Los sucesos de los últimos cinco años que han afectado la democracia en los Estados Unidos demuestran qué hay unas dinámicas muy preocupantes que están afectando su sistema político, su supervivencia y liderazgo en el mundo.
Veamos algunas de las grandes distorsiones que hoy se ven: la llegada al poder de un mitómano, abusador y racista que se hizo popular maltratando a los participantes de su show de TV; Fox, un medio de información, que hizo millones difundiendo mentiras y propiciando la división del país; un sistema político cooptado por el poder del dinero de multimillonarios y grandes corporaciones; un movimiento cristiano apoyando a un amoral: el enriquecimiento obsceno de unos pocos y el marginamiento de millones de personas. La pregunta es si este sistema es sostenible. La opinión cada vez más generalizada es un rotundo NO.
Si no se logra corregir el camino, se tiene el gobierno de la turba, que fue lo que pretendió Trump el 6 de enero con la toma del Capitolio, conformada por una masa fácilmente manipulable. Pero aún más grave, sería el fin de la democracia que se impulsó después de la II Guerra, tomando el ejemplo de los mismos Estados Unidos. Ironías de la historia.
A la luz de estas consideraciones y las planteadas en el blog anterior, el historiador Timothy Snider, profesor en Yale, en su ensayo “ El abismo americano” publicado por el NY Times, da una explicación del porqué del comportamiento del partido republicano de apoyar los despropósitos de Trump y permitir finalmente su control.
Hoy, cómo está estructurado el sistema electoral y de representación en su país, le permite a ese partido que es minoritario, tener un poder desproporcionado que no le interesa soltar. De ahí su resistencia a que se modifique temas como el Colegio Electoral, mecanismo obsoleto, que hoy permite el absurdo de poder elegir a alguien en la Presidencia, perdiendo el voto popular,
Según Snider, el fenómeno de Trump en la era de la post verdad, es el ejemplo del pre fascismo. Y como lo advertía Aristóteles, cuando la verdad deja de ser relevante, el poder puede ser fácilmente manipulado por quienes tienen el dinero, que sumado al carisma, expone a la sociedad a momentos como los actuales en los Estados Unidos.
Pero se preguntarán algunos: ¿cuál es el problema de que haya una división tan profunda como la que se observa hoy en ese país?. Para que una sociedad pueda operar con la menor fricción posible, es necesario que sus miembros se puedan poner de acuerdo en unos hechos básicos y en unos objetivos comunes. Sin estos acuerdos, es imposible que la sociedad pueda prosperar o defenderse.
Para ejecutar esos acuerdos existe la institucionalidad que soporta la democracia. Esta es la fuente de muchos hechos que son pertinentes y el medio para lograr las metas comunes. Sin estos mecanismos funcionando, es muy fácil la desorientación y el caos. De ahí su importancia y el peligro cuando la institucionalidad pierde la confianza de la gente o se cuestiona su legitimidad.
Cuando las instituciones están bajo ataque o sospecha, y pierden credibilidad, la primera victima es la verdad. En la era de la post verdad de Trump y otros populistas como él, los medios de información y las figuras de autoridad, han dejado de ser los puntos de referencia y la fuente creíble de los hechos que orienten a la gente.
Con el deterioro de los medios escritos, y la proliferación de fuentes no verificables que permiten las redes sociales, la gente queda expuesta a una manipulación de información, que solo busca disparar la respuesta emocional de la gente. Se pierde una distinción fundamental entre lo que uno siente que debe ser, en función de las creencias, y lo que es la verdad soportada por datos y análisis serios.
Cuando sucede lo anterior, se llega al extremo en el que hoy se encuentra la democracia norteamericana. Esto se debe en buena parte porque no es suficiente tener una buena constitución, los gringas se sienten orgullosos de la que tienen. Esta debe venir acompañada de una cultura cívica vigorosa como lo mencionaba Tocqueville en su libro “La democracia americana” escrito en mediados del siglo XIX.
Trump contribuyó a desmantelar esa cultura durante sus nefastos cuatro años en el poder. En su gran final, mintió sobre los resultados de la votación de manera descarada y sin ninguna prueba. Lo hizo con la complicidad de su partido, para convencer a millones de griegos de que hubo fraude en las elecciones.
Pero hay que advertir que estas dinámicas son de vieja data. Se habían ido sembrando hace mucho tiempo por los políticos republicanos en contra de sus opositores los demócratas, especialmente durante los ocho años de Obama en la presidencia.
Se ha ido creando una cultura de ver los del partido contrario, no como unos opositores, que sería lo normal en una democracia, sino como unos enemigos qué hay que liquidar. Es tan grave esta situación, que para los fanáticos de Trump, ya no les importa los fallos negativos del sistema judicial contra las demandas por fraude electoral. Esto sucedió aún en sitios de mayoría republicana donde la votación fue muy reñida.
Hoy, estos veredictos institucionales ya no son creíbles para los millones de seguidores de Trump que los tiene hipnotizados. Como resultado, el sistema de justicia pierde credibilidad y confianza, minando uno de los pilares de la democracia propuesta por Madison. Según Snider, esto explica el porque los mitos se han vuelto más poderosos que los hechos. En este entorno de una cultura de confrontación y violencia, la primera victima es la democracia donde la verdad desaparece.
Para este historiador, la orientación fascista de Trump refleja situaciones del pasado, como en el caso de Mussolini o Hitler, que se posicionaron como la única fuente de verdad. Para estos manipuladores, la prensa era una enemiga de la gente y no había que creerle. Los Nazis trataron de eliminar el pluralismo informativo recurriendo a la radio. Trump utilizó la tecnología de Twitter y su talento para mentir sin compasión a sus seguidores.
Miles de pequeñas a o medianas mentiras, repetidas muchas veces como lo practicaba Goebbels en la Alemania Nazi, convirtieron al pirómano de Trump en el faro de millones de personas, que le dieron la autoridad para hacer impunemente lo que se le antojó, y así definir a su capricho la realidad de su país.
Mientras estas mentiras reforzarán las creencias de sus seguidores, le daban credibilidad y poder a Trump. ( invito al lector a leer mi blog sobre el papel de las creencias en la construcción de la cultura ). Como lo menciona Snider, “se requiere mucho trabajo para educar a los ciudadanos a resistir sus creencias, o las que otros a su alrededor ya tienen, y que le dan sentido a sus escogencias hechas”.
El punto anterior es el que explica el poder de una gran mentira, como el fraude de las elecciones contra Trump, que refuerza unas creencias preestablecidas, basadas en la desconfianza sembrada del papel de las instituciones y los expertos. Sobre estas bases, es muy fácil cimentar teorías absurdas de conspiraciones sin sustento, porque no se necesitan hechos verificables, sólo apoyar esas creencias.
Esta dinámica refuerza un tema muy grave: si se siente que algo no es así, aunque las pruebas indique lo contrario, se le da más peso a ese sentimiento que al análisis de los hechos , especialmente si es es una creencia compartida con otros.
El sistema había que romperlo para sus propios intereses. Y sin una visión más estructurada, su trabajo de demolición fracasó aunque el daño que hizo fue muy profundo. No logró vincular a los militares, ni tampoco logró corromper las instituciones a nivel estatal, que fueron las que sacaron la cara para evitar la reelección de Trump.
El problema de haber vendido una gran mentira con el apoyo de su partido, es que esta termina por adueñarse de quienes se la creyeron. Personas como los senadores Cruz y Hawley, por su ambición de poder, le vendieron su alma al diablo. Fueron cómplices de Trump en su intento de golpe de estado. Este comportamiento aberrante los perseguirá durante su carrera política. Y es una señal de alerta máxima sobre el peligro de los supremacistas blancos a los que Trump quiso legitimar.
El mensaje de todo lo anterior es muy claro: la Historia nos muestra como la violencia política se dispara cuando los dirigentes políticos más prominentes, de manera abierta aceptan la paranoia. Y cuando no ven a los de otros partidos como contrincantes sino como enemigos qué hay que desaparecer. La agenda urgente de Biden y de quienes lo apoyan, es restablecer una cultura cívica que valore la diversidad y la pluralidad de visiones, basada en hechos verificables, que propicie el bien común.
Lo anterior significa no sólo el rechazo a las grandes mentiras de los políticos, ni su intento por quebrar el sistema, también el aceptar que en la democracia todos somos iguales donde cada voto cuenta. Por lo tanto, debe ser un derecho ejercido responsablemente por cada ciudadano. Y las instituciones que la soportan deben de reforzarse para poder atender las voces de todos, no solo de los más poderosos.
El legado de Trump ha sido desastroso para la democracia en general. Lo positivo de esta debacle, es que debe despertar un muchísimo mayor interés para defenderla y reforzarla. Esta lección se aplica para todos los países donde el sistema es democrático. Para nosotros en Colombia, es una alarma roja que nos debe de invitar a actuar ya antes de que sea muy tarde, porque nuestra democracia es muy débil, y nuestra cultura cívica es casi inexistente
Habiendo vivido de cerca los episodios que resultaron en un confuso atento de golpe de estado del seis de enero ... he encontrado mucha verdad en lo escrito en este blog. La ignorancia de hechos es fundamental en la aceptación de un gran mentira. Aquí en los Estados Unidos no somos todos así de ciego, pero la historia nos indica que una minoría con armas...que sean FARC or Proud Boys... puesto al servicio de un partido politico nos perjudica la democracia a todos. Muy buen analysis de parte de Francisco Manriqueg.
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