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sábado, 29 de noviembre de 2025

Las creencias limitantes y las habilitantes II PARTE

 Las creencias limitantes y habilitantes que frenan o aceleran el verdadero cambio mental de un país.

En el blog anterior sobre creencias quise poner en el radar de la conversación nacional un tema invisible: el poder de las creencias para poder construir o imposibilidad de crear un futuro colectivo posible. Ese es el gran reto que define si es posible o no, encontrar un punto de encuentro en un país fracturado y tan diverso como es Colombia. 

En este blog voy a enumerar una lista de las creencias limitantes que nos impiden lograrlo, y la de las creencias habilitantes que deberíamos habilitar, mediante una nueva narrativa, en el imaginario colectivo de la nación. 

1Creencias que frenan a Colombia vs. Creencias que habilitan la nueva narrativa**

Creencias que Frenan a Colombia

Creencias que Habilitan la Nueva Narrativa

1. “Colombia no tiene arreglo.” Fatalismo cultural que anula la acción.

1. “Colombia es buena y vale la pena cuidarla.” Punto emocional de partida para reconstruir confianza.

2. “El Estado debe resolverme los problemas.” Dependencia, pasividad y expectativas irreales.

2. “El cuidado empieza por mí.” Activa la corresponsabilidad y el liderazgo cotidiano.

3. “Todos los políticos son iguales.” Destruye la legitimidad democrática y favorece populismos.

3. “Las reglas nos protegen a todos.” Restituye el valor del Estado de derecho.

4. “La ley es un estorbo.” Justifica el atajo, la trampa y la cultura del incumplimiento.

4. “Lo público también es mío.” Promueve la cultura ciudadana y la apropiación colectiva.

5. “El vivo vive del bobo.” Matriz de desconfianza estructural.

5. “Los problemas complejos se resuelven juntos.” Base del impacto colectivo y colaboración improbable.

6. “El que tiene poder manda, el resto obedece.” Autoritarismo cotidiano e inhibición del diálogo.

6. “La confianza se construye actuando.” Reemplaza el cinismo por compromisos visibles.

7. “Nada cambia.” Inmovilismo cívico.

7. “El país se transforma desde lo local.” Descentraliza el cambio y empodera comunidades.

8. “Los otros son la causa de mis males.” Polarización identitaria y victimismo.

8. “El otro es un aliado posible, no un enemigo.” Fomenta convivencia, diálogo y moderación.

9. “El que critica divide.” Anula la deliberación democrática.

9. “La corresponsabilidad es poder.” Promueve ciudadanía activa y madurez democrática.

10. “El progreso exige destruir al contrario.” Base del faccionalismo que paraliza.

10. “La esperanza es mejor estrategia que la rabia.” Activa emociones brillantes y cooperación durable.

1. La columna izquierda describe el “software emocional” heredado

Son creencias que vienen del barroco hispánico, la cultura del atajo, el clientelismo y la inestabilidad institucional. Son invisibles, pero definen comportamientos colectivos.

2. La columna derecha es el corazón de la nueva narrativa

Es lo que permitiría construir un proyecto de país basado en: Cuidado. Cultura ciudadana. Corresponsabilidad. Redes de liderazgo colectivo. Espíritu colaborativo. Respeto por las reglas

3. La transición entre columnas define el movimiento

Esto es exactamente lo que propone Colombia es buena: pasar del miedo, resentimiento y rabia hacia esperanza, cuidado y cooperación.

Veamos más en detalle qué es cada una de estas creencias y su impacto en la construcción de una nueva narrativa para Colombia que permita lograr la convergencia desde la diversidad, generando un clima emocional que lo permita.

. Las 10 creencias limitantes que frenan a Colombia

Estas son las creencias más extendidas —culturales, políticas y emocionales— que hoy actúan como obstáculos invisibles, moldeando comportamientos, decisiones y expectativas colectivas:

1. “Colombia no tiene arreglo.”

Instala resignación, inhibe la acción colectiva y refuerza el cinismo.

2. “El Estado debe resolverme los problemas.”

Genera dependencia, expectativas irreales y debilita la corresponsabilidad ciudadana.

3. “Todos los políticos son iguales.”

Destruye la confianza en la democracia, facilita la llegada de populismos y favorece la abstención.

4. “La ley es un estorbo: lo importante es sobrevivir.”

Alimenta la cultura del atajo, la trampa, el incumplimiento y la normalización de lo inaceptable.

5. “El vivo vive del bobo.”

Una de las raíces más profundas de la desconfianza generalizada y la descomposición del capital social.

6. “El que tiene poder manda, el resto obedece.”

Refuerza relaciones verticales, autoritarismo cotidiano y dificulta la cooperación horizontal.

7. “Nada cambia porque nada sirve.”

Bloquea la participación ciudadana, debilita la acción colectiva y permite que prospere el “dejar hacer”.

8. “Los otros son la causa de mis males.”

Promueve victimismo, polarización y populismos identitarios, sin asumir responsabilidad compartida.

9. “El que protesta es enemigo, el que critica es traidor.”

Impide la deliberación democrática y genera ambientes sociales tóxicos donde solo queda la confrontación.

10. “Progreso significa destruir al contrario.”

Base emocional del faccionalismo que fragmenta al país y hace imposible construir propósitos comunes.

2. Las 10 creencias habilitadoras para una nueva narrativa

Estas son las creencias que pueden alimentar una narrativa positiva, movilizadora y realista, coherente con el movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla:

1. “Colombia es buena y vale la pena cuidarla.”

La premisa emocional y moral que reconecta ciudadanía, esperanza y corresponsabilidad.

2. “El cuidado empieza por mí.”

Desplaza la pasividad y reconoce el poder transformador del ejemplo personal.

3. “Las reglas nos protegen a todos.”

Reconstruye respeto institucional, limita la arbitrariedad y reduce las emociones tristes.

4. “Lo que es de todos también me pertenece.”

Fomenta cultura ciudadana, apropiación colectiva y defensa de lo público.

5. “Los problemas complejos se resuelven juntos.”

Núcleo del liderazgo adaptativo, base del impacto colectivo y de las comunidades de liderazgo.

6. “La confianza se construye actuando, no esperando.”

Invitación a pequeños compromisos diarios que aumentan el capital social.

7. “El país se transforma desde lo local.”

Descentraliza la esperanza, reactiva liderazgos comunitarios y baja la política a lo cotidiano.

8. “La corresponsabilidad es poder.”

Promueve el paso de la queja a la acción, de la dependencia al protagonismo ciudadano.

9. “El otro , el distinto no es mi enemigo: es mi aliado posible.”

Rompe la lógica de facciones y habilita colaboraciones improbables desde la diversidad.

10. “La esperanza es mejor estrategia que la rabia.”

Desplaza las pasiones oscuras y activa las pasiones brillantes: cuidado, generosidad, propósito.

3. Justificación: por qué estas creencias son esenciales para la nueva narrativa

a) Una narrativa es un marco emocional, no una lista de ideas

Estas creencias reconfiguran la forma en que la gente interpreta la realidad, decide y actúa. Son el “software emocional” que hace posible o imposible cualquier proyecto político o social.

b) La narrativa existente promovida desde el “ progresismo”, se apoya en emociones tristes

—Indignación. Rabia. Resentimiento. Polarización.Desconfianza en instituciones.Promesa de refundación mesiánica

c) Las creencias positivas ofrecen un puente emocional en un país fracturado y preparan el terreno para el liderazgo adaptativo del próximo gobierno

La narrativa alternativa se apoya en emociones brillantes: Confianza. Cuidado. Esperanza activa Corresponsabilidad. Respeto por las reglas. Transformación desde lo posible. Son inclusivas, no ideológicas, no partidistas, y tocan fibras que unen: familia, comunidad, orgullo por lo propio y deseo de bienestar.

Sin estas creencias, ningún proceso de reconstrucción institucional o emocional será posible en 2026.


sábado, 22 de noviembre de 2025

 Creencias que ciegan, creencias que liberan: el desafío  interior para reconstruir a Colombia

En tiempos de incertidumbre, polarización y ansiedad colectiva, solemos buscar explicaciones afuera: en los políticos, en los medios, en la economía, en los poderes ocultos o en la corrupción que parece extenderse como un cáncer. Pero con menos frecuencia nos atrevemos a mirar hacia adentro. A ese territorio íntimo donde se alojan las creencias que filtran lo que vemos, condicionan lo que sentimos y determinan cómo actuamos.

Las creencias —personales y colectivas— son, quizá, la fuerza más subestimada en la vida social de una nación. No son simples opiniones ni ideas pasajeras: son lentes invisibles que seleccionan la información que aceptamos, moldean nuestras emociones y guían nuestras decisiones. En un entorno como el colombiano, donde las emociones oscuras —resentimiento, miedo, desconfianza, rabia— se han vuelto parte del paisaje, el papel de las creencias es aún más decisivo: pueden amplificar la polarización o abrir caminos hacia la cultura del cuidado y la cooperación.

En este blog propongo detenernos un momento para preguntarnos: ¿qué creencias están gobernando y limitando nuestra vida pública y privada?, ¿qué creencias necesitamos revisar para habilitar la construcción de un propósito superior que nos reúna como país?

1. Las creencias como filtros de la realidad

La mente humana nunca observa el mundo en bruto. Siempre interpone una narrativa previa, una suposición, una explicación. Vivimos atrapados en unos modelos mentales que no reconocemos fácilmente. No vemos “la realidad”: vemos nuestra versión de la realidad, la que nuestras creencias nos permiten procesar. Y difícilmente las cuestionamos. 

Por eso dos personas, frente a los mismos hechos, llegan a conclusiones opuestas y sienten emociones radicalmente diferentes. A eso se suma otro fenómeno: en escenarios de polarización, las creencias se vuelven identidad, y cuando una creencia se convierte en identidad, ya no la defendemos con argumentos, sino con emociones. Así muere el diálogo,  la conversación y nace la agresividad. Protegemos lo que creemos es nuestra identidad individual y colectiva.

En estos momentos, Colombia está viviendo esta realidad de manera dramática. Lo que pensamos del país, del gobierno, de los empresarios, de los jóvenes, de la Fuerza Pública o de los líderes políticos, no surge de un análisis sereno, sino de creencias acumuladas: algunas heredadas, otras inducidas, muchas nunca examinadas.

Las creencias son como un sistema operativo: si no lo actualizamos, empieza a fallar.

Y el problema se aumenta exponencialmente cuando buscamos juntarnos con personas que tienen creencias similares, dinámica que las convalida y refuerza. Es la razón de los silos de opinión habilitados por las redes sociales. 

2. ¿Por qué es necesario revisar nuestras creencias?

Porque las creencias generan emociones, y las emociones guían comportamientos. Y hoy, en Colombia, las emociones están bloqueando las posibilidades de encuentro y generando comportamientos muy agresivos. Las personas con creencias diferentes son los enemigos a los que hay que destruir.

Cuando una creencia se instala como verdad absoluta (“todos los políticos son iguales”, “nadie en este país hace las cosas bien”, “Colombia es un país condenado”, “el otro bando es un enemigo”), esas creencias restringen nuestra mirada, erosionan la confianza y nos llevan a actuar desde el miedo o la impotencia.

Hay tres razones que hacen urgente revisar nuestras creencias:

a)  Muchas de nuestras creencias ya no corresponden al país que somos

Seguimos interpretando la realidad con marcos mentales de otra época: Creencias autoritarias sobre el liderazgo. Creencias fatalistas sobre nuestra identidad colectiva. Creencias de desconfianza aprendida que nos impiden colaborar. Es como querer navegar el océano desconocido con mapas que no existen.

b) Las creencias generan estados emocionales duraderos

Una creencia pesimista produce miedo. Una creencia de impotencia produce resignación. Una creencia de rechazo produce agresividad. Por eso revisar las creencias no es un acto intelectual: es un acto emocional y ético.

c) Ninguna sociedad puede construir un propósito superior con creencias que se contradicen

Si creemos que “nada funciona”, ¿cómo esperar compromiso?. Si creemos que “todos los demás son corruptos”, ¿cómo construir confianza?.Si creemos que “Colombia está perdida”, ¿cómo pedirle a la gente que cuide algo que considera irrecuperable?. si creemos que las personas en condiciones de pobreza extrema no pueden cuidar de su comunidad, ¿ cómo construir una realidad colectiva?. Las la suma de las creencias individuales son la infraestructura mental invisible de un país. Sin revisar esa infraestructura, no habrá narrativa común posible.

3. Introducir este tema en una conversación nacional

Este es un punto crítico. Colombia necesita hablar de sus creencias sin vergüenza y sin miedo para hacerlas muy visibles y entender su impacto. Pero ¿cómo hacerlo para diferentes públicos y en diferentes escenarios, que permita una mejor comprensión colectiva?

Propongo tres caminos:

1. Convertirlo en una conversación sobre su impacto en el bienestar emocional, no sobre política

Nos dormimos con creencias y nos despertamos con ellas, determinan cómo trabajamos, cómo hablamos con nuestros hijos, cómo interpretamos la incertidumbre. Es decir: afectan el bienestar individual y colectivo cotidiano.

Esto abre la puerta a un diálogo más humano, menos ideológico.

2. Conectar el tema con ejemplos cotidianos

Las creencias se manifiestan en cosas simples: cómo tratamos al vecino, cómo manejamos el desacuerdo, cómo reaccionamos ante una norma, cómo interpretamos el trabajo colectivo.La conversación puede comenzar ahí, sin entrar de inmediato en las grandes discusiones nacionales.

3. Vincular el tema con el propósito superior que el país necesita

No se trata de revisar creencias por revisión psicológica: se trata de revisarlas porque sin una base compartida de creencias colectivas, ningún propósito nacional sobrevivirá. Y esta es precisamente la razón por la cual este tema conecta con la narrativa que hemos venido trabajando: Colombia es buena y vale la pena cuidarla.

4. ¿Qué tiene que ver esto con el movimiento Colombia es buena?

La premisa central del movimiento es que Colombia tiene un enorme potencial humano, social y cultural que ha sido opacado por narrativas negativas y por creencias que refuerzan la desesperanza. 

Una creencia no revisada puede convertirse en un obstáculo para el cuidado colectivo. La creencia de que “nada va a cambiar” paraliza. La creencia de que “estamos solos” desmoviliza. La creencia de que “el otro es el problema” destruye puentes.

El movimiento promueve otra creencia fundamental:

Colombia sí puede reorientar su rumbo si activamos comunidades, liderazgos y redes que cuiden lo que tenemos y que reconstruyan lo que hemos perdido y saquen la mejor versión de los colombianos para avanzar como país.

Esta no es una creencia ingenua. Es una creencia productiva, fundada en experiencias reales que se evidencia en miles de iniciativas silenciosas que hay a lo largo y ancho de nuestro país, y que nuestras creencias limitantes no nos permiten ver. Pero ahí están. Solo hay que visibilizarlas, conectarlas y apoyarlas para activarlas al servicio de Colombia porque es buena y vale la pena cuidarla . 

El país no va a cambiar con promesas que no se cumplen,  o con discursos y reformas que no se implementan. El país cambia cuando una nueva creencia —esperanzadora, realista, movilizadora— se hace colectiva, y que permita habilitar una mentalidad distinta que facilite la posibilidad de los verdaderos cambios .

Lo que estás proponiendo con Colombia es buena,  es cambiar el punto de partida psicológico y emocional desde el cual los colombianos interpretan su realidad.

5. Revisar creencias para recuperar la capacidad de encontrarnos

No habrá propósito nacional sin un proceso de introspección colectiva. Colombia necesita revisar sus creencias para:

  • desactivar prejuicios, reinterpretar la incertidumbre, transformar la relación con la institucionalidad, recuperar la confianza básica, y habilitar la cooperación entre sectores históricamente desconectados.

Todo proceso de reconstrucción nacional empieza por un acto simple y profundo: preguntarnos si lo que creemos nos acerca o nos aleja del país que decimos querer.

6. Un llamado final

Este blog quiere abrir una puerta: la puerta de la reflexión interior como camino de transformación social. No podemos construir una narrativa común si cada uno está atrapado en creencias que lo separan del otro. No podemos construir un “nosotros” mientras cada quien defiende su mapa mental como si fuera la realidad misma. No podemos cuidar a Colombia si antes no revisamos lo que creemos sobre Colombia.

Las creencias pueden ser cárceles o pueden ser motores. En nuestras manos está decidir qué queremos que sean. El movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla no comienza en la calle ni en las instituciones: comienza en la conciencia de cada uno, en la disposición humilde de revisar nuestras creencias y permitir que una narrativa más generosa, más realista y más esperanzadora tome el lugar que hoy ocupan el miedo, la rabia o la indiferencia.

Si cambiamos las creencias que nos limitan, cambiaremos las emociones que nos bloquean.Y si cambian las emociones, cambiamos las decisiones. Y si cambian las decisiones, Colombia cambia.

Ese es el punto de partida. Ese es el camino

En un siguiente blog voy a mostrar algunas de las creencias limitantes que nos impiden avanzar y las creencias habilitantes que debemos instalar en la mente colectiva de la nación.


sábado, 15 de noviembre de 2025

Cuando la sociedad deja de aceptar lo inaceptable

  

En toda sociedad funcional existe una forma de equilibrio moral que no depende solo de las leyes, sino de algo más profundo: la sanción social. Es ese conjunto de reacciones colectivas —a veces sutiles, otras implacables— que una comunidad ejerce para proteger los valores compartidos que sostienen su cultura. Es el modo en que una sociedad dice: “esto no se hace”, y lo respalda no con discursos, sino con consecuencias. Hay sanción social y que es moral.

Sin esa sanción moral compartida, la convivencia se descompone. Lo que era inadmisible se vuelve normal. Lo que antes provocaba vergüenza pública, hoy se celebra o se banaliza. Y cuando la normalización viene desde las élites —las que deberían dar ejemplo— el daño es devastador, porque corroe el alma moral de la nación. 

Sobra citar los casos recientes en Colombia de escándalos protagonizados desde la cabeza del Estado y sus más cercanos colaboradores, que otras sociedades habrían sido un terremoto político y social. En nuestro país, lamentablemente forman parte de las noticias diarias, que muchos colombianos las aceptan bajo el lema: “somos así”

El valor invisible de las sanciones sociales

Las sanciones sociales no necesitan cárceles ni decretos: su fuerza radica en el consenso moral. En toda comunidad sana, hay comportamientos que, aunque no sean ilegales, resultan moralmente inaceptables. El que miente, el que engaña, el que abusa del poder, el que traiciona la confianza pública, sabe que será señalado y que cargará con una pérdida de legitimidad ante los demás.

Esa reacción colectiva cumple una función civilizadora: educa, orienta, previene. Es lo que hace que las normas se cumplan incluso cuando nadie vigila. Por eso, cuando una sociedad pierde su capacidad de indignarse, pierde también su brújula moral.

Pero en Colombia, ese mecanismo de autorregulación se ha venido erosionando. Lo inaceptable se ha vuelto costumbre. Y repito, el ejemplo desde arriba —desde las más altas instancias del poder político, empresarial y social— no es el de la ética, sino el del cinismo.

Cuando el mal ejemplo se institucionaliza

Nada destruye más la confianza colectiva que ver a quienes gobiernan actuar impunemente. Cuando los líderes políticos normalizan el abuso, el engaño o la corrupción, transmiten un mensaje corrosivo: “si ellos pueden hacerlo, ¿por qué  nosotros no?” 

Durante el actual gobierno, los escándalos y arbitrariedades se han multiplicado a tal punto que ya no provocan sorpresa. Hemos perdido la capacidad de indignarnos. Se ha roto el vínculo entre moralidad y autoridad. Y como advertía Alexis de Tocqueville, “no hay sociedad que pueda sobrevivir cuando el poder se divorcia de la virtud”.

Lo más grave no es solo la conducta de los poderosos, sino el efecto cultural que produce: el vaciamiento del ejemplo. La corrupción se vuelve folclore, la mentira se convierte en estrategia, el abuso se disfraza de “transformación”. Y mientras tanto, las instituciones se debilitan, los ciudadanos se paralizan y las pasiones oscuras —esas que ya analicé en mis blogs anteriores— se adueñan del espacio público.

Las emociones oscuras y la parálisis colectiva

En el artículo “Pasiones oscuras: cuando las emociones destruyen la democracia” Parte Í y II, recordábamos cómo el odio, el miedo, el resentimiento y la ira —alimentados por líderes demagógicos— nublan la razón y desintegran el tejido social.

Hoy esas pasiones están fracturando nuestra capacidad de respuesta colectiva. En lugar de unirnos para corregir los abusos, nos dividimos por identidades políticas o resentimientos personales. Cada escándalo se vuelve munición para la polarización, no una oportunidad para restaurar la ética pública.

En ese clima emocional, la sanción social desaparece, porque el juicio moral se sustituye por la lealtad ideológica: “si lo hace mi grupo, lo justifico; si lo hace el otro, lo condeno”. Así, lo que debería ser una sociedad con conciencia ética se transforma en un campo de batalla emocional, donde los valores se relativizan y el cinismo se disfraza de lucidez.

La normalización del abuso: la otra pandemia

El filósofo George Steiner escribió que “cuando el mal se vuelve banal, la inteligencia se vuelve cómplice”. Esa banalización del mal —que Hannah Arendt identificó en las sociedades que dejaron de juzgar lo injustificable— es precisamente lo que hoy amenaza a Colombia.

Nos hemos acostumbrado a vivir con la mentira institucionalizada, la manipulación emocional y la doble moral. Nos hemos vuelto espectadores resignados de un deterioro que debería escandalizarnos. Y al perder la capacidad de indignarnos, perdemos también la de transformarnos.

Cada vez que un acto de corrupción, un abuso de poder o una arbitrariedad queda sin sanción, el mensaje que se transmite es que la ética es negociable. Que todo se vale si sirve a un fin político o personal. Ese es el verdadero veneno que mina una democracia: la pérdida del sentido del límite.

La reconstrucción del ejemplo

Si el ejemplo negativo destruye, el ejemplo positivo puede sanar. Una nación no se reconstruye solo con reformas institucionales o planes técnicos, sino con liderazgos morales que devuelvan sentido al deber, a la palabra y al cuidado.

Necesitamos líderes —en el sector público, privado y ciudadano— que encarnen esa coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Que recuerden que la ética no es un adorno retórico, sino el cimiento de toda autoridad legítima.

Reinstalar la sanción social pasa por restaurar el ejemplo. Por demostrar, desde cada espacio, que el comportamiento decente no es ingenuidad, sino fuerza moral. Que ser íntegro no es debilidad, sino un poder ciudadano.

Solo así podremos reconstruir el pacto invisible que permite que una sociedad funcione: el acuerdo tácito de que hay cosas que, sencillamente, no se hacen.

Colombia es buena: una pedagogía del cuidado

Aquí es donde el movimiento “Colombia es buena y vale la pena cuidarla” adquiere todo su sentido. Esta iniciativa no pretende ser una campaña política, sino una escuela de cultura ciudadana y emocional que re introduzca, desde lo cotidiano, los principios que una sociedad necesita para sostener su equilibrio moral.

El movimiento busca re encender las emociones brillantes —la empatía, la esperanza, la gratitud, el sentido de comunidad— como antídoto a las pasiones oscuras que hoy dominan el debate público. Porque una sociedad emocionalmente sana puede sancionar sin destruir, corregir sin humillar y cuidar sin dividir.

La cultura del cuidado que promovemos no es complaciente: implica responsabilidad compartida. Cuidar a Colombia es exigir integridad, pero también practicarla. Es recuperar la pedagogía del ejemplo, tanto en los hogares como en las instituciones. Es asumir que la moral pública no se decreta, se cultiva.

Al fomentar la cultura del cuidado, Colombia es buena es un naciente movimiento ciudadano que también busca  que  los colombianos entendamos, que una sociedad sin sanción social, es como un cuerpo sin anticuerpos, es una sociedad a la deriva y sin futuro.

Del “todo vale” al “vale la pena”

En una sociedad donde todo se negocia, donde la impunidad es la norma y la vergüenza pública ha desaparecido, Colombia es buena propone volver a las bases: reconstruir el sentido de lo correcto.

No se trata de moralismo, sino de sentido común ético. De enseñar que el cuidado no es debilidad, sino civilización; que la decencia no es ingenuidad, sino liderazgo.

Este movimiento puede ser el espacio pedagógico donde esa transformación comience: donde las comunidades aprendan a sancionar sin odio, a exigir sin destruir, y a cuidar lo público como lo propio.

Si Colombia ha perdido su brújula moral, tal vez sea el momento de volver a mirar hacia adentro, hacia nuestras emociones, nuestras prácticas y nuestros ejemplos. Porque, al final, una sociedad que deja de sancionar lo inaceptable termina aceptando lo que la destruye.

Y quizás el primer paso para recuperarla sea recordar que cuidar a Colombia vale la pena precisamente porque aún hay mucho que perder y mucho que reconocer..