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viernes, 15 de agosto de 2025

El peso invisible de la salud mental en el poder

  


Cuando la biografía gobierna: el peso invisible de la salud mental en el poder

En mi último blog hablé de un tema que rara vez entra en la conversación política: la salud mental de los dirigentes y de los votantes. No como un asunto privado, sino como una variable que puede decidir el rumbo de una democracia. Hoy quiero ir más allá. Quiero mostrar cómo la biografía emocional de quienes ejercen el poder —sus traumas, miedos y vacíos— condiciona de manera decisiva sus decisiones y, por extensión, nuestras vidas

Esto no es teoría abstracta. Es una mirada que emerge del trabajo de Alberto Lederman en La biografía del poder, y que ayuda a iluminar un terreno donde se cruzan psicología y política. Allí, en ese punto ciego del análisis público, se juega gran parte de la salud de nuestras democracias.


La necesidad de una mirada externa

Hay realidades que no se ven desde adentro. A veces necesitamos un “satélite” —alguien que nos observe desde fuera— para devolvernos una imagen menos distorsionada de lo que ocurre. En política, ese satélite puede ser un académico, un periodista o un observador internacional que nos ayude a ver lo que la costumbre o el ruido mediático ocultan.

En el caso de la salud mental de los líderes, esta mirada externa es esencial. La cercanía suele anestesiar la percepción. Nos acostumbramos a gestos, tonos y comportamientos que en cualquier otro contexto serían señales de alerta. Sin esa perspectiva externa, perdemos la capacidad de medir el daño que un liderazgo emocionalmente enfermo puede causar.

El origen personal del liderazgo 

La biografía de una persona explica, en gran medida, sus elecciones: por qué hace lo que hace y cómo lo hace. En un líder político, esta relación entre pasado y presente adquiere una dimensión sistémica. Sus emociones, creencias y reacciones no solo afectan a su entorno inmediato: se proyectan sobre todo un país.

El pasado, lejos de quedar atrás, sigue operando como una fuerza silenciosa que condiciona el presente y modela el futuro. Un trauma no resuelto, un vacío afectivo, una herida de infancia pueden volverse motores invisibles de la acción política.

Patologías que impiden el trabajo colectivo

El mundo actual exige trabajos colectivos para resolver problemas complejos. Sin embargo, hay rasgos de personalidad que hacen imposible esa cooperación: narcisismo, ego desmedido, autorreferencia. Son formas de incapacidad para darle espacio al otro, para reconocerlo como un interlocutor legítimo.

En este tipo de personalidades, los demás son prescindibles, meros instrumentos o amenazas para quien está en posición de poder. Lederman  describe a estas personas como “agujeros negros” que absorben luz y no devuelven nada. En política, esta dinámica bloquea el diálogo y condena a las sociedades a repetir sus crisis crónicas.


El núcleo invisible del poder

En toda organización hay un núcleo estratégico que define el rumbo del conjunto. En un país, ese núcleo es su estructura de poder, algo así como un sistema nervioso central. Invisible para la mayoría, pero determinante. Cuando ese núcleo está en manos de personas emocionalmente inestables, el precio se paga en todas las dimensiones: económica, social, cultural y en las relaciones internacionales del país.

En ausencia de mecanismos de control institucional, pueden aparecer “locos que seducen” y se encaraman en el poder. Construyen modelos delirantes, no porque las instituciones lo determinen, sino porque su núcleo personal de poder —su mundo interno— está gobernado por distorsiones profundas.


Trauma y ambición: el poder como síntoma

Según Lederman, todos los líderes arrastran algún trauma. Cuanto más grande es, mayor suele ser la necesidad de compensarlo. La ambición desmedida por el poder o el dinero, en muchos casos, es la respuesta a una experiencia temprana de dolor. El poder no es la causa, sino el síntoma. Funciona como una droga que aplaca angustias intensas.

En ese sentido, poder y vulnerabilidad son vecinos. Muchos imperios —y muchas tragedias— se han levantado sobre biografías marcadas por pérdidas irreparables. La historia está llena de ejemplos de dirigentes que, sin resolver sus heridas, proyectaron su dolor sobre millones.

Cuando el sobreviviente se vuelve peligroso

Hay personas que, en un contexto límite, desarrollan estrategias de supervivencia admirables. Pero fuera de ese contexto, esas mismas estrategias pueden volverse destructivas. Un sobreviviente a cualquier precio, si llega a un cargo de poder, puede aplicar esas lógicas defensivas a la vida de todo un país.

Un líder enfermo no solo dirige mal: contagia su patología a las instituciones. Y ese es el verdadero peligro. La salud mental de un dirigente no es un tema privado; es un asunto de interés público que debería estar en el centro del debate democrático. Por esta razón, es que me he propuesto visibilizarlo en estos blogs.

Fragilidad emocional y democracia

La política no debería ser tarea para solistas. Exige proyectos colectivos y capacidad de trabajar con otros. Sin embargo, nuestros dirigentes suelen operar en clave individual, con poca disposición a crear espacios de diálogo y reflexión. En el caso de Petro, los concejos de ministros muestran en vivo esta patología. La falta de escucha es endémica: a veces oyen solo una parte del mensaje, amortiguada por sus prejuicios; otras, simplemente no tienen receptividad emocional, y la mayoría de las veces los espacios con otros, son para oírse a sí mismos ignorando a los demás. 

El narcisismo y el ego, disfrazados de fortaleza, suelen ocultar inseguridades y miedos profundos. Para quien vive angustiado, el poder es un calmante poderoso. La política hay muchas personalidades adictas a la adrenalina, más interesadas en su seducción constante que en resolver problemas reales. Lederman es particularmente duro con la evaluación que hace de los políticos argentinos en su país.

Políticos sin formación emocional

El gran problema es que muchos de las personas que saltan al ruedo de la política,  llegan a cargos ejecutivos sin la preparación mental y emocional necesaria para soportar la tensión. No se dan cuenta que para enfrentar un toro Miura de 550 kg se necesita un gran torero, porque al novillero es apenas un aprendiz. A la fecha, más de 70 espontáneos se han lanzado al ruedo como candidatos a la presidencia de Colombia. Increíble.

Estoy seguro, que muy pocos han trabajado sobre sí mismos, no cuentan con soporte psicológico, y en muchos casos, su capacidad de autocontrol es mínima. El resultado: decisiones tomadas desde la impulsividad o el resentimiento, no desde la reflexión profunda, la razón o el bien común.

Esta realidad sirve para explicar, el porqué  en demasiados casos, la oferta de buenos candidatos políticos es tan pobre. No se exige lo fundamental: líderes que sepan manejarse a sí mismos antes de pretender manejar un país.

Conclusión: elevar los requisitos y cambiar la conversación

El análisis político convencional suele centrarse en ideologías, programas o alianzas. Pero hay una variable que está por encima de todas: la lógica emocional y mental de quien pretende llegar a una posición de poder con impacto en millones de colombianos . Esa lógica determina, muchas veces más que las políticas públicas, el destino de las instituciones y de un país.

Por eso, es urgente elevar los estándares para quienes aspiran a cargos de poder, tanto para los ejecutivos de las empresas, como los dirigentes políticos. No solo en lo técnico o lo ético, sino en lo psicológico. La salud mental debe dejar de ser un tabú en el debate democrático. Reconocerla y evaluarla es una condición para la supervivencia de nuestras democracias.

En un mundo donde la fragilidad emocional es decisiva, no basta con elegir entre izquierda o derecha, entre cambio o continuidad. Hay que preguntarse, sobre todo: ¿quién tiene la estabilidad interna para ejercer el poder sin que sus fantasmas personales se conviertan en los nuestros y acaben con el país?


PD: para los lectores que no hayan leído mi blog anterior, los invito a hacerlo por tratarse de un asunto vital para nuestra democracia. Y si consideran valiosos estos dos blogs les agradezco reproducirlos a sus conocidos. 



sábado, 9 de agosto de 2025

 


Cuando la mente enferma dirige y elige: salud mental,  liderazgo político y el alma de una nación

Un análisis necesario sobre el impacto de la fragilidad mental en nuestra democracia.

I. Introducción: un nuevo desafío para la salud de la democracia

Colombia —como muchas otras democracias del mundo— atraviesa una crisis cada vez más preocupante que puede tener consecuencias devastadoras si no se reconoce a tiempo: el deterioro de la salud mental, tanto de los dirigentes como de los ciudadanos. No se trata de un problema marginal o individual. Estamos ante una amenaza estructural que afecta el juicio, la convivencia, la empatía y, en última instancia, la capacidad de una sociedad para construir un proyecto compartido.

La gravedad del asunto quedó expuesto recientemente con el informe del Ministerio de Salud que reveló que más del 60% de los colombianos presentan algún tipo de trastorno mental. La cifra es alarmante por sí sola, pero lo es aún más cuando se conecta con el estado emocional de nuestros dirigentes y la dinámica colectiva que los llevó al poder.

Este blog busca abrir un espacio de reflexión y de una conversación pública difícil, sobre un tema que ha sido tabú por demasiado tiempo: la salud mental en general, y el impacto en el ejercicio de la conducción política y en las decisiones del electorado. No se trata de estigmatizar, sino de entender. Tampoco de atacar, sino de aprender. Porque si no abordamos este tema con madurez, corremos el riesgo de que nuestras democracias sigan premiando la disfuncionalidad emocional —en lugar de la sabiduría colectiva— como base de la representación popular. 


II. Dirigentes con rasgos preocupantes: ¿delirios de poder o síntomas clínicos?

Casos emblemáticos que me generan esta reflexión, como lo son Gustavo Petro y Donald Trump. Cada uno en extremos ideológicos distintos, comparten un patrón de comportamiento que ha encendido las alertas de psiquiatras, psicólogos y analistas políticos en Colombia y en el mundo. El narcisismo extremo, la desconexión con la realidad, la negación de los errores, los discursos paranoicos, y una necesidad compulsiva de dividir para reinar, son solo algunos de los síntomas que muestran estos dos individuos.  Y se repiten con una frecuencia cada vez mayor, ante la tolerancia o la indiferencia de una ciudadanía herida, que es la más afectada;   por un tema crítico que se ha normalizado y por lo cual  no se habla dada la sensibilidad que genera.

Numerosos profesionales de la salud mental han señalado que dirigentes que exhiben estas conductas, pueden asociarse claramente con el trastorno narcisista de la personalidad, el trastorno antisocial, o incluso rasgos paranoicos. No es necesario tener un diagnóstico clínico, para reconocer el impacto profundo de esta situación a nivel psicológico y social: una polarización exacerbada, el miedo colectivo, la victimización masiva, la manipulación emocional, el uso irresponsable del lenguaje y su efecto en el manejo de las instituciones del Estado. El inmenso peligro de estas dinámicas  es  que sus  efectos  pueden  tomar muchos años y esfuerzo para reparar.

Pero lo más inquietante es que personas con estas condicionas, no llegan solos al poder. Son elegidos democráticamente. De hecho, utilizan malévolamente las reglas del sistema para socavarlo. Y aquí comienza la segunda parte de mi preocupación.


III. Electores emocionalmente vulnerables: una sociedad que vota desde la herida

¿Qué lleva a millones de personas a votar —una y otra vez— por figuras que exacerban el miedo, el resentimiento o la desesperanza? ¿Por qué tantos ciudadanos —aun sufriendo las consecuencias de malos gobiernos— insisten en seguir apoyando a quienes los desorientan o maltratan? Esta pregunta es pertinente en el caso de Trump, y potencialmente un inmenso peligro de cara a las elecciones del 2026 en Colombia.

Una respuesta probable puede estar en que se ha generado un vínculo emocional inconsciente entre estos dirigentes disfuncionales y sus sociedades que están heridas. Cuando en una sociedad hay muchas personas que están atravesadas por traumas colectivos, frustración crónica o desesperanza aprendida, tiende a aferrarse a figuras mesiánicas o autoritarias que ofrecen unas certezas absolutas, unos culpables claros y la aceptación de soluciones simples.

En Colombia, con más del 60% de la población afectada por trastornos de ansiedad, depresión o estrés crónico, este fenómeno no es sorprendente. La política se ha convertido en un escenario de descarga emocional, más que de deliberación racional. Se vota no por propuestas, sino por rabia. No por futuro, sino por revancha. No para construir, sino para castigar. Y personalidades paranoides y narcisistas, lo aprovechan para manipular emocionalmente a sus seguidores.

Se genera un ciclo que es profundamente destructivo. Porque a mayor frustración, mayor radicalización. Y a mayor radicalización, más incentivos para que los dirigentes políticos aumenten sus comportamientos disfuncionales, porque saben que estos les aseguran fidelidad emocional y dependencia.

IV. Una doble enfermedad que se retroalimenta

Cuando coincide un dirigente con una salud mental frágil y una sociedad emocionalmente herida, se genera una simbiosis tóxica. El dirigente enfermo necesita aprobación constante para sostener su ego. La ciudadanía herida necesita canalizar su malestar a través de una figura que simbolice su rabia o su deseo de redención. Les hace sentir  que es alguien que los escucha, los comprende y los representa. El resultado es una democracia emocionalmente secuestrada, donde los hechos importan menos que los relatos falsos, y donde las decisiones se toman desde el hígado, no desde la cabeza. 

Hoy asistimos a lo que podría llamarse un síndrome de Estocolmo colectivo: multitudes que terminan identificándose con quien las domina, justificando incluso sus abusos. Pero, a diferencia de un secuestro real, aquí existe la posibilidad de romper el vínculo. Cuando la persona reconoce la trampa, puede elegir sacudirse esa influencia y regresar a la brújula de sus propios valores.

Este fenómeno no surge por azar. Quien controla el mensaje sabe dónde golpear: identifica las fibras más dolorosas de la sociedad y las pulsa con precisión quirúrgica. No busca sanar heridas ni resolver problemas, sino manipular emociones a su favor. Lo hace sin verdad, sin ética y con una intención calculadamente maliciosa.



Lo que está en juego no es solo el funcionamiento del Estado, sino la salud emocional colectiva de una nación. Y el precio que pagamos es altísimo: desconfianza generalizada, conflictos sociales permanentes, un debilitamiento institucional acelerado y un país que se vuelve cada vez más difícil de gobernar.


V. ¿Y cómo podría afectar esta realidad a los movimientos como los que propician una narrativa positiva y esperanzadora ? Hay un riesgo y una oportunidad

Iniciativas de este tipo como las que se han venido proponiendo en el país son urgentes de promover y apoyar. Surgen precisamente como respuesta a esta crisis emocional y no podemos desfallecer. Su narrativa positiva, su énfasis en el cuidado de nuestro país, en el fomento de la esperanza, la confianza en que si podemos superar el momento histórico mediante la acción colectiva. Son como una vacuna porque representan una contraofensiva emocional frente a un entorno profundamente deteriorado, pero donde hay millones de colombianos que están dispuestos a escuchar porque no se quieren dejar secuestrar e intoxicar mental y anímicamente. 

Sin embargo, este tipo de iniciativas  también enfrentan un desafío inmenso: ¿cómo conectarse con una ciudadanía fragmentada emocionalmente, que además se siente utilizada y traicionada, y que la ha hecho desconfiada, sentirse herida o anestesiada? 

Hoy la salud mental no es un tema periférico. Es una variable estructural fundamental en cualquier proceso de transformación social. Si no se reconoce esta realidad, los esfuerzos por construir una narrativa colectiva de esperanza pueden ser interpretados como ingenuos, elitistas o desconectados de la realidad. O lo que es peor aún, otra manipulación más.

VI. ¿Es posible una política mentalmente saludable?

Yo pienso que debe ser posible. Pero va implicar un cambio profundo en la cultura cívica de nuestra sociedad y en la forma en que abordemos el impacto de la salud mental en nuestra democracia. La Ley 1616 del 2013 y la 2460 del 2025 nos obliga a todos a poner atención en la salud mental, y poner énfasis en la prevención. Por lo tanto, necesitamos que los dirigentes que están aspirando a llegar al poder,  entiendan el problema, y sepan ejercer el liderazgo para integrar el tema de la salud emocional personal y colectiva, con la capacidad política de responder a las crecientes expectativas de la gente. 

El problema nos exige que, en un país que quiere cuidar la democracia, necesita que sus  ciudadanos cuando voten, lo hagan desde la conciencia, sean capaces de cuestionar y no se dejen solo llevar por la emocionalidad ciega. Urgen los partidos que ofrezcan proyectos atractivos y viables de realizar, no solo la polarización, el odio y la lucha de clases. 

Es crítica la labor pedagógica de todos los medios escritos y otras fuentes de información , para que ayuden a orientar la opinión pública, y por lo tanto, los necesitamos  hoy más que nunca, pero ellos también requieren de nuestro apoyo, porque los primeros están muy vulnerables. Los necesitamos para que  puedan  informar con responsabilidad, y no como muchos de ellos, que hoy  alimentan el morbo y las pasiones destructivas de una sociedad enferma.

Y, sobre todo, necesitamos urgentemente abrir una conversación difícil sobre el impacto de la salud mental de nuestra sociedad en la democracia. No puede ser un tabú ni se puede seguir ocultando más esta realidad. Por lo tanto, surgen preguntas  incómodas como:

  • ¿Debería evaluarse la salud mental de los candidatos presidenciales?
  • ¿Es posible prevenir colectivamente los delirios autoritarios?
  • ¿Se puede educar emocionalmente a un electorado?
  • ¿Qué responsabilidad tienen los dirigentes políticos que llegan a posiciones de poder y autoridad, de demostrar que son personas mental y emocionalmente competentes, cuando sus decisiones tienen un inmenso impacto en la sociedad?

Estas preguntas son parte de la solución. Porque solo cuando reconocemos la dimensión emocional de la democracia, estamos en condiciones de cuidarla.


VII. Conclusión: sanar para poder cuidar

Colombia —y muchas otras democracias del mundo— están heridas. Pero una herida no es lo mismo que una condena. Puede convertirse en el lugar desde donde nace la transformación.

La buena noticia es que cuidar a Colombia, como lo he propuesto en mis blogs anteriores, también implica cuidar su salud mental colectiva y la de sus dirigentes. Y eso comienza por mirar con valentía lo que antes se ocultaba. Por hablar de lo que duele. Por preguntarse si es posible gobernar con equilibrio emocional. Y por construir juntos una nueva cultura política donde las emociones no sean manipuladas, sino comprendidas y canalizadas hacia el bien común.

Porque Colombia es buena. Pero solo si también es sana.

Y vale la pena cuidarla, precisamente por eso.

PD: para los lectores que no hayan leído mi blog anterior, los invito a hacerlo por tratarse de un asunto vital para nuestra democracia. Y si consideran valiosos estos dos blogs les agradezco reproducirlos a sus conocidos. 


sábado, 2 de agosto de 2025

Dignificar la política: una tarea inaplazable

 


En mis dos blogs anteriores, inicié una serie para invitar a cuidar a Colombia desde diferentes sectores de la sociedad. En este blog hago una reflexión sobre la necesidad de recuperar la legitimidad del ejercicio de la política y del espacio por excelencia donde esto sucede: el Congreso de la República.

Una invitación a transformar el desprestigio en compromiso ético y cívico 

Recuperar la dignidad de la política: cuidar a Colombia también desde el Congreso

En Colombia, decir que alguien “es político” se ha vuelto casi una acusación. Para millones ciudadanos, esa palabra no evoca liderazgo, representación ni servicio público, sino todo lo contrario: corrupción, clientelismo, oportunismo. La política se ha vaciado de sentido ético y se ha convertido en sinónimo de manipulación o de intereses mezquinos. Pero esa visión, aunque comprensible, es peligrosa. Porque sin política no hay democracia. Y sin democracia, no hay país que se pueda cuidar.

Este blog es un llamado urgente a detener esa erosión simbólica. A recuperar el valor original —y necesario— de la política como herramienta de transformación colectiva. A entender que Colombia también se cuida desde los espacios donde se toman decisiones, donde se debaten leyes, donde se distribuye el poder. Y que uno de esos espacios, quizás el más visible —y también el más cuestionado— es el Congreso de la República.

El desprestigio que duele… y paraliza

Durante las últimas décadas, el Congreso colombiano ha acumulado un desprestigio profundo y persistente. No es un fenómeno nuevo, ni tampoco infundado. Escándalos de corrupción, compra de votos, conflictos de interés, ausentismo, debates sin sustancia y leyes hechas a la medida de pequeños intereses han alimentado una percepción ciudadana de profunda desconfianza.

Los datos lo evidencian: en la más reciente medición del Panel de Opinión 2024, el Congreso obtuvo apenas 40 puntos de confianza sobre 100, muy por debajo de otras instituciones públicas. La Presidencia no quedó mejor, con 44/100, pero el Legislativo sigue siendo, sistemáticamente, uno de los peor calificados. Según la OCDE, solo el 23% de los colombianos confía en el Congreso, y apenas un 18% en los partidos políticos. A nivel regional, el Edelman Trust Barometer 2023 reporta que solo el 26% de los latinoamericanos confía en sus líderes gubernamentales, con Colombia marcando un 24%, incluso por debajo de Brasil (29%) y solo ligeramente por encima de Argentina (16%).

Este fenómeno tiene consecuencias estructurales. Un Congreso desacreditado es un país sin mediación política efectiva. Y cuando no hay espacios legítimos para deliberar, negociar y representar, se abre la puerta al autoritarismo, al populismo, la corrupcion para comprar sus votos y al resentimiento colectivo. Se disuelve la posibilidad de construir acuerdos y se fragiliza la arquitectura institucional que sostiene a la nación.

Pero también hay otra historia: la que casi no se cuenta

Frente al alud de noticias negativas, muchas veces se ignoran los esfuerzos genuinos de congresistas comprometidos. Hombres y mujeres que han impulsado reformas claves, defendido derechos fundamentales, frenado abusos del poder o visibilizado causas ignoradas. Muchos de ellos han pagado un costo alto por actuar con coherencia y valentía. Pero su labor rara vez trasciende. La narrativa dominante es otra, alimentada por el sensacionalismo, la polarización digital y el hartazgo social.

Esa narrativa ha instalado una cultura de cinismo: “todos son iguales”, “no vale la pena votar”, “la política no sirve”. Pero no hay nada más funcional para los corruptos que una ciudadanía indiferente o desesperanzada. El desprestigio sin matices es el mejor aliado de quienes quieren perpetuar el sistema tal como está.

La política también cuida… cuando se ejerce con propósito

El movimiento que está emergente que invita a cuidará Colombia porque vale la pena, se está convocando desde distintos sectores de la sociedad: empresarios, jóvenes, universidades, comunidades, Fuerzas Armadas, medios, ONG, y otros. A todos ellos los une una sola razón: cuidar a Colombia no es tarea de unos pocos, es responsabilidad de todos.

Hoy es momento de extender esa convocatoria a la política. Porque la política también cuida, cuando se ejerce con ética, con visión, con sentido del bien común. La política —en su mejor versión— es el arte de construir lo común. De deliberar, de representar, de consensuar, de asumir los desacuerdos con respeto y altura. Cuando se ejerce con propósito, la política es una de las formas más poderosas de cuidado de una sociedad.

Un Congreso fortalecido, transparente, conectado con la ciudadanía y capaz de formar criterio colectivo, puede ser un motor de transformación institucional y cultural. Pero para que eso ocurra, hay que recuperar su legitimidad. Y esa recuperación comienza con un nuevo tipo de liderazgo: más consciente, más pedagógico, más coherente.

Dignificar la política: una tarea urgente y posible

Dignificar la política no significa idealizarla. Significa rescatar su papel estructural en una democracia madura. Significa también asumir responsabilidades individuales y colectivas para transformarla desde dentro.

Para quienes ya ocupan curules, dignificar su rol implica:

  • Ejercer con ejemplaridad, aun cuando no haya cámaras ni micrófonos.
  • Rendir cuentas de manera clara, frecuente y comprensible.
  • Ser puentes entre el Estado y la ciudadanía, no simples operadores clientelistas.
  • Promover una cultura de respeto y deliberación, incluso en medio del disenso.
  • Recuperar el carácter pedagógico de la función pública: explicar, conversar, formar criterio.

Para quienes aspiran a llegar, significa:

  • Construir capital político sobre la base de la coherencia, no de los favores.
  • Presentarse con propuestas, no con slogans vacíos ni listas de contratos.
  • Liderar desde la escucha, no desde el cálculo electoral.

Y para la ciudadanía, dignificar la política implica:

  • No resignarse al cinismo: exigir, cuestionar, pero también participar.
  • No “comer entero”: desarrollar criterio político, más allá de emociones reactivas.
  • Votar con responsabilidad y hacer seguimiento al voto.
  • Entender que la democracia no concluye en las urnas.

Accountability, pedagogía y cercanía: claves para reconstruir la confianza

Uno de los vacíos más evidentes entre representantes y representados en Colombia es la falta de mecanismos de seguimiento, evaluación y diálogo. El accountability sigue siendo débil, formalista o inexistente.

Cambiar esto es posible. Algunas ideas para hacerlo realidad:

  • Informes trimestrales en lenguaje ciudadano, con datos clave y decisiones relevantes.
  • Encuentros digitales periódicos entre congresistas y votantes.
  • Sistemas de trazabilidad legislativa, que alerten sobre votaciones críticas por región o tema.
  • Alianzas con universidades, medios y fundaciones para hacer veeduría social, como lo ha venido haciendo el Instituto de Ciencia Política (ICP).
  • Escuelas de formación política ciudadana, lideradas por los mismos congresistas.
  • Visitas guiadas al Congreso como hizo el Parlamento Británicos para que los ciudadanos conocieran  la institución 

Estas prácticas no son utópicas. Ya existen iniciativas inspiradoras. Lo que falta es voluntad política para escalarlas y convertirlas en norma, no en excepción.

Cuidar el Congreso es cuidar a Colombia

Cuidar a Colombia también significa cuidar el equilibrio de poderes, la pluralidad de voces, la deliberación pública. No podemos seguir viendo al Congreso como una estructura ajena o irrelevante. Es ahí donde se define buena parte del rumbo del país: desde la reforma a la salud hasta el presupuesto nacional, desde los derechos de las minorías hasta la estabilidad institucional.

En momentos como el actual —con millones de ciudadanos afectados por decisiones irresponsables del Ejecutivo—, el Congreso debe asumir un rol de contrapeso activo, informado y ético. Ojalá esta legislatura dé señales claras en esa dirección. Colombia lo necesita.

Conclusión: hacia una nueva narrativa política

No hay democracia sin políticos. Y no hay buenos políticos sin una ciudadanía que los exija, los vigile y también los respalde cuando actúan con integridad.

Por eso este blog es una invitación:

  • A los congresistas actuales y futuros: hagan de su cargo una causa pública, no un patrimonio privado.
  • A los ciudadanos: a no abandonar la política por hastío. Participen, discutan, exijan.
  • A los jóvenes: prepárense para asumir el relevo con ética, carácter y visión.
  • A los medios y universidades: visibilicen lo que sí vale la pena en el Congreso.
  • A todos: recuperemos la dignidad de la política. Porque cuidar a Colombia también se hace desde ahí.
  • Pero lo más importante: las elecciones para el Congreso del próximo año, será determinante para las elecciones presidenciales en Mayo. Equivocarse en este punto es no cuidar a Colombia y perder nuestro país.

sábado, 26 de julio de 2025

 


3. La voz de las Fuerzas Armadas también cuenta

Reconocimiento al rol clave de las Fuerzas Armadas y su dignidad institucional como cuidadoras del país.

Colombia vale la pena. Y  se cuida desde sus fuerzas armadas. Es nuestra obligación también cuidar de ellas.

En los últimos días, desde distintos rincones del país, han comenzado a levantarse voces que comparten una convicción profunda: Colombia vale la pena

Empresarios comprometidos, universidades conscientes, líderes sociales, ciudadanos que no se resignan… todos empiezan a decir, con palabras distintas pero un mismo espíritu:
“No podemos seguir siendo espectadores. Es hora de cuidar lo que nos importa.” Pero también de amplificar las voces de sectores y actores claves de nuestra sociedad

Y entre los muchos sectores que merecen ser parte de este movimiento, hay uno que —por su historia, por su sacrificio, por su silencio institucional— necesita que lo miremos con respeto, gratitud y conciencia: nuestras Fuerzas Armadas. Y a pesar de su silencio , su voz se necesita hoy más que nunca.

Este blog es para ellas. Para los hombres y mujeres que han protegido el territorio, incluso cuando el país parece olvidarlos. Para quienes dieron su vida por defender un ideal de patria, aun en medio de la desconfianza, el desprestigio o la manipulación política. Y también para quienes —desde la ciudadanía— queremos decirles algo muy simple, pero esencial:
“Colombia vale la pena. Y sin ustedes, no podemos cuidarla.”

Miremos la gravedad de la situación de seguridad que hoy afecta a Colombia y las decisiones deliberadas tomadas  por Petro y su ex ministro de Defensa que hoy ameritan este blog.

El abandono estratégico: entre la ingenuidad y la traición

En muchas zonas del país, el Estado ha desaparecido. Grupos armados controlan rutas, economías ilegales, territorios, comunidades. Y lo hacen a plena luz del día, mientras las fuerzas del orden reciben instrucciones de no actuar, de replegarse, de esperar instrucciones que nunca llegan. Y mientras tanto, nuestro soldados son masacrados ante la mirada indiferente de Petro y de algunos sectores de la sociedad.

Esa estrategia de dejarle territorios enteros al hampa criminal tiene un inmenso costo. Y no solo se mide en hectáreas de coca o en índices de bajas. Se mide en vidas humanas y miles de desplazados como ha sucedido más recientemente en Catatumbo. Se mide en moral e índices de desconfianza. Se mide en legitimidad. Si no revertimos esta tendencia, el daño para el país será irreversible.

Una herida institucional que nos debe de doler  a todos los colombianos.

En los últimos dos años, el maltrato institucional a las Fuerzas Armadas ha sido sistemático. No se trata de diferencias de visión estratégica. Se trata de una política deliberada de deslegitimación como ya lo mencioné.

Se desmontó la cúpula militar sin diálogo ni respeto. Casi 100 generales y más de 200 coroneles fueron retirados, causando la pérdida inmensa de experiencia operacional. Se recortaron presupuestos, se abandonaron capacidades, se desmantelaron doctrinas. Se entregaron territorios enteros a bandas criminales, mientras se debilitaba la capacidad operativa del Estado. Se instauró un relato de sospecha que ha afectado la moral, la identidad y el orgullo del servicio.

Hemos sufrido una pérdida gravísima en capacidades tecnológicas para la inteligencia militar. Se suspendieron los Comandos Conjuntos, una estructura clave que había demostrado eficacia en operaciones de alto impacto. La cooperación tecnológica con Israel fue suspendida, afectando seriamente sistemas de inteligencia, repuestos para aeronaves y el uso estratégico de drones. Además, el presupuesto de cooperación de Estados Unidos ha sido reducido drásticamente. 

Todo esto ocurre mientras al crimen organizado se le ofrecen concesiones, se les reconoce públicamente y, como sucedió vergonzosamente en Medellín hace unas semanas, el propio presidente legitima su accionar con gestos y propuestas de ley, que debilitan la autoridad del Estado y desmoralizan a la Fuerza Armadas.

La moral columna fundamental de las Fuerzas Armadas

En este contexto, lo más grave es cuánto nos vamos a demorar recuperando la moral de la tropa. Esa moral es la columna vertebral de todos los soldados y policías que se exponen por Colombia . Es la única profesión en la que uno arriesga su vida por un tercero que no conoce: por cualquier ciudadano en cualquier territorio del país.

Hablamos de personas que han servido. Las Fuerzas Armadas no son una abstracción. Están formadas por miles de hombres y mujeres de carne y hueso, con familias, con historias, con sueños, con cicatrices. Son quienes han patrullado bajo la lluvia. Quienes han caminado entre minas. Quienes han visto caer a sus compañeros. Quienes han sido injustamente acusados por errores ajenos.

Reconocimiento y perdón 


Es cierto, no hablamos de instituciones perfectas. También han tenido equivocaciones graves, como los “falsos positivos”, que mancharon gravemente la imagen y la credibilidad de la institución. No hablamos de una élite que está blindada. Nos referimos a personas que han estado ahí cuando más se ha necesitado pero  que han aprendido de sus errores y su institución ha pedido perdón. Pero, hoy , ellos necesitan saber que no están solos.

Una ciudadanía que los respalda

Este mensaje es ciudadano. No busca instrumentalizar a las Fuerzas Armadas. No es una jugada electoral, ni una táctica ideológica. Es un acto de gratitud y de verdad. Porque si hay algo que nos ha enseñado la historia reciente es que sin seguridad, sin institucionalidad, sin presencia legítima del Estado en el territorio, no hay desarrollo posible.

Y si hay algo que ha demostrado la historia de nuestras Fuerzas Armadas es que, cuando se sienten acompañadas por la sociedad, hacen posible lo imposible. Eso lo aprendí cuando tuve la oportunidad de entender la institución por dentro como invitado del CIDENAL. Esto es un programa que acerca a la sociedad civil, para  conocerlas mejor.

La seguridad también es un acto de cuidado

Hablar de cuidar a Colombia no es solo hablar de salud, educación o empleo. También es hablar de seguridad como bien público. De protección como derecho. De legalidad como base de la convivencia. Y eso no se garantiza sin contar con quienes portan el uniforme con honor.

Un movimiento que los incluye

Este blog pretende aportar a un movimiento más amplio que se está gestando con mucha fuerza. Hace una semana, me dirigí a los empresarios, invitándolos a salir del silencio y asumir su responsabilidad histórica. Hoy, le hablo a las Fuerzas Armadas,  para decirles: Gracias. Estamos con ustedes. Colombia vale la pena. Y sin ustedes, no podremos cuidarla.

Una invitación a alinear propósitos

Se trata de construir un nuevo pacto de confianza entre sociedad y Fuerzas Armadas. Un pacto que reconozca su papel, pero también les exija estándares éticos altos para que sean ejemplo y faro moral para una sociedad que hoy se encuentra perdida y desorientada. Un pacto  que los respalde, pero también los inspire. Que les recuerde que su labor no es solo obedecer órdenes, sino proteger un ideal de país que aún vale la pena.

Porque lo que hoy está en juego no es solo la seguridad. Es el alma del país representada en su Constitución y en sus instituciones, dentro de un marco que  protege nuestra democracia.

En resumen:

Estuve con ustedes en el CIDENAL , como ya lo mencioné, y aprendí a respetar profundamente lo que ustedes representan. Soy parte de un grupo muy grande de ciudadanos que no compran los relatos del odio ni las campañas de desprestigio que hoy nos atropellan. Que no quieren una patria sin orden, sin Estado y sin seguridad.

El uniforme pesa. La misión es dura. La soledad institucional agota. Pero quiero decirles, desde lo más hondo de una voz ciudadana, que se que cuenta con el apoyo de millones de colombianos, : no están solos. Reconocemos y apreciamos lo que ustedes han hecho por nuestro país.

Y por eso, resaltar que Colombia vale la pena y merece el cuidado de todos, incluyendo de manera relevante, con el compromiso incuestionable de nuestras Fuerzas Armadas y la Policía Nacional.