Cuando lo correcto y lo incorrecto se volvieron asuntos privados: La privatización de la moralidad y su impacto en la crisis relacional
En el blog anterior introduje los temas de la moralidad, la ética y la cultura , y su importancia para entender lo que nos está pasando en la actualidad. Debido a la acogida y el interés que tuvo mi artículo, en este blog voy a seguir profundizándo mis reflexiones sobre estos temas que son críticos. El gran vacío que hay, esta generando muchísima desorientación y evidenciando la necesidad de mejorar su comprensión e impacto en nuestras vidas personales y colectivas .
Por esta razón, quiero poner la luz en la tendencia de convertir la moral en un asunto exclusivamente personal. Me parece importante mostrar cómo ha debilitado los cimientos de la vida social., así como los efectos que ha producido sobre la confianza interpersonal, la convivencia, la educación y el liderazgo, y por qué necesitamos recuperar un orden moral compartido que haga posible reconstruir la vida colectiva. Este es un tema vital para entender el momento histórico que estamos viviendo.
Recordemos que la moral es el conjunto de principios, normas y valores que orientan nuestras acciones y nos permiten distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. La moralidad, por su parte, es la vivencia y aplicación práctica de esos principios en la vida cotidiana, tanto a nivel individual como colectivo.
En toda sociedad, la moralidad compartida cumple una función fundamental: establece un marco común de referencia que regula las relaciones humanas, facilita la confianza entre desconocidos y permite la convivencia. Sin este tejido ético común, se debilita la cohesión social, se erosiona la confianza mutua y se vuelve más difícil cooperar, resolver conflictos y construir un proyecto común..
La moral, entonces, no es un capricho, o una carga impuesta desde fuera, sino una base segura que permite que las personas se atrevan a explorar, crear, convivir y construir. Sin ella, como lo veremos en este blog, lo que se pierde no es solo el rumbo, sino también la posibilidad misma de caminar juntos. Así de simple pero profundo es el tema
Vivimos una época marcada por una profunda crisis de confianza y cohesión social. El tejido invisible que une a las personas en una sociedad —la confianza que permite los acuerdos compartidos sobre lo correcto y lo incorrecto, y una noción común de lo que es vivir juntos— se está destruyendo. Esta ruptura, cada vez más visible en nuestras comunidades, no es solo consecuencia de tensiones políticas o desigualdades económicas. Hay una causa más profunda, más difícil de nombrar y enfrentar: la privatización de la moralidad.
1. La vida como una exploración desde una base segura
La vida humana es una serie de exploraciones desde lo que los psicólogos llaman una “base segura”. Esto aplica en la infancia cuando el niño se aventura a explorar el mundo sabiendo que puede regresar a los brazos de sus padres. Pero también aplica en la vida adulta. Todos necesitamos esa base segura que nos permita atrevernos, salir, fracasar, volver a intentar. Esa base está compuesta por instituciones, vínculos, relaciones y valores que nos anclan y nos orientan.
Esa base segura, en el pasado, incluía a la familia, la comunidad, la escuela, pero también un orden moral compartido en una comunidad. Una brújula colectiva que distinguía lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto. Un conjunto de normas explícitas o implícitas que hacían posible convivir, incluso en la diversidad.
2. El orden moral compartido y su poder cohesionador
Ese orden moral no era arbitrario. Tenía una fuerza que lo hacía poderoso, inspirador, incluso transformador. Fue el que sustentó movimientos como el de Martin Luther King Jr., quien apeló a “las leyes escritas en el tejido del universo”. Su lucha contra la esclavitud y la segregación no fue solo política, fue también moral: lo que estaba mal, estaba mal universalmente. No era una cuestión de gusto o conveniencia.
Compartir ese orden moral era esencial para sostener la confianza social. Confiamos en los demás no solo porque los conocemos, sino porque creemos que hay un conjunto de acuerdos —explícitos e implícitos— sobre lo que se debe hacer, cómo comportarse, cómo resolver conflictos. Esta confianza es lo que hace posible desde cruzar una calle hasta construir una nación.
3. La privatización de la moral: cuando cada uno define su verdad
En las últimas décadas, especialmente a partir de las revoluciones culturales de los años 60 y 70, se instaló un nuevo paradigma educativo y cultural: cada persona debía encontrar su propia moralidad, construir sus propios valores, “ser fiel a sí mismo”. Aunque esta idea partía de un impulso de libertad y autenticidad, terminó erosionando el sentido de comunidad moral.
Los sistemas educativos comenzaron a evitar hablar de “bien” y “mal” como categorías objetivas. En cambio, se fomentó una ética basada en el sentimiento individual, en la auto expresión, en la validación personal. La sociedad se volvió más tolerante, sí, pero también más ambigua. Como dijo el columnista Walter Lippmann en los años 50: “Estamos entrando en un mundo donde lo que está bien o mal es una cuestión de sentimiento personal”.
El resultado fue que la moral se privatizó. Lo que antes era compartido ahora es subjetivo. Lo que antes generaba acuerdos ahora provoca desencuentros. Y lo que antes sostenía la confianza social, ahora la diluye.
4. Las consecuencias de vivir sin una base moral común
Cuando no existe un orden moral compartido, la sociedad entra en crisis. La pérdida de confianza no es solo interpersonal: se extiende a las instituciones, al Estado, al mercado, a las comunidades. Se rompe la posibilidad de la “sociabilidad espontánea”, ese tipo de interacción fluida que permite cooperar sin necesidad de contratos o vigilancia. Su impacto afecta múltiples dimensiones en una sociedad.
Por ejemplo, en el mundo de los negocios, esta falta de confianza encarece todo: se requieren más garantías, más controles, más tiempo, más desgaste y costos innecesarios. En la vida pública, aumenta la polarización, la desconfianza hacia los líderes, el escepticismo hacia las normas, las instituciones. Y en el extremo, como sucede hoy, se cuestiona la validez de la misma democracia. En la vida cotidiana, florecen la sospecha, el cinismo, la fragmentación, y la fractura de la célula básica de una sociedad: la familia
El problema es mucho más grave , cuando la persona que debe de representar y unir a una comunidad, su moralidad personal refuerza la destrucción de la moralidad colectiva. Este es el caso de Petro en Colombia y Trump en los Estados Unidos.
Cuando esta dinámica se desmadra, no hay normas morales compartidas ni siquiera para transitar por la calle o para respetar un semáforo. Cada uno interpreta las reglas a su manera, según su “verdad”. El resultado es el caos social, pero también un gran malestar personal. Porque vivir sin una base segura, sin un suelo moral común, es vivir en constante incertidumbre y angustia.
5. La responsabilidad del sistema educativo
La escuela, tradicionalmente uno de los pilares de la transmisión moral, renunció hace tiempo y en muchos casos, a esa función. En nombre de la autonomía individual, se evitó enseñar principios, límites, jerarquías éticas. El manual de Carreño pasó al olvido. Se privilegió la libertad sobre la responsabilidad, la auto expresión sobre el bien común, la diversidad sobre la cohesión social .
El resultado no ha sido más libertad, sino más confusión. Porque no todos tienen la capacidad de formular una ética personal robusta. Como ironizaba David Brooks, comentarista del NY Times, en una intervención que le escuché recientemente, “si usted es Aristóteles, posiblemente lo puede hacer. Pero en la realidad, muy poca gente tiene esa capacidad”.
Necesitamos recuperar el valor de formar conciencia, no solo conocimiento. Y de la primera, se deriva el sentido de una identidad común y compartida que le da sentido a la vida. Educar no es solo enseñar a pensar, es también enseñar a discernir con criterios, a elegir, a convivir como ciudadanos en una sociedad .
6. Hacia un nuevo consenso moral
El reto no es volver a una moral autoritaria o rígida. No se trata de imponer un dogma. Pero sí de recuperar la idea de que hay principios universales que sostienen la dignidad humana, la justicia, la convivencia. Que hay límites éticos que no deben ser cruzados. Que hay acuerdos morales que deben ser apropiados colectivamente y reconstruidos cuando no los hay.
Esto implica una tarea educativa, cultural, política y espiritual. Implica formar líderes que no solo gestionen, sino que encarnen principios. Implica reconstruir el tejido comunitario, recuperar la confianza, volver a hablar de lo que es bueno, justo y verdadero. Y sobre todo, implica reconocer que el deterioro moral no es un asunto privado, sino un problema público que nos está afectando a todos. Y todo lo anterior es un inmenso reto adaptativo que confrontamos individual y colectivamente como sociedad. Ver blogs anteriores sobre este tema.
Conclusión: la base segura que necesitamos reconstruir
La privatización de la moralidad ha producido una sociedad frágil, insegura, desconfiada. Nos ha dejado sin base segura para atrevernos, sin suelo común para convivir. Recuperar un orden moral compartido no es un capricho producto de la nostalgia, es una imperiosa necesidad. Y hay que hacerlo de forma muy explícita, pero va a requerir de un monumental esfuerzo pedagógico colectivo e individual.
Para hacerlo, se necesita proponer y desarrollar una nueva conversación nacional sobre lo que nos une, sobre los valores que deben guiar nuestras decisiones y nuestras relaciones. No para uniformar, sino para cohesionarnos. No para imponer, sino para inspirar. No para limitar la libertad, sino para darle un propósito y un sentido a nuestras vidas.
Como ciudadanos, como líderes, como educadores, tenemos la responsabilidad de construir una nueva cultura que facilite unas relaciones más fluidas y productivas . Porque sin ellas , no hay confianza. Y sin confianza, no hay sociedad.
¿Llamado a la acción: ¿Cómo reconstruimos juntos un nuevo pacto moral?
Lac reflexión de este blog no busca cerrar una conversación, sino abrirla. Los invito a sumarse a este esfuerzo colectivo por recuperar un orden moral compartido que fortalezca la confianza, la convivencia y el bien común. En el próximo blog, quiero focalizar las reflexiones relacionadas con estos temas en la Colombia de hoy.
Mientras tanto le dejo al lector unas sencillas preguntas:
¿Qué principios considera usted esenciales para reconstruir una base ética común?
¿Cómo podemos formar y promover líderes que encarnen y transmitan valores universales en nuestras comunidades?
¿Qué rol deben jugar la educación, la cultura y la empresa en este desafío?