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sábado, 14 de junio de 2025

Colombia ante el espejo moral…

 



Colombia ante el espejo moral: elecciones, liderazgo y la urgencia de un nuevo pacto ético


En los dos blogs anteriores desarrollé una serie de reflexiones sobre la importancia de la moral, la moralidad y su impacto en la cultura de una sociedad. En este blog, el último de la serie, voy a enfocarme en la aplicación de estos conceptos para entender mejor lo que estamos viviendo en la Colombia de hoy. Desafortunadamente el lamentable atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, actos de violencia de esta semana, y la radicalización de la polarización de Petro, demuestran la gravísima crisis moral que hoy enfrenta nuestro país.

¿Qué es la moral y por qué importa hoy más que nunca?

Para quienes leyeron los blogs anteriores, como para quienes no lo hicieron, quiero recordarles los conceptos que son la base de mi argumentación principal.

La moral —entendida como el conjunto de principios, valores y normas que orientan nuestras decisiones sobre lo que está bien y lo que está mal— es uno de los fundamentos invisibles pero esenciales de cualquier sociedad que aspire a convivir con dignidad, confianza y respeto mutuo. La moralidad, como expresión concreta de ese orden en nuestras acciones individuales y colectivas, nos permite establecer lo que se puede esperar de los demás y lo que los demás pueden esperar de nosotros. Sin ella, la vida social se fragmenta y la política se degrada.

En una sociedad moralmente alineada, la confianza no es una excepción sino la norma. La justicia no es negociable. La democracia se defiende porque es el menos malo de todos los sistemas, como decía Wiston Churchill . La convivencia se sostiene sobre acuerdos éticos compartidos, no sobre la arbitrariedad del poder o el cinismo de la conveniencia. 

Es desde esta perspectiva que, la crisis moral que enfrentamos en Colombia, adquiere una relevancia crítica de cara a las elecciones de 2026. Si no somos capaces de restaurar un orden moral compartido, ningún proyecto político —por bien intencionado o técnicamente sólido que sea— podrá consolidar la esperanza, ni mucho menos la transformación que el país requiere.

La privatización de la moralidad: de lo común a lo individual

En mi blog anterior, se planteó una idea central: la moralidad se ha privatizado. Es decir, hemos pasado de tener un marco ético colectivo —que funcionaba como base segura para construir confianza, establecer límites y fomentar cooperación— a una lógica donde cada quien define su propia moral, su propia verdad, su propio criterio sobre lo correcto y lo incorrecto. Este proceso ha tenido múltiples causas, pero una de las más profundas ha sido la transformación del sistema educativo, que ha venido promoviendo una idea radical de autonomía moral desvinculada de cualquier referente ético común.

Así, frases como “tú decides lo que está bien para ti” o “sigue tu verdad” sustituyeron las preguntas clásicas de la filosofía moral: ¿qué debo hacer?, ¿por qué es esto justo o injusto?, ¿cuál es el bien común? El resultado ha sido una creciente fragmentación moral que dificulta la construcción de acuerdos básicos sobre cómo comportarnos en sociedad. Y cuando no hay acuerdos sobre lo correcto y lo incorrecto, lo que queda es la fuerza, la astucia o el populismo como herramientas de acción política.


Colombia: una sociedad en proceso avanzado de desmoralización cívica

En Colombia, esta pérdida del orden moral compartido se expresa de múltiples maneras, el atentado contra Miguel Uribe por parte de un sicario de 14 años es una de ellas. Pero también, se manifiesta en la corrupción normalizada, en la impunidad que ya no indigna, en el desprecio por la ley cuando no favorece intereses particulares, en el clientelismo que premia la lealtad política por encima de la competencia técnica, en la desconfianza generalizada que paraliza la acción colectiva. Pero igualmente —y esto es más grave— en la indiferencia frente al sufrimiento ajeno, en la deshumanización o descalificación del adversario a quien se le tacha de enemigo, en la erosión de la empatía como base de la vida en comunidad.

Las encuestas sobre confianza muestran desde hace tiempo un país que ya no cree en sus instituciones, que duda de sus líderes, que sospecha de sus vecinos. Esta es una señal clara de que la crisis que enfrentamos no es solo política o económica, sino profundamente moral y por eso la importancia de ponerle luz al tema. Yo creo que las elecciones de 2026, no se pueden entender únicamente como una disputa entre partidos o programas, sino como una oportunidad —posiblemente la última en mucho tiempo— para redefinir el pacto ético que nos permite convivir y que ayude a construir una nueva narrativa para nuestra sociedad. 

Sin embargo, este es un tema invisible que no se trata y más bien se le saca el cuerpo, porque no se entiende bien su importancia, o porque es incómodo para quienes se benefician de la situación actual.

Elecciones 2026: ¿qué tipo de liderazgo necesitamos?

Un nuevo liderazgo no puede limitarse a ganar votos o formular propuestas bien diseñadas. Colombia necesita líderes con autoridad moral, capaces de inspirar confianza no solo por lo que dicen, sino por lo que representan y por lo que hacen. Personas que comprendan que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para servir al bien común. Líderes capaces de decir la verdad incluso cuando duela y no les convenga, de poner límites cuando toca, de actuar con coherencia incluso cuando es impopular.

El reto no es técnico, es adaptativo, como lo plantea Ronald Heifetz profesor de liderazgo en la universidad de Harvard: requiere una transformación profunda en las creencias, valores y hábitos de los ciudadanos, no solo en las políticas públicas. Por eso, no basta con tener candidatos bien preparados. Se necesita una ciudadanía que sepa distinguir entre un vendedor de ilusiones como Petro y un constructor de futuro con capacidad de volver los sueños colectivos en realidades tangibles . Se necesita una sociedad que valore la integridad más que la astucia y la demagogia, la coherencia más que el carisma, la verdad más que el espectáculo.

Experiencias internacionales: lecciones para Colombia

Muchos países han enfrentado momentos similares de crisis moral y han ensayado caminos para superarlos. Algunos lo han hecho con éxito; otros han caído en formas autoritarias de restauración ética que solo agravaron el problema.

  • Ejemplo positivo: Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. La reconstrucción moral de la sociedad alemana implicó un proceso profundo de educación cívica, memoria histórica y responsabilidad compartida. No fue fácil ni rápido, pero demostró que es posible reconstituir un marco ético común incluso después de la barbarie.
  • Ejemplo negativo: Venezuela y la descomposición del orden moral. El colapso institucional vino acompañado de una erosión de las normas cívicas más básicas. La lealtad al líder sustituyó la legalidad, y el país cayó en una espiral de violencia, corrupción y empobrecimiento moral del que aún no ha logrado salir.
  • Ejemplo ambivalente: Estados Unidos en la era Trump. La ruptura del consenso moral básico sobre la verdad, el respeto al adversario y la integridad en el poder, han generado una polarización sin precedentes como lo demuestran lamentablemente las noticias en esta semana en ese país . Hoy los norteamericanos son una sociedad sin capacidad de lograr acuerdos fundamentales para su sostenibilidad. Sin un marco ético que define una moral  compartida, incluso las democracias más sólidas pueden tambalearse.

Colombia puede —y debe— aprender de estos casos. La recuperación del orden moral compartido no puede delegarse en un partido o un candidato. Es una tarea de todos: empresarios, educadores, medios de comunicación, líderes sociales, iglesias, universidades y ciudadanía en general.

El camino hacia un nuevo pacto moral nacional

Restaurar el orden moral compartido no significa imponer una ideología, ni volver a una moral dogmática o excluyente. Significa recuperar la capacidad de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, y establecer acuerdos mínimos sobre lo que se espera de todos en una sociedad decente que la hace viable. Significa volver a hablar de deberes, no solo de derechos; de principios, no solo de resultados; de carácter, no solo de competencia.

Este pacto debe construirse desde la base: en la familia, en la escuela, en los barrios, en las empresas, en las redes sociales, en las iglesias, en los clubes, en todos los espacios donde se forma el carácter y se cultiva la virtud. Y debe reflejarse en las decisiones políticas: en los programas de gobierno, en los liderazgos que promovemos, en los valores que exigimos a nuestros candidatos.

Conclusión: de la indignación a la regeneración

La crisis que vivimos no es solo institucional, ni únicamente política. Es una crisis del alma nacional. Una crisis que solo podrá superarse si somos capaces de reconstruir los fundamentos éticos de nuestra convivencia. Las elecciones de 2026 serán una prueba decisiva: o seguimos anestesiados por la indiferencia, el cinismo y la resignación, o asumimos el reto de regenerar moralmente nuestra sociedad.

No será fácil. Pero tampoco es imposible. Hay una reserva moral en Colombia que sigue viva, aunque esté silenciosa. Hay líderes íntegros, aunque no salgan en los titulares. Hay ciudadanos dispuestos a recuperar el valor de la palabra, la decencia, la coherencia y la verdad. Es hora de que esa Colombia moral tenga voz, se despierte, se organice y actúe.

Llamado a la acción

Invito a todos los que creen en una Colombia decente a sumarse a esta conversación. A promover diálogos ciudadanos sobre lo que está bien y lo que está mal. A exigir liderazgos con carácter moral. A participar activamente en las decisiones que definirán el rumbo del país. No dejemos que la resignación nos robe el futuro. La reconstrucción ética de Colombia comienza con cada uno de nosotros. ¿Estás dispuesto a asumir tu parte?

Este es último blog de la serie que vengo desarrollando desde hace varias semanas. He buscado aportar para subir el nivel de la conversación que defina un marco de reflexión y comprensión, que sirva para orientar las decisiones y acciones individuales y colectivas, que se deben de emprender muy rápidamente de cara a las elecciones del 2026, y  que sean la base de la reconstrucción  de Colombia en los siguientes años. Para quien no los haya leído esta es la lista relevante.

La ética, la moral y la cultura, lo que todo ciudadano debe de saber

La privatización de la moralidad y su impacto en la crisis relacional

De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia.

Liderar para Transformar: El Despertar de un Liderazgo Colectivo en Colombia

No más parálisis, un llamado a la acción

No más mesías, hacia un liderazgo que reconstruya a Colombia

La complejidad del liderazgo en el ejercicio del poder

El precio de la ignorancia

La Estupidez Colectiva: Un Sistema que la Fomenta


PD:


Espero que Miguel Uribe, a quien conozco y aprecio, se pueda recuperar y continuar su brillante carrera política al servicio del país. Por estar fuera de Colombia  no puedo salir hoy a marchar, pero invito a todos los colombianos que están indignado por el estado de nuestro país, que levanten su voz hoy y digan “ NO MAS “


Estamos en un mundo cada vez más interconectado, viviendo en un mundo cada vez más interdependiente, y esa no es una decisión, sino una condición de nuestro entorno.


La confianza es la única droga buena que mejora el desempeño. Lo grave es que estamos viendo los dirigentes políticos están destruyendo la confianza,’ sin la cual los grandes problemas no se pueden enfrentar.










sábado, 7 de junio de 2025

 


Cuando lo correcto y lo incorrecto se volvieron asuntos privados: La privatización de la moralidad y su impacto en la crisis relacional

En el blog anterior introduje los temas de la moralidad, la ética y la cultura , y su importancia para entender lo que nos está pasando en la actualidad. Debido a la acogida y el interés que tuvo mi artículo, en este blog voy a seguir  profundizándo mis reflexiones sobre estos temas que son  críticos. El gran vacío que hay, esta generando muchísima desorientación y evidenciando la necesidad de mejorar su comprensión  e impacto en nuestras vidas personales y colectivas  .

Por esta razón,  quiero poner la luz  en la tendencia de convertir la moral en un asunto exclusivamente personal.  Me parece importante mostrar cómo ha debilitado los cimientos de la vida social., así como los  efectos que ha producido sobre la confianza interpersonal, la convivencia, la educación y el liderazgo, y por qué necesitamos recuperar un orden moral compartido que haga posible reconstruir la vida colectiva. Este es un tema vital para entender el momento histórico que estamos viviendo. 

Recordemos que la moral es el conjunto de principios, normas y valores que orientan nuestras acciones y nos permiten distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. La moralidad, por su parte, es la vivencia y aplicación práctica de esos principios en la vida cotidiana, tanto a nivel individual como colectivo.

En toda sociedad, la moralidad compartida cumple una función fundamental: establece un marco común de referencia que regula las relaciones humanas, facilita la confianza entre desconocidos y permite la convivencia. Sin este tejido ético común, se debilita la cohesión social, se erosiona la confianza mutua y se vuelve más difícil cooperar, resolver conflictos y construir un proyecto común..

La moral, entonces, no es un capricho, o una carga impuesta desde fuera, sino una base segura que permite que las personas se atrevan a explorar, crear, convivir y construir. Sin ella, como lo veremos en este blog, lo que se pierde no es solo el rumbo, sino también la posibilidad misma de caminar juntos. Así de simple pero profundo es el tema

Vivimos una época marcada por una profunda crisis de confianza y cohesión social. El tejido invisible que une a las personas en una sociedad —la confianza que permite  los acuerdos compartidos sobre lo correcto y lo incorrecto, y una noción común de lo que es vivir juntos— se está destruyendo. Esta ruptura, cada vez más visible en nuestras comunidades, no es solo consecuencia de tensiones políticas o desigualdades económicas. Hay una causa más profunda, más difícil de nombrar y enfrentar: la privatización de la moralidad.


1. La vida como una exploración desde una base segura

La vida humana es una serie de exploraciones desde lo que los psicólogos llaman una “base segura”. Esto aplica en la infancia cuando el niño se aventura a explorar el mundo sabiendo que puede regresar a los brazos de sus padres. Pero también aplica en la vida adulta. Todos necesitamos esa base segura que nos permita atrevernos, salir, fracasar, volver a intentar. Esa base está compuesta por instituciones, vínculos, relaciones y valores que nos anclan y nos orientan.

Esa base segura, en el pasado, incluía a la familia, la comunidad, la escuela, pero también un orden moral compartido en una comunidad. Una brújula colectiva que distinguía lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto. Un conjunto de normas explícitas o implícitas que hacían posible convivir, incluso en la diversidad.

2. El orden moral compartido y su poder cohesionador

Ese orden moral no era arbitrario. Tenía una fuerza que lo hacía poderoso, inspirador, incluso transformador. Fue el que sustentó movimientos como el de Martin Luther King Jr., quien apeló a “las leyes escritas en el tejido del universo”. Su lucha contra la esclavitud y la segregación no fue solo política, fue también moral: lo que estaba mal, estaba mal universalmente. No era una cuestión de gusto o conveniencia.

Compartir ese orden moral era esencial para sostener la confianza social. Confiamos en los demás no solo porque los conocemos, sino porque creemos que hay un conjunto de acuerdos —explícitos e implícitos— sobre lo que se debe hacer, cómo comportarse, cómo resolver conflictos. Esta confianza es lo que hace posible desde cruzar una calle hasta construir una nación.


3. La privatización de la moral: cuando cada uno define su verdad

En las últimas décadas, especialmente a partir de las revoluciones culturales de los años 60 y 70, se instaló un nuevo paradigma educativo y cultural: cada persona debía encontrar su propia moralidad, construir sus propios valores, “ser fiel a sí mismo”. Aunque esta idea partía de un impulso de libertad y autenticidad, terminó erosionando el sentido de comunidad moral.

Los sistemas educativos comenzaron a evitar hablar de “bien” y “mal” como categorías objetivas. En cambio, se fomentó una ética basada en el sentimiento individual, en la auto expresión, en la validación personal. La sociedad se volvió más tolerante, sí, pero también más ambigua. Como dijo el columnista Walter Lippmann en los años 50: “Estamos entrando en un mundo donde lo que está bien o mal es una cuestión de sentimiento personal”.

El resultado fue que la moral se privatizó. Lo que antes era compartido ahora es subjetivo. Lo que antes generaba acuerdos ahora provoca desencuentros. Y lo que antes sostenía la confianza social, ahora la diluye.

4. Las consecuencias de vivir sin una base moral común

Cuando no existe un orden moral compartido, la sociedad entra en crisis. La pérdida de confianza no es solo interpersonal: se extiende a las instituciones, al Estado, al mercado, a las comunidades. Se rompe la posibilidad de la “sociabilidad espontánea”, ese tipo de interacción fluida que permite cooperar sin necesidad de contratos o vigilancia. Su impacto afecta múltiples dimensiones en una sociedad.

Por ejemplo, en el mundo de los negocios, esta falta de confianza encarece todo: se requieren más garantías, más controles, más tiempo, más desgaste y costos innecesarios. En la vida pública, aumenta la polarización, la desconfianza hacia los líderes, el escepticismo hacia las normas, las instituciones. Y en el extremo, como sucede hoy, se cuestiona la validez de  la misma democracia. En la vida cotidiana, florecen la sospecha, el cinismo, la fragmentación, y la fractura de la célula básica de una sociedad: la familia 

El problema es mucho más grave , cuando la persona que debe de representar y unir a una comunidad, su moralidad personal refuerza la destrucción de la moralidad colectiva. Este es el caso de Petro en Colombia y Trump en los Estados Unidos.

Cuando esta dinámica se desmadra,  no hay normas morales compartidas ni siquiera para transitar por la calle o para respetar un semáforo. Cada uno interpreta las reglas a su manera, según su “verdad”. El resultado es el caos social, pero también un gran malestar personal. Porque vivir sin una base segura, sin un suelo moral común, es vivir en constante incertidumbre y angustia.


5. La responsabilidad del sistema educativo

La escuela, tradicionalmente uno de los pilares de la transmisión moral, renunció hace tiempo y en muchos casos, a esa función. En nombre de la autonomía individual, se evitó enseñar principios, límites, jerarquías éticas. El manual de Carreño pasó al olvido. Se privilegió la libertad sobre la responsabilidad, la auto expresión sobre el bien común, la diversidad sobre la cohesión social .

El resultado no ha sido más libertad, sino más confusión. Porque no todos tienen la capacidad de formular una ética personal robusta. Como ironizaba David Brooks, comentarista del NY Times, en una intervención que le escuché recientemente, “si usted es Aristóteles, posiblemente lo puede hacer. Pero en la realidad, muy poca gente tiene esa capacidad”.

Necesitamos recuperar el valor de formar conciencia, no solo conocimiento. Y de la primera, se deriva el sentido de una identidad común y compartida que le da sentido a la vida. Educar no es solo enseñar a pensar, es también enseñar a discernir con criterios, a elegir, a convivir como ciudadanos en una sociedad .


6. Hacia un nuevo consenso moral

El reto no es volver a una moral autoritaria o rígida. No se trata de imponer un dogma. Pero sí de recuperar la idea de que hay principios universales que sostienen la dignidad humana, la justicia, la convivencia. Que hay límites éticos que no deben ser cruzados. Que hay acuerdos morales que deben ser apropiados  colectivamente y reconstruidos cuando no los hay. 

Esto implica una tarea educativa, cultural, política y espiritual. Implica formar líderes que no solo gestionen, sino que encarnen principios. Implica reconstruir el tejido comunitario, recuperar la confianza, volver a hablar de lo que es bueno, justo y verdadero. Y sobre todo, implica reconocer que el deterioro moral no es un asunto privado, sino un problema público que nos está afectando a todos. Y todo lo anterior es un inmenso reto adaptativo que confrontamos individual y colectivamente como sociedad. Ver blogs anteriores sobre este tema.

Conclusión: la base segura que necesitamos reconstruir

La privatización de la moralidad ha producido una sociedad frágil, insegura, desconfiada. Nos ha dejado sin base segura para atrevernos, sin suelo común para convivir. Recuperar un orden moral compartido no es un capricho producto de la nostalgia, es una imperiosa necesidad. Y hay que hacerlo de forma muy explícita,  pero va a requerir de un monumental esfuerzo pedagógico colectivo  e individual.

Para hacerlo, se necesita proponer y desarrollar una nueva conversación nacional sobre lo que nos une, sobre los valores que deben guiar nuestras decisiones y nuestras relaciones. No para uniformar, sino para cohesionarnos. No para imponer, sino para inspirar. No para limitar la libertad, sino para darle un propósito y un sentido a nuestras vidas.

Como ciudadanos, como líderes, como educadores, tenemos la responsabilidad de construir una nueva cultura que facilite unas relaciones más fluidas y productivas . Porque sin ellas , no hay confianza. Y sin confianza, no hay sociedad. 

¿Llamado a la acción: ¿Cómo reconstruimos juntos un nuevo pacto moral?

Lac reflexión de este blog no busca cerrar una conversación, sino abrirla. Los invito a sumarse a este esfuerzo colectivo por recuperar un orden moral compartido que fortalezca la confianza, la convivencia y el bien común. En el próximo blog, quiero focalizar las reflexiones relacionadas con estos temas en la Colombia de hoy. 

Mientras tanto le dejo al lector unas sencillas preguntas:

¿Qué principios considera usted esenciales para reconstruir una base ética común?

¿Cómo podemos formar y promover líderes que encarnen y transmitan valores universales en nuestras comunidades?

¿Qué rol deben jugar la educación, la cultura y la empresa en este desafío?