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sábado, 31 de mayo de 2025

Ética, moral y cultura: lo que todo ciudadano debería entender para no ser manipulado



Ética, moral y cultura: lo que todo ciudadano debería entender para no ser manipulado

Introducción

En este blog quiero profundizar un tema que inicie en el blog anterior, y que considero es fundamental para entender mejor el momento histórico por el cual estamos viviendo en la actualidad en Colombia. Más adelante seguiré explorando varias aristas que ayuden a incorporarlos en el análisis y las decisiones que hay que tomar. 

En tiempos de crisis institucional, polarización política y fragmentación social, conceptos como ética, moral y cultura tienen que estar en el centro del debate ciudadano. Sin embargo, en medio del ruido mediático, la propaganda ideológica y el relativismo dominante, se ha vuelto alarmantemente común que estos términos sean ignorados, o utilizados de manera imprecisa, cuando no manipulados para justificar intereses particulares.

Con este blog busco aportar para diferenciar entre estos conceptos; comprender mejor sus relaciones y funciones en la vida social; y, sobre todo, resaltar por qué entender estas distinciones es fundamental para ejercer una ciudadanía activa, crítica y corresponsable. Cuando una sociedad no comprende lo que está en juego, cuando se pierde un marco compartido de referencia moral, es  muy vulnerable al populismo, a la manipulación y a la desintegración, como lo estamos viendo en la actualidad. 


I. ¿Qué entendemos por moral?

La moral se refiere al conjunto de normas, costumbres, valores y reglas de conducta que una comunidad comparte para distinguir lo correcto de lo incorrecto, lo justo de lo injusto. Da un marco para las decisiones colectivas y comportamientos aceptables dentro de una comunidad. Estas normas se adquieren de manera implícita desde la infancia, a través de la familia, la religión, la educación, las leyes, los medios y la vida cotidiana.

La moral no es individual, aunque cada persona la interioriza. Es un producto de la historia social y cultural de una comunidad, que evoluciona con el tiempo y varía entre sociedades. Por eso se menciona  que hay diferentes tipos de moral: “moral cristiana”, “moral revolucionaria”, “moral liberal”, etc.

Pero lo esencial de comprender es que la moral cumple una función cohesionadora: permite la vida en común, genera expectativas compartidas, posibilita la confianza social, e indica límites aceptados al comportamiento individual. Cuando una sociedad pierde ese marco común, se debilita la base sobre la que se construyen las relaciones humanas.


II. ¿Qué es la moralidad?

La moralidad es la capacidad individual de actuar según normas morales. Es, por así decirlo, la aplicación personal de la moral. Es posible que una persona tenga un alto sentido de la moralidad (honestidad, justicia, respeto) aunque viva en una sociedad corrupta. También es posible lo contrario: individuos que, aún en un entorno ético, actúan sin escrúpulos.

La moralidad tiene que ver con la conciencia, el juicio personal, y la voluntad de comportarse conforme a lo que uno cree que está bien, incluso si eso implica enfrentar consecuencias negativas. Su importancia radica en que orienta las decisiones y comportamientos individuales.

Hoy vemos una alarmante privatización de la moralidad: cada quien define su propio código, como si fuera un buffet. El sistema educativo ha reforzado esta lógica, alentando a “buscar tu verdad”, “definir tus valores”, sin anclarlos en un marco común de referencia. Esto puede empoderar, pero también puede disolver la posibilidad del diálogo moral y de la acción colectiva, al no haber puntos de encuentro, como lo vemos hoy en día.


III. Pero entonces : ¿Qué es la ética?

La ética es una disciplina filosófica que reflexiona sobre el bien y el mal, y analiza los fundamentos de la moral. Mientras la moral está hecha de reglas sociales concretas, la ética busca principios universales, racionales y argumentados para juzgar esas reglas.

Por ejemplo, mientras una moral puede aceptar la esclavitud como “normal” en cierta época, la ética, desde Kant o los derechos humanos, la puede juzgar como inaceptable, por violentar la dignidad humana.

La ética permite criticar la moral vigente, superar tradiciones injustas, y construir acuerdos más amplios, especialmente en sociedades diversas. También permite distinguir entre lo legal y lo legítimo: no todo lo legal es ético, y no todo lo ético es legal. Esta es una distinción muy importante que mucha gente no tiene clara.

Pero para que esta reflexión sea posible, se requiere educación cívica, pensamiento crítico y diálogo pluralista, tres condiciones ausentes o debilitadas en muchas democracias contemporáneas, y es un profundo vacío en la nuestra.


IV. ¿Y la cultura? ¿En qué se diferencia de la moral?

La cultura es un concepto más amplio. Abarca el conjunto de creencias, conocimientos, costumbres, símbolos, arte, lenguaje y formas de vida que caracterizan a una sociedad. La moral es una parte de la cultura, pero no toda la cultura es moral.

Por ejemplo, la manera en que saludamos, cocinamos o celebramos fiestas hace parte de la cultura, sin ser normas morales. Pero la cultura también condiciona lo que colectivamente consideramos aceptable o inaceptable: por eso, la moral se transmite y se transforma dentro de una matriz cultural.

Comprender esta diferencia es clave: no todo lo que es cultural es moralmente justificable. Hay prácticas culturales que pueden ser discriminatorias, violentas o degradantes, aunque tengan tradición. La ética permite cuestionar estas prácticas, sin caer “en  relativismos extremos “.

V. ¿Por qué son tan importantes estas distinción hoy?

Porque estamos asistiendo a una erosión peligrosa del orden moral compartido. Al disolverse los marcos comunes, se pierde la confianza social. Y sin confianza, no hay cooperación, ni respeto por las reglas, ni civismo. La anomia moral produce fragmentación, resentimiento y desorden.

Además, cuando se privatiza la moral y se relativiza la ética, se abre la puerta a la manipulación emocional, al fanatismo y al autoritarismo. Líderes populistas pueden imponer su visión moral particular como si fuera la de todos, y deslegitimar toda crítica como “inmoral”.

La ciudadanía queda desarmada ante estas narrativas, especialmente cuando no tiene claridad conceptual ni herramientas de análisis. Por eso, educar en ética, moral y cultura es una urgencia democrática, no un lujo académico.


VI. Lo que todo ciudadano debería comprender

  1. La moral es social, no individual: no se puede vivir en sociedad si cada quien define sus propias reglas sin diálogo ni consenso.
  2. La moralidad requiere carácter: actuar conforme a principios, incluso cuando es difícil, es lo que da solidez al tejido humano.
  3. La ética es crítica y universal: permite revisar nuestras prácticas, abrirnos al otro, y construir acuerdos más justos.
  4. La cultura es el ecosistema que  da sentido: en ella aprendemos, sentimos, juzgamos y actuamos, pero no todo lo cultural es moral.
  5. La educación moral no es adoctrinamiento: es formación en responsabilidad, empatía, argumentación y compromiso cívico.

VII. Colombia: un caso urgente

En Colombia, estas distinciones son claves para entender muchos de nuestros males sociales: corrupción normalizada, violencia con simbólos, cinismo político, desconfianza, doble moral, clientelismo aceptado, y un profundo desencanto con las instituciones.

Muchos ciudadanos no distinguen entre lo ético y lo moral, o entre lo legal y lo legítimo. Se exige ética solo cuando nos conviene, y se tolera la inmoralidad cuando nos beneficia. Este deterioro moral no es solo una crisis de valores individuales, sino una falla estructural de nuestra cultura política. Tal vez el daño más grande que nos va dejar el gobierno actual en Colombia, es la degradación moral por la conducta amoral de Petro y sus cómplices.

Necesitamos reconstruir un nuevo marco moral compartido, pluralista pero sólido, basado en la dignidad humana, la justicia, el respeto mutuo y el bien común. Y eso no se decreta: se cultiva, se enseña, se vive. Es la base de una nueva cultura ciudadana 

Conclusión

Ética, moral y cultura no son solo temas para filósofos o académicos. Son herramientas para la vida cotidiana y para la acción ciudadana. Comprender su diferencia y su relación nos permite actuar con mayor lucidez, resistir la manipulación, y construir relaciones sociales más justas, sostenibles y respetuosas.

En una época en que lo correcto y lo incorrecto parecen haber perdido sentido, recuperar el lenguaje moral compartido es un acto revolucionario y profundamente necesario. Y eso comienza por la pedagogía, por la conversación, y por el compromiso de cada uno de nosotros.


Llamado a la acción

Invito a mis lectores a compartir este texto, debatirlo en sus círculos, incluir estos temas en conversaciones familiares, escolares y comunitarias. Si es educador, inclúyalo en sus clases. Si es líder, conviértalo en parte de su narrativa. Y si es ciudadano, úselo como brújula para discernir entre discursos falsos y liderazgos auténticos.

Porque una ciudadanía bien formada moral y éticamente es la mejor defensa contra la manipulación, el populismo y la desesperanza.




sábado, 24 de mayo de 2025

De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia

 




De la crisis moral a la renovación cívica: lecciones desde EE.UU. para el futuro político de Colombia




I. El retorno de Trump: una alerta moral

La reelección de Donald Trump, como presidente de los Estados Unidos, no solo reconfigura el tablero político global; es, sobre todo, el síntoma visible de una crisis mucho más profunda: el colapso de la cultura cívica y del tejido moral compartido de una gran nación . Una crisis relacional que comenzó décadas atrás, cuando el sistema educativo y la cultural estadounidense, promovieron un viraje hacia el individualismo radical, desprovisto de un horizonte ético común.

Este fenómeno ha erosionado las bases mismas de la confianza social: hace unos años al 75% de los norteamericanos, hacían donaciones y hoy menos del 50% lo hacen. Hoy, menos del 30% de los estadounidenses dicen confiar en sus vecinos. La soledad, la tristeza, la pérdida de sentido y el resentimiento han reemplazado la esperanza, y la política, como espejo tardío de la cultura, ha sido arrastrada río abajo por esta corriente. Esto realidad se ve reflejada del incremento de las enfermedades mentales y de los suicidios, especialmente entre la gente joven.

Lo más paradójico, es que esta revuelta contra las élites ilustradas, ha sido liderada por miembros de esas mismas élites. El ataque frontal de Trump a la Universidad de Harvard, sin antecedentes en la historia de los Estados Unidos, es un ejemplo patético del nivel de deterioro que está generando este señor de la relaciones del Estado con entidades fundamentales para el desarrollo del país. Pero ojo, el enemigo no es la universidad como institución, sino la ideología liberal que supuestamente la domina. Y la respuesta de Trump ha sido una actitud destructiva del  uso del poder, una lógica del “todo vale” que erosiona instituciones, desprecia la legalidad y convierte al adversario en su enemigo.

Este escenario no es exclusivo de Estados Unidos. Lo vimos en el Brexit en la Gran Bretaña en el 2016,  en ese mismo año con el ascenso de Orban en Hungría, y lo vivimos, con particular intensidad, en América Latina en esta última década.


II. Colombia: una democracia en transición

En Colombia, atravesamos una transición cultural y política similar. Gustavo Petro, como Trump, no es una causa sino un síntoma. Representa la revuelta de quienes se sintieron excluidos del desarrollo, marginados del relato nacional, y burlados por una clase dirigente que acumuló poder sin redistribuir legitimidad.

Pero como en el caso estadounidense, la reacción no ha sido necesariamente constructiva. Petro encarna un abuso concentrador y emocional del poder, que desprecia la técnica, socava instituciones y acude al relato épico para despertar pasiones de odio y lucha de clases,  y así poder justificar su incapacidad evidente, sus problemas de drogadicción y desconexión con la realidad.

Desde esta perspectiva, la estrategia para enfrentar su legado de cara a 2026 no puede ser simplemente electoral. No basta con cambiar a un agitador profesional y pésimo dirigente político que pretende refundar a Colombia. Es necesario transformar la cultura política que lo hizo posible. Y eso implica una reconstrucción moral, cívica e institucional, basada en liderazgo ético, compromiso colectivo y capacidad de tejer nuevamente el entramado de la confianza, que hoy se encuentra fracturada con un país polarizado y dividido.


III. Liderazgo para la reconstrucción: una propuesta desde el humanismo

En los últimos artículos de Ciudadano Global, que han sido muy bien recibidos, he insistido en que el principal reto para liderar la reconstrucción del país,  no es técnico sino adaptativo: se trata de sanar una sociedad fracturada, empoderar a las comunidades y construir confianza en medio de la incertidumbre.

Esto requiere una nueva generación de líderes: personas con raíces profundas en lo local, con la capacidad de convocar desde la escucha, no desde la imposición. Líderes que no se deslumbran con el poder y abusen de él, sino que lo utilicen como una herramienta de servicio. Líderes que sepan acompañar a otros en sus transiciones personales y colectivas, como lo planteó William Bridges: desde la ruptura, pasando por la zona neutra, hasta una nueva identidad cívica y política. Pero también que tengas conocimiento de las complejidades en la gestión del Estado.

Igualmente, necesitamos una nueva actitud del empresariado. Colombia no puede salir de su crisis relacional sin una clase empresarial comprometida, no solo con la eficiencia, sino con la equidad, el diálogo y la regeneración del contrato social.

El empresario del futuro no es el que maximiza rentas en entornos cerrados, sino el que invierte su capital social, económico y simbólico en la construcción de una ciudadanía activa y responsable. Este liderazgo empresarial tiene que pasar del discurso a la acción: acompañando procesos locales, formando alianzas con líderes comunitarios, participando en redes de desarrollo territorial, como lo hemos propuesto desde los Nodos de Desarrollo Local.


IV. Una estrategia para 2026: más allá de la polarización

De cara a las elecciones presidenciales del 2026, urge diseñar una estrategia que supere la trampa de la polarización , apueste por un nuevo pacto cultural y una nueva narrativa nacional que reconoce los logros, pero también, los cambios que hay que realizar, respetando la Constitución y la institucionalidad que tenemos como país. No se trata de “ganar” a Petro o a sus seguidores, sino desde esa nueva postura, invitar e integrar a los sectores que hoy se sienten excluidos, canalizando su rabia hacia una agenda de reconstrucción cívica.

Inspirados por los movimientos regenerativos que surgieron en momentos de ruptura histórica —como el progresismo estadounidense a inicios del siglo XX, la reconstrucción de la posguerra de Alemania y el Japón, la transición sudafricana al posapartheid, la Concertación en Chile de 1991—, Colombia necesita hoy una narrativa integradora, un movimiento de renacer cívico que conecte con los dolores profundos de nuestra sociedad y los transforme en energía creativa, pero que también aproveche los numerosos activos con los que cuenta nuestro país.

Para eso, necesitamos:

  1. Un liderazgo ético y emocionalmente inteligente, capaz de encarnar la esperanza en tiempos de desesperanza.
  2. Una red de comunidades de liderazgo, que promuevan una cultura de corresponsabilidad en cada localidad, municipio y regiones en el país , enraizadas en lo cotidiano y sostenidas por la escucha y la acción colectiva.
  3. Una coalición amplia que reúna unas redes amplia de empresarios, jóvenes, líderes sociales, académicos y sectores políticos diversos, en torno a un propósito superior: reconstruir la confianza y el sentido de comunidad, cómo base para orientar el desarrollo futuro de nuestro país.
  4. Una agenda de políticas públicas que priorice lo adaptativo sobre lo técnico, y ponga en el centro el bienestar relacional: salud mental, convivencia, cultura ciudadana, educación emocional, entre otros.
  5. Una nueva narrativa, que conecte con la memoria moral de los colombianos y recupere los hilos rotos de nuestra historia: como lo hicieron otras sociedades tras momentos de ruptura, desde Alemania en la posguerra hasta Chile en la postdictadura.
  6. Una estrategia de darle la voz a los millones de colombianos que han salido muy perjudicados por las terribles decisiones del gobierno Petro, así como aquellas personas que de manera silenciosa hay que visibilidad, conectar y apoyar, porque son modelos de rol que deben de ser ejemplos para nuestra sociedad. Ver mi  blog “ No más parálisis, una llamada la acción”


V. Del dolor a la transformación

Toda transición, como la que vivimos hoy, tiene su “momento bíblico de plaga  de langostas”: ese instante de caos donde todo parece derrumbarse, pero donde también se abre un espacio para el aprendizaje profundo. Es en ese momento donde las personas, las organizaciones y las naciones pueden quebrarse o abrirse.

Hoy Colombia tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de elegir el camino de la apertura. Pero esto no se logrará con salvadores ni con discursos vacíos. Se logrará cuando seamos capaces de mirarnos a los ojos, reconocer nuestras diferencias y preguntarnos mutuamente: ¿cómo llegamos a creer lo que creemos? ¿Qué experiencia nos marcó? Y desde ahí, tejer un nuevo lenguaje moral, basado en el respeto, la humildad y la responsabilidad compartida que sirva de base para una nueva narrativa para el país.

VI. Reflexión final: una invitación al liderazgo colectivo generoso 

Como he escrito en este espacio en semanas anteriores, el liderazgo no es una técnica, es una forma de vivir. Y hoy más que nunca, Colombia necesita líderes que comprendan que su mayor poder reside en su capacidad de humanizar, de inspirar, de cuidar el alma colectiva del país.

No es momento de cinismo, ni de indiferencia. Es momento de actuar con sentido. De construir, desde lo cotidiano, una nueva cultura cívica que nos prepare no solo para las elecciones del 2026, sino para conectarnos como ciudadanos alrededor de un propósito superior, que le pueda dar luz al tipo de país que queremos ser en los años venideros.

El futuro de Colombia no depende únicamente de un candidato, depende de una ciudadanía capaz de asumir su corresponsabilidad histórica. Y esa ciudadanía empieza por nosotros: empresarios, líderes sociales, educadores, ciudadanos comunes. Es hora de liderar con dignidad, con carácter, y con el corazón.

Francisco Manrique Ruíz




viernes, 16 de mayo de 2025

 


Liderar para Transformar: El Despertar de un Liderazgo Colectivo en Colombia

“No es tiempo de esperar salvadores ni caudillos. Es hora de construir redes de liderazgo colectivo que convoquen, inspiren y transformen nuestra realidad.”

En un país como Colombia, en el que la complejidad territorial, la diversidad cultural y los retos sociales conviven con un potencial humano extraordinario, la conversación sobre el liderazgo no puede seguir anclada en los modelos tradicionales. Hoy más que nunca, se impone la necesidad de repensar el liderazgo desde otras lógicas: más humanas, más colaborativas, más conectadas con la realidad. En este blog ,quiero complementar los anteriores de las últimas tres semanas, aportando con ideas y reflexiones derivadas de un estudio reciente, que pueden servir para enriquecer la conversación y las acciones de cara a las elecciones del 2026


El estudio Lideroscopio publicado a finales del 2024: “Perspectivas para Impulsar a Colombia”, impulsado por la Fundación Origen con el apoyo de aliados como la Fundación Corona, la Escuela de Gobierno de la Universidad de los Andes, la FIP, Comfama, Tecnoquímicas y el Aspen Institute, entre otros, se convierte en un referente para esta conversación. No solo por la calidad metodológica y la pluralidad de voces que recoge, sino porque logra sintetizar una nueva narrativa del liderazgo que emerge desde los territorios, desde las comunidades, desde la práctica.

El artículo propone una lectura reflexiva de sus hallazgos, organizados en torno a ocho grandes ideas-fuerza que, más allá de describir la situación actual, nos abren pistas para actuar.

1. El liderazgo ya no es lo que era: de la autoridad al vínculo

Una de las premisas centrales del estudio es que el concepto de liderazgo está en transformación. Atrás quedó la visión vertical, autoritaria o tecnocrática. Hoy, la ciudadanía colombiana valora atributos como la empatía, la conexión emocional, la capacidad de inspirar y de actuar desde el ejemplo.

El liderazgo efectivo ya no se ejerce desde el púlpito del poder, sino desde la legitimidad que da la coherencia, la escucha y la cercanía. Liderar implica movilizar sin imponer, coordinar sin controlar, convocar sin excluir.

Este giro conceptual coincide con las teorías contemporáneas del liderazgo adaptativo del profesor Ronald Heifetz, de la Universidad de Harvard, del liderazgo interseccional y el enfoque funcional: liderar no es ocupar un cargo, es asumir un rol en contextos cambiantes, desde identidades diversas y con conciencia del impacto colectivo.


2. No hay un solo país ni un solo liderazgo

Uno de los hallazgos más poderosos del Lideroscopio es la riqueza y diversidad de los liderazgos en Colombia. Lejos de encontrarnos ante un “vacío”, lo que aparece es un mosaico rico de liderazgos locales, comunitarios, empresariales, juveniles, culturales y políticos que están actuando —muchas veces en silencio e invisibles— para transformar su entorno. El reto es visibilizarlos, conectarlos y apoyarlos para que sean modelos de rol positivo para una sociedad que lo requiere.

Esta multiplicidad no solo revela un capital social en expansión con el que cuenta Colombia, y que es su gran activo para surgir fortalecidos de la crisis actual de liderazgo político y de liderazgo colectivo. Hay también una gran oportunidad: articular esos liderazgos en redes de colaboración que amplifiquen su impacto. La crisis no es de liderazgo en sí, sino de conexión, visibilización, articulación y de propósitos compartidos. Aunque el estudio muestra que las personas se sienten empoderadas individualmente, no lo perciben colectivamente. El resultado es: cada uno defiéndase como pueda. Hay que encausar los liderazgos individuales hacia propósitos colectivos que impacten la calidad de vida de la sociedad.


3. El contexto como condicionante: liderar en riesgo

Liderar en Colombia, especialmente desde lo social y comunitario, implica riesgos enormes. Según el informe, las vulneraciones a los derechos humanos contra líderes sociales persisten de forma alarmante. El asesinato, la intimidación y la estigmatización se han convertido en obstáculos estructurales al liderazgo transformador.

Esta realidad no solo vulnera vidas y procesos comunitarios, sino que deteriora las condiciones para la paz territorial y la cohesión social. Reconocer, rodear, encausar y explorar alternativas para cuidar a quienes lideran es proteger la democracia. Estos liderazgos son un gran activo que el país está desaprovechando cuando más lo necesita. El liderazgo necesita garantías, no solo reconocimiento.

4. El empresariado: confianza social y oportunidad histórica

Sorprendentemente, el informe muestra que uno de los sectores mejor valorados en términos de liderazgo es el empresarial. Las historias de emprendimiento y dirección empresarial inspiran confianza, optimismo y esperanza. La narrativa ciudadana reconoce en las empresas un motor de desarrollo económico y social.

Pero con ese reconocimiento viene una responsabilidad ampliada: el empresariado está llamado a asumir un rol más protagónico en la construcción de paz, la defensa de derechos humanos y la promoción de la equidad. No basta con generar empleo; se necesita crear valor público, escuchar a las comunidades y construir tejido social desde la empresa, aportando a una nueva visión del desarrollo del país desde lo local y de abajo hacia arriba.


5. El liderazgo político: de la crisis a la posibilidad

Por el contrario, el estudio evidencia una profunda desconfianza hacia el liderazgo político. Solo el 38% de los ciudadanos cree que existe un líder político capaz de guiar al país. Persiste la cultura mesiánica y caudillista latinoamericana. La percepción de corrupción, desconexión e ineficiencia mina la legitimidad de las instituciones y sus representantes. Nuestra sociedad le ha dado la espalda a lo público, que es de todos, y al ejercicio sano y necesario de la política.

Sin embargo, tanto los líderes políticos entrevistados como la ciudadanía coinciden en algo: el sistema debe transformarse desde adentro. Para revertir la tendencia tan negativa de desprestigio, se requiere una nueva visión del ejercicio de la política, centrada en la empatía, la colaboración, la ética y la transparencia. Un liderazgo político que actúe como facilitador del cambio, no como administrador del poder, y mucho menos como destructor de la institucionalidad. Pero aún más importante, tener semilleros de futuros dirigentes políticos, formados para defender la democracia, no para acabar con ella.


6. La confianza: cemento invisible del liderazgo

La confianza aparece como el pegamento invisible que sostiene o socava cualquier forma de liderazgo. Sin confianza, no hay delegación, no hay corresponsabilidad, no hay colaboración. Y, como lo muestra el informe, la confianza se construye con coherencia, cercanía, apertura y transparencia. La confianza es la clave para la construcción de capital social en una sociedad tan polarizada como la nuestra.

En un país que ha vivido décadas de conflicto, exclusión y polarización, reconstruir la confianza es tarea urgente y colectiva. Implica repensar la forma en que nos relacionamos,  lideramos, que y como decidimos. No se puede liderar sin generar confianza, y no se puede confiar sin crear espacios seguros de relación.


7. El camino es colectivo

Uno de los aportes más disruptivos del Lideroscopio es su apuesta por el liderazgo colectivo. Esta visión entiende que los problemas complejos requieren respuestas interdependientes. Que nadie tiene todas las respuestas, y que el poder real no es el que se concentra, sino el que se distribuye.

El liderazgo colectivo implica articular múltiples actores: ciudadanía, Estado, empresa, academia, organizaciones sociales, desde una lógica de propósito compartido. No se trata de diluir la responsabilidad individual, sino de ampliar el sentido del “nosotros”: liderar con otros, para otros, desde otros.

Hoy como nunca, Colombia necesita una propuesta de un propósito colectivo que nos una y nos haga sentir orgullosos como ciudadanos, y que fortalezca nuestra autoimagen individual y colectiva, en la actualidad muy disminuida. Necesitamos un propósito superior que nos permita sentirnos capaces de reconstruir nuestro país, sin esperar mesías ni caudillos que manipulan las pasiones y la lucha de clases.


8. Somos la historia que nos contamos

Finalmente, el estudio invita a transformar la narrativa. Colombia no solo es un país de problemas, también es una sociedad ciega a las miles de historias de liderazgo inspiradoras, resilientes y poderosas que hay a lo largo y ancho del país. Y por tanto, del desperdicio de un capital humano muy valioso y de muchas oportunidades que estamos perdiendo.

Reconocer estas historias, contarlas, compartirlas y amplificarlas es una tarea donde el sector privado puede hacer una gran contribución. Es urgente posicionar y promover una nueva visión del ejercicio de liderazgo que sea la base de una nueva narrativa de construcción ciudadana, apalancada en los nuevos liderazgos políticos, sociales y empresariales, que nos permitan proyectar un futuro mejor y más sostenible para nuestro país.

La narrativa transforma la realidad tanto como las políticas públicas. Lo que creemos posible depende en gran medida de lo que nos contamos como país. Y el Lideroscopio nos recuerda que tenemos con qué contarnos una mejor historia de nosotros y lo que hemos logrado, sin desconocer lo que hay que cambiar o mejorar. Y hacernos la gran pregunta: ¿cuál es la historia que nos queremos creer?


Opinión personal: una hoja de ruta para el liderazgo ciudadano

Como ciudadano y como promotor desde hace años del concepto de redes de liderazgo colectivo, encuentro en este informe una validación profunda de lo que muchos hemos intuido: que el futuro de Colombia no se jugará en los escritorios de las élites, sino en la capacidad de crear redes de liderazgo descentralizadas, corresponsables, conformadas por personas preparadas para ello, con propósito común y aprovechando la riqueza de la diversidad de liderazgo que muestra el estudio de la sociedad colombiana.

También es un llamado a quienes están pensando lanzarse a la contienda política del 2026, a que entiendan su inmensa responsabilidad, para que desde su rol ejerzan un liderazgo enfocado en el futuro y no con un espejo retrovisor del pasado. Esta sería una campaña histórica si nos tratan como ciudadanos adultos y corresponsables del devenir de nuestro país.

Desde mi experiencia, veo en el Lideroscopio una hoja de ruta para diseñar una visión distinta del desarrollo del país basada en sus regiones, municipios y localidades, sustentada en plataformas de liderazgo colectivo y en una visión sistémica del desarrollo.

En esa apuesta, la construcción de confianza es la moneda, el liderazgo colectivo es la estrategia y la apropiación ciudadana corresponsable es el resultado esperado. Las metodologías de impacto colectivo pueden nutrir este camino.

Pero nada será posible sin una voluntad compartida y sin una participación muy activa del sector privado. Este estudio no puede quedarse en el escritorio de los investigadores o en las bibliotecas de las fundaciones. Debe ser puesto en manos de líderes territoriales, gestores públicos, educadores, empresarios y jóvenes con vocación transformadora.

PD: A finales de marzo se presentó una propuesta innovadora para conformar una red de comunidades de liderazgo local en las siete localidades impactadas por la primera línea del Metro de Bogotá para promover una cultura ciudadana que lo cuide. Esta iniciativa estaba profundamente alineada con el llamado del estudio Lideroscopio, que invita al sector privado a ser un actor activo en la promoción del liderazgo colectivo con impacto en su entorno. Aprovecho  este espacio en el blog para expresar públicamente la profunda sorpresa por el silencio y la forma, como la propuesta, preparada por un grupo de organizaciones privadas, fue manejada por la Alcaldía de Bogotá.

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