Venezuela entre la amenaza y la asfixia: Trump, Maduro dos lógicas alrededor del poder
Jhon Mearsheimer es uno de los analistas geopolíticos más respetados del mundo. En las últimas semanas he seguido con atención sus reflexiones sobre la confrontación entre Donald Trump y Nicolás Maduro, consciente del impacto que este episodio puede tener no solo para Estados Unidos y Venezuela, sino también para países como Colombia. Desde el realismo de alguien profundamente informado y ajeno a la retórica fácil, Mearsheimer ofrece una lectura tan impactante como esclarecedora de lo que realmente está ocurriendo.
A su juicio, esta no es una guerra contra las drogas, como ha querido presentarla Trump. Tampoco se trata de una cruzada moral ni, en sentido estricto, de un pleito personal entre dos líderes extravagantes. Lo que estamos presenciando es el choque entre la política doméstica estadounidense, la lucha por la supervivencia del régimen venezolano y la hegemonía estratégica de Estados Unidos, en un tablero geopolítico donde el margen de error se ha reducido peligrosamente.
Hay cifras que, de pronto, dejan de ser estadísticas y se convierten en advertencias. Ochenta y siete minutos de vuelo desde bases del Comando Sur hasta Caracas. Dieciocho horas para desplegar una división aerotransportada. Novecientos cincuenta mil barriles: la capacidad de carga del mayor tanquero venezolano. Ochenta y siete millones de dólares: su valor aproximado. Son números que condensan la confrontación actual entre Donald Trump y Nicolás Maduro y que revelan algo más profundo que un conflicto bilateral: una lección brutal sobre cómo funciona realmente la lógica del poder en el sistema internacional.
La lógica de Washington: credibilidad, presión y bajo costo
En la primera dimensión, Trump aparece atrapado por una necesidad política interna: mostrar fuerza. El aumento de muertes por fentanilo, la crisis en la frontera y la ansiedad del electorado exigen un enemigo identificable. Venezuela cumple esa función. A diferencia de mercados transnacionales, problemas de salud pública o fallas estructurales, un Estado permite construir una narrativa simple: “golpeamos aquí y el problema se resuelve”.
Pero la lectura integrada de ambas transcripciones muestra algo más sofisticado. Trump —o, más precisamente, el aparato estratégico estadounidense— opera en dos niveles simultáneos. En el plano discursivo, amenaza con intervención militar, porque retroceder sería políticamente costoso. En el plano real, ejecuta una estrategia mucho más eficaz: coerción económica y psicológica con costos mínimos.
El decomiso de los tanqueros venezolanos no es un gesto improvisado. Es un mensaje quirúrgico: podemos estrangular su economía sin disparar un tiro. Control de sistemas financieros, seguros marítimos, rutas comerciales y activos internacionales: esa es la hegemonía en el siglo XXI. Desde Washington, el cálculo es frío y racional: máxima presión, cero bajas propias, escaso costo político interno.
Maduro: supervivencia, provocación y teatro
Según Mearsheimer , del lado venezolano la lógica es más precaria. Maduro enfrenta una combinación letal: colapso económico, erosión de apoyo interno y fracturas incipientes en su círculo de poder. En ese contexto, despliega dos herramientas.
Hacia afuera, intenta elevar el costo de una intervención vinculándose explícitamente con Rusia, China e Irán. No busca derrotar a Estados Unidos; busca disuadirlo transformando un conflicto bilateral en un problema multilateral. Es señalización estratégica clásica de un actor débil: si me atacas, el precio será mayor de lo que imaginas.
Hacia adentro, recurre a la política performativa. Movilizaciones, gestos de confianza, discursos de control… incluso sale a cantar “Don’t Worry, Be Happy” en medio del colapso. No se trata de ignorancia. Es psicología de supervivencia. Admitir debilidad sería existencialmente peligroso. La performance busca sostener lealtades internas cuando los recursos materiales se agotan.
El problema, como muestra crudamente Mearsheimer, es que la performance no paga salarios militares, no importa alimentos, no mantiene infraestructura petrolera. Cuando el poder real se ejerce —con el decomiso de tanqueros— la ficción queda expuesta. Y esa exposición es, en sí misma, una forma de guerra psicológica.
Apariencia versus capacidad: el núcleo del conflicto
Ambas lógicas convergen en una tesis central: el conflicto se decide menos por discursos que por capacidades.
Trump corre el riesgo clásico de las grandes potencias: confundir dureza retórica con estrategia. Si responde a provocaciones para no “verse débil”, puede perder el control de la escalada y entrar en un conflicto que sirva más a la supervivencia del adversario que a sus propios intereses.
Maduro, por su parte, cae en el error inverso: creer que la narrativa puede compensar la debilidad material. Cada acto de confianza teatral se convierte, paradójicamente, en una oportunidad para que Washington demuestre su poder real. La humillación no es un efecto colateral: es parte del diseño.
Dos guerras posibles: rápida o lenta, visible o silenciosa
El contraste entre estas dos lógicas según Mearsheimer , también revela dos tipos de guerra. La primera es la militar: rápida, espectacular, de alto riesgo, con potencial de escalamiento regional y pérdida de credibilidad a largo plazo. Es la que el analista advierte como trampa histórica, repetida en Vietnam, Irak y Afganistán.
La segunda es la guerra económica: lenta, silenciosa, asimétrica. No produce imágenes de combate, pero genera sufrimiento prolongado y difuso. Desde Washington, es ideal: bajo costo, alta efectividad. Desde Caracas, es una agonía que erosiona el régimen día tras día, incentivando defecciones y fracturas internas.
Aquí surge una pregunta moral incómoda: ¿es más “humano” un colapso lento que una derrota rápida? El realismo no ofrece consuelo ético. Las grandes potencias eligen herramientas por eficacia, no por compasión.
La falacia antidrogas
Un punto crucial de Trump según Mearsheimer , es que se desmonta la narrativa justificatoria: la guerra contra las drogas. Destruir infraestructura en un país no reduce el consumo en Estados Unidos. Las redes criminales no se van a detener por el bombardeo a las lanchas rápidas, son muy adaptativas, transnacionales y solo responden a una variable estructural: la demanda.
Cincuenta años de evidencia muestran el fracaso del enfoque militarizado. Drogas más baratas, más potentes, más disponibles. Pero reconocer esto implicaría admitir límites, hablar de cambiar la política doméstica sobre la droga y abandonar promesas de “victoria fáciles ”. Políticamente, eso es inaceptable cuando las encuestas van cayendo para Trump. Estratégicamente, el insistir en la ilusión de lograr resultados rápidos puede serle muy peligroso de cara a las elecciones del Congreso en el 2026, donde puede perder el control de las dos cámaras .
¿Qué viene ahora?
El escenario más probable según Mearsheimer ,no es una invasión inmediata, sino la continuidad del estrangulamiento económico. Más sanciones, más decomisos, más presión. Maduro responderá con más performance. El ejército observará, calculará, y eventualmente decidirá si la lealtad sigue siendo racional. El desenlace, de llegar, será por colapso interno o negociación de salida, no por épica revolucionaria.
El riesgo real es el error de cálculo: una provocación mal leída, una escalada no prevista, una decisión tomada para consumo doméstico que derive en un conflicto mayor. Esa es la tragedia que Mearsheimer señala: decisiones racionales individuales que producen resultados colectivos catastróficos.
Una lección para América Latina
Para América Latina, esta confrontación es un espejo incómodo. Muestra cómo los países con institucionalidad débil se convierten en tableros de disputas mayores. Revela el límite de la retórica antiimperialista cuando no hay capacidades materiales que la respalden. Y recuerda que la verdadera soberanía no se proclama: se construye con Estado, economía funcional y legitimidad.
También deja una advertencia para quienes creen en atajos duros y soluciones épicas: confundir narrativa con poder termina mal. La prudencia estratégica no es cobardía; es responsabilidad histórica.
Venezuela no es solo el problema de Trump ni la tragedia de Maduro. Es una lección viva sobre cómo opera la lógica de la hegemonía, sobre los costos de la ilusión y sobre la diferencia —siempre decisiva— entre parecer fuerte y serlo.

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