En estas últimas semanas, solo ha habido una conversación muy negativa, pero que ha unido a la mayoría de los colombianos: votar por el menor mal entre los dos candidatos que llegaron a la segunda vuelta, y que como decía un viejo dicho popular: que entre el diablo y escoja. Y como en un casino, nos resolvimos jugar el futuro del país con un naipe en contra.
Estamos a pocas hrs de abrirse las urnas para votar en una elección que va a marcar un antes y un después en Colombia. Un potencial de 38 millones de ciudadanos de este país, tienen en sus manos cuatro opciones claras y dramáticas después de la primera vuelta: votar por Hernández, por Petro, el voto en blanco o no votar. Las consecuencias las vamos a sentir por muchos años.
Un país que se preciaba de ser un bastión de la democracia en America Latina, está lanzándose al vacío buscando un cambio, “cualquier cambio”, y lo está haciendo desde la desesperanza, el miedo, la rabia y la frustración. Mucha gente siente que la clase dirigente y el sistema les fallaron, y que con cualquiera de los dos opcionados, peor “no nos puede ir” como me decía un taxista en estos días. Lo grave, es que si podemos empeorar.
Es un acto suicida tomar decisiones desde una emocionalidad tan negativa, exacerbada de manera premeditada por los mismos candidatos, uno de ellos utilizado los medios más bajos posibles. Y es aceptar la manipulación por parte de quienes han demostrado un desprecio por los mínimos estándares éticos para llegar al poder a cualquier costo, mintiendo y engañando a la gente con expectativas incumplibles.
¿ Cómo llegamos a este punto de quiebre en la historia colombiana? Esta pregunta, que es casi un grito de angustia de millones de sus ciudadanos, entre los cuales yo me incluyo, estará presente cuando este domingo tomemos una decisión de cómo vamos a ejercer nuestro derecho al voto, si lo hacemos.
En esta campaña, los comentarios, análisis e insultos que han aparecido en los diferentes medios de comunicación y redes sociales , son un espejo que refleja, no solo una imagen muy negativa de estos candidatos, sino también de todos los colombianos. Nos muestra una cruda realidad: el nivel tan bajo al que hemos llegado en el ejercicio de la política y nuestro triste papel como sociedad que lo permitió.
En el camino de este bochornoso proceso electoral, perdimos la perspectiva de cuáles han debido ser los criterios a tener en cuenta, para elegir a quien va a dirigir los destinos de nuestro país en los próximos cuatro años.
Por no hacerlo, terminamos en una situación donde el 50% de los colombianos ven a Petro como un tiro en la cabeza, y el otro 50% ven a Hernández como un tiro en el pie. En cualquier caso con ambos contendores, Colombia pierde y ha decidido saltar al vacío, siguiendo los pasos de Chile y Peru, como nos lo recuerda un artículo reciente de la revista inglesa The Economist.
Hay una realidad que ya no se puede ocultar más. Colombia es un país que hoy pide a gritos un cambio, pero sin tener claridad de cual debe ser, ni qué se requiere para lograrlo. La gente pide respuestas simples para la solución de los retos complejos que enfrentamos. El problema es que no las hay. Y lo que es peor, no quieren bajar sus expectativas, ni asumir su responsabilidad y su disposición a hacer su parte para encontrar el mejor camino.
En un entorno de alta polarización y gran complejidad, una sociedad necesita contar con unos nuevos dirigentes políticos que actúen más como líderes y no como caudillos o demagogos populistas. Lamentablemente este no es el perfil de quienes hoy aspiran a llegar a la Presidencia de nuestro país.
Y esta realidad me hace reflexionar. Me niego a aceptar que entre 50 millones de colombianos, no han habido personas con las condiciones adecuadas para liderar los cambios que evidentemente el país necesita con urgencia. Por los resultados de los últimos procesos electorales, incluyendo el presente, parecería que no los hay, o que el sistema no les permite emerger.
O mejor aún, el problema es que hemos descuidado el proceso de formación de líderes, tema que a pocos le parece preocupar. Como resultado de este pecado mortal, vamos a pagar las consecuencias a un costo muy alto para el país en el largo plazo.
Dicho lo anterior, la pregunta evidente que debemos hacernos los colombianos es la siguiente: hacia el futuro, ¿cuáles serían las características deseables de esos nuevos líderes políticos, sociales y empresariales que el país necesita formar, de donde debería emerger quien llegue a ser el presidente de TODOS los colombianos?
Hace unas semanas El Tiempo publicó una encuesta sobre esta pregunta y los resultados fueron sorprendentes por las incoherencias y las omisiones. Hoy ya estamos viviendo las consecuencias. En este momento de tanta incertidumbre, en que los colombianos ya saltamos al vacío, vale la pena contestar la pregunta para comenzar a plantear el tema que está en la raíz de la situación en la que nos encontramos hoy.
En el primer cargo de la Nación, deberíamos aspirar a tener una persona que oriente a la población a sanar las heridas de una historia de conflictos y de problemas sin resolver y no de agudizarlos con su comportamiento polarizante y agresivo. Pero también, necesitamos a un verdadero líder que sea un modelo de rol positivo por su transparencia e integridad, que nos inspire a soñar en una sociedad que asume la corresponsabilidad para que podamos construir entre todos un futuro mejor.
Es una persona que nos invita y orienta con su ejemplo, a actuar desde la reflexión y no desde la pasión irreflexiva que destruye, descalifica, sataniza y profundiza mucho más las heridas que tenemos que curar. Nos mueve a tomar conciencia de nuestras acciones y a asumir con responsabilidad las consecuencias.
En cualquier caso, deberíamos poder votar en unas próximas elecciones, si las hay, motivados desde la convicción de que lo hacemos porque es la mejor persona para asumir el rol de liderazgo que Colombia necesita y que ofrece un proyecto de país que nos incluya a todos. Si votamos y no lo hacemos en blanco, quien reciba nuestro voto debe representar la mejor opción para nuestro país, porque es un modelo de rol que nos orienta, haciéndonos sentir muy orgullosos de ser colombianos.
Es un modelo de rol porque se mueve dentro de un marco ético con valores claros, que orienta sus decisiones y acciones, lo que inspira confianza y demuestra coherencia entre lo que dice y lo que hace. Con humildad reconoce que no es Supermán para enfrentar en solitario los inmensos retos que enfrenta Colombia, por eso promueve el liderazgo colectivo a todos los niveles de la sociedad.
Esto exige una enorme capacidad de humildad para aceptar sus equivocaciones que las tendrá, para seguir adelante. Fallar es una opción aceptable porque habrá que experimentar. Este es un tema fundamental para una sociedad que no tiene un norte común y que ha lanzado por la ventana los valores fundamentales que deben de orientar el comportamiento ciudadano y colectivo, en una sociedad diversa como la nuestra.
Es la persona que es capaz de ayudar a sanar las heridas de una Colombia que con urgencia lo necesita, porque nos invita a reconocer lo bueno qué hay en nosotros y los avances que hemos tenido como país. Nos motiva a soñar para construir colectivamente desde la emocionalidad de la esperanza, la alegria, el orgullo y la gratitud, y no desde el miedo, la rabia, el odio y la desesperanza.
Es una persona que se para desde una mirada del vaso medio lleno y no medio vacío. Que no se queda enredado solo en lo qué no funciona, sino en las oportunidades de lo que podemos y debemos mejorar. Y que muestra, por su trayectoria y experiencia, la capacidad de liderazgo y de gestión, para volver realidad el sueño de un mejor país, pero con el concurso de todos los colombianos.
Es una persona que nos invita a sumar para multiplicar y no a dividirnos para polarizar. No se ve como un mesías o un Caudillo que ofrece milagros a problemas muy complejos. Reconoce que se requiere de un liderazgo colectivo, a todos los niveles de la sociedad, que promueve una cultura con una mentalidad de la corresponsabilidad.
Es una persona que honra y valora la extraordinaria diversidad de gente que ofrece nuestro país. Nos motiva a creer en nuestras capacidades para crear un futuro diferente, sintiéndonos actores principales y no simples espectadores
Es la persona que nos invita a crecer como sociedad, pero también a fortalecer las capacidades del Estado, a quien lo debemos de ver cómo nuestro aliado y no como el enemigo y con quien debemos colaborar. Ambas partes entienden que deben de crecer a la par, para poder enfrentar colectivamente con más probabilidad de éxito, los retos y oportunidades que nos ofrece un entorno cada vez mas cambiante, complejo e incierto.
Es la persona que nos invita a cuidar el sistema democrático, y no a usarlo para llegar al poder y quedarse con él. A pesar de sus debilidades, como decía Churchill, es el menos malo de todos los sistemas de gobierno, para progresar como sociedad. La democracia cuida la libertad, que solo se valora cuando se pierde.
Es la persona que nos invita al diálogo lo que implica escuchar desde la diferencia. En Colombia se nos olvidó el poder de una conversación para dirimir nuestras diferencias que las resolvemos de manera violenta y destructiva. Por esta razón, no es extraño que un juez tenga que forzar a los candidatos a debatir y a disentir constructivamente sin verse como enemigos.
En resumen, necesitamos líderes en todos los niveles de la sociedad, y en especial en la cabeza de la jefatura del estado, que nos trate como adultos corresponsables de nuestro devenir y no como niños irresponsables de nuestras acciones. Lo triste es que estas reflexiones ya hoy nos llegan tarde porque la suerte está echada. Será bueno asimilar el aprendizaje si queremos cambiar de verdad el rumbo de nuestro país. No veo al próximo presidente preparado para hacerlo.
En mi humilde concepto, ninguno de los dos candidatos merece mi voto este domingo. La diferencia es que Hernández tiene tíquete de salida por su edad, mientras Petro no lo tiene como ya lo ha dicho y tampoco respetaría el resultado si pierde. Y a la gente hay que creerle.
¿Que hacer hacia delante? Enmendar la plana y comenzar a sembrar las bases para la formación de un liderazgo colectivo del cual emerjan candidatos más alineados con las necesidades de cambio del país.
Si tenemos en cuenta lo anterior, podremos tener mayor probabilidad de navegar sin hundirnos, en las aguas tormentosas que nos esperan hacia adelante. Estaremos mejor preparados para defender la democracia, y aportar colectivamente a construir una sociedad mas empoderada y justa. Pero también, un Estado con una capacidad institucional más acorde a los retos y expectativas de un entorno muy difícil. Ver blog anterior.
Esta es la propuesta que estamos promoviendo desde Motores de Esperanza, la Fundacion Orígen y otras 20 organizaciones para crear un movimiento de comunidades de liderazgo con cubrimiento nacional. Sobre esta iniciativa ya he escrito anteriormente desde enero
Solo queda cruzar los dedos y esperar los resultados y que las predicciones sobre los dos candidatos, no sean tan graves. Y que quien finalmente sea elegido, entienda que su rol es el de unir a la sociedad colombiana y no dividirla más. ¿Será capaz? Amanecerá y veremos.
PD: en un blog anterior aporté otras reflexiones sobre el tema que me surgieron de la encuesta publicada por El Tiempo. Los resultado muestran que la mayoría espera al Caudillo que les resuelva sus problemas y no muestran ninguna disposición a asumir una corresponsabilidad. Esto se refleja hoy en el proceso político. Si no cambiamos esta actitud ,nos merecemos la suerte por elegir a personas en altos cargos públicos, que no cumplen con el perfil requerido .
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