La noticia de la victoria de Macron en Francia es un respiro muy importante. Se cambia la tendencia que se está viendo principalmente en Europa y en los Estados Unidos, de atacar el modelo de cultura que ha permitido los logros que hoy benefician a millones de personas alrededor del mundo. Vale la pena investigar y estudiar las dinámicas que la sustentan. Un artículo escrito hace algunas semanas por el columnista David Brooks del NY Times me puso a pensar sobre este tema.
El 2016 posiblemente será recordado como un año de quiebre sistémico en la historia: el cuestionamiento profundo, desde adentro, de la cultura occidental. A lo largo de los siglos, esta se ha desarrollado con el porte de muchas culturas, desde los Egipcios, los Griegos, los Romanos, y más adelante, con la contribución de la Europa que surgió del Medioevo. Piedra sobre piedra, cada uno de ellos contribuyó a dejar unos legados fundamentales para la historia de la humanidad.
Durante todo este periodo, se fue construyendo la narrativa que le permitió a las sociedades avanzar, especialmente en Europa y Norte America. Se fue creando un marco de interpretación de la realidad que les permitió expandir su influencia a otras partes del mundo y poder justificar la razón para lograr que otras culturas los comenzarán a usar como referencia.
Sin entender la narrativa, que al principio fue surgiendo lentamente, y que comenzó a acelerarse a partir del siglo XV, es muy difícil comprender el progreso acumulado, cuya curva se ha acelerado exponencialmente en los últimos cien años. Pensadores como Sócrates, Erasmus, Montesquieu y Rousseau, hicieron una tremenda contribución al desarrollo de los ideales humanos, que se convirtieron en la piedra angular que soporta una buena parte del imaginario y de los valores del mundo occidental.
En el libro de "La Historia de la Civilización", publicado entre 1935 y 1975 por Will y Ariel Durant, se explica muy bien el proceso que se ha tenido por muchos siglos. En esta obra magistral, se muestra la importancia que ha tenido para la humanidad, el desarrollo de los derechos de propiedad y del uso de un discurso fundamentado en la razón. Pero también, la importancia de la formación religiosa, mientras no esté dominada por la teocracia. Se hace evidente la defensa de la libertad y los derechos del hombre, como fundamentos de la democracia liberal.
La contribución de muchos pensadores, permitió a lo largo de los siglos, ir construyendo un lenguaje común y un sentido de propósito colectivo. Y se logró tener un marco para tener una argumentación política más sólida que permitiera ir en la búsqueda de unos objetivos comunes.
Como lo comenta David Brooks, desde hace varias décadas las universidades dejaron de ser transmisoras de la narrativa que sirvió de fundamento de la cultura occidental. Los rápidos cambios que se han experimentado, han ido quitándole interés a la divulgación de los fundamentos de este proceso histórico. El resultado ha sido una distorsión, que ha puesto a dudar a la gente, sobre la validez de los preceptos que han servido de pilares de la sociedad contemporánea.
Hay un dicho popular que invita a abstenerse ante la duda. En este caso, la invitación es más grave aún, ya que no aparecen las personas que quieran defender con fuerza esos preceptos centenarios. Y si nadie lo hace, los deja muy vulnerables a los ataques y las distorsiones de quienes se benefician de que las democracias occidentales, y su cultura, se debiliten rápidamente.
El resultado de este proceso es muy complejo: hoy vivimos un mundo más inestable y peligroso. Quienes representan la cultura occidental tienen cada vez más dificultada de lograr consensos para defender lo que "deberían ser sus intereses e ideales comunes" según Brook
Es cada día más evidente que, la incomprensión de los cambios que hoy tienen desorientada a tanta gente en Europa y en los Estados Unidos, ha vuelto muy vulnerable el modelo de la cultura occidental, que tantos siglos costo montar. Sin un norte común que haya que defender, y sin un sentido de dirección compartido, millones de personas culpan de todas sus desgracias al sistema construido.
Hoy en día, hay mucha gente que es presa fácil de personajes autoritarios como Putin, Trump, Erdogan, y Le Pen, quienes se han declarado enemigos de los valores fundamentales que han soportado la democracia, pero que la han usado para llegar el poder y mantenerse en el.
Pueblos como los turcos, votaron para darle todo el poder a Erdogan, porque parece que se perdió el ideal de la democracia, y de los valores que la sustentan. No lo ven como algo deseable y parte de su futuro.
Brooks hace una reflexión muy pertinente. El fortalecimiento de regímenes autoritarios están regresando peligrosamente el reloj de la historia hacia culturas premodernas que se parecen más a estados mafiosos, basados en cultos a la personalidad. El ejemplo cercano de Venezuela es un caso patético que respalda esta afirmación.
En este entorno turbulento, los partidos de centro están colapsándose y están floreciendo los grupos extremistas, de derecha e izquierda, pero también con alto contenido fanático religioso. Y la intolerancia ha venido creciendo para convertirse en la marca de este quiebre histórico que se está dando. Esto explica el rechazo a los emigrantes, a las argumentaciones basadas en mentiras o verdades a medias, el desconocimiento del calentamiento global, y la formación de grupos de personas que piensan de la misma manera aislándose de los demás.
Hay una tendencia creciente a perder la fé en los ideales democráticos. La complejidad de los problemas, la incapacidad de los dirigentes políticos para explicar y orientar, los cambios tecnológicos, y un mundo cada vez más interconectado, ha dejado a mucha gente en el margen del desarrollo.
Estas personas se sienten víctimas de un proceso que no entienden, piden soluciones simples a sus problemas complejos, y culpan a la democracia de su condición. Piden "dirigentes fuertes" que los protejan, y los defiendan de un enemigo imaginario. Pero este ha sido creado precisamente por quienes son vistos como un solución fácil, pero que son los que más se benefician en reforzar esta percepción.
Las cifras de las personas que creen que vivir en una democracia es lo mejor, ha caído en los Estados Unidos del 91% al 57% desde 1930 hasta hoy. Esto explica el porque Trump pudo volar impunemente todas las reglas, que le han dado vida a la democracia de su país, en el camino a la Presidencia de su país. Lo consiguió gracias al voto de más de 60 millones de personas que no les importó su comportamiento totalmente inadmisible en otras épocas.
Es paradójico que el problema actual, sea el resultado de la incapacidad de lograr consenso para conseguí unos objetivos e intereses comunes. Y es una paradoja, porque hoy estamos viviendo un siglo donde se impone la colaboración masiva, y donde la eficiencia, la escala, y el tamaño no son los únicos factores determinantes.
Lo fundamental en el siglo XXI, es tener la capacidad de canalizar la acción de mucha gente alrededor de un propósito común. De hecho, la solución a escala de los grandes problemas que enfrenta la humanidad, requiere de inspirar el apoyo colectivo. Buscar enfrentar los grandes retos de manera solitaria ya no es una opción. Y esto se aplica para una persona, una empresa, una comunidad o una nación. Parece que esta nueva realidad está por fuera de la comprensión de los políticos contemporáneos.
En resumen, el problema que hoy estamos presenciando, de acuerdo a Andrew A Michta, en un artículo sobre el tema en abril de este año, es la inhabilidad de construir consensos alrededor de objetivos compartidos. Y esto sucede por la incapacidad de definir cuál es el tipo de civilización que se quiere defender por parte de los paises occidentales, especialmente en Europa y en los Estados Unidos.
Estas razones explican el porque se está rompiendo el pegante que tuvo la cultura occidental en el centro del sistema internacional durante dos siglos, que dio origen al concepto de Nación Estado, y al proceso de desarrollo más importante de la historia de la humanidad. Estas dinámicas se basaron en el respeto a los valores profundos y compartidos de la libertad, la democracia, el derecho a la propiedad, y el respeto a la ley. Las sociedades que no lo han entendido así, muestran unos grandes atrasos comparativos o unos procesos no sostenibles en el tiempo.
Y finalmente, el hecho que hoy haya pocos defensores de estos valores, compromete la estabilidad de millones de personas en el presente y hacia el futuro.
Pienso que las reflexiones que he compartido en este blog, reflejan un cambio de tendencia muy preocupante, y nos deberían de poner a pensar sobre lo que está en juego en Colombia hacia adelante. ¿Cuál es el tipo de cultura que queremos defender? Cuál es el tipo de cultura política que queremos construir?. ¿Será que estas preguntas tendrían alguna relevancia ante la campaña política que ya arrancó?
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