De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia
I. El retorno de Trump: una alerta moral
La reelección de Donald Trump, como presidente de los Estados Unidos, no solo reconfigura el tablero político global; es, sobre todo, el síntoma visible de una crisis mucho más profunda: el colapso de la cultura cívica y del tejido moral compartido de una gran nación . Una crisis relacional que comenzó décadas atrás, cuando el sistema educativo y la cultural estadounidense, promovieron un viraje hacia el individualismo radical, desprovisto de un horizonte ético común.
Este fenómeno ha erosionado las bases mismas de la confianza social: hace unos años al 75% de los norteamericanos, hacían donaciones y hoy menos del 50% lo hacen. Hoy, menos del 30% de los estadounidenses dicen confiar en sus vecinos. La soledad, la tristeza, la pérdida de sentido y el resentimiento han reemplazado la esperanza, y la política, como espejo tardío de la cultura, ha sido arrastrada río abajo por esta corriente. Esto realidad se ve reflejada del incremento de las enfermedades mentales y de los suicidios, especialmente entre la gente joven.
Lo más paradójico, es que esta revuelta contra las élites ilustradas, ha sido liderada por miembros de esas mismas élites. El ataque frontal de Trump a la Universidad de Harvard, sin antecedentes en la historia de los Estados Unidos, es un ejemplo patético del nivel de deterioro que está generando este señor de la relaciones del Estado con entidades fundamentales para el desarrollo del país. Pero ojo, el enemigo no es la universidad como institución, sino la ideología liberal que supuestamente la domina. Y la respuesta de Trump ha sido una actitud destructiva del uso del poder, una lógica del “todo vale” que erosiona instituciones, desprecia la legalidad y convierte al adversario en su enemigo.
Este escenario no es exclusivo de Estados Unidos. Lo vimos en el Brexit en la Gran Bretaña en el 2016, en ese mismo año con el ascenso de Orban en Hungría, y lo vivimos, con particular intensidad, en América Latina en esta última década.
II. Colombia: una democracia en transición
En Colombia, atravesamos una transición cultural y política similar. Gustavo Petro, como Trump, no es una causa sino un síntoma. Representa la revuelta de quienes se sintieron excluidos del desarrollo, marginados del relato nacional, y burlados por una clase dirigente que acumuló poder sin redistribuir legitimidad.
Pero como en el caso estadounidense, la reacción no ha sido necesariamente constructiva. Petro encarna un abuso concentrador y emocional del poder, que desprecia la técnica, socava instituciones y acude al relato épico para despertar pasiones de odio y lucha de clases, y así poder justificar su incapacidad evidente, sus problemas de drogadicción y desconexión con la realidad.
Desde esta perspectiva, la estrategia para enfrentar su legado de cara a 2026 no puede ser simplemente electoral. No basta con cambiar a un agitador profesional y pésimo dirigente político que pretende refundar a Colombia. Es necesario transformar la cultura política que lo hizo posible. Y eso implica una reconstrucción moral, cívica e institucional, basada en liderazgo ético, compromiso colectivo y capacidad de tejer nuevamente el entramado de la confianza, que hoy se encuentra fracturada con un país polarizado y dividido.
III. Liderazgo para la reconstrucción: una propuesta desde el humanismo
En los últimos artículos de Ciudadano Global, que han sido muy bien recibidos, he insistido en que el principal reto para liderar la reconstrucción del país, no es técnico sino adaptativo: se trata de sanar una sociedad fracturada, empoderar a las comunidades y construir confianza en medio de la incertidumbre.
Esto requiere una nueva generación de líderes: personas con raíces profundas en lo local, con la capacidad de convocar desde la escucha, no desde la imposición. Líderes que no se deslumbran con el poder y abusen de él, sino que lo utilicen como una herramienta de servicio. Líderes que sepan acompañar a otros en sus transiciones personales y colectivas, como lo planteó William Bridges: desde la ruptura, pasando por la zona neutra, hasta una nueva identidad cívica y política. Pero también que tengas conocimiento de las complejidades en la gestión del Estado.
Igualmente, necesitamos una nueva actitud del empresariado. Colombia no puede salir de su crisis relacional sin una clase empresarial comprometida, no solo con la eficiencia, sino con la equidad, el diálogo y la regeneración del contrato social.
El empresario del futuro no es el que maximiza rentas en entornos cerrados, sino el que invierte su capital social, económico y simbólico en la construcción de una ciudadanía activa y responsable. Este liderazgo empresarial tiene que pasar del discurso a la acción: acompañando procesos locales, formando alianzas con líderes comunitarios, participando en redes de desarrollo territorial, como lo hemos propuesto desde los Nodos de Desarrollo Local.
IV. Una estrategia para 2026: más allá de la polarización
De cara a las elecciones presidenciales del 2026, urge diseñar una estrategia que supere la trampa de la polarización , apueste por un nuevo pacto cultural y una nueva narrativa nacional que reconoce los logros, pero también, los cambios que hay que realizar, respetando la Constitución y la institucionalidad que tenemos como país. No se trata de “ganar” a Petro o a sus seguidores, sino desde esa nueva postura, invitar e integrar a los sectores que hoy se sienten excluidos, canalizando su rabia hacia una agenda de reconstrucción cívica.
Inspirados por los movimientos regenerativos que surgieron en momentos de ruptura histórica —como el progresismo estadounidense a inicios del siglo XX, la reconstrucción de la posguerra de Alemania y el Japón, la transición sudafricana al posapartheid, la Concertación en Chile de 1991—, Colombia necesita hoy una narrativa integradora, un movimiento de renacer cívico que conecte con los dolores profundos de nuestra sociedad y los transforme en energía creativa, pero que también aproveche los numerosos activos con los que cuenta nuestro país.
Para eso, necesitamos:
- Un liderazgo ético y emocionalmente inteligente, capaz de encarnar la esperanza en tiempos de desesperanza.
- Una red de comunidades de liderazgo, que promuevan una cultura de corresponsabilidad en cada localidad, municipio y regiones en el país , enraizadas en lo cotidiano y sostenidas por la escucha y la acción colectiva.
- Una coalición amplia que reúna unas redes amplia de empresarios, jóvenes, líderes sociales, académicos y sectores políticos diversos, en torno a un propósito superior: reconstruir la confianza y el sentido de comunidad, cómo base para orientar el desarrollo futuro de nuestro país.
- Una agenda de políticas públicas que priorice lo adaptativo sobre lo técnico, y ponga en el centro el bienestar relacional: salud mental, convivencia, cultura ciudadana, educación emocional, entre otros.
- Una nueva narrativa, que conecte con la memoria moral de los colombianos y recupere los hilos rotos de nuestra historia: como lo hicieron otras sociedades tras momentos de ruptura, desde Alemania en la posguerra hasta Chile en la postdictadura.
- Una estrategia de darle la voz a los millones de colombianos que han salido muy perjudicados por las terribles decisiones del gobierno Petro, así como aquellas personas que de manera silenciosa hay que visibilidad, conectar y apoyar, porque son modelos de rol que deben de ser ejemplos para nuestra sociedad. Ver mi blog “ No más parálisis, una llamada la acción”
V. Del dolor a la transformación
Toda transición, como la que vivimos hoy, tiene su “momento bíblico de plaga de langostas”: ese instante de caos donde todo parece derrumbarse, pero donde también se abre un espacio para el aprendizaje profundo. Es en ese momento donde las personas, las organizaciones y las naciones pueden quebrarse o abrirse.
Hoy Colombia tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de elegir el camino de la apertura. Pero esto no se logrará con salvadores ni con discursos vacíos. Se logrará cuando seamos capaces de mirarnos a los ojos, reconocer nuestras diferencias y preguntarnos mutuamente: ¿cómo llegamos a creer lo que creemos? ¿Qué experiencia nos marcó? Y desde ahí, tejer un nuevo lenguaje moral, basado en el respeto, la humildad y la responsabilidad compartida que sirva de base para una nueva narrativa para el país.
VI. Reflexión final: una invitación al liderazgo colectivo generoso
Como he escrito en este espacio en semanas anteriores, el liderazgo no es una técnica, es una forma de vivir. Y hoy más que nunca, Colombia necesita líderes que comprendan que su mayor poder reside en su capacidad de humanizar, de inspirar, de cuidar el alma colectiva del país.
No es momento de cinismo, ni de indiferencia. Es momento de actuar con sentido. De construir, desde lo cotidiano, una nueva cultura cívica que nos prepare no solo para las elecciones del 2026, sino para conectarnos como ciudadanos alrededor de un propósito superior, que le pueda dar luz al tipo de país que queremos ser en los años venideros.
El futuro de Colombia no depende únicamente de un candidato, depende de una ciudadanía capaz de asumir su corresponsabilidad histórica. Y esa ciudadanía empieza por nosotros: empresarios, líderes sociales, educadores, ciudadanos comunes. Es hora de liderar con dignidad, con carácter, y con el corazón.
Francisco Manrique Ruíz
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