer de la corrupcion

Cuando se miran los indicadores de competitividad a nivel mundial para el 2013,  no es una casualidad que los países que van a la cabeza, como Suiza, Finlandia, Alemania, Suecia, Holanda, y Singapur, tengan indicadores muy altos por la facilidad con la que se pueden hacer los negocios, la transparencia de sus instituciones y el nivel de confianza que inspira la aplicación de sus sistemas regulatorios. Las sociedades de estos países, tienen muy baja tolerancia a los actos de corrupción, y tienen mecanismos efectivos, para aumentar significativamente los costos, para quienes son encontrados culpables de estos hechos.

En estos países hay una alianza poderosa, entre un sistema judicial eficiente, y la capacidad de sanción social. Las dos operan en tándem, como unos anticuerpos, contra los comportamientos que le hacen daño a la sociedad. Esto genera credibilidad en las instituciones y abre la puerta para la inversión, el crecimiento y el desarrollo, en beneficio de todos.

En el caso de Singapur, que tuve la oportunidad de visitar recientemente, me impresionó el énfasis que le hacen a la transparencia y cero tolerancia a la corrupción, como pre requisito para atraer la inversión extranjera de manera sostenida. Para garantizar que se cumpla esta estrategia, pagan salarios superiores al sector privado, lo que les permite tener el mejor talento en el manejo del Estado. El contraste con nuestras situación en Colombia no puede ser más grande, veamos.



En el informe presentado recientemente por parte del Concejo Privado de Competitividad, donde se analizan los diferentes factores que hoy son un freno para el desarrollo de nuestro país, se muestra que ocupamos el lugar 130 entre 144 países evaluados en relación al tema de la corrupción en el Índice de Competitividad Global del Banco Mundial. Este dato frío es escalofriante, especialmente cuando se analiza su impacto sistémico en el funcionamiento de la sociedad.

Pero aún más grave, en el mismo índice, ocupamos el puesto 112 ente 144 en relación al comportamiento ético de las empresas privadas. En el Anuario de Competitividad Mundial del 2012, ocupamos el lugar 48 de 59 países en las prácticas éticas, por parte del sector privado. Estos lamentables resultados nos muestran que el problema de la corrupción no es sólo  un fenómeno del sector público en Colombia. ¿Qué le está pasando a nuestra sociedad ?

No creo equivocarme al afirmar que, este problema es el más grande reto que tenemos los colombianos hacia el futuro, porque involucra temas profundos en relación a cómo nos vemos y actuamos como sociedad. Michael Porter hizo hace muchos años un comentario que lo traigo a colación de este tema: "hacer visible lo invisible para hacer conversable lo inconversable". Por esta razón, es absolutamente indispensable hacer cada vez más visible este fenómeno, para volverlo el centro de un gran debate nacional.

Para comenzar estas reflexiones, sobre el impacto que tiene el fenómeno de la corrupción hoy en día en Colombia, me parece fundamental homologar el significado de este término. De acuerdo a la definición que encontré en el diccionario, por corrupción se entiende el comportamiento deshonesto o ilegal de gente poderosa. Y las palabras sinónimas que la acompañan: descomposición, putrefacción, falla del sistema en su funcionamiento.

Quisiera subrayar en primera instancia, el hecho de que la corrupción, corresponde a un comportamiento deshonesto. En otras palabras, significa una manera de actuar, condicionada por la ausencia de un valor fundamental: la honestidad. También, por el abuso del poder por parte de personas  que están en posición de decidir. Por esta razón, es que cada vez más, asociamos el fenómeno de la corrupción a un tema cultural, y su relación con la escala de valores de los individuos dentro de una sociedad.

Pero si también nos fijamos en los sinónimos, es bien interesante resaltar que estos se refieren a los procesos que alteran negativamente el funcionamiento de un sistema social. Cuando estos procesos permean de manera profunda a una comunidad, pueden comprometer gravemente su sostenibilidad. La razón: se mina la confianza de sus miembros en relación a la transparencia, con la cual actúan las personas que tienen el poder de tomar decisiones, que afectan los intereses de otros.

El costo de la descomposición que produce la corrupción en una sociedad es enorme. Veamos un ejemplo muy doloroso, como es el caso de lo acontecido en la ciudad de Bogotá, durante las administraciones de Lucho Garzón y Samuel Moreno. Según un estudio realizado por la unidad investigativa de Semana, presentado hace unos meses sobre este tema, mostraba que las coimas del 10%  del Cartel de la Contratación, que se montó con niveles de sofisticación increíbles, le pudieron costar a la ciudad más de $900,000 millones !!!. Posiblemente el verdadero monto del desangre nunca se sabrá.

Pero si el costo económico es enorme, hay otras facetas del problema que son igualmente alarmantes. El tema caló tan hondo, que coptó  completamente las entidades de control, supuestamente encargadas de evitar estos desmanes. El Personero y el Contralor distrital hoy están en la cárcel. Pero aún peor, más de quince concejales, de diferentes partidos, hoy están bajo la lupa por su participación activa, en el desangre de la ciudad.

El Concejo, como el órgano más importante de control político, fracasó de manera aterradora. Y los partidos políticos, fueron cómplices de esta gran rapiña, sin antecedentes en la historia de nuestra capital.  En resumen, todos estos hechos, pusieron en entredicho el andamiaje institucional de controles y balances, que son fundamentales para el buen gobierno de una ciudad.

Otro efecto adicional, igualmente perverso, afectó de manera profunda el desarrollo de Bogotá. Contratar con el gobierno local tenía sólo una posibilidad: estar dispuesto a pagar la comisión del 10% al funcionario encargado. Entidades vitales para el funcionamiento de la ciudad, como el IDU y la Secretaria de Salud, "fueron literalmente tomadas a saco, como en las épocas de los corsarios", por contratistas y funcionarios corruptos. Esto le abrió la puerta a personas, no sólo deshonestas, sino incompetentes para la ejecución de los proyectos. Las firmas responsables, serias y profesionales, quedaron por fuera de los procesos licitatorios arreglados previamente. Bogotá se llenó de contratos a medio realizar, innumerables demandas, y una ciudadanía apática, desconfiada y tremendamente afectada, en su calidad de vida.

Como se puede observar en este lamentable ejemplo de  corrupción, que tristemente no es único en el panorama nacional, el costo que está pagando Bogotá es enorme en términos de recursos, tiempo perdido para su desarrollo, desbarajuste institucional y de gestión pública. La buena imagen que dejaron Mockus y Peñalosa, hoy sólo es una sombra del pasado y de un futuro que lo que hubiéramos podido ser. Y para rematar, por la indiferencia de la mayoría, elegimos a un alcalde incompetente que había pertenecido al partido que saqueó a Bogotá !!!. Por esto  recuerdo el dicho popular: "al que no quiere caldo, se le dan dos tazas" .

Pero si todo lo anterior es muy grave, hay un aspecto que es el que a mi personalmente más me preocupa: el tipo de cultura que el fenómeno ha venido generando en la sociedad colombiana. De hecho, la cultura mafiosa, producto de la descomposición, y podredumbre que introdujo el negocio del narcotráfico desde mediados de los 70, es la responsable  de la relativización de situaciones tan graves, como las protagonizadas por Moreno y su combo de Ali Baba y los cuarenta ladrones criollos.

Por lo anterior, hoy hay una aceptación implícita y casi fatalista del fenómeno , que se ve reflejada en la incorporación de algunos dichos en el lenguaje popular. Es tan preocupante este proceso de degradación en la escala de valores de la sociedad,  que ha llegado al  punto  que se volvió transparente y ya no nos damos cuenta de la gravedad del problema.

Ejemplos de lo anterior abundan. Pero quiero referirme a un caso del nivel de distorsión al que estamos llegando. Un par de jovencitos se encuentran un maletín en el colegio con una buena suma de dinero. Uno de ellos convence al otro de que se queden con el contenido y lo devuelvan vacío. El tema se descubre y lo interesante de este caso es la reacción de los padres de familia comprometidos.

Mientras los papas de uno de los jóvenes lo reprenden fuertemente por lo sucedido, y lo obligan a pedir disculpas en publico, los papas del otro joven, se disgustan contra el colegio por la manera de proceder. En este ejemplo, encontramos el nivel de confusión que existe en muchas personas de la sociedad colombiana, en cuanto a los comportamientos esperados de sus hijos, en función de una escala de valores que debería ser clara, pero que no lo es. ¿Qué se pude esperar en el futuro del muchacho que no recibió la sanción ejemplar de sus padres?. ¿Nos debemos sorprender de los Interbolsas que aparecen como titulares de los periódicos todos los días?

El punto que quisiera resaltar es el siguiente. Además de buenas instituciones, un ambiente regulatorio confiable, serio y transparente que se quisiera tener, se necesita una cultura en la sociedad que le de el sustento adecuado. ¿Qué sacamos con tener las mejores intensiones, plasmadas en una Constitución y las leyes que de ella se derivan, si las personas encargadas de aplicarlas son deshonestas, convencidas de que el fin justifica los medios y que el "vivo se come al bobo",  como principio general de comportamiento social?. En este caso, es válido afirmar que se están corrompiendo los fundamentos mismos de la sociedad.

Los hechos recientes de corrupción en las Altas Cortes son una alarma del nivel de descomposición social al que hemos llegado.  El caso del magistrado, que negociaba el traslado de personas acusadas de falsos positivos de la justicia civil a la militar, es un ejemplo gravísimo que compromete a uno de los órganos vitales para el buen funcionamiento de una sociedad, como es el de la Justicia. Como lo mencionaba un editorial del Espectador sobre este tema: "donde un elemento tan fundamental como la justicia es vendido (u ofrecido) al mejor postor como si se tratara de un bulto de arroz y no de un derecho".

Esta cultura corrupta y mafiosa, que hoy invade como un cáncer a la sociedad colombiana, tiene otro costo monumental: la desconfianza generalizada. La confianza no sólo es una palabra, representa un valor central en la construcción del capital social de una nación. Como bien lo señalaba Francis Fukuyama, en su libro "Trust",  este es el lubricante esencial que le permite a una sociedad funcionar. Cuando esta no existe, o se debilita mucho, su efecto es desbastador en términos de los costos de transacción. Esto explica el porque somos tan adeptos a los trámites enredados, que hacen miserable la vida de los ciudadanos y estimulan la corrupción en general.

El fenómeno de la desconfianza, también  se evidencia hoy en día de manera dramática en el desafortunado desempeño de las entidades de control y de acción judicial. Me refiero al bochornoso espectáculo, y pésimo ejemplo, que están dando la Contraloría, la Procuraduría y la Fiscalía   a nivel nacional. No sólo son muy graves los enfrentamientos entre estas ramas del poder público, sino que sus actuaciones, bajo la presunción de que todo funcionario es corrupto, tiene paralizado el funcionamiento del estado colombiano.

El nivel de riesgo que hoy está dispuesto a correr una persona honesta,  en un puesto público, es cero. La posibilidad de contar con las personas más preparadas en cargos públicos, como es el caso en Singapur, es cada vez menor. Mientras que los deshonestos, incapaces y corruptos, ya aprendieron que los beneficios son mayores que los riesgos, y se han vuelto unos artistas en esquilmar al Estado trabajando a su interior.

La posibilidad de que estas personas sean sancionadas es muy pequeña, cuando se compara con los réditos que se pueden obtener. Un ejemplo de lo anterior, se vio recientemente en el caso de una mafia al interior de la DIAN, creada para robar recursos de erario público. En este caso, la cabecilla responsable, parece que va a salir impune de robo cometido. Ejemplos como este, estimulan el proceso de degradación que hoy se vive en muchas entidades públicas .

Y lo grave de todo lo anterior, desde el punto de vista cultural, es la pasividad e indiferencia que se observa por parte de la gente. Lo que hubiera sido motivo de grandes protestas y movilizaciones, en países donde la sanción social si opera, en nuestro medio es sólo parte del paisaje. Esta degradación nos ha llevado a aceptar lo inaceptable. Masacres como las que han bañado con sangre diferentes lugares de la geografía nacional, no ameritan ya ni un titular de primera página en los periódicos. Definitivamente, hemos llegado muy bajo en los niveles de descomposición social, donde la corrupción es sólo una de sus manifestaciones más visibles.

Para ser competitivos e innovadores en el escenario mundial, países como el nuestro, tienen que construir una cultura donde la transparencia, la confianza y el poder asumir riesgos, sean rasgos fundamentales, como hoy se observan en las naciones más avanzadas. Mientras no entendamos la importancia estratégica de esta conversación para el futuro de nuestro país, es como querer ganar el campeonato mundial de los pesos pesados, pero con las manos atadas en la espalda. Como tal, debería ser tema fundamental de las campañas políticas que se avecinan. Especialmente, por el efecto Uribe en el proceso, donde su gobierno no fue precisamente el mejor ejemplo o modelo de rol, para la sociedad. Y sin embargo, estamos tan confundidos en Colombia, que sus comportamientos los premiamos con altos niveles de popularidad. Definitivamente no estamos entendiendo el problema....!!!!




2 comentarios:

  1. Muy cierto, triste, desesperanzador y valioso lo comentado en el articulo. Lamentablemente, este, se empobrece, pierde credibilidad y se desobjetiviza, al ser politizado en su final.
    El tema, su solución y su importancia debe superar pasiones políticas personales.

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  2. Muy cierto, triste, desesperanzador y valioso lo comentado en el articulo. Lamentablemente, este, se empobrece, pierde credibilidad y pierde objetividad al ser politizado en su final.
    El tema, su solución y su importancia debe superar pasiones políticas personales.

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