El valor de mirar afuera para cuidar lo propio
Viajar no es solo ocio ni turismo. Es una forma de conocer otras realidades y abrir ventanas para repensar la nuestra. Aprender de las fortalezas ajenas, pero también de sus errores, es una manera de cuidar a Colombia. Hoy escribo desde Corea del Sur, un país que no había visitado antes y que me ha sorprendido profundamente.
Hace apenas 70 años, Corea era uno de los países más pobres del planeta. La guerra civil (1950–1953) dejó al país devastado, con más de 4 millones de muertos y un territorio arrasado. Su ingreso per cápita en 1960 era inferior al de gran parte de África. Sin embargo, en dos generaciones, Corea se convirtió en un referente mundial en innovación, tecnología, educación y cultura.
El contraste invita a una pregunta inevitable: ¿qué hizo posible esa transformación y qué podría aprender Colombia de ese proceso?
Primera lección: la educación como motor
Corea apostó a la educación con una radicalidad que impresiona. Durante décadas, las familias hicieron enormes sacrificios para que sus hijos estudiaran. El Estado acompañó esa obsesión con políticas públicas claras y continuidad en el tiempo.
Hoy, Corea tiene una de las poblaciones más educadas del mundo. Sus estudiantes compiten en los primeros lugares de las pruebas internacionales. Universidades como KAIST, POSTECH y Seúl National University son polos de investigación que atraen talento global.
En Colombia, aún tenemos un déficit histórico: calidad desigual, cobertura incompleta y una desconexión entre educación y desarrollo productivo. La lección coreana no es copiar su modelo (que también ha tenido excesos de presión académica y estrés juvenil), sino entender que sin una apuesta decidida por la educación, no hay futuro posible.
Segunda lección: la disciplina colectiva
La cultura coreana privilegia el esfuerzo compartido. Existe un fuerte sentido de responsabilidad hacia el grupo, sea la familia, la empresa o la nación. La disciplina se refleja en la vida cotidiana: el orden en las calles, la limpieza en el espacio público, la puntualidad en los compromisos.
En Colombia, el individualismo y la cultura del “vivo se come al bobo” nos juegan en contra. La indisciplina social se traduce en evasión de impuestos, incumplimiento de normas, corrupción y desorden urbano. Corea demuestra que el progreso no depende solo de leyes o infraestructura, sino de la interiorización cultural que se refleja en comportamientos ciudadanos sustentados en valores como la corresponsabilidad y la disciplina.
En nuestro caso, no significa que debamos aspirar a un modelo rígido o autoritario. Pero sí es urgente reconstruir un contrato social en el que cumplir las normas y cuidar lo colectivo deje de ser una excepción y se vuelva la regla como parte de una narrativa compartida.
Tercera lección: innovación con propósito nacional
En los años sesenta, Corea diseñó planes de industrialización que se cumplieron con disciplina. El Estado apoyó a conglomerados empresariales (chaebols) como Samsung, Hyundai y LG, que pasaron de ensamblar productos básicos a liderar sectores de alta tecnología.
La innovación no fue fruto del azar, sino de una estrategia deliberada: vincular educación, investigación y producción. Corea entendió que la competitividad global requería apostar por el conocimiento puesto al servicio del desarrollo .
Colombia, en cambio, ha dependido demasiado de la explotación de las materias primas y las rentas extractivas. Necesitamos una visión de largo plazo que articule ciencia, tecnología, innovación y emprendimiento. No para copiar a Corea, sino para encontrar nuestras propias fortalezas: biodiversidad, energías limpias, industrias culturales, agroindustria explotada inteligentemente.
Park Chung-hee: liderazgo autoritario con propósito nacional
Revisando la historia reciente de Corea hay un protagonista central: el presidente Park Chung-hee. Llegó al poder en 1961 tras un golpe militar, en un país agrícola y en su momento el segundo más pobre del mundo . Su gobierno, que duró hasta su asesinato en 1979, marcó el rumbo decisivo para sacar a Corea de la pobreza extrema.
Su aporte principal fue definir un proyecto nacional claro y sostenido. A través de planes quinquenales de desarrollo, orientó la economía hacia la industrialización y la exportación. Sectores como el acero, la construcción naval, la petroquímica y más tarde la electrónica recibieron apoyo masivo del Estado en créditos, subsidios y protección estratégica. Así nacieron y se fortalecieron conglomerados como Samsung, Hyundai y LG, que luego serían gigantes globales.
Park entendió también que la educación debía masificarse. Su gobierno expandió la cobertura escolar y creó las bases para que la población tuviera la formación mínima necesaria para integrarse a la economía industrial. Paralelamente, promovió una disciplina de trabajo austera y sacrificada, apelando a valores confucianos y a un fuerte nacionalismo cívico.
El contexto de amenaza permanente de Corea del Norte reforzó esa narrativa. El desarrollo económico fue presentado como un deber patriótico, un sacrificio compartido para asegurar la supervivencia del país. Esa mezcla de urgencia, disciplina y propósito colectivo explica buena parte del “milagro coreano”.
Pero el precio que pagaron los coreanos fue muy alto. Park gobernó con autoritarismo: restringió libertades civiles, persiguió opositores, censuró a la prensa y consolidó un poder personalista. Su modelo sembró también sombras que aún pesan: concentración del poder económico en los chaebols, desigualdad social en los primeros años y una cultura laboral compleja que hoy se refleja en baja natalidad y problemas de salud mental crecientes.
De su legado, Colombia no puede ni debe copiar la represión política. Pero sí puede extraer tres lecciones fundamentales:
- Claridad de propósito nacional: un rumbo de largo plazo que trascienda los gobiernos.
- Articulación entre Estado, empresa y educación: trabajar juntos en sectores estratégicos.
- Nacionalismo cívico positivo: hacer del progreso un proyecto compartido, no una competencia entre facciones.
Cuarta lección: resiliencia ante la adversidad
Corea nació de la tragedia: guerra fratricida, dictaduras militares, pobreza extrema. Esa experiencia pudo haber destruido la moral colectiva, pero ocurrió lo contrario. El país canalizó su dolor hacia la reconstrucción y se forjó una narrativa de superación.
En Colombia también hemos padecido violencia prolongada, desigualdades profundas y crisis políticas. Pero muchas veces convertimos ese dolor en excusa para la resignación. La resiliencia coreana nos recuerda que las heridas pueden ser motor de cambio si se transforman en energía colectiva.
Quinta lección: identidad y orgullo cultural
La ola coreana (Hallyu), con su música, cine y gastronomía, es un fenómeno global. No se trata solo de entretenimiento: es un ejemplo de cómo un país puede proyectar su identidad cultural y convertirla en un activo estratégico. Corea supo combinar tradición y modernidad para posicionar su marca país.
Colombia tiene un capital cultural inmenso: música, literatura, arte, biodiversidad. Pero aún no hemos logrado convertirlo en una fuerza global cohesionada. Seguimos exportando talentos individuales (Shakira, Gabo, Botero, Juanes), pero no una narrativa colectiva. La lección es clara: cuidar nuestra cultura es también poderla proyectar con orgullo hacia al mundo.
Sexta lección: liderazgo con visión compartida
El milagro coreano no fue obra de un líder carismático aislado, sino de décadas de visión compartida. Hubo gobiernos autoritarios al comienzo, pero el verdadero salto se consolidó cuando la democracia coreana maduró y supo mantener continuidad en políticas esenciales.
En Colombia, la discontinuidad es un cáncer: cada gobierno desmonta lo anterior y arranca de cero. Si queremos aprender de Corea, debemos construir consensos básicos sobre temas estratégicos —educación, innovación, seguridad, sostenibilidad— que sobrevivan a los cambios de gobierno.
Lo que no debemos copiar
No todo en Corea es exportable. También hay excesos y contradicciones:
- Presión educativa extrema: altos niveles de ansiedad y suicidios juveniles.
- Concentración empresarial: los chaebols han generado desigualdades y monopolios.
- Competencia laboral feroz: jornadas extenuantes, baja natalidad y soledad social.
Estas sombras recuerdan que el progreso económico no garantiza automáticamente bienestar humano. Para Colombia, la tarea es aprender de los aciertos sin caer en los mismos errores.
Colombia hoy: ¿qué hacer con estas lecciones?
- Educar con equidad: no basta con cobertura; necesitamos calidad y pertinencia para todos.
- Construir disciplina social: fortalecer cultura ciudadana y corresponsabilidad.
- Innovar desde nuestras ventajas: biodiversidad, energías limpias, industrias creativas.
- Transformar el dolor en resiliencia: pasar de la queja a la acción colectiva.
- Proyectar nuestra identidad cultural: música, arte, gastronomía como acciones de “diplomacia blanda”.
- Asegurar continuidad en políticas claves: pactos de Estado más allá de gobiernos.
Conclusión: viajar para cuidar
Colombia no es Corea, ni debe serlo. Pero mirar lo que este país logró en siete décadas nos recuerda que el desarrollo no es un destino reservado a otros, sino una posibilidad si se asumen con disciplina las decisiones correctas.
Viajar sirve para abrir los ojos. Pero el verdadero viaje comienza cuando regresamos y nos preguntamos: ¿qué de lo aprendido aplicamos en nuestra casa? Cuidar a Colombia es aprender de afuera para transformar nuestro país hacia adentro.