En el blog anterior señalaba los efectos del fin de la era actual de globalización sobre la economía y la sociedad. También mencionaba que este tema no había ocupado ningún espacio durante esta época electoral en Colombia. En mi opinión, gracias a está grave omisión, se ha perdido una muy buena oportunidad pedagógica para preparar y orientar a la gente sobre las consecuencias de estas grandes dinámicas globales de las cuales no nos podemos escapar..
Y esta omisión es más preocupante aun, cuando los primeros efectos ya los estamos sintiendo con mucha fuerza toda la población con un incremento sin antecedentes en la inflación en nuestro país y a nivel mundial. Peor aún, cuando el próximo gobierno va enfrentarse con un entorno mucho más complejo y con poquísimos grados de libertad para decidir y actuar. Esa omisión se le va a devolver como un bumerán a la cabeza del próximo inquilino del Palacio de Nariño.
Y como ya está pasando en Peru y en Chile, va a tener que tomarse un trago muy amargo: en un blog anterior mencionaba que hay una gran diferencia entre protestar y gobernar, especialmente en las circunstancias tan complejas como las actuales.
Mostraba que, las señales sobre el fin de la era actual de la globalización, ya comenzaban a ser claras desde el 2008. También, que la pandemia y el ataque ruso a Ucrania, habían acelerado el proceso que estaba en marcha, donde unos de los efectos más notables, había sido el acercamiento entre Rusia y China, y las verdaderas razones para hacerlo. Ambos países veían una oportunidad histórica para aprovechar su percepción del debilitamiento de la influencia internacional de los Estados Unidos y la Unión Europea.
Ambas naciones, quieren ser reconocidas y aceptadas en sus nuevos roles como potencias en el mundo. Para reforzar sus posturas, han promovido en estas últimas dos décadas, los movimientos que defienden de manera autoritaria la soberanía nacional. Por esta razón cuentan con el respaldo de regímenes como el Erdogan en Turquía y Modi en la India.
Pero el tema del honor nacional no es de su exclusividad. Trump durante su mandato y Johnson en Inglaterra, son dos ejemplos increíbles del virus nacionalista. Es el resultado de los ataques al sistema desde adentro de la misma democracia, y de un desprecio de la visión cosmopolita y de convergencia mundial, que le dio vida en 1990 a la era actual de la globalización y que hoy está concluyendo.
Lo increíble de esta historia, es que fueron los Estados Unidos e Inglaterra donde se gestaron los ataques dentro de su sistema, pero que en sus momentos de mayor poder mundial, impulsaron la visión de los valores de la democracia y la globalización, que se volvieron unos referentes deseables para muchos países en el mundo.
Hoy, con su ejemplo, están ayudando a los autócratas como Putin y Xi-Jinping y otros similares, a demoler las bases de la misma democracia, que es lo que en el fondo hoy está en riesgo cuando la globalización había ayudado a difundir como un modelo a seguir.
A pesar de que hoy la globalización cuenta con muy pocos defensores, por la forma en que está siendo atacada, de manera mal intencionada sus opositores buscan ocultar una realidad incuestionable. Gracias a ella, y a a pesar de sus sombras que las tiene, fue el motor que impulsó el acenso de cientos de millones de personas a los niveles de la clase media, según los parámetros del Banco Mundial.
Pero la mayor paradoja, es que el país más beneficiado de este proceso ha sido la China que sacó de la pobreza a más de 600 millones de chinos, y que hoy se ha convertido en el peor enemigo de la globalización por cuenta de su confrontación geopolítica con los norteamericanos .
A lo anterior, hay que sumar la necesidad de defender con agresividad los valores culturales propios, que según autócratas como Putin y Xi-Jinping, han sido agredidos por la globalización. Evidentemente, desde el inicio de este periodo, los valores liberales occidentales fueron ampliamente difundidos a través de la música, el cine, las redes sociales y la influencia política de las naciones más avanzadas. El supuesto fue que su adopción iba a ser universal. Sin embargo, la verdad es que hoy estos valores son más marginales que lo que se suponía.
En la Encuesta Mundial de Valores sobre las creencias culturales y morales, los resultados del 2020 muestran un mapa muy diferente de encuestas anteriores. Las zonas protestantes europeas y de habla inglesa, se han ido marginando del resto del mundo menos desarrollado, mostrando una divergencia creciente en temas como el matrimonio, la familia, el género y la orientación sexual.
En un libro escrito sobre estos temas por Joseph Henrich “Las personas más extrañas del mundo” lo demuestra con gran profundidad. El retrato que emerge de la persona occidental es complejo: “individualista, obsesivo, orientado al control, no conformista y analítico”. Su foco está en sus atributos, logros y aspiraciones, por encima de las relaciones y los roles sociales.
Como lo menciona David Brooks en su análisis sobre la globalización en el NY Times, mucha gente en otras culturas ven con desprecio o incomprensión, la obsesión occidental por defender los derechos de género, de las comunidades LGTB, o el derecho a definir la propia identidad. Y aún más, “se cuestiona que el papel de la educación sea desarrollar un pensamiento crítico en los niños y jóvenes para que se puedan liberar de las ideas inculcadas por sus padres y comunidades”.
Pero además, las estadísticas parecería darles la razón a quienes hoy rechazan los “valores occidentales”. En los Estados Unidos el 44% de los estudiantes de secundaria manifiestan sentimientos de tristeza y desesperanza, lo cual no habla muy bien de la defensa de estos valores.
Otros estudios recientes, muestran que los valores universales como la libertad, la democracia y la dignidad personal, no son aceptados en todas partes, y con una tendencia decreciente muy preocupante.
Hay un tema que también llama mucho la atención: el deseo muy fuerte de la gente por tener orden en su entorno, alejarse del caos y la anarquía que los impacta. Los cambios culturales se suman a las dificultades crecientes de gobernabilidad, y se perciben como algo fuera de control que empujan a la gente a buscar irreflexivamente el orden a cualquier costo.
Pero no entienden que su deseo solo se consigue, cuando se vive en sociedades que tienen reglas claras, donde se protegen los derechos individuales y hay libre elección de sus dirigentes. Lamentablemente esta posibilidad parece ser un lujo muy alejado en muchos países.
Como lo muestra “Freedom in the World 2022”, el resultado que muestran estas encuestas, es un declive creciente de la democracia en el mundo en los últimos 16 años. Esta es una tendencia que se comenzó a evidenciar en el 2006. Es “una recesión de la democracia que se está profundizando.” Claramente no era lo que se esperaba en el nuevo periodo de la globalización.
Hace unos años, las democracias se veían estables y los regímenes autoritarios disminuidos. Ahora la situación es al revés. China se precia de un modelo autoritario y centralizado, que ha utilizado las nuevas tecnologías para aumentar su control sobre más de 1300 millones de chinos, mientras llegaron a ser la segunda economía del mundo. Los indicadores de patentes, las inversión en bienes de capital, el desarrollo acelerado de su infraestructura, han venido aumentando en ese país. Este proceso ha contado con el apoyo de la población a la dictadura del partido comunista chino.
Hoy, con el ataque ruso a su vecino, estamos viviendo un mundo que se creía superado desde 1990, en donde las grandes potencias compiten por tener acceso a los recursos y mayor dominación territorial. Es el caso de China y Rusia, ambos buscan ampliar sus zonas de influencia sin importar los medios para hacerlo. Esta dinámica es una fuente creciente de conflicto, como lo que está sucediendo con Ucrania y pude suceder con Taiwán.
En el centro de esta dinámica, es el choque entre dos sistemas políticos muy distintos: la democratización vrs el autoritarismo. Estamos presenciando una versión contemporánea de unos nuevos muros divisorios que están acabando la globalización. Pero a diferencia de la Guerra Fría, en este conflicto que está en marcha, ya no solo es político y económico. Como lo afirma Brooks en su análisis, es un cocktail muy peligro y explosivo, donde juega lo cultural, lo psicológico, lo religioso, el estatus, la moral y la religión. Esta mezcla viene en un solo paquete y expresa con mucha fuerza, un rechazo a seguir los patrones de un Occidente decadente.
Es la lucha entre “la dignidad personal y la cohesión comunal” . Estas diferencias están siendo aprovechadas por los autócratas en su propio beneficio y de paso, sembrar el caos en los países que se les oponen. Las guerras culturales, las tensiones religiosas y el resentimiento, son los medios para movilizar a la gente y aumentar su poder. Se estaría validando el planteamiento de Samuel Huntington en su libro “ Choque de civilizaciones” cuando afirmaba que “las ideas , la psicología y los valores, además de los intereses materiales, definen la historia”.
Lo que más impresiona hoy en día, es que el rechazo a los valores de las élites occidentales, no es solo un fenómeno entre naciones. También se está viendo al interior de los países como es el caso de Trump en los Estados Unidos, Jaír Bolsonaro en el Brasil, o Modi en la India. En el caso norteamericano, hoy se ve una sociedad fracturada a en torno a muchos temas a la vez.
Brooks se pregunta en su análisis, si es posible ganar una guerra cultural a nivel global, donde se mezclan temas tan variados como el secularismo y los derechos de los homosexuales, con el uso de las armas nucleares, los flujos de comercio, el resentimiento al estatus, la masculinidad tóxica y las tomas de poder autoritario.
A la luz de los resultados recientes, es válido pensar que las críticas que se están haciendo a la cultura individualista, materialista, y demasiado condescendiente del mundo accidental, tienen mucho fondo.
En un entorno tan complejo como el actual, una sociedad parada en esos valores y sin una disposición a cuestionarse, tiene una posición débil parta enfrentar los tremendos retos que están presentando los ejemplos autoritarios, como es el caso de la China, y mucho menos preparada para defender la democracia. Esa es la gran apuesta de China y Rusia hoy en día.
En muchos países, la gente está apoyando estos regímenes autoritarios. Sienten que le dan voz al resentimiento que tienen porque el sistema democrático los dejó atrás, además de que se está vulnerado su orgullo nacional. Es tan grave este rechazo que no les importa si el costo que tienen que pagar es su libertad. Es una postura idealista hasta que la pierden. Solo hay que mirar a nuestro vecino Venezuela y los millones de personas que han salido huyendo de su país.
Definitivamente hay una ceguera colectiva, que está contagiando a millones de personas, y que les está impidiendo ver la manipulación a la que están siendo sometidos, por parte de personajes que provienen de los extremos del espectro ideológico.
Estas personas no solo no ven, tampoco parece impórtales que lo que está en juego es la defensa de su libertad y el respeto a su dignidad personal. Solo cuando esto se pierde y hay que huir, es cuando el sentido común se recupera, solo que ya es muy tarde. Repito: Venezuela es un ejemplo patético.
Mientras tanto, hay afortunadamente el ejemplo inspirador y heroico de la férrea defensa del pueblo ucraniano, que ha movilizado hasta el último ciudadano, para defender su libertad, autodeterminación y su democracia, atacadas sin piedad por Putin.
Al final se impone una verdad: uno cuida lo que le importa, especialmente cuando se toma consciencia del altísimo costo que se paga cuando no se hace a tiempo.
En su libro “La revancha de los poderosos” , el analista venezolano Moisés Naim hace un extraordinario análisis de las dinámicas actuales que están acelerando los procesos autoritarios y su impacto en las ideas liberales que sustentaron la globalización. En un próximo blog, voy a referirme a algunos aspectos muy interesantes, que complementan muy bien este blog y el anterior
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