No hay duda que la pandemia que ya cumple 18 meses, ha puesto el foco en temas que por mucho tiempo, habían permanecido invisibles en relación al rol de las instituciones que soportan el Estado, y el de otros actores fundamentales, como es el caso de los empresarios, en el desarrollo de la sociedad.
Hay una fuerza poderosa que está impulsando esta nueva realidad. Los cambios que se venían produciendo desde hace más de una década, han sido acelerados por el covid-19 y han profundizando unas brechas muy complejas que están fracturando la sociedad, y de las que muy poco se quería hablar, hasta que apareció la pandemia. Estas brechas tiene especialmente tres dimensiones.
La primera de ellas, es el impacto que están teniendo estos cambios, agravados por una crisis de salud sin antecedentes en los últimos cien años, en la capacidad de adaptación de las instituciones públicas nacionales y locales, que andan a un paso muy lento, si es que lo hacen, mientras que la realidad va a galope y no da tregua ni respiro.
Es cada vez más evidente que las instituciones y muchas de las políticas y normas que hoy tenemos vigentes, fueron diseñadas para otra época y otra realidad. Y su capacidad de adaptación e innovacion, se ha venido quedando relegada hasta volverlas inoperantes, incluso obstrusibas y desconectadas de las necesidades y expectativas crecientes de una sociedad cada vez más impaciente. Esta dinámica explica en una buena medida el porqué el sistema democrático está bajo asalto porque no está respondiendo a las nuevas realidades.
A lo anterior hay que sumarle otra brecha, a la que ya me referido en blogs anteriores: el profundo vacío de liderazgo a todos los niveles de la sociedad. Problema que es mucho más agudo en la dirigencia política, que ha sido incapaz de orientar a la sociedad en esta época de tanta volatilidad e incertidumbre. Hoy la incoherencia es la marca de esta situación
Quienes están en la actividad política, no han podido leer las señales de cambio en el entorno, ni sintonizarse con las nuevas competencias que demandan estos cambios. Tampoco han podido responder a las necesidades crecientes de una parte importante de la población, que hoy se siente cada vez más marginada y abandonada a su suerte, por parte las instituciones del Estado y sus dirigentes.
En resumen, estamos viendo a un Estado que no está respondiendo, y donde una buena parte de la dirigencia política se encuentra entretenida en sus rencillas internas, polarizando al país y exprimiendo cada vez más los recursos públicos. El resultado no es sorprendente: el desplome de la confianza en las instituciones y los políticos a unos niveles sin antecedentes desde que se llevan estas encuestas.
En este escenario de deterioro institucional, el sector privado ha cometido el pecado mortal de voltearle la espalda a esta realidad. Para rematar, el inmenso problema de la corrupción con los dineros públicos, ha contado con el contubernio de unos mal llamados empresarios, que han sido cómplices de los políticos y empleados estatales, para robar al Estado, como lo demuestra el escándalo de un contrato multimillonario amañado, que se destapó hace unas pocas semanas y que le costó el puesto a la ministra de MinTic.
Esta negligencia del sector empresarial, quedó desenmascarada en la toma de Cali, la tercera ciudad más importante de nuestro país, por parte del movimiento social en el cual se involucraron estudiantes e indígenas, además de bandas criminales que hace tiempo han operado impunemente en esa zona de Colombia.
Ha sido tal el golpe económico y psicológico recibido, que sirvió para recordarle a muchos empresarios vallecaucanos, la importancia de retomar el camino que tuvieron en los años 70 y 80 del siglo pasado, cuando fueron actores protagónicos que convirtieron a Cali en el ejemplo nacional e internacional de civismo y compromiso empresarial con una región.
Liderados por Propacífico, entidad que agrupa empresas preocupadas por su región, han comenzado a generar con urgencia un movimiento, para responder de una manera diferente, a la crisis que ha afectado a Cali. Esta es una buena noticia porque muestra el principio de un cambio de mentalidad y de reconocimiento de la nueva realidad a la que le habían volteado la espalda por más de tres décadas.
A partir de acercarse con humildad y genuino deseo de entender mejor la situación de varias comunidades muy afectadas de la ciudad, han levantado muy rápidamente un fondo de $44.000 millones entre empresarios pequeños, medianos y grandes, que han aportado en la medida de su posibilidades. Pero además, han puesto en marcha un programa para atacar con urgencia los problemas en diferentes frentes. Esta respuesta es muy alentadora y un buen ejemplo, porque podrán ser utilizadas por empresarios en otras regiones del país.
El reto ahora es darle una visión de largo plazo y tener la capacidad de sostener el interés de los empresarios.
El caso de Cali, propiciado por una situación sin antecedentes en la historia del país, apunta en la dirección correcta hacia el nuevo rol y responsabilidad que deben de tener las empresas en su entorno. como actores importantes en la sociedad. El paradigma de la maximización de las utilidades a corto plazo, en detrimento del bienestar de los trabajadores, el medio ambiente, etc., hoy está totalmente cuestionado. La crisis social que hoy vivimos, ha evidenciado que se necesita otro paradigma que comprometa mucho más a la empresa en su comunidad y con su entorno en general. Un capitalismo mucho más consien de su impacto y responsabilidad en la sociedad
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