En medio del circo que estamos viviendo en Colombia, vale la pena sacar el periscopio, para mirar por encima de las aguas embravecidas a lo qué pasa en otras latitudes en nuestra región. De mantenerse la situación actual, los costos que ya se están teniendo y los que vendrán, pueden tener unas consecuencias irreversibles como ya se están viendo en Argentina
Este es es un caso emblemático de un país que perdió su rumbo y lleva un siglo tratando de encontrar su norte. Próximamente tendrán otras elecciones donde los argentinos, en medio de la desesperanza, la polarización y el caos de su economía, aspiran a un milagro que cambie su trayectoria aceleradamente descendente.
En el artículo que publicó El Tiempo el pasado domingo “ Argentina, ¿en un punto de inflexión o de no retorno?”, se menciona qué hay una sensación de extravío y de pérdida de sentido como nación , que acompaña resignadamente una crisis que parece no estallar, sino que se manifiesta como una declinación progresiva e interminable”.
Hay que recordar, que a finales del s XIX y principios del s XX, Argentina llegó a ser uno de los países más desarrollados del mundo. Como los Estados Unidos, contó con una emigración europea que llegó a esas tierras de inmensas oportunidades. Y sin embargo, desde la segunda década del último siglo, ha tenido una trayectoria muy errática y decreciente en el campo político, social y económico.
En las ultimas cuatro décadas, después de haber recuperado su democracia, hoy se percibe esta como “un dispositivo formal pero vaciado de valor”. Su sistema de gobierno y las instituciones que lo soportan, a la luz de muchos argentinos desencantados y perdidos, no han servido para convertir la “potencialidad” que ofrece el país, en una mejor calidad de vida para sus habitantes. La percepción es de una deterioro acelerado.
Este proceso, en un país con un potencial de riqueza agrícola y energético tan grande, y que se benefició de la más alta emigración de europeos en America Latina, es un acertijo que muchos han tratado de descifrar. Una aproximación sería utilizar la visión propuesta por James Robinson en su libro “Porque fracasan las naciones” , donde la falta de unas instituciones fuertes que “limiten las arbitrariedades del poder” con normas claras aceptadas y respetadas.
Sin embargo, abría que poder comparar las instituciones actuales con las que contó Argentina cuando fue uno de los países de mayor desarrollo en el mundo. Claro, en ese entonces el mundo era otro muy distinto al de hoy, y probablemente las instituciones de la época fueron suficientes para sostener su desarrollo del momento.
Lo que sí parece evidente, mirándolo desde afuera, es que las dinámicas del aparato institucional argentino, “la dirigencia y los liderazgos que promueve”, no han estado a la altura para poder encontrar un nuevo rumbo para el país.
Las señales están por todas partes y hay que mencionar que, muchos de ellas, son muy similares a los que se están viendo de manera muy preocupante en otras latitudes incluyendo a Colombia. Hoy Argentina muestra a unos partidos desprestigiados, coaliciones que no perduran y una polarización cada vez mayor que dificulta el conseguir consensos sobre temas vitales para la sociedad.
Pero además, hay otras señales: la influencia cada vez más marcada de las redes sociales para acelerar las divisiones, un empresariado de espaldas a la realidad y sin una visión de largo plazo, uno gremios mirándose el ombligo, y una agitación social cada vez más descontrolada.
En Argentina y en Colombia, para no mencionar al resto de los países latinoamericanos, los impactos de estas dinámicas disfuncionales aceleradas, son un palo en la rueda para la democracia y el entramado institucional que la sostien. Para no mencionar el deterioro en los temas sociales, económicos y políticos.
Como consecuencia de lo anterior, hay unas dinámicas muy complejas que generan un sentido de ingobernabilidad, una desesperanza y zozobra creciente, y una rotura muy preocupante de los niveles de confianza de la sociedad, en sus instituciones y sus dirigentes. Estos se ven cada vez más incapaces y alejados de la realidad que los supera, para enfrentar los retos de un entorno cambiante y muy volátil, y con unos niveles de expectativas e insatisfacciones disparadas de la población.
Y sin embargo, en un entorno tan complejo, los problemas en Argentina así como en Colombia, se siguen tratando de resolver “propiciando cambios formales en las leyes” pero sin enfrentar las causes subyacentes. “Se necesita modificar lógicas, incentivos, interacciones y valores”. Y diría yo: entender el papel de la cultura que hoy pasa de agache en cualquier análisis sobre el deterioro de las democracias en AL.
En el caso argentino, pensadores como Roy Hora, proponen comprender mejor el “carácter histórico y cultural” que es fundamental para descifrar el acertijo de cómo llegó su país a un punto de quiebre como el actual. Para Hora, parte del problema de la Argentina, se deriva de las altas expectativas de progreso material que desde el principio fueron demandadas por los emigrantes que llegaron al país.
Pero la capacidad de crear riqueza que beneficiará todos, se fue deteriorando mucho desde la década de los 70. Esto se sumó a un aumento de las demandas de la población, traducida en una presión creciente sobre el Estado y el poder político, con las consecuencias presupuestales de un mayor gasto.
La tragedia de Argentina, es que su aparato productivo y político, no se adecuaron a las nuevas realidades internas y globales. Y el hecho que el proceso se haya prolongado por tanto tiempo, ha tenido un gran impacto estructural en la democracia y en el deterioro social del país , lo que explica el creciente malestar ciudadano y la falta de interés por salir a votar
Hoy, el deterioro de la situación económica y social es brutal: a principios del los 80 los niveles de pobreza estaban en el 16% de la población. Hoy esta cifra se ha triplicado y sus efectos son muy visibles para propios y extraños. Se está cuestionado cada vez más si el sistema democrático es capaz de frenar la crisis económica, porque la apuesta es que esta acabe con la democracia en Argentina.
“La cristalización de esta marginalidad estructural a lo largo de un lapso tan extenso cambió la fisonomía del país, con un impacto que va desde el plano educativo y cultural hasta el productivo y el del consumo”. Pero además, “el bloqueo del sistema político y el progresivo deterioro de los esquemas tradicionales de representación”, ha aumentado los niveles de intolerancia e imposibilitado el diálogo para encontrar soluciones comunes.
El mensaje que me queda del análisis de la situación de Argentina, aplicable a Colombia es muy claro. En un entorno externo de altísima complejidad, cuando una sociedad deja acumular una serie de déficits estructurales por muchos años y de desacoples severos, las capacidades de sus sistemas de gobierno, institucional, político y empresarial, son muy débiles, para enfrentar las expectativas crecientes de las demandas sociales y económicas de su población.
“No llores por mi Argentina” es el título de una famosa obra musical de Broadway que describe muy bien la situación de ese país. Y si en Colombia no nos pellizcamos puede
que aparezca su competencia: “No llores por mi Colombia” como otro ejemplo de otro país suramericano que también perdió su rumbo.
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