Se inicia un nuevo año después de haber concluido un viaje por países muy distintos al mío. Un año que se vislumbra complejo y desafiante, tanto a nivel individual como colectivo. En estos momentos, la experiencia de viajar invita a la reflexión, a reevaluar el camino recorrido y a pensar en cómo seguir adelante, sin perder el rumbo, a pesar de las dificultades del entorno.
Mientras me encontraba en esas reflexiones, llegó a mis manos un pequeño tesoro que, quizá, algunos de mis lectores ya hayan leído: una crónica escrita por José Richchetti, a quien no tengo el gusto de conocer, pero me encantaría hacerlo.
Con el acertado título de Caminos del Tiempo, el autor nos ofrece breves y sabias reflexiones. En mi caso, sus palabras iluminaron de una nueva manera el camino que he transitado en los últimos años y me invitaron a encontrar un significado aún más profundo en esta etapa de mi vida. Al leerlas, me sentí desafiado, pero al mismo tiempo, muy identificado. Espero que mis lectores experimenten algo similar.
A continuación, transcribo su contenido:
“Hay un silencio que llega con los años, y no es solo la ausencia de ruido, sino la suave transición entre lo que éramos y lo que hemos llegado a ser. A los 60 años, empiezas a sentir la sutileza del desapego. La oficina que antes vibraba con tus ideas, ahora está llena de voces que ya no buscan tu opinión. No es un rechazo, es el ritmo natural de la vida.
A los 65, te das cuenta de que el mundo empresarial, que alguna vez fue tan vital, sigue en constante cambio, indiferente a lo que hiciste o dejaste de hacer. No es una derrota, sino una liberación. Es el momento de mirarte a ti mismo, despojarte del ego y revestirte de serenidad. Ya no se trata de demostrar, sino de enseñar, compartir, ser mentor. El verdadero logro no está en lo que presumes, sino en lo que inspiras.
A los 70, la sociedad parece olvidarte… ¿pero es realmente así? Tal vez sea solo una invitación a reevaluar lo que de verdad importa. Los jóvenes no te reconocerán por lo que fuiste, y eso es una bendición disfrazada: ahora puedes ser quien realmente eres. Sin máscaras, sin títulos, solo tu esencia. Los viejos amigos, aquellos que no preguntan ‘quién eras’ sino ‘cómo estás’, se convierten en joyas preciosas, en diamantes que brillan en el ocaso de la vida.
Y luego, a los 80 o 90, la familia, en su constante prisa, se aleja un poco más. Pero ahí es donde la sabiduría nos abraza con más fuerza. Comprendemos que el amor no es posesión, sino libertad. Tus hijos y nietos siguen sus vidas, como tú seguiste la tuya. La distancia física no disminuye el afecto, pero enseña que el verdadero amor es generoso, no exigente.
Cuando la Tierra finalmente te llame, no hay razón para temer. Es el último baile de un ciclo natural, el cierre de un capítulo escrito con sudor, lágrimas, risas y recuerdos. Pero lo que queda, lo que nunca se borra, son las marcas que dejamos en las almas que tocamos.
Por eso, mientras haya aliento y energía, mientras el corazón siga latiendo, vive intensamente. Abraza los encuentros, ríe a carcajadas, disfruta los placeres simples y complejos de la vida. Cultiva tus amistades como quien cuida un jardín. Porque, al final, lo que permanece no son los logros, los títulos ni los aplausos, sino los vínculos, los momentos compartidos y la luz que dejamos a nuestro paso.
Se lo dedico a todos los que entienden que el tiempo no borra, solo transforma.”
En un mundo donde los cambios demográficos son cada vez más evidentes y las personas viven más años, el desafío no es solo llegar a esa etapa final e inevitable con la mejor salud física posible. Tal vez, lo más importante sea la actitud con la que enfrentemos ese momento, pues será ella la que nos permitirá superar las limitaciones que vienen con la edad y disfrutar plenamente el tiempo que nos queda.
Solo así podremos aprovechar la riqueza de nuestras experiencias y explorar nuevas dimensiones de la vida con una mirada renovada. Los párrafos de este escrito nos brindan valiosas pistas sobre cómo hacerlo.
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