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sábado, 15 de noviembre de 2025

Cuando la sociedad deja de aceptar lo inaceptable

  

En toda sociedad funcional existe una forma de equilibrio moral que no depende solo de las leyes, sino de algo más profundo: la sanción social. Es ese conjunto de reacciones colectivas —a veces sutiles, otras implacables— que una comunidad ejerce para proteger los valores compartidos que sostienen su cultura. Es el modo en que una sociedad dice: “esto no se hace”, y lo respalda no con discursos, sino con consecuencias. Hay sanción social y que es moral.

Sin esa sanción moral compartida, la convivencia se descompone. Lo que era inadmisible se vuelve normal. Lo que antes provocaba vergüenza pública, hoy se celebra o se banaliza. Y cuando la normalización viene desde las élites —las que deberían dar ejemplo— el daño es devastador, porque corroe el alma moral de la nación. 

Sobra citar los casos recientes en Colombia de escándalos protagonizados desde la cabeza del Estado y sus más cercanos colaboradores, que otras sociedades habrían sido un terremoto político y social. En nuestro país, lamentablemente forman parte de las noticias diarias, que muchos colombianos las aceptan bajo el lema: “somos así”

El valor invisible de las sanciones sociales

Las sanciones sociales no necesitan cárceles ni decretos: su fuerza radica en el consenso moral. En toda comunidad sana, hay comportamientos que, aunque no sean ilegales, resultan moralmente inaceptables. El que miente, el que engaña, el que abusa del poder, el que traiciona la confianza pública, sabe que será señalado y que cargará con una pérdida de legitimidad ante los demás.

Esa reacción colectiva cumple una función civilizadora: educa, orienta, previene. Es lo que hace que las normas se cumplan incluso cuando nadie vigila. Por eso, cuando una sociedad pierde su capacidad de indignarse, pierde también su brújula moral.

Pero en Colombia, ese mecanismo de autorregulación se ha venido erosionando. Lo inaceptable se ha vuelto costumbre. Y repito, el ejemplo desde arriba —desde las más altas instancias del poder político, empresarial y social— no es el de la ética, sino el del cinismo.

Cuando el mal ejemplo se institucionaliza

Nada destruye más la confianza colectiva que ver a quienes gobiernan actuar impunemente. Cuando los líderes políticos normalizan el abuso, el engaño o la corrupción, transmiten un mensaje corrosivo: “si ellos pueden hacerlo, ¿por qué  nosotros no?” 

Durante el actual gobierno, los escándalos y arbitrariedades se han multiplicado a tal punto que ya no provocan sorpresa. Hemos perdido la capacidad de indignarnos. Se ha roto el vínculo entre moralidad y autoridad. Y como advertía Alexis de Tocqueville, “no hay sociedad que pueda sobrevivir cuando el poder se divorcia de la virtud”.

Lo más grave no es solo la conducta de los poderosos, sino el efecto cultural que produce: el vaciamiento del ejemplo. La corrupción se vuelve folclore, la mentira se convierte en estrategia, el abuso se disfraza de “transformación”. Y mientras tanto, las instituciones se debilitan, los ciudadanos se paralizan y las pasiones oscuras —esas que ya analicé en mis blogs anteriores— se adueñan del espacio público.

Las emociones oscuras y la parálisis colectiva

En el artículo “Pasiones oscuras: cuando las emociones destruyen la democracia” Parte Í y II, recordábamos cómo el odio, el miedo, el resentimiento y la ira —alimentados por líderes demagógicos— nublan la razón y desintegran el tejido social.

Hoy esas pasiones están fracturando nuestra capacidad de respuesta colectiva. En lugar de unirnos para corregir los abusos, nos dividimos por identidades políticas o resentimientos personales. Cada escándalo se vuelve munición para la polarización, no una oportunidad para restaurar la ética pública.

En ese clima emocional, la sanción social desaparece, porque el juicio moral se sustituye por la lealtad ideológica: “si lo hace mi grupo, lo justifico; si lo hace el otro, lo condeno”. Así, lo que debería ser una sociedad con conciencia ética se transforma en un campo de batalla emocional, donde los valores se relativizan y el cinismo se disfraza de lucidez.

La normalización del abuso: la otra pandemia

El filósofo George Steiner escribió que “cuando el mal se vuelve banal, la inteligencia se vuelve cómplice”. Esa banalización del mal —que Hannah Arendt identificó en las sociedades que dejaron de juzgar lo injustificable— es precisamente lo que hoy amenaza a Colombia.

Nos hemos acostumbrado a vivir con la mentira institucionalizada, la manipulación emocional y la doble moral. Nos hemos vuelto espectadores resignados de un deterioro que debería escandalizarnos. Y al perder la capacidad de indignarnos, perdemos también la de transformarnos.

Cada vez que un acto de corrupción, un abuso de poder o una arbitrariedad queda sin sanción, el mensaje que se transmite es que la ética es negociable. Que todo se vale si sirve a un fin político o personal. Ese es el verdadero veneno que mina una democracia: la pérdida del sentido del límite.

La reconstrucción del ejemplo

Si el ejemplo negativo destruye, el ejemplo positivo puede sanar. Una nación no se reconstruye solo con reformas institucionales o planes técnicos, sino con liderazgos morales que devuelvan sentido al deber, a la palabra y al cuidado.

Necesitamos líderes —en el sector público, privado y ciudadano— que encarnen esa coherencia entre lo que dicen y lo que hacen. Que recuerden que la ética no es un adorno retórico, sino el cimiento de toda autoridad legítima.

Reinstalar la sanción social pasa por restaurar el ejemplo. Por demostrar, desde cada espacio, que el comportamiento decente no es ingenuidad, sino fuerza moral. Que ser íntegro no es debilidad, sino un poder ciudadano.

Solo así podremos reconstruir el pacto invisible que permite que una sociedad funcione: el acuerdo tácito de que hay cosas que, sencillamente, no se hacen.

Colombia es buena: una pedagogía del cuidado

Aquí es donde el movimiento “Colombia es buena y vale la pena cuidarla” adquiere todo su sentido. Esta iniciativa no pretende ser una campaña política, sino una escuela de cultura ciudadana y emocional que re introduzca, desde lo cotidiano, los principios que una sociedad necesita para sostener su equilibrio moral.

El movimiento busca re encender las emociones brillantes —la empatía, la esperanza, la gratitud, el sentido de comunidad— como antídoto a las pasiones oscuras que hoy dominan el debate público. Porque una sociedad emocionalmente sana puede sancionar sin destruir, corregir sin humillar y cuidar sin dividir.

La cultura del cuidado que promovemos no es complaciente: implica responsabilidad compartida. Cuidar a Colombia es exigir integridad, pero también practicarla. Es recuperar la pedagogía del ejemplo, tanto en los hogares como en las instituciones. Es asumir que la moral pública no se decreta, se cultiva.

Al fomentar la cultura del cuidado, Colombia es buena es un naciente movimiento ciudadano que también busca  que  los colombianos entendamos, que una sociedad sin sanción social, es como un cuerpo sin anticuerpos, es una sociedad a la deriva y sin futuro.

Del “todo vale” al “vale la pena”

En una sociedad donde todo se negocia, donde la impunidad es la norma y la vergüenza pública ha desaparecido, Colombia es buena propone volver a las bases: reconstruir el sentido de lo correcto.

No se trata de moralismo, sino de sentido común ético. De enseñar que el cuidado no es debilidad, sino civilización; que la decencia no es ingenuidad, sino liderazgo.

Este movimiento puede ser el espacio pedagógico donde esa transformación comience: donde las comunidades aprendan a sancionar sin odio, a exigir sin destruir, y a cuidar lo público como lo propio.

Si Colombia ha perdido su brújula moral, tal vez sea el momento de volver a mirar hacia adentro, hacia nuestras emociones, nuestras prácticas y nuestros ejemplos. Porque, al final, una sociedad que deja de sancionar lo inaceptable termina aceptando lo que la destruye.

Y quizás el primer paso para recuperarla sea recordar que cuidar a Colombia vale la pena precisamente porque aún hay mucho que perder y mucho que reconocer..


domingo, 9 de noviembre de 2025

Cuando las emosiones destruyen la democracia II Parte


En este blog continuo explorando el tema del papel de las pasiones y su impacto en la democracia. 
América Latina ha tenido dirigentes políticos que han sabido leer las heridas emocionales de sus pueblos… pero no para sanarlas, sino para convertirlas en munición y exacerbarlas. Desde el caudillismo decimonónico hasta el populismo contemporáneo, el estilo de liderazgo ha oscilado entre la exaltación sentimental y la manipulación emocional.

Lo que caracteriza a estos liderazgos negativos no es solo su tono altisonante o su desprecio por las normas, sino su capacidad para amplificar las emociones destructivas latentes en la sociedad: el resentimiento de los excluidos, la envidia de los frustrados, el deseo de venganza de los humillados.

Como afirma Brooks en un  artículo reciente en NY Times sobre el tema :

 “Si la democracia liberal fracasa, será porque una variedad de fuerzas han socavado los fundamentos emocionales de los que depende el liberalismo. Las pasiones oscuras conducen a la crueldad, la violencia y la desconfianza. Los palos y las piedras pueden romperte los huesos, pero las palabras que despiertan las pasiones oscuras pueden matarte”.

En Colombia, esta pedagogía emocional ha sido especialmente efectiva. Un país históricamente fracturado, con profundas desigualdades y ciclos de violencia, es terreno fértil para discursos que apelan a las pasiones más intensas, incluso si son destructivas. Petro, como Trump o Bolsonaro, ha sabido conectar emocionalmente con sectores que no se sienten escuchados por las élites tradicionales, pero en vez de canalizar esa emoción hacia el bien común, la ha instrumentalizado para profundizar divisiones.

Cuando el votante herido elige al líder herido

Una de las tesis más inquietantes del libro The Second Mountain, de David Brooks, es que muchos de los líderes actuales son reflejo de ciudadanos emocionalmente heridos. No llegan al poder por su lucidez, sino por su capacidad de representar simbólicamente las emociones colectivas de una sociedad fracturada. No lideran desde la serenidad, sino desde la rabia contenida.

Esto explica por qué votamos, a veces, por quienes menos parecen preparados para gobernar: porque representan mejor que nadie nuestras heridas. Porque logran que el malestar se sienta legítimo. Porque ofrecen una narrativa de redención emocional más que una propuesta política real.

La consecuencia es devastadora: líderes emocionales, pero inmaduros; populares, pero autoritarios; empáticos con la frustración, pero incapaces de construir esperanza. Líderes que, en vez de ayudar a sanar, profundizan la herida.

Por qué olvidamos que el mal también habita en nosotros?

Sintetizando las reflexiones de Brooks, durante décadas, la cultura occidental ha debilitado los marcos colectivos para comprender la lucha entre el bien y el mal dentro del ser humano. La religión, que solía ofrecer ese mapa interior, perdió su centralidad en la vida pública. A partir de la posguerra, se impuso una visión optimista de la naturaleza humana: el mal se ubicó afuera, en las estructuras sociales, no en el interior de las personas.

“La psicología moderna reemplazó al alma por la psique, y al pecado por los síntomas. La moralidad se privatizó: las escuelas abandonaron la formación ética y abrazaron la preparación técnica. Se alentó a las nuevas generaciones a “encontrar su propia verdad”, sin referentes ni tradiciones que los orientaran.

Este vacío formativo ha derivado en una ignorancia profunda sobre la condición humana. Vivimos expuestos a estímulos espirituales que elevan o degradan, pero somos ciegos al impacto moral cotidiano de lo que consumimos. Esta ceguera ha generado una ingenuidad peligrosa: ya no reconocemos las fuerzas oscuras que nos habitan, ni el daño que pueden causar cuando se desatan”.

¿Cómo salir de este espiral emocional destructivo?

La respuesta no es reprimir las emociones, ni mucho menos despreciarlas. La democracia necesita emoción. Pero necesita una emoción orientada hacia el bien común, capaz de sostener la esperanza incluso en medio del conflicto. 

Si se hiciera una encuesta sobre este tema, como lo hicieron en los Estados Unidos , seguramente se mostraría como la mayoría de la gente están agotados y hastiados por estas dinámicas de degradación moral y quieren una alternativa. Y esta no es combatir el fuego con el fuego como proponen dirigentes desde la extrema derecha en Colombia. Se necesita una dinámica de persuasión reflexiva para cambiar el rumbo de la nación. 

Hay muchos ejemplos en la historia contemporánea de verdaderos líderes que optaron por ese camino, uno de los cuales es emblemático: Nelson Mandela viene a la mente. Lejos de sucumbir a las pasiones oscuras, orientó su vida hacia una visión del bien. "Durante mi vida", dijo cerca del comienzo de su encarcelamiento, "he dedicado mi vida a esta lucha del pueblo africano. He luchado contra la dominación blanca, y he luchado contra la dominación negra. He apreciado el ideal de una sociedad democrática y libre en la que todas las personas vivan juntas en armonía y con igualdad de oportunidades". 

También hay que reconocer que los seres humanos estamos conectados para dominar, pero también podemos acudir a las pasiones brillantes: los deseos de pertenencia, justicia, significado, comprensión y cuidado. “La vida moral es una lucha sobre qué partes de nosotros mismos desarrollaremos. El liderazgo político es una lucha sobre qué motivaciones desarrollará la sociedad”.

David Brooks propone una “revolución emocional que comience por el carácter”. Una ciudadanía madura, emocionalmente inteligente, que pueda disentir sin odiar, frustrarse sin destruir, competir sin humillar. Una ciudadanía que no busque líderes que exacerben su malestar, sino que inspiren su crecimiento.

Para eso, es indispensable recuperar las narrativas que emocionen desde la construcción, no desde el resentimiento. Movimientos como Colombia es buena vale la pena cuidarla precisamente tienen su fundamento en narrativas de cuidado, de colaboración improbable, de comunidades que reconstruyen confianza. Voces que, sin negar el dolor, sepan también convocar la esperanza. 

Galston, que es un teórico político, revive la antigua tradición que enfatiza que el discurso y la retórica tienen un tremendo poder para despertar o suprimir estas pasiones. Cuando elegimos a nuestros líderes, no solo elegimos un conjunto de políticas, sino la ecología moral que crean con sus palabras.


Em  medio de la crisis emocional que tenemos, la propuesta del movimiento Colombia es buena vale la pena cuidarla propone a nuestro país  como un laboratorio emocional de la democracia y de transformación democrática. No por tener menos problemas que otros países, sino porque —justamente por la profundidad de sus heridas— tiene la oportunidad de proponer un camino distinto.

El movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla es un ejemplo de esa apuesta. Su narrativa no niega el malestar, pero no se instala en él. Reconoce las pasiones oscuras, pero apuesta por las emociones luminosas. Invita a cuidar, en vez de destruir. A sumar, en vez de dividir.

La clave está en construir una cultura política emocionalmente más adulta. Una ciudadanía que no necesite redentores, sino que se reencuentre con su poder colectivo y se apropie de “la cultura del cuidado” . Que no se mueva solo por la rabia, sino también por el amor. Que no elija líderes que la representen en su peor versión, sino que la inviten a su mejor posibilidad.

Conclusión: reencantar la democracia desde el alma

Las democracias no se salvan solo con reformas institucionales. Se salvan cuando vuelven a enamorar. Cuando despiertan el deseo de pertenecer. Cuando emocionan por su capacidad de incluir, proteger, inspirar.

Pero ese esto exige un trabajo emocional profundo: individual y colectivo. Hay que sanar las heridas, dignificar el disenso, promover una ética del cuidado. Hay que reeducar las emociones políticas.

Brooks propone: 


“Solo añadiría que para reprimir las pasiones oscuras y despertar las buenas, los líderes necesitan crear condiciones en las que las personas puedan experimentar la movilidad social. Como los filósofos han entendido durante mucho tiempo, el antídoto para el miedo no es el coraje; es la esperanza. Si la gente siente que sus vidas y su sociedad están estancadas, lucharán como escorpiones en un frasco. Pero si sienten que personalmente están progresando hacia algo mejor, que su sociedad también lo hace, tendrán un sentido ampliado de la agencia, sus motivaciones estarán orientadas hacia aprovechar alguna oportunidad maravillosa, y esas son buenas motivaciones para tener”.


La democracia, al fin y al cabo, es también una travesía del alma. Y como toda travesía, puede perderse en la oscuridad… o encontrar la luz. Depende de las emociones que escojamos cultivar.

Hoy, más que nunca, necesitamos una democracia que emocione sin dividir, que conmueva sin manipular, que inspire sin excluir. Una democracia que no tema las pasiones, pero que sepa transformarlas. Que convierta la emoción en comunidad, y la razón en esperanza.


domingo, 2 de noviembre de 2025

Pasiones oscuras: cuando las emociones destruyen la democracia Í Parte

 


 En un blog anterior —Liderar entre la razón y la emoción— planteamos que el deterioro de la democracia no se explica únicamente por fallas técnicas, corrupción o debilidad institucional, sino por una desconexión más profunda: la ruptura del vínculo emocional entre los ciudadanos y el proyecto democrático. La democracia no solo necesita razones —leyes, instituciones, procedimientos— sino también emociones —confianza, esperanza, orgullo, sentido de pertenencia— que le den alma y sentido.

Pero así como hay emociones que pueden construir comunidad y fortalecer el tejido democrático, también existen pasiones oscuras que lo desintegran: el resentimiento, la envidia, el odio, el miedo, la humillación, el cinismo. Esas emociones en su sombre no solo afectan al individuo: cuando se agrupan, se institucionalizan y se convierten en narrativa colectiva, son capaces de incendiar el orden político.

La política es diferente hoy. Guillermo A. Galston la define como esta cosa horrible en su nuevo  libro, "Ira, miedo, dominación: pasiones oscuras y el poder del discurso político"

Este blog es una reflexión sobre esas pasiones oscuras que atraviesan la historia política de América Latina —y de Colombia en particular—, y cómo han sido instrumentalizadas por liderazgos populistas, y es también, sobre la urgencia de recuperar una brújula moral y emocional que permita imaginar otro destino.

La política como espejo del alma colectiva

David Brooks en un reciente artículo en el NY Times refiriéndose al libro de Galston escribía :

“Un desafío central en la vida es cómo se motiva a la gente a hacer las cosas: a votar de cierta manera, a tomar cierto tipo de acción. Los buenos líderes motivan a las personas a través de lo que podrías llamar las pasiones brillantes: esperanza, aspiración, una visión inspiradora de una vida mejor. Pero en estos días, y tal vez durante todos los días, los líderes de todo el espectro político han descubierto que las pasiones oscuras son mucho más fáciles de despertar. La evolución nos ha hecho ser extremadamente sensibles a las amenazas, que los psicólogos llaman sesgo de negatividad”.

Dirigentes políticos como Trump, Bolsonaro y Petro, son maestros  del arte de la manipulación de las pasiones obscuras. Hay un inmenso vacío de verdaderos líderes que inspiren y motiven a la gente recurriendo a las “pasiones brillantes” .

Mauricio García Villegas, en el epílogo de El viejo malestar del Nuevo Mundo, advierte que el malestar político en América Latina tiene raíces que van más allá de la economía o la legalidad. Es un malestar anímico. Las emociones políticas no son solo una consecuencia de los hechos; también son un motor de la historia. Cuando predominan emociones destructivas —como el odio o el resentimiento—, las sociedades tienden a rechazar el pluralismo, a buscar chivos expiatorios y a entregarse a líderes que prometen redención total.

En este contexto, la democracia no muere de un golpe, sino que se desangra poco a poco: se vacía de afecto, se intoxica de cinismo, se convierte en espectáculo. Lo que alguna vez fue un ideal inspirador —el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo— termina reducido a una guerra de trincheras emocionales.

David Brooks lo resume con crudeza: “El declive de nuestras democracias no comenzó con el debilitamiento de las instituciones, sino con “el debilitamiento del carácter moral y emocional de sus ciudadanos”. Y lo más preocupante, señala, es que muchos líderes han aprendido a nutrirse de ese deterioro y con su comportamiento personal, refuerzan esta tendencia y son ejemplo de ella . Petro es un ejemplo patético de esto.

Liderazgos que alimentan la herida

El populismo no es simplemente una estrategia electoral; es una pedagogía emocional. Su narrativa suele activar las pasiones más oscuras de las sociedades: el miedo al otro, el resentimiento hacia las élites, el rechazo a las instituciones, el culto al líder que “sí dice la verdad y entiende mejor que nadie los dolores de su pueblo” . No construye comunidad: construye enemigos.

En las últimas siete décadas , ha habido una gran pérdida de conocimiento moral, una ingenuidad e ignorancia del significado e impacto de  las pasiones oscuras. El resultado es un proceso acelerado de desdibujar y banalizar el mal y su impacto.

Pero para combatir este cancer que está minando la sociedad en su base se va a requerir mucha pedagogía. Vale la pena tener una compresión  del significado de las principales pasiones obscuras, porque a medida que la democracia pierde su encanto civil, ciertas emociones destructivas ganan terreno. Estas pasiones oscuras distorsionan el juicio, erosionan la confianza y bloquean toda posibilidad de encuentro. Comprenderlas es el primer paso para desactivarlas:

  • Ira: Nace del daño percibido a lo que valoramos. Puede ser justa si se orienta al cambio, pero hoy se ha convertido en un estado permanente. En lugar de movilizar, paraliza o destruye.
  • Odio: A diferencia de la ira, el odio no se dirige a una acción, sino a la identidad del otro. No busca reparación, sino eliminación. Anula el diálogo y legitima la exclusión total.
  • Resentimiento: Surge de sentirse humillado o ignorado. Se acumula en silencio y se convierte en combustible para discursos de revancha. Es una herida que no cicatriza, pero sí polariza.
  • Miedo: Cuando es difuso y sin rostro, desorienta. Despierta ansiedad colectiva, favorece el autoritarismo y genera chivos expiatorios. El miedo sin cauce destruye la deliberación.
  • Impulso de dominar: Es la pulsión de controlar al otro. Surge de la inseguridad y el vacío emocional. En política, se expresa como autoritarismo solapado: poder sin empatía, control sin servicio. Brooks afirma que : “Las personas con un fuerte impulso de dominar no pueden soportar la condición de duda. Quieren imponer certezas brutales y simplificaciones crudas”. La política tiene que ver con el poder, por lo que atrae a personas con una libido fuerte dominante. Cuando ese impulso se combina con lo que los psicólogos llaman un tipo de personalidad de "tríada oscura" (maquiavelismo, narcisismo y psicopatía), el resultado es  la llegada de algunos personajes bastante brutales al poder. Trump y Petro son un buen ejemplo.

Hay una fuerza por encima de todas las demás que despierta pasiones oscuras, y la poseemos en abundancia: la humillación. Las personas se sienten humilladas cuando no se les concede igualdad de posición y cuando se les ha privado de algo que creen que es su derecho. Y como todos sabemos, el dolor que no se transforma, se transmite. La gente humillada finalmente ataca.


El problema es que las pasiones oscuras, según  Galston, son imperiales. “Una vez que entran en el cuerpo, tienden a propagarse”. Las pasiones oscuras ahuyentan a las buenas y eso lo saben quienes las manipulan para anular los mensajes que las emociones positivas promueven como la esperanza, el respeto, la curiosidad, etc.

Esta tendencia creciente hace que el ejercicio de la política se perciba de manera negativa. Para Brooks la  razón es más clara: 

“los demagogos en la política, en los medios de comunicación y en línea, han explotado los sentimientos comunes de humillación para despertar pasiones oscuras, y esas pasiones oscuras están deshumanizando nuestra cultura y socavando la democracia liberal. Mi intuición es que solo estamos al comienzo de esta espiral, y que solo empeorará”.

En un próximo blog continuaré desarrollando este tema porque es urgente que haya una pedagogía social y política que aborde los aspectos psicológicos y emocionales de los votantes.




sábado, 25 de octubre de 2025

Refundarla o cuidarla: la batalla por el alma narrativa de Colombia

 


Colombia entre dos relatos: la narrativa que destruye y la que convoca a cuidarla

Antes de continuar con la serie que anuncié en el blog anterior, donde comenté el lanzamiento en la Comuna 13 de Medellín, del movimiento Colombia es buena, vale la pena cuidarla, sentí la necesidad de hacer una pausa para aclarar un punto fundamental: qué es realmente una narrativa, para qué sirve y por qué hoy es decisiva para el futuro de Colombia. 

Solo entendiendo que el concepto, podremos comprender la narrativa que se está tratando de imponer —una narrativa que reescribe el país desde el resentimiento y la ruptura— y contrastarla con la narrativa que se está proponiendo desde el movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla: una narrativa que no niega los problemas, pero que convoca a cuidar, reconstruir y transformar desde la corresponsabilidad, no desde la destrucción de Colombia. Este blog busca mostrara el contraste, porque sin una narrativa clara no hay propósito, ni dirección, ni movilización posible.

¿Qué es una narrativa y para qué sirve?

“Una narrativa es una historia coherente y emocionalmente significativa que una comunidad construye para crear y darle sentido a su realidad, orientar sus decisiones y fortalecer su identidad colectiva. Su poder: crea una realidad


Función adaptativa:

“La narrativa es el recurso adaptativo por excelencia para dar sentido a la pérdida que producen los cambios, generar confianza en el futuro e invita a construir vínculos de corresponsabilidad y tiene el poder de crear realidad e identidad.” Ronald Heifetz 


Dos narrativas en tensión en Colombia

Quiero resaltar que en la definición anterior la narrativa es una historia construida colectivamente y no debe de ser el resultado de una imposición caudillista. El inmenso peligro de no entender esta diferencia es que puede llevar a una sociedad a su destrucción, como ocurrió con la narrativa de la Superioridad Aria que Hitler les vendió a los alemanes.

1. La narrativa actual 

Historia que cuenta:

Colombia es un país fallido que necesita ser refundado. Lo que existe —el modelo económico, las instituciones democráticas, los empresarios, el sistema privado de salud, educación y pensiones— es ilegítimo, inequitativo y debe ser desmontado. Por lo tanto, el Estado es el único actor moralmente válido para conducir el desarrollo del país.


Emociones que activa: Indignación, Desconfianza hacia el otro. Rabia contra “los de arriba”. Esperanza redentora centrada en un líder. Victimización social

Sentido que otorga: Somos víctimas de una élite que nos ha robado el país. Solo refundándolo y. transfiriendo el poder al pueblo a través del Estado se puede alcanzar la justicia.

Vínculos que propone: Lealtad al líder como redentor. Estado como garante y salvador. Exclusión y satanización del otro (empresarios, medios, academia privada, oposición)

2. La narrativa de “Colombia es buena y vale la pena cuidarla

Historia que cuenta:

Colombia no necesita ser refundada, necesita ser cuidada, reparada y transformada colectivamente. No podemos esperar milagros ni mesías: debemos tejer relaciones desde abajo para desarrollar una nueva cultura del cuidado, la corresponsabilidad y la acción colectiva. Las capacidades están ya en el país —en sus territorios, organizaciones, liderazgos ciudadanos, empresas, comunidades, universidades— esperando ser conectadas.


Emociones que activa: Gratitud por lo que sí funciona. Esperanza realista y movilizadora. Confianza construida desde abajo. Orgullo cívico. Amor por lo propio, por Colombia. Coraje colaborativo.

Sentido que otorga: “Somos capaces de cuidar y mejorar lo que tenemos, juntos, desde lo local y lo diverso.”

Vínculos que propone: Confianza entre actores diversos. Construcción de redes de liderazgo colectivo. Cultura de colaboración intersectorial. Reencantamiento democrático y afectivo con el país

También, hay que entender que un cambio genera pérdida. Es evidente que Colombia avanzado mucho pero requiere cambios y ajustes en muchos frentes. Petro llegó a la Presidencia vendiendo el cambio, el problema es que lo ha querido hacer dividiendo al país con una narrativa destructiva. El siguiente cuadro muestra el resumen las diferencias profundas entre “su narrativa” y la que quiero ayudar a divulgar en este blog. 

Contraste clave desde la función de una narrativa

Elemento

Narrativa actual

Narrativa de “Colombia es buena”

Sentido de la pérdida

Se agranda y se convierte en rabia

Se resignifica desde el cuidado

Confianza en el futuro

Depositada en el Estado y el líder

Construida desde el tejido social

Vínculos de corresponsabilidad

Verticales, Estado–ciudadano subordinado

Horizontales, ciudadanía activa y consciente

Protagonismo

Gobierno como actor principal

Sociedad como motor transformador

Liderazgo esperado

Redentor, mesiánico, centralizado

Colectivo, distribuido, arraigado

Emoción dominante

Odio  + resentimiento = polarización

Confianza + colaboración = esperanza 

Conclusión

La propuesta de “Colombia es buena y vale la pena cuidarla” no es un eslogan inspirador más: es una propuesta narrativa adaptativa que:

  • Responde a la crisis relacional y emocional del país que afecta su tejido social,
  • Reivindica lo que sí funciona y merece ser cuidado,
  • Convoca a la ciudadanía desde un lenguaje afectivo y una ética compartida,
  • Ofrece una alternativa realista frente al populismo emocional y destructivo,
  • Activa vínculos cívicos de confianza y corresponsabilidad desde el territorio,
  • Abre espacio para una convergencia improbable pero necesaria en 2026.

Algunas frases que propongo y que sintetizan la narrativa propuesta por el movimiento Colombia es buena:

  1. No necesitamos refundar a Colombia, necesitamos aprender a cuidarla mejor.
  1. Colombia no se arregla desde arriba: se cuida y se transforma desde el corazón de su gente. 
  2. El futuro de Colombia no se impone, se teje desde la corresponsabilidad. 
  3. Colombia es buena. No porque sea perfecta, sino porque su gente aún cree, cuida y crea

Confío en que este blog haya contribuido a comprender mejor la importancia estratégica de construir una narrativa positiva para Colombia. No se trata solo de contrarrestar la visión destructiva  que se ha intentado imponer, sino —sobre todo— de prepararnos para el país que podremos construir después del 7 de agosto, si somos capaces de crear colectivamente un relato distinto y en el que creamos millones de colombianos. Una narrativa que inspire corresponsabilidad, que recuerde que cuidar a Colombia empieza por votar bien, y que entienda que el poder de una narrativa no radica en describir la realidad, sino en crearla.