Introducción
Toda cultura tiene dos rostros. Así como Japón impresiona por su disciplina, su resiliencia y su capacidad de cuidado colectivo, también deja ver los excesos de esos mismos valores cuando se llevan al extremo. El orden puede volverse cárcel, la disciplina puede asfixiar la creatividad y la resiliencia puede esconder dolores no resueltos.
Este segundo blog busca explorar esas sombras. No como un reproche a Japón, sino como un recordatorio de que ningún modelo cultural es perfecto. Para Colombia, el aprendizaje está en reconocer qué no debemos copiar si queremos que la narrativa que está emergiendo de Colombia es buena y vale la pena cuidarla se traduzca en una cultura viva, equilibrada y sostenible.
1. Conformismo social: cuando conservar la armonía impide que hayan diferencias y se premia la aversión al riesgo
En Japón se valora la armonía por encima del conflicto. Esta preferencia cultural ha permitido sociedades estables, pero también genera un riesgo: la presión a encajar puede silenciar voces críticas. En las escuelas, en las empresas y hasta en los barrios, quien se aparta demasiado de la norma puede ser excluido.
Un rasgo profundamente arraigado en la cultura japonesa es la aversión al riesgo. La presión por alinearse con el grupo y no desafiar lo establecido premia la conformidad y castiga la disidencia. Esta mentalidad, que facilita la cohesión social, tiene un costo enorme para la innovación: dificulta la vida de los emprendedores y sofoca a quienes se atreven a pensar distinto. El resultado es visible en el retroceso de industrias que alguna vez fueron líderes globales —la electrónica, la automotriz, la fotografía— y que hoy ceden terreno a competidores más audaces en Corea del Sur y China. Japón, que en el pasado marcó el rumbo tecnológico, enfrenta ahora la paradoja de que su propia cultura de disciplina y prudencia lo ha dejado rezagado frente a países capaces de asumir riesgos mayores.
Colombia enfrenta el reto opuesto: nuestra sociedad es vibrante, diversa y a veces caótica, esa diversidad es un tesoro. El peligro de copiar acríticamente la homogeneidad japonesa sería sacrificar el pluralismo que necesitamos para fortalecer la democracia. Una cultura ciudadana sana debe reconocer que la discrepancia no es amenaza, sino motor de innovación.
Y en cuanto al riesgo en el caso colombiano, el panorama es casi el inverso al japonés. En nuestro país el asumir riesgos forma parte del ADN cultural:
- Emprendimiento por necesidad y por ingenio. Muchos colombianos se lanzan a crear negocios, a innovar en soluciones, a improvisar caminos donde no los hay. Esa disposición a arriesgar, incluso con recursos escasos, ha sido fuente de creatividad y resiliencia.
- Tolerancia al fracaso. Aunque socialmente se castiga, en la práctica es común volver a empezar después de haber perdido todo. Esa plasticidad es un capital cultural valioso.
- El lado oscuro. El exceso de riesgo también se traduce en informalidad, proyectos sin continuidad, apuestas especulativas y una cultura de “ensayo y error” que rara vez se convierte en procesos sostenibles a largo plazo. Muchas ideas se queman rápido porque no se acompañan de disciplina ni de estructuras que las respalden. Y nos falta algo muy valioso: el trabajo colectivo
Si se mira el contraste con Japón, podríamos decir que Colombia tiene lo que a los japoneses les falta —atrevimiento, creatividad, capacidad de improvisar—, pero carece de lo que a ellos les sobra —disciplina, constancia, capacidad de sostener un esfuerzo colectivo en el tiempo.
2. Jerarquías rígidas: respeto que se convierte en sumisión
En Japón, la autoridad se respeta con rigurosidad. Las jerarquías laborales y sociales se reflejan hasta en el lenguaje: el japonés tiene diferentes formas verbales según la posición de la persona a la que se dirige uno. Aunque esto facilita la claridad de roles, también limita el disenso. Muchas decisiones no se cuestionan, incluso si afectan negativamente a la comunidad.
En Colombia, solemos sufrir el problema contrario: una relación con la autoridad marcada por la desconfianza y la rebeldía. Sin embargo, esa realidad nuestra, que puede ser a veces es excesiva, es también puede ser una reserva para defender nuestra democracia. La advertencia es clara: necesitamos estructuras de autoridad que se ganen el respeto de la gente, pero nunca a costa de perder la autonomía crítica. Si queremos desarrollar una cultura de cuidado, como lo propone el movimiento “ Colombia es buena” , esta no puede basarse en la obediencia ciega, sino en una capacidad colectiva de construir acuerdos conscientes a pesar de las diferencias.
3. Soledad y salud mental: el costo invisible del orden
Uno de los contrastes más dolorosos en Japón es la coexistencia de ciudades impecables con altos índices de soledad y depresión. Fenómenos como el hikikomori —jóvenes que se encierran durante meses o años en sus habitaciones, desconectados del mundo— muestran que la presión social puede quebrar la vida emocional. También está el drama del suicidio, que, aunque ha disminuido en las últimas décadas, sigue siendo un problema serio.
Aquí aparece una advertencia vital para Colombia: no basta con construir orden externo si no hay salud emocional interna. Nuestro país, con todas sus dificultades, conserva una reserva de cercanía humana, de familia extendida, de vecindad solidaria. Son capitales emocionales que debemos proteger. Si perdiéramos esa calidez en nombre de la eficiencia, el costo sería altísimo.
Resulta interesante que , mientras escribo este blog, leo en un periódico japonés en inglés la noticia de que los gobiernos de Japón y Corea han decidido crear una comisión de alto nivel para buscar soluciones a dos problemas que los afectan por igual: la crisis de salud mental y el acelerado decrecimiento demográfico.
4. Homogeneidad excluyente: cuando la diversidad se percibe como amenaza
Japón es una sociedad con poca inmigración y gran homogeneidad étnica y cultural. Eso le ha dado cohesión, pero también ha generado dificultades para integrar lo diverso. Los extranjeros, incluso después de décadas de residencia, pueden seguir siendo vistos como “otros”.
Colombia, en cambio, es plural desde su raíz. Somos mezcla de regiones, etnias, religiones y formas de vida. Si algo necesitamos, es más bien aprender a transformar esa diversidad en un factor de cohesión que facilite nuestro desarrollo. La advertencia japonesa es clara: no confundir unidad con uniformidad. Una narrativa como Colombia es buena debe construirse sobre la aceptación de la diferencia como un activo para promover la cultura del cuidado .
5. Exceso de sacrificio: cuando el trabajo consume la vida
El fenómeno del karoshi —muerte por exceso de trabajo— refleja un extremo cultural japonés: la entrega total a la empresa, incluso a costa de la salud y la familia. Aunque hoy existen esfuerzos por equilibrar la vida laboral, la presión sigue siendo evidente.
Colombia puede aprender aquí una lección valiosa. Nuestra cultura, con su vitalidad, su música y su capacidad de fiesta, a veces es criticada por falta de rigor. Pero ese actitud que se ve en varias regiones del país, no debe convertirse en un defecto. Más bien pude ser un recurso valioso porque en tiempos de crisis como los actuales, la risa, la amistad y la creatividad han sido y son mecanismos de superación. El ejemplo japonés nos muestra que no es inteligente sacrificar la humanidad en nombre de la productividad. La clave está en equilibrar esfuerzo con bienestar.
6. El espejo para Colombia: ¿qué cultura queremos cultivar?
Las sombras japonesas nos obligan a pensar que no basta con importar virtudes sin mirar los riesgos. La disciplina puede derivar en rigidez, el orgullo en exclusión, la resiliencia en silencios dolorosos.
Colombia tiene desafíos distintos: fragmentación social, desconfianza en lo común, debilidad institucional. Pero también tiene fortalezas propias: la capacidad de improvisar, la creatividad para sobrevivir en contextos adversos, la diversidad como fuente de riqueza simbólica.
La clave está en no renunciar a nuestras cualidades en nombre de un modelo ajeno. Más bien, se trata de equilibrar: aprender de Japón la constancia, pero sin perder la alegría; admirar su respeto por lo común, pero sin caer en el conformismo; reconocer su resiliencia, pero sin silenciar las heridas.
Conclusión
Japón nos muestra que el orden no es un fin en sí mismo: puede ser herramienta de cohesión o cadena que aprisiona. Para Colombia, la gran lección está en el equilibrio. Necesitamos construir una cultura ciudadana que combine disciplina con creatividad, respeto con crítica, unidad con diversidad, esfuerzo con calidez humana.
La narrativa que está emergiendo con el movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla, no puede convertirse en un discurso rígido ni en un llamado a la obediencia ciega. Debe ser un proyecto vivo, que integre nuestras luces y sombras. Japón nos advierte que el precio de ignorar el alma de una sociedad puede ser muy alto.
Si queremos que nuestra cultura sea habilitadora y no freno, debemos elegir con cuidado qué aprendizajes incorporar y qué excesos evitar. En últimas, se trata de hacer de la cultura un espacio donde la disciplina no ahogue la risa, donde la memoria no apague la esperanza, y donde el cuidado colectivo se viva con orgullo, sin perder la libertad que hace de Colombia un país único.
PD: a mis lectores que no leyeron mi blog anterior sobre los aspectos positivos de la cultura japonesa los invito a hacerlo para contrastarlo con lo planteado en este blog
El próximo martes se realizará el primer lanzamiento del movimiento Colombia es buena y vale la pena cuidarla en la Comuna 13 de Medellín, con la participación de músicos colombianos de talla mundial. El evento tendrá lugar en un escenario que pasó de ser una herida profunda para la sociedad antioqueña a convertirse en símbolo de transformación y cuidado, y en uno de los destinos más visitados por los turistas que llegan a la ciudad.
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