“Tendremos una campaña llena de apellidos, lo que será efectivo para ellos, pero dañino para la construcción de cultura política en Colombia”. Editorial de El Espectador 09/13/17
En el mes de Septiembre, El Espectador publicó en su página editorial, un artículo titulado “Firmas y caudillos”. En este escrito, se hacen unas serie de reflexiones y críticas profundas a la decisión de los dirigentes políticos, que decidieron saltar de sus partidos, y lanzarse a conseguir firmas para llegar a la Presidencia de Colombia.
En este blog voy a recoger varios de los puntos tratados por el editorialista, porque ponen sobre la mesa del debate público, temas que son críticos para la preservación de la democracia y la estabilidad institucional del país. Y paradójicamente, en las columnas de opinión de los diferentes medios, donde se analizan los temas de actualidad, no he visto ningún comentario que haga referencia a los puntos tratados en esta editorial.
Comencemos por el primero que se refiere al papel de los partidos políticos. Tengamos en mente este comentario para los puntos que vienen a continuación.
Los partidos deben de ser “espacios de creación de comunidad y de cultura electoral; instituciones que atraen a personas que piensan de forma similar y quieren sentarse a debatir sus ideas. Cuando hay una identidad clara, los representantes del partido en todos los niveles intervienen a partir de principios claros y, sobre todo, que vayan más allá de las personas. Se discute la ideología, no las personas”.
O como lo propone Fernando Cepeda en otro artículo sobre el mismo tema:” La literatura sobre los partidos políticos los presenta como una institución indispensable para el funcionamiento del sistema democrático, cuya tarea esencial consiste en identificar los problemas nacionales; encontrar soluciones; articular los intereses que representan otras organizaciones de la sociedad, y canalizar así un conjunto de aspiraciones de un sector de la población, para obtener en el proceso electoral un apoyo que permita constituir un gobierno que las traduzca en políticas públicas”.
El segundo aspecto está relacionado con la desintegración actual de los partidos políticos. Al tomar la decisión de recurrir a las firmas para llegar a la Presidencia, los dirigentes políticos han mandado una señal desastrosa para el país cuando las encuestas muestran que, el 89% de las personas entrevistadas, no confían en los partidos. Les están confirmando a la gente que el sistema partidista no caudillista ha dejado de existir en Colombia. Un salto al vacío que nadie sabe como terminará en los próximos meses.
Y como lo dice el editorialista: “ Aunque sea efectivo a sus cálculos electorales, el país pierde con un debate fragmentado, sin referentes claros y que no vaya más allá de ciertos apellidos que se proponen como salvadores de la patria”.
Es evidente que el caudillismo está primando sobre el ejercicio del liderazgo. Con su decisión de abandonar el barco de los partidos, los aspirantes a la Presidencia están escogiendo el camino fácil y no el más difícil de cambiar desde adentro las costumbres políticas de estas agrupaciones. Y de nuevo el editorial pone la flecha en el blanco: “ el caudillismo regional y nacional ha convertido a las colectividades en espacios transaccionales de maquinarias. Por eso, su credibilidad está por el piso y no parece mejorar de cara a las elecciones del año entrante”.
En este punto me surge varias preguntas. ¿Cómo pretende llegar alguien a ser el presidente de Colombia, con la inmensa tarea de enfrentar los cambios que el país necesita, cuando con su decisión de recurrir a las firmas, optó por no generar los cambios dentro de su propio partido? ¿Cómo va a poder gobernar en un entorno tan complejo como el que se avisora, sin la gobernabilidad de unos partidos y unas instituciones fuertes? ¿ Y cómo generar una visión colectiva de país, cuando las decisiones que toman nuestro dirigentes políticos, refuerzan la cultura nociva de los intereses particulares?
Pero el problema es aún más profundo. Cuando el tema de las FARC va a dejar de ser poco a poco, el que capture la atención nacional, ¿cuál va a ser la agenda ideológica que se le va a proponer a los colombianos, cuando los partidos están vacíos y no tienen verdaderos líderes que los orienten? Y si no existe una ideología, ¿sobre que bases se van a plantear los grandes debates que el país necesita sobre su futuro y los cambios lo soporten?
Como lo plantea el editorial: “Gran parte del problema en la cultura política actual viene de la concepción de que las ideas no valen nada frente a la conveniencia particular”. Los partidos políticos entreguen avales sin tener en cuenta a quién se lo están dando. “El resultado es que en las regiones las personas salen a votar por los ñoños (que los hay a lo largo y ancho del territorio nacional), y que poco aportan en cuanto a cuáles deben ser los valores y los proyectos ambiciosos que construyan la Colombia del futuro”.
Lo más grave de esta dinámica destructiva es que el ejercicio de la democracia que proponen nuestros eximios dirigentes y aspirantes al primer cargo del país, se reduce a “cálculos y transacciones” alrededor del caudillo escogido. La destrucción de la institucionalidad política de un país tiene un espejo donde nos podemos mirar: Venezuela. Y después ya no vale “rasgarse las vestiduras” porque hicieron todo lo posible, para que la peor pesadilla de Uribe, se convirtiera en realidad.
Estoy seguro que dentro de las equivocaciones y cálculos errados de Santos, después de haber logrado lo más difícil que fue negociar el desarme de las Farc, no previó el desmantelamiento del partido que lo apoyó, ni la desintegración de la coalición que le dio la gobernabilidad hasta hace algunos meses. Y cuando viene la implementación de los acuerdos y los grandes cambios que los acompañan, estas dinámicas van a ser muy costosos para el país.
No fue fácil mantener una coalición multipartidista durante ocho años. Esta fue exitosa, y gracias a ella se logró la reelección y su eliminación, así como la refrendación del acuerdo de paz con las Farc y las leyes para su desarrollo. Pero este panorama va a cambiar mucho en el 2018, donde difícilmente se verá un apoyo en el Congreso del 80%, como el que tuvo Santos al principio de su primer mandato. ¿Que implicaciones tiene esto hacia adelante?
En el artículo de Fernando Cepeda hace una observación que es demoledora y la transcribo textualmente:
“Pero lo que asombra es la indiferencia de los partidos políticos frente a los temas más candentes de la política nacional. Es un vacío aterrador. Parece que hay unanimidad frente a temas tan importantes y complicados como los cultivos de coca, las relaciones con Venezuela, el programa Ser Pilo Paga o el servicio de salud.
La lista podría seguir. Podrían mencionarse las consultas populares en Cajamarca (Tolima), Arbeláez (Cundinamarca), Pijao (Quindío), etc. Es evidente que los partidos no tienen presencia alguna, por lo menos conocida, en estas materias tan relevantes para el desarrollo de Colombia.
¿Ninguna fuerza política tiene una postura frente a la explotación del oro y de otros minerales? ¿Ninguna fuerza política tiene una postura frente a la industria del petróleo, a su carácter indispensable para el presente y el futuro de Colombia? ¿Acaso no les corresponde diseñar una política pública al respecto? Pues así vamos. Y uno se pregunta, ¿qué los va a diferenciar en una campaña por la Presidencia o por la reelección en las diferentes circunscripciones electorales?”
Después de diez y seis años de estabilidad política, Colombia entra a un escenario de gran incertidumbre en este campo, cuyas consecuencias no se han dimensionado todavía y sobre el cual nadie habla. Y esto sucede en el momento cuando más se necesita construir una cultura política en Colombia dado que hay temas que son vitales para la sociedad colombiana. Pero como lo resalta Cepeda, los partidos políticos están desprestigiados y ausentes de esta realidad.
Pero lo más grave de este escenario, es que las personas más llamadas a liderar el cambio que Colombia necesita en todos esos frentes, hoy lo están empujando con sus decisiones y ejemplo, en la dirección equivocada. Y en el camino, están socavando las bases de la futura gobernabilidad que debe sustentar el proceso democrático en nuestro país.
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