Cuando la biografía gobierna: el peso invisible de la salud mental en el poder
En mi último blog hablé de un tema que rara vez entra en la conversación política: la salud mental de los dirigentes y de los votantes. No como un asunto privado, sino como una variable que puede decidir el rumbo de una democracia. Hoy quiero ir más allá. Quiero mostrar cómo la biografía emocional de quienes ejercen el poder —sus traumas, miedos y vacíos— condiciona de manera decisiva sus decisiones y, por extensión, nuestras vidas
Esto no es teoría abstracta. Es una mirada que emerge del trabajo de Alberto Lederman en La biografía del poder, y que ayuda a iluminar un terreno donde se cruzan psicología y política. Allí, en ese punto ciego del análisis público, se juega gran parte de la salud de nuestras democracias.
La necesidad de una mirada externa
Hay realidades que no se ven desde adentro. A veces necesitamos un “satélite” —alguien que nos observe desde fuera— para devolvernos una imagen menos distorsionada de lo que ocurre. En política, ese satélite puede ser un académico, un periodista o un observador internacional que nos ayude a ver lo que la costumbre o el ruido mediático ocultan.
En el caso de la salud mental de los líderes, esta mirada externa es esencial. La cercanía suele anestesiar la percepción. Nos acostumbramos a gestos, tonos y comportamientos que en cualquier otro contexto serían señales de alerta. Sin esa perspectiva externa, perdemos la capacidad de medir el daño que un liderazgo emocionalmente enfermo puede causar.
El origen personal del liderazgo
La biografía de una persona explica, en gran medida, sus elecciones: por qué hace lo que hace y cómo lo hace. En un líder político, esta relación entre pasado y presente adquiere una dimensión sistémica. Sus emociones, creencias y reacciones no solo afectan a su entorno inmediato: se proyectan sobre todo un país.
El pasado, lejos de quedar atrás, sigue operando como una fuerza silenciosa que condiciona el presente y modela el futuro. Un trauma no resuelto, un vacío afectivo, una herida de infancia pueden volverse motores invisibles de la acción política.
Patologías que impiden el trabajo colectivo
El mundo actual exige trabajos colectivos para resolver problemas complejos. Sin embargo, hay rasgos de personalidad que hacen imposible esa cooperación: narcisismo, ego desmedido, autorreferencia. Son formas de incapacidad para darle espacio al otro, para reconocerlo como un interlocutor legítimo.
En este tipo de personalidades, los demás son prescindibles, meros instrumentos o amenazas para quien está en posición de poder. Lederman describe a estas personas como “agujeros negros” que absorben luz y no devuelven nada. En política, esta dinámica bloquea el diálogo y condena a las sociedades a repetir sus crisis crónicas.
El núcleo invisible del poder
En toda organización hay un núcleo estratégico que define el rumbo del conjunto. En un país, ese núcleo es su estructura de poder, algo así como un sistema nervioso central. Invisible para la mayoría, pero determinante. Cuando ese núcleo está en manos de personas emocionalmente inestables, el precio se paga en todas las dimensiones: económica, social, cultural y en las relaciones internacionales del país.
En ausencia de mecanismos de control institucional, pueden aparecer “locos que seducen” y se encaraman en el poder. Construyen modelos delirantes, no porque las instituciones lo determinen, sino porque su núcleo personal de poder —su mundo interno— está gobernado por distorsiones profundas.
Trauma y ambición: el poder como síntoma
Según Lederman, todos los líderes arrastran algún trauma. Cuanto más grande es, mayor suele ser la necesidad de compensarlo. La ambición desmedida por el poder o el dinero, en muchos casos, es la respuesta a una experiencia temprana de dolor. El poder no es la causa, sino el síntoma. Funciona como una droga que aplaca angustias intensas.
En ese sentido, poder y vulnerabilidad son vecinos. Muchos imperios —y muchas tragedias— se han levantado sobre biografías marcadas por pérdidas irreparables. La historia está llena de ejemplos de dirigentes que, sin resolver sus heridas, proyectaron su dolor sobre millones.
Cuando el sobreviviente se vuelve peligroso
Hay personas que, en un contexto límite, desarrollan estrategias de supervivencia admirables. Pero fuera de ese contexto, esas mismas estrategias pueden volverse destructivas. Un sobreviviente a cualquier precio, si llega a un cargo de poder, puede aplicar esas lógicas defensivas a la vida de todo un país.
Un líder enfermo no solo dirige mal: contagia su patología a las instituciones. Y ese es el verdadero peligro. La salud mental de un dirigente no es un tema privado; es un asunto de interés público que debería estar en el centro del debate democrático. Por esta razón, es que me he propuesto visibilizarlo en estos blogs.
Fragilidad emocional y democracia
La política no debería ser tarea para solistas. Exige proyectos colectivos y capacidad de trabajar con otros. Sin embargo, nuestros dirigentes suelen operar en clave individual, con poca disposición a crear espacios de diálogo y reflexión. En el caso de Petro, los concejos de ministros muestran en vivo esta patología. La falta de escucha es endémica: a veces oyen solo una parte del mensaje, amortiguada por sus prejuicios; otras, simplemente no tienen receptividad emocional, y la mayoría de las veces los espacios con otros, son para oírse a sí mismos ignorando a los demás.
El narcisismo y el ego, disfrazados de fortaleza, suelen ocultar inseguridades y miedos profundos. Para quien vive angustiado, el poder es un calmante poderoso. La política hay muchas personalidades adictas a la adrenalina, más interesadas en su seducción constante que en resolver problemas reales. Lederman es particularmente duro con la evaluación que hace de los políticos argentinos en su país.
Políticos sin formación emocional
El gran problema es que muchos de las personas que saltan al ruedo de la política, llegan a cargos ejecutivos sin la preparación mental y emocional necesaria para soportar la tensión. No se dan cuenta que para enfrentar un toro Miura de 550 kg se necesita un gran torero, porque al novillero es apenas un aprendiz. A la fecha, más de 70 espontáneos se han lanzado al ruedo como candidatos a la presidencia de Colombia. Increíble.
Estoy seguro, que muy pocos han trabajado sobre sí mismos, no cuentan con soporte psicológico, y en muchos casos, su capacidad de autocontrol es mínima. El resultado: decisiones tomadas desde la impulsividad o el resentimiento, no desde la reflexión profunda, la razón o el bien común.
Esta realidad sirve para explicar, el porqué en demasiados casos, la oferta de buenos candidatos políticos es tan pobre. No se exige lo fundamental: líderes que sepan manejarse a sí mismos antes de pretender manejar un país.
Conclusión: elevar los requisitos y cambiar la conversación
El análisis político convencional suele centrarse en ideologías, programas o alianzas. Pero hay una variable que está por encima de todas: la lógica emocional y mental de quien pretende llegar a una posición de poder con impacto en millones de colombianos . Esa lógica determina, muchas veces más que las políticas públicas, el destino de las instituciones y de un país.
Por eso, es urgente elevar los estándares para quienes aspiran a cargos de poder, tanto para los ejecutivos de las empresas, como los dirigentes políticos. No solo en lo técnico o lo ético, sino en lo psicológico. La salud mental debe dejar de ser un tabú en el debate democrático. Reconocerla y evaluarla es una condición para la supervivencia de nuestras democracias.
En un mundo donde la fragilidad emocional es decisiva, no basta con elegir entre izquierda o derecha, entre cambio o continuidad. Hay que preguntarse, sobre todo: ¿quién tiene la estabilidad interna para ejercer el poder sin que sus fantasmas personales se conviertan en los nuestros y acaben con el país?
PD: para los lectores que no hayan leído mi blog anterior, los invito a hacerlo por tratarse de un asunto vital para nuestra democracia. Y si consideran valiosos estos dos blogs les agradezco reproducirlos a sus conocidos.