La política convertida en un circo: el continente seducido por los acróbatas del poder I PARTE (publicado)
Algo se rompió en la política latinoamericana pero también en otro as latitudes . No es solo desconfianza ni cansancio. Es una mutación más profunda: la política dejó de serlo y se volvió espectáculo, un circo permanente donde los líderes compiten por quién provoca más, quién insulta mejor, quién encarna el resentimiento popular con mayor teatralidad. La reacción a mi blog anterior sobre Bukele me demuestra la relevancia de esta realidad para Colombia estos momentos.
Para millones de personas en la región los viejos liderazgos fracasaron, pero tampoco confían en lo que los está reemplazando. America Latina está atrapada en un vacío donde la democracia liberal se percibe lenta y aburrida, mientras que los histriónicos —los performers del poder— parecen tener todas las respuestas rápidas que ansían las sociedades agotadas.
¿Qué está pasando en el mundo para que fenómenos como Bukele se hayan vuelto tan atractivos? La pregunta es pertinente hacerla. Su caso no es un episodio aislado, ni de una moda política pasajera. Lo que está ocurriendo es parte de una transformación más profunda, que afecta no solo a la política sino a la cultura, las identidades, la manera como entendemos la autoridad y hasta la forma en que imaginamos el futuro.
Carlos Granés, escritor y antropólogo colombiano muy reconocido, en su ensayo reciente: “El rugido de nuestro tiempo”, ofrece un mapa preciso y muy valioso de esta distorsión. Su lectura del mesianismo y la carnavalización en que se ha convertido la política, revela algo más grave que la simple “polarización”: hemos entrado en una era donde las emociones sustituyen al razonamiento, las identidades sustituyen a las instituciones y los dirigentes mesiánicos sustituyen al Estado. Y como resultado, la región lo está pagando. Nos invita a mirar la situación de Argentina, Chile, México, El Salvador y Colombia.
Pero estas dinámicas están acompañadas por otros elementos:
- Narcisismo y reformadores que “crean desde cero” .
- El síndrome del pueblo joven, países que actúan, como si empezarán cada cuatro años, con una necesidad de refundación constante, lo que es un terreno fértil para el mesianismo
- Izquierda y derecho atrapadas en narrativas simbólicas: la izquierda opresores versus oprimidos. La derecha patriotas versus antipatriotas. Ambas crean identidades enemigas, no proyectos de país.
- El histrionismo, que mueve las emociones como herramienta de poder. La política ya no se hace con un argumento, sino con performances. Los dirigentes políticos adoptan tácticas de transición. Y la ciudadanía reacciona emocionalmente y no racionalmente, porque la necesidad de que haya alguien con las respuestas simples a problemas complejos y lo quieren con urgencia.
Pero además Granés describe otro fenómeno inquietante: en las últimas décadas, la cultura —entendida como gustos, identidades, emociones grupales, relatos parciales— ha colonizado por completo la política. En lugar de partidos con programas, tenemos tribus con resentimientos. En lugar de debates racionales, duelos morales. En lugar de instituciones, performances emocionales.
En este ambiente, como señala Granés, lo que prima no es el desacuerdo democrático sino la necesidad de convertir al adversario en enemigo moral. Se trata de una lógica premoderna que en América Latina se expresa con particular intensidad: países fragmentados, instituciones débiles, desigualdades que se viven como ofensas, élites desconectadas, ciudadanos cansados de promesas incumplidas.
En la lógica que describe Granés, Bukele no gobierna solo con políticas; gobierna con símbolos. Es un presidente que narra, actúa, encarna. Su poder radica menos en lo que hace que en lo que representa: la idea de un orden restaurado, de una justicia intransigente, de una verticalidad que desaparece la incertidumbre. En sociedades exhaustas, esa imagen se vuelve terapéutica.
Pero tiene un costo inmenso: la renuncia paulatina a las garantías democráticas, la normalización del abuso estatal y la aceptación del poder sin límites. La derecha y la izquierda extremas compiten buscando producir emociones de alivio, venganza y esperanza instantánea. Afuera las ideas y los programas
Uno de los aportes más provocadores de Granés es afirmar que en épocas de confusión cultural, la gente prefiere órdenes simples antes que libertades complejas. La democracia exige paciencia, negociación, pluralidad, renuncias. El autoritarismo, en cambio, ofrece claridad inmediata: un mando, un enemigo, una promesa. Bukele le da forma política a ese deseo de simplicidad.
Pero cuando la política se simplifica demasiado, pierde su capacidad de resolver lo que realmente importa: violencia social de fondo, instituciones incapaces de regular el conflicto, informalidad económica, etc. El riesgo es que la ciudadanía, seducida por el orden fácil, renuncie a su responsabilidad democrática. Esto ya está ocurriendo en varios países. La confusión de la época no solo produce debilidad política, sino nuevas certezas autoritarias.
Granés muestra que esta época se caracteriza por dos emociones dominantes: la furia de quienes sienten que el sistema los abandonó, el miedo de quienes temen que la sociedad se desmorone. Ambas emociones buscan salvadores. Ambas son terreno fértil para el populismo punitivo.Y ambas están presentes hoy en Colombia. (Ver mis blogs anteriores sobre las emociones negativas)
En este blog pretendo seguir prendiendo las alarmas y hacer una advertencia: si seguimos aplaudiendo a los acróbatas del poder en el circo de la política actual, terminaremos viviendo en democracias que solo existen en el papel.
En mi siguiente blog seguiré profundizando en las alertas que nos ofrece Granés en su ensayo , que llega en un momento crítico que requiere reflexiones y una mejor compresión de los peligros que estamos afrontando en la actualidad.