¿De que depende el vivir una buena vida? Esta es una pregunta que adquiere una dimensión e importancia mayor, cuando hoy la vida está siendo amenazada desde diferentes frentes. Evidentemente la pandemia ha sido uno de ellos al enfrentarnos con la vulnerabilidad de los seres humanos, traducida en millones de personas muertas y contagiadas. Pero también, la calidad de vida se ha visto seriamente afectada por los retrocesos sociales que hoy se reflejan en los incrementos de los niveles de pobreza no vistos desde hace más de una década.
Leyendo el fascinante libro “El país de las emociones tristes” de Mauricio García Villegas, me identifiqué con su respuesta a esta pregunta: “una buena vida depende de los encuentros que tenemos a lo largo de nuestra existencia. Cuando ellos son buenos, están guiados por los afectos y nuestra vida es gozosa y alegre. Cuando están alimentados por los odios, la existencia es triste”. Este comentario se entiende mejor si aceptamos que somos más animales emocionales que animales racionales.
Este comentario me conectó con el papel de las emociones tratado en un blog anterior y su impacto en la búsqueda de la felicidad. En ese artículo mostraba el efecto que tiene el mundo emocional en el comportamiento de los seres humanos, así como también, en los resultados que logran, y del futuro que son capaces de construir como sociedad
Como lo escribía el filósofo holandés del SXVII Baruch Spinoza, el alcanzar la felicidad, que es un propósito muy deseable, depende de poder controlar las emociones que García denomina “emociones tristes” como el odio, la venganza, la envidia y la animosidad. Y esto se logra, si se fomentan las emociones positivas como la empatía, el perdón, la compasión, la colaboración, el afecto, el gozo y la alegría.
Este comentario hecho hace cuatro siglos, señala algo muy importante. El papel que juegan las emociones individuales y colectivas, en la conformación de los patrones culturales de una sociedad, y que a su vez, se reflejan en las decisiones o las omisiones colectivas y la capacidad de enfrentar, constructiva y colectivamente, sus problemas.
En un artículo reciente del portal de la Silla Vacia sobre la encuesta realizada entre los jóvenes de 18 años a 32 años en la segunda semana de mayo mostraba lo siguientes:
“Mientras que en el 2019 el 45 por ciento de los jóvenes salió a protestar, este año fue el 73 por ciento, lo que significa que, en la medida que pasa el tiempo, hay más deseos de buscar en la calle las soluciones a problemas que no encuentran desde las instituciones. Esto, finalmente, va acompañado de unas emociones negativas. Cuando realizamos la primera encuesta —después de las manifestaciones pacíficas del 2019—, la alegría de los jóvenes en las 13 ciudades era del 66 por ciento. Después, con la pandemia, esa alegría bajó al 53 por ciento, y ahora en mayo fue apenas del 5 por ciento. Mientras tanto, ha aumentado la tristeza (33 por ciento) y la ira (27 por ciento)”
Estos acontecimientos son los que le dan más relevancia y novedad a la propuesta que hace García, al poner la emocionalidad como un factor clave para explicar muchos de los acontecimientos históricos nuestros y sus dinámicas actuales. Tiene razón cuando afirma que la emocionalidad de una comunidad , define la forma en que se relacionan las personas hacia adentro y hacia afuera de ella, el diseño institucional que privilegian, “el tamaño de la esperanza y las frustraciones” que los acompañan.
Vistas desde esta perspectiva, es evidente el porqué el título del libro de García al denominar a Colombia como “un país de emociones tristes”. Y a lo largo de esta obra, su autor muestra con una argumentación muy sólida, el efecto, invisible pero muy presente en nuestro medio, que esta realidad ha tenido en el devenir de nuestra nación.
Una persona, o una colectividad, terminan siendo el resultado de sus decisiones conscientes o inconscientes, que van tomando a lo largo de la vida y condicionadas por su entorno emocional. El autor introduce un concepto muy interesante: cada país adopta un arreglo emocional, que se mueve entre una emocionalidad triste y una que no lo es. El sitio donde se ubique determina la identidad de su sociedad.
Si se acepta inicialmente la hipótesis propuesta por García, emerge una explicación muy interesante de algunos de los rengos culturales nuestros más protuberantes, reflejados en una conflictividad endémica; unos proyectos importantes que no se logran materializar; la incapacidad de llegar a consensos que beneficien a todos; un legalismo desesperante reflejado en innumerables leyes que terminan siendo letra muerta. Todos ellos son el resultado de una estructura emocional colectiva inadecuada que no ha logrado evolucionar.
Si alguien tiene alguna duda de la posible validez de estos planteamientos, lo invito a hacer un repaso de las noticias de los últimos dos meses, para no ir más lejos, de la conmoción social y de salud que hemos vivido en Colombia. Es muy fácil identificar en este material, el común denominador del odio, el desprecio por el diferente, la sevicia y en general una emocionalidad tan negativa, que hoy envuelve como una nube negra el panorama nacional.
García va mostrando a lo largo de su libro, como el ejercicio equivocado de la política en nuestro medio, ha contribuido de manera significativa a esta situación. Para evidenciar la validez de esta afirmación, no se necesita sino repasar la historia reciente de la época de la Violencia, y saltar después a los últimos 20 años, para ver el papel que ha jugado la furia de los dirigentes políticos, para sembrar el odio y la violencia, que han fracturado a la sociedad en diferentes momentos de su historia.
Hoy los avances en la ciencia del comportamiento y del cerebro, muestran con cada vez más papel que juegan las emociones en las relaciones humanas. Por esta razón, García presenta como ellas han enmarcado el debate político mucho más que las ideas, la argumentación y las razones. Esto facilita entender mejor, el destino que a lo largo de los años, se han forjado sociedades como las nuestras.
Si nos detenemos por un minuto a asimilar el comentario anterior, no nos debe de sorprender sus consecuencias. La pelea entre Uribe y Santos que ha polarizado a la sociedad colombiana, como no se veía desde la época de Laureano Gómez hace sesenta años, no se puede explicar sino desde la emoción muy triste del odio de estos dos dirigentes y que hoy han puesto en un grave peligro a nuestra frágil democracia.
La confrontación de este par de políticos, con sus “emociones tristes”, ha tenido un doble efecto que ha definido nuestra realidad actual, alejándonos de dos grandes propósitos que son fundamentales para avanzar como sociedad.
El primero de ellos, el poder convivir en una nación en paz, donde la violencia no sea el medio para dirimir las diferencias. Esta incapacidad, que se ha manifestado de la peor manera en estos dos últimos meses, nos está alejando cada vez más rápidamente de nuestras posibilidades.
Y el segundo efecto es igualmente grave: no haber podido desarrollar la capacIdad para lograr unos mínimos acuerdos de convivencia y colaboración, fundamentales para enfrentar momentos como la crisis de la pandemia, que nos ha puesto al borde de un abismo de una profunda crisis social.
He hecho en este blog una breve introducción al papel de “las emociones tristes” propuestas por Mauricios García Villegas, para subrayar la importancia que creo que tiene el tema y que seguiré desarrollándolo en otros blogs. Es un planteamiento realmente innovador, al utilizar el componente emocional que caracteriza a los seres humanos, para darle una mirada distinta al devenir histórico de nuestro país y de nuestras cultura. Y este no es un tema menor
De hecho, es la primera vez alguien se atreve a darle un papel protagónico a las emociones, que hasta la fecha han pasado invisibles, en las recurrentes discusiones y análisis del porqué hemos llegado al estado actual. Y de alguna forma, este planteamiento ayuda a contestar la pregunta que formulara en el blog anterior y que hoy ocupa la atención de la comunidad latinoamericana:
Me había comprometido a publicar las sugerencias sobre los activos que hemos construido como sociedad hasta hoy. Lamentablemente tengo que confesar, que a pesar de que el blog fue leído por más de 500 personas de mi lista de distribución de 1.500, recibí muy pocos comentarios. Hubiera querido tener más aportes para presentarlos en este blog, y así poder mostrar, qué a pesar de haber mucho camino por andar, hay muchas cosas buenas que nos han sucedido como sociedad
No se si esta falta de respuesta es el reflejo de un artículo que no tiene ninguna relevancia, que podría ser, o más bien una manifestación muy clara de la emocionalidad actual tan negativa que nos invade y nos impide ver los logros que hemos conseguido como sociedad. En cualquiera caso, creo que es un muy mal síntoma de lo que nos está sucediendo en Colombia, porque si no nos reconocemos desde lo positivo, muy difícilmente vamos a poder avanzar.
Este último comentario me hace pensar, de que esta triste realidad es una tremenda oportunidad para quien aspire liderar la transformación de Colombia desde la Presidencia en el 2022. Yo siento qué mucha gente quisiera seguir finalmente a “un líder” que inspire la construcción de una visión colectiva como sociedad. Alguien que nos invite a reconocer los logros alcanzados, desde una emocionalidad positiva, como bases para construir colectivamente una realidad alejada de las emociones tristes que nos han acompañado y que hoy no nos dejan avanzar.
La loca carrera hacia...nadie sabe donde, característica de nuestra sociedad inmersa en el inmediatismo, a la respuesta rápida sin mucha profundidad ni análisis, nos aleja cada vez a considerar y valorar las emociones y encontrar en ellas la causalidad de muchas de las críticas realidades que hoy padecemos .Los conceptos que nos compartes son realmente provocadores para profundizar en la dolorosa verdad que encierra el libro de Mauricio García Villegas que será para mi de obligada lectura. Creo que quienes tenemos fe y amor por Colombia debemos generar contrapesos para que se hagan evidentes las emociones positivas que tenemos latentes y contribuyamos con nuestro actuar a crear nuevos y esperanzadores presentes. Es mandatorio cambiar el hoy que vivimos y es no es a otros a quienes corresponde realizarlo, es a todos quienes tenemos la capacidad y decisión de hacerlo.
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