sábado, 7 de junio de 2025

 


Cuando lo correcto y lo incorrecto se volvieron asuntos privados: La privatización de la moralidad y su impacto en la crisis relacional

En el blog anterior introduje los temas de la moralidad, la ética y la cultura , y su importancia para entender lo que nos está pasando en la actualidad. Debido a la acogida y el interés que tuvo mi artículo, en este blog voy a seguir  profundizándo mis reflexiones sobre estos temas que son  críticos. El gran vacío que hay, esta generando muchísima desorientación y evidenciando la necesidad de mejorar su comprensión  e impacto en nuestras vidas personales y colectivas  .

Por esta razón,  quiero poner la luz  en la tendencia de convertir la moral en un asunto exclusivamente personal.  Me parece importante mostrar cómo ha debilitado los cimientos de la vida social., así como los  efectos que ha producido sobre la confianza interpersonal, la convivencia, la educación y el liderazgo, y por qué necesitamos recuperar un orden moral compartido que haga posible reconstruir la vida colectiva. Este es un tema vital para entender el momento histórico que estamos viviendo. 

Recordemos que la moral es el conjunto de principios, normas y valores que orientan nuestras acciones y nos permiten distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. La moralidad, por su parte, es la vivencia y aplicación práctica de esos principios en la vida cotidiana, tanto a nivel individual como colectivo.

En toda sociedad, la moralidad compartida cumple una función fundamental: establece un marco común de referencia que regula las relaciones humanas, facilita la confianza entre desconocidos y permite la convivencia. Sin este tejido ético común, se debilita la cohesión social, se erosiona la confianza mutua y se vuelve más difícil cooperar, resolver conflictos y construir un proyecto común..

La moral, entonces, no es un capricho, o una carga impuesta desde fuera, sino una base segura que permite que las personas se atrevan a explorar, crear, convivir y construir. Sin ella, como lo veremos en este blog, lo que se pierde no es solo el rumbo, sino también la posibilidad misma de caminar juntos. Así de simple pero profundo es el tema

Vivimos una época marcada por una profunda crisis de confianza y cohesión social. El tejido invisible que une a las personas en una sociedad —la confianza que permite  los acuerdos compartidos sobre lo correcto y lo incorrecto, y una noción común de lo que es vivir juntos— se está destruyendo. Esta ruptura, cada vez más visible en nuestras comunidades, no es solo consecuencia de tensiones políticas o desigualdades económicas. Hay una causa más profunda, más difícil de nombrar y enfrentar: la privatización de la moralidad.


1. La vida como una exploración desde una base segura

La vida humana es una serie de exploraciones desde lo que los psicólogos llaman una “base segura”. Esto aplica en la infancia cuando el niño se aventura a explorar el mundo sabiendo que puede regresar a los brazos de sus padres. Pero también aplica en la vida adulta. Todos necesitamos esa base segura que nos permita atrevernos, salir, fracasar, volver a intentar. Esa base está compuesta por instituciones, vínculos, relaciones y valores que nos anclan y nos orientan.

Esa base segura, en el pasado, incluía a la familia, la comunidad, la escuela, pero también un orden moral compartido en una comunidad. Una brújula colectiva que distinguía lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto. Un conjunto de normas explícitas o implícitas que hacían posible convivir, incluso en la diversidad.

2. El orden moral compartido y su poder cohesionador

Ese orden moral no era arbitrario. Tenía una fuerza que lo hacía poderoso, inspirador, incluso transformador. Fue el que sustentó movimientos como el de Martin Luther King Jr., quien apeló a “las leyes escritas en el tejido del universo”. Su lucha contra la esclavitud y la segregación no fue solo política, fue también moral: lo que estaba mal, estaba mal universalmente. No era una cuestión de gusto o conveniencia.

Compartir ese orden moral era esencial para sostener la confianza social. Confiamos en los demás no solo porque los conocemos, sino porque creemos que hay un conjunto de acuerdos —explícitos e implícitos— sobre lo que se debe hacer, cómo comportarse, cómo resolver conflictos. Esta confianza es lo que hace posible desde cruzar una calle hasta construir una nación.


3. La privatización de la moral: cuando cada uno define su verdad

En las últimas décadas, especialmente a partir de las revoluciones culturales de los años 60 y 70, se instaló un nuevo paradigma educativo y cultural: cada persona debía encontrar su propia moralidad, construir sus propios valores, “ser fiel a sí mismo”. Aunque esta idea partía de un impulso de libertad y autenticidad, terminó erosionando el sentido de comunidad moral.

Los sistemas educativos comenzaron a evitar hablar de “bien” y “mal” como categorías objetivas. En cambio, se fomentó una ética basada en el sentimiento individual, en la auto expresión, en la validación personal. La sociedad se volvió más tolerante, sí, pero también más ambigua. Como dijo el columnista Walter Lippmann en los años 50: “Estamos entrando en un mundo donde lo que está bien o mal es una cuestión de sentimiento personal”.

El resultado fue que la moral se privatizó. Lo que antes era compartido ahora es subjetivo. Lo que antes generaba acuerdos ahora provoca desencuentros. Y lo que antes sostenía la confianza social, ahora la diluye.

4. Las consecuencias de vivir sin una base moral común

Cuando no existe un orden moral compartido, la sociedad entra en crisis. La pérdida de confianza no es solo interpersonal: se extiende a las instituciones, al Estado, al mercado, a las comunidades. Se rompe la posibilidad de la “sociabilidad espontánea”, ese tipo de interacción fluida que permite cooperar sin necesidad de contratos o vigilancia. Su impacto afecta múltiples dimensiones en una sociedad.

Por ejemplo, en el mundo de los negocios, esta falta de confianza encarece todo: se requieren más garantías, más controles, más tiempo, más desgaste y costos innecesarios. En la vida pública, aumenta la polarización, la desconfianza hacia los líderes, el escepticismo hacia las normas, las instituciones. Y en el extremo, como sucede hoy, se cuestiona la validez de  la misma democracia. En la vida cotidiana, florecen la sospecha, el cinismo, la fragmentación, y la fractura de la célula básica de una sociedad: la familia 

El problema es mucho más grave , cuando la persona que debe de representar y unir a una comunidad, su moralidad personal refuerza la destrucción de la moralidad colectiva. Este es el caso de Petro en Colombia y Trump en los Estados Unidos.

Cuando esta dinámica se desmadra,  no hay normas morales compartidas ni siquiera para transitar por la calle o para respetar un semáforo. Cada uno interpreta las reglas a su manera, según su “verdad”. El resultado es el caos social, pero también un gran malestar personal. Porque vivir sin una base segura, sin un suelo moral común, es vivir en constante incertidumbre y angustia.


5. La responsabilidad del sistema educativo

La escuela, tradicionalmente uno de los pilares de la transmisión moral, renunció hace tiempo y en muchos casos, a esa función. En nombre de la autonomía individual, se evitó enseñar principios, límites, jerarquías éticas. El manual de Carreño pasó al olvido. Se privilegió la libertad sobre la responsabilidad, la auto expresión sobre el bien común, la diversidad sobre la cohesión social .

El resultado no ha sido más libertad, sino más confusión. Porque no todos tienen la capacidad de formular una ética personal robusta. Como ironizaba David Brooks, comentarista del NY Times, en una intervención que le escuché recientemente, “si usted es Aristóteles, posiblemente lo puede hacer. Pero en la realidad, muy poca gente tiene esa capacidad”.

Necesitamos recuperar el valor de formar conciencia, no solo conocimiento. Y de la primera, se deriva el sentido de una identidad común y compartida que le da sentido a la vida. Educar no es solo enseñar a pensar, es también enseñar a discernir con criterios, a elegir, a convivir como ciudadanos en una sociedad .


6. Hacia un nuevo consenso moral

El reto no es volver a una moral autoritaria o rígida. No se trata de imponer un dogma. Pero sí de recuperar la idea de que hay principios universales que sostienen la dignidad humana, la justicia, la convivencia. Que hay límites éticos que no deben ser cruzados. Que hay acuerdos morales que deben ser apropiados  colectivamente y reconstruidos cuando no los hay. 

Esto implica una tarea educativa, cultural, política y espiritual. Implica formar líderes que no solo gestionen, sino que encarnen principios. Implica reconstruir el tejido comunitario, recuperar la confianza, volver a hablar de lo que es bueno, justo y verdadero. Y sobre todo, implica reconocer que el deterioro moral no es un asunto privado, sino un problema público que nos está afectando a todos. Y todo lo anterior es un inmenso reto adaptativo que confrontamos individual y colectivamente como sociedad. Ver blogs anteriores sobre este tema.

Conclusión: la base segura que necesitamos reconstruir

La privatización de la moralidad ha producido una sociedad frágil, insegura, desconfiada. Nos ha dejado sin base segura para atrevernos, sin suelo común para convivir. Recuperar un orden moral compartido no es un capricho producto de la nostalgia, es una imperiosa necesidad. Y hay que hacerlo de forma muy explícita,  pero va a requerir de un monumental esfuerzo pedagógico colectivo  e individual.

Para hacerlo, se necesita proponer y desarrollar una nueva conversación nacional sobre lo que nos une, sobre los valores que deben guiar nuestras decisiones y nuestras relaciones. No para uniformar, sino para cohesionarnos. No para imponer, sino para inspirar. No para limitar la libertad, sino para darle un propósito y un sentido a nuestras vidas.

Como ciudadanos, como líderes, como educadores, tenemos la responsabilidad de construir una nueva cultura que facilite unas relaciones más fluidas y productivas . Porque sin ellas , no hay confianza. Y sin confianza, no hay sociedad. 

¿Llamado a la acción: ¿Cómo reconstruimos juntos un nuevo pacto moral?

Lac reflexión de este blog no busca cerrar una conversación, sino abrirla. Los invito a sumarse a este esfuerzo colectivo por recuperar un orden moral compartido que fortalezca la confianza, la convivencia y el bien común. En el próximo blog, quiero focalizar las reflexiones relacionadas con estos temas en la Colombia de hoy. 

Mientras tanto le dejo al lector unas sencillas preguntas:

¿Qué principios considera usted esenciales para reconstruir una base ética común?

¿Cómo podemos formar y promover líderes que encarnen y transmitan valores universales en nuestras comunidades?

¿Qué rol deben jugar la educación, la cultura y la empresa en este desafío?










sábado, 31 de mayo de 2025

Ética, moral y cultura: lo que todo ciudadano debería entender para no ser manipulado



Ética, moral y cultura: lo que todo ciudadano debería entender para no ser manipulado

Introducción

En este blog quiero profundizar un tema que inicie en el blog anterior, y que considero es fundamental para entender mejor el momento histórico por el cual estamos viviendo en la actualidad en Colombia. Más adelante seguiré explorando varias aristas que ayuden a incorporarlos en el análisis y las decisiones que hay que tomar. 

En tiempos de crisis institucional, polarización política y fragmentación social, conceptos como ética, moral y cultura tienen que estar en el centro del debate ciudadano. Sin embargo, en medio del ruido mediático, la propaganda ideológica y el relativismo dominante, se ha vuelto alarmantemente común que estos términos sean ignorados, o utilizados de manera imprecisa, cuando no manipulados para justificar intereses particulares.

Con este blog busco aportar para diferenciar entre estos conceptos; comprender mejor sus relaciones y funciones en la vida social; y, sobre todo, resaltar por qué entender estas distinciones es fundamental para ejercer una ciudadanía activa, crítica y corresponsable. Cuando una sociedad no comprende lo que está en juego, cuando se pierde un marco compartido de referencia moral, es  muy vulnerable al populismo, a la manipulación y a la desintegración, como lo estamos viendo en la actualidad. 


I. ¿Qué entendemos por moral?

La moral se refiere al conjunto de normas, costumbres, valores y reglas de conducta que una comunidad comparte para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto. Da un marco para las decisiones colectivas y comportamientos aceptables dentro de una comunidad. Estas normas se adquieren de manera implícita desde la infancia, a través de la familia, la religión, la educación, las leyes, los medios y la vida cotidiana.

La moral no es individual, aunque cada persona la interioriza. Es un producto de la historia social y cultural de una comunidad, que evoluciona con el tiempo y varía entre sociedades. Por eso se menciona  que hay diferentes tipos de moral: “moral cristiana”, “moral revolucionaria”, “moral liberal”, etc.

Pero lo esencial de comprender es que la moral cumple una función cohesionadora: permite la vida en común, genera expectativas compartidas, posibilita la confianza social, e indica límites aceptados al comportamiento individual. Cuando una sociedad pierde ese marco común, se debilita la base sobre la que se construyen las relaciones humanas.


II. ¿Qué es la moralidad?

La moralidad es la capacidad individual de actuar según normas morales. Es, por así decirlo, la aplicación personal de la moral. Es posible que una persona tenga un alto sentido de la moralidad (honestidad, justicia, respeto) aunque viva en una sociedad corrupta. También es posible lo contrario: individuos que, aún en un entorno ético, actúan sin escrúpulos.

La moralidad tiene que ver con la conciencia, el juicio personal, y la voluntad de comportarse conforme a lo que uno cree que está bien, incluso si eso implica enfrentar consecuencias negativas. Su importancia radica en que orienta las decisiones y comportamientos individuales.

Hoy vemos una alarmante privatización de la moralidad: cada quien define su propio código, como si fuera un buffet. El sistema educativo ha reforzado esta lógica, alentando a “buscar tu verdad”, “definir tus valores”, sin anclarlos en un marco común de referencia. Esto puede empoderar, pero también puede disolver la posibilidad del diálogo moral y de la acción colectiva, al no haber puntos de encuentro, como lo vemos hoy en día.


III. Pero entonces : ¿Qué es la ética?

La ética es una disciplina filosófica que reflexiona sobre el bien y el mal, y analiza los fundamentos de la moral. Mientras la moral está hecha de reglas sociales concretas, la ética busca principios universales, racionales y argumentados para juzgar esas reglas.

Por ejemplo, mientras una moral puede aceptar la esclavitud como “normal” en cierta época, la ética, desde Kant o los derechos humanos, la puede juzgar como inaceptable, por violentar la dignidad humana.

La ética permite criticar la moral vigente, superar tradiciones injustas, y construir acuerdos más amplios, especialmente en sociedades diversas. También permite distinguir entre lo legal y lo legítimo: no todo lo legal es ético, y no todo lo ético es legal. Esta es una distinción muy importante que mucha gente no tiene clara.

Pero para que esta reflexión sea posible, se requiere educación cívica, pensamiento crítico y diálogo pluralista, tres condiciones ausentes o debilitadas en muchas democracias contemporáneas, y es un profundo vacío en la nuestra.


IV. ¿Y la cultura? ¿En qué se diferencia de la moral?

La cultura es un concepto más amplio. Abarca el conjunto de creencias, conocimientos, costumbres, símbolos, arte, lenguaje y formas de vida que caracterizan a una sociedad. La moral es una parte de la cultura, pero no toda la cultura es moral.

Por ejemplo, la manera en que saludamos, cocinamos o celebramos fiestas hace parte de la cultura, sin ser normas morales. Pero la cultura también condiciona lo que colectivamente consideramos aceptable o inaceptable: por eso, la moral se transmite y se transforma dentro de una matriz cultural.

Comprender esta diferencia es clave: no todo lo que es cultural es moralmente justificable. Hay prácticas culturales que pueden ser discriminatorias, violentas o degradantes, aunque tengan tradición. La ética permite cuestionar estas prácticas, sin caer “en  relativismos extremos “.

V. ¿Por qué son tan importantes estas distinción hoy?

Porque estamos asistiendo a una erosión peligrosa del orden moral compartido. Al disolverse los marcos comunes, se pierde la confianza social. Y sin confianza, no hay cooperación, ni respeto por las reglas, ni civismo. La anomia moral produce fragmentación, resentimiento y desorden.

Además, cuando se privatiza la moral y se relativiza la ética, se abre la puerta a la manipulación emocional, al fanatismo y al autoritarismo. Líderes populistas pueden imponer su visión moral particular como si fuera la de todos, y deslegitimar toda crítica como “inmoral”.

La ciudadanía queda desarmada ante estas narrativas, especialmente cuando no tiene claridad conceptual ni herramientas de análisis. Por eso, educar en ética, moral y cultura es una urgencia democrática, no un lujo académico.


VI. Lo que todo ciudadano debería comprender

  1. La moral es social, no individual: no se puede vivir en sociedad si cada quien define sus propias reglas sin diálogo ni consenso.
  2. La moralidad requiere carácter: actuar conforme a principios, incluso cuando es difícil, es lo que da solidez al tejido humano.
  3. La ética es crítica y universal: permite revisar nuestras prácticas, abrirnos al otro, y construir acuerdos más justos.
  4. La cultura es el ecosistema que  da sentido: en ella aprendemos, sentimos, juzgamos y actuamos, pero no todo lo cultural es moral.
  5. La educación moral no es adoctrinamiento: es formación en responsabilidad, empatía, argumentación y compromiso cívico.

VII. Colombia: un caso urgente

En Colombia, estas distinciones son claves para entender muchos de nuestros males sociales: corrupción normalizada, violencia con simbólos, cinismo político, desconfianza, doble moral, clientelismo aceptado, y un profundo desencanto con las instituciones.

Muchos ciudadanos no distinguen entre lo ético y lo moral, o entre lo legal y lo legítimo. Se exige ética solo cuando nos conviene, y se tolera la inmoralidad cuando nos beneficia. Este deterioro moral no es solo una crisis de valores individuales, sino una falla estructural de nuestra cultura política. Tal vez el daño más grande que nos va dejar el gobierno actual en Colombia, es la degradación moral por la conducta amoral de Petro y sus cómplices.

Necesitamos reconstruir un nuevo marco moral compartido, pluralista pero sólido, basado en la dignidad humana, la justicia, el respeto mutuo y el bien común. Y eso no se decreta: se cultiva, se enseña, se vive. Es la base de una nueva cultura ciudadana 

Conclusión

Ética, moral y cultura no son solo temas para filósofos o académicos. Son herramientas para la vida cotidiana y para la acción ciudadana. Comprender su diferencia y su relación nos permite actuar con mayor lucidez, resistir la manipulación, y construir relaciones sociales más justas, sostenibles y respetuosas.

En una época en que lo correcto y lo incorrecto parecen haber perdido sentido, recuperar el lenguaje moral compartido es un acto revolucionario y profundamente necesario. Y eso comienza por la pedagogía, por la conversación, y por el compromiso de cada uno de nosotros.


Llamado a la acción

Invito a mis lectores a compartir este texto, debatirlo en sus círculos, incluir estos temas en conversaciones familiares, escolares y comunitarias. Si es educador, inclúyalo en sus clases. Si es líder, conviértalo en parte de su narrativa. Y si es ciudadano, úselo como brújula para discernir entre discursos falsos y liderazgos auténticos.

Porque una ciudadanía bien formada moral y éticamente es la mejor defensa contra la manipulación, el populismo y la desesperanza.




sábado, 24 de mayo de 2025

De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia

 




De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia




I. El retorno de Trump: una alerta moral

La reelección de Donald Trump, como presidente de los Estados Unidos, no solo reconfigura el tablero político global; es, sobre todo, el síntoma visible de una crisis mucho más profunda: el colapso de la cultura cívica y del tejido moral compartido de una gran nación . Una crisis relacional que comenzó décadas atrás, cuando el sistema educativo y la cultural estadounidense, promovieron un viraje hacia el individualismo radical, desprovisto de un horizonte ético común.

Este fenómeno ha erosionado las bases mismas de la confianza social: hace unos años al 75% de los norteamericanos, hacían donaciones y hoy menos del 50% lo hacen. Hoy, menos del 30% de los estadounidenses dicen confiar en sus vecinos. La soledad, la tristeza, la pérdida de sentido y el resentimiento han reemplazado la esperanza, y la política, como espejo tardío de la cultura, ha sido arrastrada río abajo por esta corriente. Esto realidad se ve reflejada del incremento de las enfermedades mentales y de los suicidios, especialmente entre la gente joven.

Lo más paradójico, es que esta revuelta contra las élites ilustradas, ha sido liderada por miembros de esas mismas élites. El ataque frontal de Trump a la Universidad de Harvard, sin antecedentes en la historia de los Estados Unidos, es un ejemplo patético del nivel de deterioro que está generando este señor de la relaciones del Estado con entidades fundamentales para el desarrollo del país. Pero ojo, el enemigo no es la universidad como institución, sino la ideología liberal que supuestamente la domina. Y la respuesta de Trump ha sido una actitud destructiva del  uso del poder, una lógica del “todo vale” que erosiona instituciones, desprecia la legalidad y convierte al adversario en su enemigo.

Este escenario no es exclusivo de Estados Unidos. Lo vimos en el Brexit en la Gran Bretaña en el 2016,  en ese mismo año con el ascenso de Orban en Hungría, y lo vivimos, con particular intensidad, en América Latina en esta última década.


II. Colombia: una democracia en transición

En Colombia, atravesamos una transición cultural y política similar. Gustavo Petro, como Trump, no es una causa sino un síntoma. Representa la revuelta de quienes se sintieron excluidos del desarrollo, marginados del relato nacional, y burlados por una clase dirigente que acumuló poder sin redistribuir legitimidad.

Pero como en el caso estadounidense, la reacción no ha sido necesariamente constructiva. Petro encarna un abuso concentrador y emocional del poder, que desprecia la técnica, socava instituciones y acude al relato épico para despertar pasiones de odio y lucha de clases,  y así poder justificar su incapacidad evidente, sus problemas de drogadicción y desconexión con la realidad.

Desde esta perspectiva, la estrategia para enfrentar su legado de cara a 2026 no puede ser simplemente electoral. No basta con cambiar a un agitador profesional y pésimo dirigente político que pretende refundar a Colombia. Es necesario transformar la cultura política que lo hizo posible. Y eso implica una reconstrucción moral, cívica e institucional, basada en liderazgo ético, compromiso colectivo y capacidad de tejer nuevamente el entramado de la confianza, que hoy se encuentra fracturada con un país polarizado y dividido.


III. Liderazgo para la reconstrucción: una propuesta desde el humanismo

En los últimos artículos de Ciudadano Global, que han sido muy bien recibidos, he insistido en que el principal reto para liderar la reconstrucción del país,  no es técnico sino adaptativo: se trata de sanar una sociedad fracturada, empoderar a las comunidades y construir confianza en medio de la incertidumbre.

Esto requiere una nueva generación de líderes: personas con raíces profundas en lo local, con la capacidad de convocar desde la escucha, no desde la imposición. Líderes que no se deslumbran con el poder y abusen de él, sino que lo utilicen como una herramienta de servicio. Líderes que sepan acompañar a otros en sus transiciones personales y colectivas, como lo planteó William Bridges: desde la ruptura, pasando por la zona neutra, hasta una nueva identidad cívica y política. Pero también que tengas conocimiento de las complejidades en la gestión del Estado.

Igualmente, necesitamos una nueva actitud del empresariado. Colombia no puede salir de su crisis relacional sin una clase empresarial comprometida, no solo con la eficiencia, sino con la equidad, el diálogo y la regeneración del contrato social.

El empresario del futuro no es el que maximiza rentas en entornos cerrados, sino el que invierte su capital social, económico y simbólico en la construcción de una ciudadanía activa y responsable. Este liderazgo empresarial tiene que pasar del discurso a la acción: acompañando procesos locales, formando alianzas con líderes comunitarios, participando en redes de desarrollo territorial, como lo hemos propuesto desde los Nodos de Desarrollo Local.


IV. Una estrategia para 2026: más allá de la polarización

De cara a las elecciones presidenciales del 2026, urge diseñar una estrategia que supere la trampa de la polarización , apueste por un nuevo pacto cultural y una nueva narrativa nacional que reconoce los logros, pero también, los cambios que hay que realizar, respetando la Constitución y la institucionalidad que tenemos como país. No se trata de “ganar” a Petro o a sus seguidores, sino desde esa nueva postura, invitar e integrar a los sectores que hoy se sienten excluidos, canalizando su rabia hacia una agenda de reconstrucción cívica.

Inspirados por los movimientos regenerativos que surgieron en momentos de ruptura histórica —como el progresismo estadounidense a inicios del siglo XX, la reconstrucción de la posguerra de Alemania y el Japón, la transición sudafricana al posapartheid, la Concertación en Chile de 1991—, Colombia necesita hoy una narrativa integradora, un movimiento de renacer cívico que conecte con los dolores profundos de nuestra sociedad y los transforme en energía creativa, pero que también aproveche los numerosos activos con los que cuenta nuestro país.

Para eso, necesitamos:

  1. Un liderazgo ético y emocionalmente inteligente, capaz de encarnar la esperanza en tiempos de desesperanza.
  2. Una red de comunidades de liderazgo, que promuevan una cultura de corresponsabilidad en cada localidad, municipio y regiones en el país , enraizadas en lo cotidiano y sostenidas por la escucha y la acción colectiva.
  3. Una coalición amplia que reúna unas redes amplia de empresarios, jóvenes, líderes sociales, académicos y sectores políticos diversos, en torno a un propósito superior: reconstruir la confianza y el sentido de comunidad, cómo base para orientar el desarrollo futuro de nuestro país.
  4. Una agenda de políticas públicas que priorice lo adaptativo sobre lo técnico, y ponga en el centro el bienestar relacional: salud mental, convivencia, cultura ciudadana, educación emocional, entre otros.
  5. Una nueva narrativa, que conecte con la memoria moral de los colombianos y recupere los hilos rotos de nuestra historia: como lo hicieron otras sociedades tras momentos de ruptura, desde Alemania en la posguerra hasta Chile en la postdictadura.
  6. Una estrategia de darle la voz a los millones de colombianos que han salido muy perjudicados por las terribles decisiones del gobierno Petro, así como aquellas personas que de manera silenciosa hay que visibilidad, conectar y apoyar, porque son modelos de rol que deben de ser ejemplos para nuestra sociedad. Ver mi  blog “ No más parálisis, una llamada la acción”


V. Del dolor a la transformación

Toda transición, como la que vivimos hoy, tiene su “momento bíblico de plaga  de langostas”: ese instante de caos donde todo parece derrumbarse, pero donde también se abre un espacio para el aprendizaje profundo. Es en ese momento donde las personas, las organizaciones y las naciones pueden quebrarse o abrirse.

Hoy Colombia tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de elegir el camino de la apertura. Pero esto no se logrará con salvadores ni con discursos vacíos. Se logrará cuando seamos capaces de mirarnos a los ojos, reconocer nuestras diferencias y preguntarnos mutuamente: ¿cómo llegamos a creer lo que creemos? ¿Qué experiencia nos marcó? Y desde ahí, tejer un nuevo lenguaje moral, basado en el respeto, la humildad y la responsabilidad compartida que sirva de base para una nueva narrativa para el país.

VI. Reflexión final: una invitación al liderazgo colectivo generoso 

Como he escrito en este espacio en semanas anteriores, el liderazgo no es una técnica, es una forma de vivir. Y hoy más que nunca, Colombia necesita líderes que comprendan que su mayor poder reside en su capacidad de humanizar, de inspirar, de cuidar el alma colectiva del país.

No es momento de cinismo, ni de indiferencia. Es momento de actuar con sentido. De construir, desde lo cotidiano, una nueva cultura cívica que nos prepare no solo para las elecciones del 2026, sino para conectarnos como ciudadanos alrededor de un propósito superior, que le pueda dar luz al tipo de país que queremos ser en los años venideros.

El futuro de Colombia no depende únicamente de un candidato, depende de una ciudadanía capaz de asumir su corresponsabilidad histórica. Y esa ciudadanía empieza por nosotros: empresarios, líderes sociales, educadores, ciudadanos comunes. Es hora de liderar con dignidad, con carácter, y con el corazón.

Francisco Manrique Ruíz