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sábado, 13 de septiembre de 2025

Viajar para cuidar: lo que Corea del Sur puede enseñarle a Colombia

 


El valor de mirar afuera para cuidar lo propio

Viajar no es solo ocio ni turismo. Es una forma de conocer otras realidades y abrir ventanas para repensar la nuestra. Aprender de las fortalezas ajenas, pero también de sus errores, es una manera de cuidar a Colombia. Hoy escribo desde Corea del Sur, un país que no había visitado antes y que me ha sorprendido profundamente.

Hace apenas 70 años, Corea era uno de los países más pobres del planeta. La guerra civil (1950–1953) dejó al país devastado, con más de 4 millones de muertos y un territorio arrasado. Su ingreso per cápita en 1960 era inferior al de gran parte de África. Sin embargo, en dos generaciones, Corea se convirtió en un referente mundial en innovación, tecnología, educación y cultura.

El contraste invita a una pregunta inevitable: ¿qué hizo posible esa transformación y qué podría aprender Colombia de ese proceso?

Primera lección: la educación como motor

Corea apostó a la educación con una radicalidad que impresiona. Durante décadas, las familias hicieron enormes sacrificios para que sus hijos estudiaran. El Estado acompañó esa obsesión con políticas públicas claras y continuidad en el tiempo.

Hoy, Corea tiene una de las poblaciones más educadas del mundo. Sus estudiantes compiten en los primeros lugares de las pruebas internacionales. Universidades como KAIST, POSTECH y Seúl National University son polos de investigación que atraen talento global.

En Colombia, aún tenemos un déficit histórico: calidad desigual, cobertura incompleta y una desconexión entre educación y desarrollo productivo. La lección coreana no es copiar su modelo (que también ha tenido excesos de presión académica y estrés juvenil), sino entender que sin una apuesta decidida por la educación, no hay futuro posible.


Segunda lección: la disciplina colectiva

La cultura coreana privilegia el esfuerzo compartido. Existe un fuerte sentido de responsabilidad hacia el grupo, sea la familia, la empresa o la nación. La disciplina se refleja en la vida cotidiana: el orden en las calles, la limpieza en el espacio público, la puntualidad en los compromisos.

En Colombia, el individualismo y la cultura del “vivo se come al bobo” nos juegan en contra. La indisciplina social se traduce en evasión de impuestos, incumplimiento de normas, corrupción y desorden urbano. Corea demuestra que el progreso no depende solo de leyes o infraestructura, sino de la interiorización cultural que se refleja en comportamientos ciudadanos sustentados en valores como la corresponsabilidad y la disciplina.

En nuestro caso, no significa que debamos aspirar a un modelo rígido o autoritario. Pero sí es urgente reconstruir un contrato social en el que cumplir las normas y cuidar lo colectivo deje de ser una excepción y se vuelva la regla como parte de una narrativa compartida.


Tercera lección: innovación con propósito nacional

En los años sesenta, Corea diseñó planes de industrialización que se cumplieron con disciplina. El Estado apoyó a conglomerados empresariales (chaebols) como Samsung, Hyundai y LG, que pasaron de ensamblar productos básicos a liderar sectores de alta tecnología.

La innovación no fue fruto del azar, sino de una estrategia deliberada: vincular educación, investigación y producción. Corea entendió que la competitividad global requería apostar por el conocimiento puesto al servicio del desarrollo .

Colombia, en cambio, ha dependido demasiado de la explotación de las materias primas y las rentas extractivas. Necesitamos una visión de largo plazo que articule ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento. No para copiar a Corea, sino para encontrar nuestras propias fortalezas: biodiversidad, energías limpias, industrias culturales, agroindustria explotada inteligentemente.


Park Chung-hee: liderazgo autoritario con propósito nacional

Revisando la historia reciente de Corea hay un protagonista central: el presidente Park Chung-hee. Llegó al poder en 1961 tras un golpe militar, en un país agrícola y en su momento el segundo más pobre del mundo . Su gobierno, que duró hasta su asesinato en 1979, marcó el rumbo decisivo para sacar a Corea de la pobreza extrema.

Su aporte principal fue definir un proyecto nacional claro y sostenido. A través de planes quinquenales de desarrollo, orientó la economía hacia la industrialización y la exportación. Sectores como el acero, la construcción naval, la petroquímica y más tarde la electrónica recibieron apoyo masivo del Estado en créditos, subsidios y protección estratégica. Así nacieron y se fortalecieron conglomerados como Samsung, Hyundai y LG, que luego serían gigantes globales.

Park entendió también que la educación debía masificarse. Su gobierno expandió la cobertura escolar y creó las bases para que la población tuviera la formación mínima necesaria para integrarse a la economía industrial. Paralelamente, promovió una disciplina de trabajo austera y sacrificada, apelando a valores confucianos y a un fuerte nacionalismo cívico.

El contexto de amenaza permanente de Corea del Norte reforzó esa narrativa. El desarrollo económico fue presentado como un deber patriótico, un sacrificio compartido para asegurar la supervivencia del país. Esa mezcla de urgencia, disciplina y propósito colectivo explica buena parte del “milagro coreano”.

Pero el precio que pagaron los coreanos fue muy alto. Park gobernó con autoritarismo: restringió libertades civiles, persiguió opositores, censuró a la prensa y consolidó un poder personalista. Su modelo sembró también sombras que aún pesan: concentración del poder económico en los chaebols, desigualdad social en los primeros años y una cultura laboral compleja que hoy se refleja en baja natalidad y problemas de salud mental crecientes.

De su legado, Colombia no puede ni debe copiar la represión política. Pero sí puede extraer tres lecciones fundamentales:

  1. Claridad de propósito nacional: un rumbo de largo plazo que trascienda los gobiernos.
  2. Articulación entre Estado, empresa y educación: trabajar juntos en sectores estratégicos.
  3. Nacionalismo cívico positivo: hacer del progreso un proyecto compartido, no una competencia entre facciones.

Cuarta lección: resiliencia ante la adversidad

Corea nació de la tragedia: guerra fratricida, dictaduras militares, pobreza extrema. Esa experiencia pudo haber destruido la moral colectiva, pero ocurrió lo contrario. El país canalizó su dolor hacia la reconstrucción y se forjó una narrativa de superación.

En Colombia también hemos padecido violencia prolongada, desigualdades profundas y crisis políticas. Pero muchas veces convertimos ese dolor en excusa para la resignación. La resiliencia coreana nos recuerda que las heridas pueden ser motor de cambio si se transforman en energía colectiva.


Quinta lección: identidad y orgullo cultural

La ola coreana (Hallyu), con su música, cine y gastronomía, es un fenómeno global. No se trata solo de entretenimiento: es un ejemplo de cómo un país puede proyectar su identidad cultural y convertirla en un activo estratégico. Corea supo combinar tradición y modernidad para posicionar su marca país.

Colombia tiene un capital cultural inmenso: música, literatura, arte, biodiversidad. Pero aún no hemos logrado convertirlo en una fuerza global cohesionada. Seguimos exportando talentos individuales (Shakira, Gabo, Botero, Juanes), pero no una narrativa colectiva. La lección es clara: cuidar nuestra cultura es también poderla proyectar con orgullo hacia  al mundo.

Sexta lección: liderazgo con visión compartida

El milagro coreano no fue obra de un líder carismático aislado, sino de décadas de visión compartida. Hubo gobiernos autoritarios al comienzo, pero el verdadero salto se consolidó cuando la democracia coreana maduró y supo mantener continuidad en políticas esenciales.

En Colombia, la discontinuidad es un cáncer: cada gobierno desmonta lo anterior y arranca de cero. Si queremos aprender de Corea, debemos construir consensos básicos sobre temas estratégicos —educación, innovación, seguridad, sostenibilidad— que sobrevivan a los cambios de gobierno.

Lo que no debemos copiar

No todo en Corea es exportable. También hay excesos y contradicciones:

  • Presión educativa extrema: altos niveles de ansiedad y suicidios juveniles.
  • Concentración empresarial: los chaebols han generado desigualdades y monopolios.
  • Competencia laboral feroz: jornadas extenuantes, baja natalidad y soledad social.

Estas sombras recuerdan que el progreso económico no garantiza automáticamente bienestar humano. Para Colombia, la tarea es aprender de los aciertos sin caer en los mismos errores.

Colombia hoy: ¿qué hacer con estas lecciones?

  1. Educar con equidad: no basta con cobertura; necesitamos calidad y pertinencia para todos.
  2. Construir disciplina social: fortalecer cultura ciudadana y corresponsabilidad.
  3. Innovar desde nuestras ventajas: biodiversidad, energías limpias, industrias creativas.
  4. Transformar el dolor en resiliencia: pasar de la queja a la acción colectiva.
  5. Proyectar nuestra identidad cultural: música, arte, gastronomía como acciones de  “diplomacia blanda”.
  6. Asegurar continuidad en políticas claves: pactos de Estado más allá de gobiernos.

Conclusión: viajar para cuidar

Colombia no es Corea, ni debe serlo. Pero mirar lo que este país logró en siete décadas nos recuerda que el desarrollo no es un destino reservado a otros, sino una posibilidad si se asumen con disciplina las decisiones correctas.

Viajar sirve para abrir los ojos. Pero el verdadero viaje comienza cuando regresamos y nos preguntamos: ¿qué de lo aprendido aplicamos en nuestra casa? Cuidar a Colombia es aprender de afuera para transformar nuestro país hacia adentro.


sábado, 6 de septiembre de 2025

Universidades que cuidan el país

 


Llamado a las universidades a sumar su voz al movimiento 'Colombia es buena y
  vale   la pena' formando líderes y reconstruyendo la esperanza.

Universidades que cuidan lo que importa 

En estos tiempos de confusión y escepticismo, hablar de “liderazgo” parece un recurso desgastado. Y sin embargo, pocas palabras son hoy tan necesarias.

No para aludir a caudillos, ni para repetir consignas, sino para recuperar su sentido más profundo: liderar es cuidar lo que importa, y Colombia hoy necesita ser cuidada por todos.

En esta tarea, las universidades tienen un papel insustituible. No como observadoras externas del devenir nacional, sino como protagonistas activas de una transformación cultural, ética y ciudadana que ya no puede esperar.

Este blog es una invitación a las universidades —que son también organizaciones y actores sociales— a sumarse, junto al empresariado - y a otros actores, a un movimiento colectivo de liderazgo con visión de largo plazo. Porque construir futuro es formar ciudadanos comprometidos preparados profesionalmente para que actúen como agentes de cambio donde ejerzan su profesión..

Una generación que ya no cree

No podemos negar la realidad: miles de jóvenes colombianos están perdiendo la fe en su país. Muchos se están yendo. Otros, sin irse físicamente, se han desconectado emocional y políticamente. Ven a Colombia como un territorio sin horizonte, atrapado entre la corrupción, la polarización y la repetición de los mismos errores. Y, lamentablemente, nosotros —los adultos, las instituciones— no les hemos dado suficientes razones para creer lo contrario.

Las universidades, en particular, enfrentan una paradoja: son fábricas de futuro, pero muchas veces han quedado atrapadas en lógicas del pasado. Unas veces por su apego a la neutralidad académica; otras, por la inercia administrativa. Hoy ya no basta con formar profesionales competentes. Necesitamos formar ciudadanos conscientes, críticos y corresponsables.

Cuidar Colombia es una tarea intergeneracional

La transformación que Colombia necesita no se logrará sin las nuevas generaciones. Pero tampoco se logrará si las generaciones adultas no hacen el trabajo de tender puentes de confianza, propósito y esperanza. Ese es el reto —y la oportunidad— de este momento histórico:crear una alianza intergeneracional para cuidar a Colombia, una alianza entre improbables.

Y las universidades están en el centro de esa posibilidad. Porque tienen lo que muchos no tienen:

  • Capacidad de movilización.
  • Autoridad moral en sus comunidades.
  • Presencia territorial.
  • Y una enorme influencia en la construcción de sentido.

Las universidades también son empresas con alma

A veces se olvida que las universidades  no solo son centros académicos: también son organizaciones sociales, económicas, humanas. Y como tales, son parte del ecosistema productivo del país. Por eso, este movimiento que estamos impulsando —en alianza con empresarios, fundaciones, líderes regionales— también las interpela.

Porque el futuro de Colombia no se juega solo en las empresas ni en el Congreso: se juega en los campus, en los pasillos, en las conversaciones cotidianas entre profesores y estudiantes. El silencio de las universidades puede ser tan grave como el silencio del empresariado. Y su palabra —si es clara, valiente y pedagógica— puede abrir un camino nuevo.

Una nueva narrativa: Colombia vale la pena 

Vivimos en un país profundamente emocional. Y hoy, esas emociones están siendo instrumentalizadas por discursos de resentimiento y división. Pero también hay otra posibilidad: convertir la emoción en energía para el cuidado. Eso es lo que propone la narrativa “Colombia es buena y vale la pena cuidarla”: un movimiento que no idealiza ni niega los problemas, pero que afirma algo esencial:

Colombia vale la pena.

Colombia merece ser cuidada.

Colombia es mejor cuando la cuidamos juntos.


Invitamos a las universidades a apropiarse de esta narrativa, a integrarla en sus procesos formativos, en sus programas de extensión, en su comunicación interna y externa. Porque cuidar no es solo resistir el daño que hoy sufre Colombia. Es cultivar lo mejor de nosotros como sociedad.

¿Qué pueden hacer las universidades?

No se trata de militar políticamente. Se trata de activar su rol como formadoras de cultura ciudadana y motores de esperanza.

Algunas acciones concretas:

  • Crear cátedras o espacios de conversación sobre liderazgo adaptativo, ética pública y cultura ciudadana.
  • Promover de manera intencionada y prioritaria el fortalecimiento de las competencias socio emocionales en momentos en que la salud mental es un prioridad y un gran problema 
  • Apoyar procesos de liderazgo juvenil en alianza con empresarios y organizaciones sociales.
  • Incorporar el lenguaje del cuidado, la corresponsabilidad y la visión de país en sus currículos.
  • Estimular el voluntariado, el servicio social y el trabajo comunitario con enfoque formativo.
  • Visibilizar historias de jóvenes que, en vez de irse del país, han decidido quedarse y transformar.
  • Participar activamente en la red de instituciones que estamos articulando en Bogotá, Medellín  y en otras regiones.
  • Hacer parte de las declaraciones de derechos y deberes humanos promovida por la UNESCO

Una alianza con los empresarios por el futuro

El movimiento que estamos impulsando parte de una certeza: ningún sector podrá transformar solo la cultura política del país. Necesitamos sumar voces, visiones y capacidades. Y en esa suma, la alianza entre empresarios comprometidos y universidades movilizadas puede tener un poder inmenso. Le da sentido al concepto Alianza Universidad Empresa Estado y Sociedad.

Las primeros, pensamiento crítico, energía juvenil y una visión de futuro que puede reencantar a los escépticos. Los segundos aportan estructura, ejemplo, conexión con la realidad económica y territorial. El tercero cuida el bien común, y el cuarto participa corresponsablemente. Juntos, podemos construir un nuevo relato colectivo para Colombia.

Uno que no se base en el miedo, sino en la corresponsabilidad. Uno que no apele al odio, sino al compromiso. Uno que nos diga, en voz alta: “sí hay futuro, pero hay que construirlo y cuidarlo juntos .”

No es tarde ya no hay tiempo que perder

La historia nos está poniendo a prueba. Y no habrá excusa que valga si seguimos actuando como si nada estuviera pasando. Este blog es una invitación a las universidades a asumir un rol más visible, más valiente, más esperanzador. A dejar de formar solo técnicos y gerentes, para formar líderes conscientes, ciudadanos activos, cuidadores de lo común.

Porque como decía una frase en la Fundación Origen que ayudé a crear:

“Uno cuida lo que le importa.

Lo que no se cuida, se pierde.

Y lo que se pierde, se lamenta para siempre.”


Por eso, es importante recordar que Colombia vale la pena cuidarla siendo una tarea fundamental el de promover esta mirada colectiva .


sábado, 30 de agosto de 2025

Pensar para cuidar: el pensamiento crítico como soporte de una cultura del cuidado

 


 Pensar para cuidar: el pensamiento crítico como columna vertebral de una cultura del cuidado

En la serie Colombia es buena y vale la pena cuidarla hemos recorrido algunos sectores del país, mostrando cómo cada uno, desde su lugar, puede y debe aportar a un propósito común: cuidar lo que somos, lo que tenemos y lo que soñamos ser. Hemos hablado de empresarios y Fuerzas Armadas, en las próximas semanas serán los jóvenes, comunidades, gremios, medios, artistas, ONG y muchos otros los protagonistas que se suman al movimiento que está naciendo.

Pero hay un elemento que atraviesa a todos estos sectores, sin el cual la cultura de cuidado se vuelve frágil y vulnerable: el pensamiento crítico. Cuidar no es solo un acto de voluntad o de emoción; es también un ejercicio de lucidez, de discernimiento y de resistencia frente a la manipulación, la mentira y el conformismo.

En tiempos donde las instituciones que sostienen la democracia están bajo presión y los niveles de incertidumbre son altos, recuperar y cultivar el pensamiento crítico es tan urgente como defender la integridad física de nuestros territorios o la seguridad de nuestras comunidades. Sin pensamiento crítico, la cultura de cuidado corre el riesgo de ser absorbida por la estupidez colectiva: esa aceptación pasiva de narrativas sin fundamento y la renuncia a pensar por cuenta propia.(ver mi blog sobre la estupidez humana)

La cultura de cuidado: un tejido que necesita lucidez

Cuando hablamos de cultura de cuidado, nos referimos a un conjunto de valores, prácticas y hábitos que ponen en el centro el bien común y la corresponsabilidad. Es cuidar a las personas, a las instituciones, al medio ambiente, a la verdad.

Pero este cuidado no se sostiene solo con buenas intenciones. Requiere de un marco ético que soporte  la capacidad de análisis que permita diferenciar entre lo que parece bueno y lo que realmente lo es; entre lo que beneficia a corto plazo y lo que es sostenible a largo plazo; entre lo que emociona y lo que conviene.

Ahí entra el pensamiento crítico como la fibra que refuerza todo el tejido: permite evaluar, cuestionar, contrastar y tomar decisiones fundamentadas, incluso cuando la presión del grupo, la propaganda o el miedo nos empujan en otra dirección.


Cuando la emoción domina y la razón se retrae

La sociedad contemporánea premia la velocidad y la reacción instantánea. Vivimos saturados de información fragmentada y de mensajes diseñados para despertar emociones fuertes, no para invitar a la reflexión.

Las redes sociales, que podrían ser una plaza pública para el diálogo informado, han terminado reforzando burbujas ideológicas y patrones de pensamiento grupal. En esos espacios, lo viral importa más que lo verdadero. El que duda o hace preguntas incómodas es acusado de desleal, tibio o enemigo.

Este clima erosiona la capacidad de pensar colectivamente. Y cuando una nación pierde esa capacidad, el cuidado se degrada en un instinto de protección de “los nuestros”, en lugar de un compromiso con el bien común.

El pensamiento crítico como valor transversal en varios sectores

En la narrativa de Colombia es buena, cada sector aporta a la cultura de cuidado desde su misión y sus capacidades. Pero todos enfrentan un desafío común: discernir qué cuidar, cómo cuidarlo y de quién cuidarlo. Sin pensamiento crítico, las respuestas a estas preguntas quedan en manos de la propaganda, la inercia o la moda.

  • Empresarios: Necesitan filtrar propuestas y políticas públicas con análisis riguroso, no solo desde el interés inmediato e individualista,  sino desde la sostenibilidad del país.
  • Universidades: Son incubadoras naturales de pensamiento crítico, pero deben resistir la tentación de convertirse en fábricas de títulos y discursos únicos.
  • Fuerzas Armadas: Su capacidad de cuidar depende también de discernir amenazas reales de narrativas políticas diseñadas para debilitarlas.
  • Jóvenes: Deben aprender que no todo lo que indigna en redes es cierto, ni toda tendencia viral es causa justa.
  • Comunidades residenciales: Pueden convertirse en semilleros de diálogo informado sobre convivencia, seguridad, proyectos comunes y laboratorios de convivencia y construcción de cultura ciudadana.
  • Medios de comunicación: La credibilidad se gana priorizando la veracidad sobre el clic fácil.
  • Cajas de compensación: Pueden multiplicar alfabetización mediática y pensamiento crítico entre millones de afiliados.
  • Artistas: Tienen el poder de despertar preguntas y cuestionar lo establecido a través del lenguaje simbólico.
  • ONG y fundaciones: Su trabajo territorial es más efectivo cuando ayuda a las comunidades a analizar y decidir con información de calidad.
  • Y así otros sectores que pueden aportar: El pensamiento crítico les da la capacidad de cuidar con efectividad y no solo con intención.


De la intención al método: estrategias para despertar el pensamiento crítico

Si aceptamos que el pensamiento crítico es parte esencial de la cultura de cuidado, entonces debemos incorporarlo como una meta explícita de la movilización ciudadana. Aquí algunas estrategias para hacerlo:

1. Incluirlo en la narrativa central

En todo mensaje de Colombia es buena, recordar que cuidar no es solo un acto emocional sino un acto intelectual: implica verificar, contrastar, dudar y preguntar.

2. Campañas de alfabetización mediática

Aliarse con universidades, medios y organizaciones sociales para enseñar a leer críticamente noticias, identificar sesgos, verificar fuentes y reconocer manipulaciones.

3. Espacios de deliberación ciudadana

Organizar foros, cabildos y conversatorios donde sectores diversos practiquen la discusión argumentada, con reglas claras para escuchar y responder con base en datos y razones.

4. Formación sectorial

Diseñar módulos de pensamiento crítico adaptados a cada sector: por ejemplo, para empresarios, análisis de políticas económicas; para comunidades, resolución de conflictos; para jóvenes, desmontaje de narrativas virales.

5. Visibilizar ejemplos inspiradores

Contar historias concretas en las que el pensamiento crítico haya evitado errores graves o permitido soluciones innovadoras.

6. Indicadores de impacto

Medir avances: cuántas personas participan en espacios de debate, cuántos medios incorporan verificadores, cuántas comunidades desarrollan planes con base en diagnósticos rigurosos.

Un llamado a la acción lúcida

El pensamiento crítico no es un lujo intelectual: es una herramienta de supervivencia democrática. Un país que no piensa, se deja llevar; y un país que se deja llevar, no cuida.

Por eso, la cultura de cuidado que hemos descrito en Colombia es buena solo será sólida si está sostenida por una ciudadanía capaz de hacer preguntas difíciles, de escuchar respuestas incómodas y de cambiar de opinión cuando la evidencia lo exige.

Cuidar a Colombia es, también, cuidar nuestra manera de pensar. Y en tiempos de polarización, desinformación y ataques a las instituciones, esa puede ser la forma más profunda y estratégica de resistencia ciudadana.


sábado, 23 de agosto de 2025

 


 Liderar en tiempos de desgaste: ética, mente y biografía para cuidar a Colombia

Resaltar lo positivo y cuidar lo que funciona en un país fracturado no es una tarea menor. Exige algo más que optimismo: requiere lucidez para entender el deterioro mental y ético que atraviesa a nuestra sociedad y, a la vez, la capacidad de construir una narrativa que movilice voluntades hacia un propósito común. Esta es la paradoja que enfrenta cualquier movimiento ciudadano que quiera inspirar, y no solo indignar, en un entorno donde la fragilidad emocional y la pérdida de referencias éticas se han vuelto parte del paisaje.

En los últimos meses, he escrito sobre tres pilares que considero esenciales para este desafío: la ética y la cultura como bases para una ciudadanía menos manipulable; la crisis moral como amenaza silenciosa que erosiona la confianza; y el liderazgo transformador como motor de cambio real. A estos temas se suma un cuarto, que hemos explorado recientemente: el papel de la salud mental y de la biografía personal de quienes lideran y votan. La pregunta que me guía hoy es simple, pero incómoda: ¿cómo liderar un movimiento que busca cuidar a Colombia resaltando lo positivo, cuando el entorno mental y ético está tan deteriorado?

1. La base ética y cultural como antídoto

En un blog reciente, distinguía entre moral, moralidad, ética y cultura. No es un ejercicio académico: estas palabras nombran las infraestructuras invisibles que sostienen —o debilitan— la vida democrática. La ética es el marco reflexivo que nos ayuda a discernir lo correcto de lo incorrecto; la moralidad, el conjunto de normas concretas que regulan nuestra convivencia; y la cultura, el tejido de hábitos y significados que nos define como comunidad.

Un movimiento que quiera cuidar a Colombia debe partir de un piso ético claro, no de una suma de moralismos parciales. Si no hay un marco de referencia compartido, la narrativa positiva corre el riesgo de fragmentarse en interpretaciones subjetivas o sectarias. La cultura ciudadana no es un adorno: es el suelo firme sobre el cual se puede construir un proyecto colectivo que trascienda ideologías.


2. La crisis moral como riesgo estratégico

Vivimos una crisis moral que va más allá de la corrupción o del cinismo político. Lo que se ha roto es el “orden moral compartido”, ese conjunto de acuerdos básicos que nos permitían reconocernos en un terreno común. Sin ese orden, la confianza se evapora, y sin confianza es casi imposible cooperar.

Esta erosión no se resuelve solo con leyes o campañas. Requiere una reconstrucción paciente de vínculos, y de ahí la importancia de un movimiento que no solo denuncie lo negativo, sino que amplifique ejemplos de integridad, responsabilidad y cooperación. Sin embargo, para que este mensaje cale, debe reconocer la gravedad de la crisis. Negarla sería ingenuo; abordarla con franqueza es un acto de respeto hacia la ciudadanía.


3. El factor mental: la mente como campo de batalla

En el blog sobre salud mental en la democracia, expuse una realidad preocupante: más del 60% de los colombianos padece alguna forma de trastorno mental, y buena parte de quienes votan —y de quienes gobiernan— lo hace desde estados emocionales frágiles o inestables. Esto no es un dato accesorio: condiciona la manera en que recibimos, procesamos y respondemos a los mensajes políticos.

En este contexto, una narrativa positiva puede ser vista con desconfianza o incluso hostilidad, no por su contenido, sino porque interpela a mentes acostumbradas a operar en clave de amenaza o pérdida. Entender esto es crítico para no frustrarse ni abandonar la estrategia: parte de la tarea es precisamente generar espacios donde la emocionalidad colectiva pueda estabilizarse.

4. Cuando la biografía gobierna

El mi blog anterior abordaba un punto crítico: los líderes no son máquinas racionales que toman decisiones en abstracto. Arrastran consigo su historia personal, sus traumas y vacíos. Alberto Lederman lo dice sin rodeos: “el poder no es la causa, sino el síntoma”. La ambición política suele ser una estrategia defensiva para tapar heridas profundas.

Cuando esas heridas no se trabajan, terminan proyectándose sobre la sociedad. Un líder que no ha resuelto su necesidad de control, su miedo a la pérdida o su obsesión por el reconocimiento puede convertir esos patrones en políticas de Estado. El resultado no es solo ineficiencia: es un tipo de daño estructural que corroe las instituciones desde adentro.

5. Liderazgo transformador en un entorno deteriorado

¿Cómo liderar, entonces, cuando el terreno está tan contaminado? La respuesta pasa por tres condiciones:

  1. Visión ética clara y compartida
    El movimiento debe tener un núcleo de principios no negociables que sirvan de guía ante la presión, la manipulación y el oportunismo. Estos principios no son un dogma, sino un marco para la acción.
  2. Narrativa emocional positiva pero realista
    No se trata de pintar un país ficticio, sino de reconocer lo bueno que vale la pena cuidar , así como sus problemas 
  3. La positividad no puede ser ingenua: debe estar anclada en hechos y en ejemplos concretos.
  4. Espacios colectivos para procesar la incomodidad
    El cambio duele. Si no hay lugares donde la incomodidad pueda discutirse y transformarse, la reacción natural será el rechazo. La pedagogía del cuidado incluye enseñar a lidiar con la incomodidad sin caer en la parálisis o el resentimiento.

6. Cuidar desde la lucidez, no desde la ingenuidad

Cuidar a Colombia no significa ignorar sus fracturas. Al contrario: es partir de ellas para diseñar estrategias más realistas. En un entorno mental y ético deteriorado, no todos se sumarán al movimiento, y eso está bien. El foco debe estar en quienes, aun con sus heridas, están dispuestos a comprometerse con algo más grande que ellos mismos.

Medir el avance no solo en número de proyectos o políticas, sino en cambios culturales: más diálogo, menos victimismo; más corresponsabilidad, menos espera pasiva de soluciones externas. Este tipo de indicadores culturales es tan importante como cualquier meta cuantitativa.

7. El liderazgo que cuida el alma del país

Responder a la pregunta inicial implica aceptar que cuidar a Colombia no es solo proteger recursos naturales o infraestructuras, sino también su integridad moral y mental. Un liderazgo así es faro ético, laboratorio emocional y plataforma de acción colectiva.

La lucidez exige ver lo que está roto, pero también reconocer lo que aún late con fuerza. La estrategia es doble: proteger lo sano y sanar lo herido. No siempre habrá aplausos; muchas veces el liderazgo transformador incomoda, porque obliga a dejar atrás viejos hábitos y narrativas. Pero esa incomodidad, bien gestionada, es el signo de que algo profundo está cambiando.

8. Conclusión: la política como terapia colectiva

En sociedades con un deterioro mental y ético profundo, la política puede ser —y debería ser— una forma de terapia colectiva. No terapia en el sentido clínico, sino como proceso de sanación de vínculos, de recuperación de un lenguaje común y de fortalecimiento de la autoestima colectiva.

El movimiento que quiera cuidar a Colombia debe asumir este rol: no solo disputar el poder, sino reparar el tejido social y emocional que hará posible sostener cualquier transformación. La pregunta no es solo quién gobernará, sino cómo se gobernará y desde qué estado interno emocional.

Porque al final, la biografía de un país no se escribe solo en sus leyes o en sus planes de desarrollo. Se escribe en la mente y el corazón de quienes lo conducen… y de quienes lo habitan.


PD: si considera interesante este blog agradezco se envíe a otras personas que puedan leerlo