Colombia ante el espejo moral: elecciones, liderazgo y la urgencia de un nuevo pacto ético
En los dos blogs anteriores desarrollé una serie de reflexiones sobre la importancia de la moral, la moralidad y su impacto en la cultura de una sociedad. En este blog, el último de la serie, voy a enfocarme en la aplicación de estos conceptos para entender mejor lo que estamos viviendo en la Colombia de hoy. Desafortunadamente el lamentable atentado contra el senador Miguel Uribe Turbay, actos de violencia de esta semana, y la radicalización de la polarización de Petro, demuestran la gravísima crisis moral que hoy enfrenta nuestro país.
¿Qué es la moral y por qué importa hoy más que nunca?
Para quienes leyeron los blogs anteriores, como para quienes no lo hicieron, quiero recordarles los conceptos que son la base de mi argumentación principal.
La moral —entendida como el conjunto de principios, valores y normas que orientan nuestras decisiones sobre lo que está bien y lo que está mal— es uno de los fundamentos invisibles pero esenciales de cualquier sociedad que aspire a convivir con dignidad, confianza y respeto mutuo. La moralidad, como expresión concreta de ese orden en nuestras acciones individuales y colectivas, nos permite establecer lo que se puede esperar de los demás y lo que los demás pueden esperar de nosotros. Sin ella, la vida social se fragmenta y la política se degrada.
En una sociedad moralmente alineada, la confianza no es una excepción sino la norma. La justicia no es negociable. La democracia se defiende porque es el menos malo de todos los sistemas, como decía Wiston Churchill . La convivencia se sostiene sobre acuerdos éticos compartidos, no sobre la arbitrariedad del poder o el cinismo de la conveniencia.
Es desde esta perspectiva que, la crisis moral que enfrentamos en Colombia, adquiere una relevancia crítica de cara a las elecciones de 2026. Si no somos capaces de restaurar un orden moral compartido, ningún proyecto político —por bien intencionado o técnicamente sólido que sea— podrá consolidar la esperanza, ni mucho menos la transformación que el país requiere.
La privatización de la moralidad: de lo común a lo individual
En mi blog anterior, se planteó una idea central: la moralidad se ha privatizado. Es decir, hemos pasado de tener un marco ético colectivo —que funcionaba como base segura para construir confianza, establecer límites y fomentar cooperación— a una lógica donde cada quien define su propia moral, su propia verdad, su propio criterio sobre lo correcto y lo incorrecto. Este proceso ha tenido múltiples causas, pero una de las más profundas ha sido la transformación del sistema educativo, que ha venido promoviendo una idea radical de autonomía moral desvinculada de cualquier referente ético común.
Así, frases como “tú decides lo que está bien para ti” o “sigue tu verdad” sustituyeron las preguntas clásicas de la filosofía moral: ¿qué debo hacer?, ¿por qué es esto justo o injusto?, ¿cuál es el bien común? El resultado ha sido una creciente fragmentación moral que dificulta la construcción de acuerdos básicos sobre cómo comportarnos en sociedad. Y cuando no hay acuerdos sobre lo correcto y lo incorrecto, lo que queda es la fuerza, la astucia o el populismo como herramientas de acción política.
Colombia: una sociedad en proceso avanzado de desmoralización cívica
En Colombia, esta pérdida del orden moral compartido se expresa de múltiples maneras, el atentado contra Miguel Uribe por parte de un sicario de 14 años es una de ellas. Pero también, se manifiesta en la corrupción normalizada, en la impunidad que ya no indigna, en el desprecio por la ley cuando no favorece intereses particulares, en el clientelismo que premia la lealtad política por encima de la competencia técnica, en la desconfianza generalizada que paraliza la acción colectiva. Pero igualmente —y esto es más grave— en la indiferencia frente al sufrimiento ajeno, en la deshumanización o descalificación del adversario a quien se le tacha de enemigo, en la erosión de la empatía como base de la vida en comunidad.
Las encuestas sobre confianza muestran desde hace tiempo un país que ya no cree en sus instituciones, que duda de sus líderes, que sospecha de sus vecinos. Esta es una señal clara de que la crisis que enfrentamos no es solo política o económica, sino profundamente moral y por eso la importancia de ponerle luz al tema. Yo creo que las elecciones de 2026, no se pueden entender únicamente como una disputa entre partidos o programas, sino como una oportunidad —posiblemente la última en mucho tiempo— para redefinir el pacto ético que nos permite convivir y que ayude a construir una nueva narrativa para nuestra sociedad.
Sin embargo, este es un tema invisible que no se trata y más bien se le saca el cuerpo, porque no se entiende bien su importancia, o porque es incómodo para quienes se benefician de la situación actual.
Elecciones 2026: ¿qué tipo de liderazgo necesitamos?
Un nuevo liderazgo no puede limitarse a ganar votos o formular propuestas bien diseñadas. Colombia necesita líderes con autoridad moral, capaces de inspirar confianza no solo por lo que dicen, sino por lo que representan y por lo que hacen. Personas que comprendan que el poder no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para servir al bien común. Líderes capaces de decir la verdad incluso cuando duela y no les convenga, de poner límites cuando toca, de actuar con coherencia incluso cuando es impopular.
El reto no es técnico, es adaptativo, como lo plantea Ronald Heifetz profesor de liderazgo en la universidad de Harvard: requiere una transformación profunda en las creencias, valores y hábitos de los ciudadanos, no solo en las políticas públicas. Por eso, no basta con tener candidatos bien preparados. Se necesita una ciudadanía que sepa distinguir entre un vendedor de ilusiones como Petro y un constructor de futuro con capacidad de volver los sueños colectivos en realidades tangibles . Se necesita una sociedad que valore la integridad más que la astucia y la demagogia, la coherencia más que el carisma, la verdad más que el espectáculo.
Experiencias internacionales: lecciones para Colombia
Muchos países han enfrentado momentos similares de crisis moral y han ensayado caminos para superarlos. Algunos lo han hecho con éxito; otros han caído en formas autoritarias de restauración ética que solo agravaron el problema.
- Ejemplo positivo: Alemania después de la Segunda Guerra Mundial. La reconstrucción moral de la sociedad alemana implicó un proceso profundo de educación cívica, memoria histórica y responsabilidad compartida. No fue fácil ni rápido, pero demostró que es posible reconstituir un marco ético común incluso después de la barbarie.
- Ejemplo negativo: Venezuela y la descomposición del orden moral. El colapso institucional vino acompañado de una erosión de las normas cívicas más básicas. La lealtad al líder sustituyó la legalidad, y el país cayó en una espiral de violencia, corrupción y empobrecimiento moral del que aún no ha logrado salir.
- Ejemplo ambivalente: Estados Unidos en la era Trump. La ruptura del consenso moral básico sobre la verdad, el respeto al adversario y la integridad en el poder, han generado una polarización sin precedentes como lo demuestran lamentablemente las noticias en esta semana en ese país . Hoy los norteamericanos son una sociedad sin capacidad de lograr acuerdos fundamentales para su sostenibilidad. Sin un marco ético que define una moral compartida, incluso las democracias más sólidas pueden tambalearse.
Colombia puede —y debe— aprender de estos casos. La recuperación del orden moral compartido no puede delegarse en un partido o un candidato. Es una tarea de todos: empresarios, educadores, medios de comunicación, líderes sociales, iglesias, universidades y ciudadanía en general.
El camino hacia un nuevo pacto moral nacional
Restaurar el orden moral compartido no significa imponer una ideología, ni volver a una moral dogmática o excluyente. Significa recuperar la capacidad de distinguir entre lo correcto y lo incorrecto, y establecer acuerdos mínimos sobre lo que se espera de todos en una sociedad decente que la hace viable. Significa volver a hablar de deberes, no solo de derechos; de principios, no solo de resultados; de carácter, no solo de competencia.
Este pacto debe construirse desde la base: en la familia, en la escuela, en los barrios, en las empresas, en las redes sociales, en las iglesias, en los clubes, en todos los espacios donde se forma el carácter y se cultiva la virtud. Y debe reflejarse en las decisiones políticas: en los programas de gobierno, en los liderazgos que promovemos, en los valores que exigimos a nuestros candidatos.
Conclusión: de la indignación a la regeneración
La crisis que vivimos no es solo institucional, ni únicamente política. Es una crisis del alma nacional. Una crisis que solo podrá superarse si somos capaces de reconstruir los fundamentos éticos de nuestra convivencia. Las elecciones de 2026 serán una prueba decisiva: o seguimos anestesiados por la indiferencia, el cinismo y la resignación, o asumimos el reto de regenerar moralmente nuestra sociedad.
No será fácil. Pero tampoco es imposible. Hay una reserva moral en Colombia que sigue viva, aunque esté silenciosa. Hay líderes íntegros, aunque no salgan en los titulares. Hay ciudadanos dispuestos a recuperar el valor de la palabra, la decencia, la coherencia y la verdad. Es hora de que esa Colombia moral tenga voz, se despierte, se organice y actúe.
Llamado a la acción
Invito a todos los que creen en una Colombia decente a sumarse a esta conversación. A promover diálogos ciudadanos sobre lo que está bien y lo que está mal. A exigir liderazgos con carácter moral. A participar activamente en las decisiones que definirán el rumbo del país. No dejemos que la resignación nos robe el futuro. La reconstrucción ética de Colombia comienza con cada uno de nosotros. ¿Estás dispuesto a asumir tu parte?
Este es último blog de la serie que vengo desarrollando desde hace varias semanas. He buscado aportar para subir el nivel de la conversación que defina un marco de reflexión y comprensión, que sirva para orientar las decisiones y acciones individuales y colectivas, que se deben de emprender muy rápidamente de cara a las elecciones del 2026, y que sean la base de la reconstrucción de Colombia en los siguientes años. Para quien no los haya leído esta es la lista relevante.
La ética, la moral y la cultura, lo que todo ciudadano debe de saber
La privatización de la moralidad y su impacto en la crisis relacional
De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia.
Liderar para Transformar: El Despertar de un Liderazgo Colectivo en Colombia
No más parálisis, un llamado a la acción
No más mesías, hacia un liderazgo que reconstruya a Colombia
La complejidad del liderazgo en el ejercicio del poder
El precio de la ignorancia
La Estupidez Colectiva: Un Sistema que la Fomenta
PD:
Espero que Miguel Uribe, a quien conozco y aprecio, se pueda recuperar y continuar su brillante carrera política al servicio del país. Por estar fuera de Colombia no puedo salir hoy a marchar, pero invito a todos los colombianos que están indignado por el estado de nuestro país, que levanten su voz hoy y digan “ NO MAS “
Estamos en un mundo cada vez más interconectado, viviendo en un mundo cada vez más interdependiente, y esa no es una decisión, sino una condición de nuestro entorno.
La confianza es la única droga buena que mejora el desempeño. Lo grave es que estamos viendo los dirigentes políticos están destruyendo la confianza,’ sin la cual los grandes problemas no se pueden enfrentar.
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