Estamos viviendo un momento histórico de cambios en la sociedad colombiana. Muchos de ellos eran tendencias previsibles que la pandemia aceleró. El nuevo gobierno se vino preparando para llegar al poder desde hace varios años. Fortaleció un movimiento caudillista y creó un nuevo partido de izquierda de la nada, siguiendo el libreto de Uribe , que desde la extrema derecha, lo había puesto en práctica años atrás.
La estrategia de Petro para llegar al poder, fue la de agudizar aún más la polarización y la lucha de clases. Para ello, fue muy útil estigmatizar a sus opositores y a otros actores como los empresarios, los banqueros, las Fuerzas Armadas y la Policía, entre otros a quienes culpó de todos los males, pero sin reconocer los avances positivos del país. Es un artista en este campo.
Manipuló las emociones negativas y astutamente se posicionó como el intérprete del descontento popular con el que se conectó. También estableció una red de apoyo en las zonas más marginadas del país, quienes al final contribuyeron a su victoria electoral.
Mientras tanto, el sistema político tradicional se auto destruía y desprestigiaba aún más. Saltaron a la palestra 20 candidatos, muchos sin un apoyo político y alianzas pegadas con babas. El resultado fue una feria vergonzosa de egos, la fragmentación, la confusión, la desorientación y la polarización de los votantes, quienes estaban muy golpeados por la pandemia.
Estos candidatos muy débiles, pretendieron llegar al poder, sin haber formulado una propuesta atractiva que inspirara y devolviera la esperanza y la confianza a la gente. Tampoco hicieron el trabajo de una lectura juiciosa de la realidad, que si realizó Petro durante más de 8 años, para recoger e interpretar el malestar y la indignación de mucha gente. Petro se volvió así en el Caudillo, el héroe de los invisibles de la sociedad colombiana. Esa es la razón por la que punteo en las encuestas desde antes de iniciar la carrera.
Y como dicen los dichos populares que se aplican muy bien en este caso: “al que madruga Dios lo ayuda”. Pero también: “no dejes para mañana lo que puedes hacer hoy” y “camarón que se duerme se lo lleva la corriente”. En Colombia, la clase dirigente se dividió y se durmió, para despertar con su peor pesadilla que la tiene buscando escondederos de a peso.
En estos años de preparación, Petro creó las bases para liderar un cambio radical de paradigma, redefinir la cancha y sus reglas de juego, sin que nadie se percatara de la nueva realidad emergente que se estaba cocinando bajo sus narices. Ahora se despiertan sin entender que fue lo que sucedió, y con una muy baja comprensión del perfil de quien les ganó la partida. Y claramente no tienen las capacidades para jugar el mismo juego de Petro.
Algo similar sucedió con las FARC por muchos años. Pero a diferencia de estos que quisieron llegar al poder con el uso de las armas, Petro tuvo treinta años de entrenamiento en el pantano nauseabundo de la política tradicional, para aprender su mañas y estudiar sus vulnerabilidades. Usando las reglas de la democracia llegó al poder. Y si le creemos, lo piensa tener por muchos años, para asegurar su visión y agenda de cambio, que como iluminado, le vendió a 11.2 millones de colombianos e imponerla a 10.5 que no votamos por su propuesta.
El resultado desnudó una verdad dura de aceptar: el profundo vacío de un liderazgo político unificador. Venció el odio, la desesperanza y el miedo que agudizó aún más la polarización en el país. Lo paradójico, es que el discurso de Petro busca “la paz total” tendiendo unos puentes muy cuestionables y poco claros, con los peores criminales y terroristas que quedan hoy en el país.
Lo que genera gran desconfianza de estas iniciativas, es la poca transparencia como lo pretende hacer. Como también, su acercamiento a los regímenes dictatoriales como el de Maduro y Ortega. En simultanea, propone unos cambios que castigan y marginan a las empresas y a la iniciativa privada, a quienes le interesa mucho presentar como los enemigos del pueblo.
Para quien llegó al poder dividiendo, el tener a quién culpar o estigmatizar, es muy importante cuando la realidad comience a evidenciar que para lograr los cambios que el país pide y requiere, se necesita incluir a quienes generan la riqueza y el empleo del país.
Su estrategia actual está logrando el peor de los mundos. El capital vota con los pies y la parálisis de la actividad productiva. El espejo lo tenemos en Venezuela donde Chávez y Maduro, destruyeron el aparato productivo de su país y generaron una hemorragia de talento irreparable.
Pero volvamos al proceso que nos trajo hasta aquí. El trabajo perseverante y con propósito de Petro y su gente, les dio sus frutos aprovechando el impacto profundo del COVID-19, para impulsar con otros actores, las marchas sociales del año pasado. Inteligentemente interpretó el momento de la pandemia y el aumento de la desconfianza de la gente en las instituciones, y vio una ventana de oportunidad única, para acelerar la oposición al gobierno de Duque y pensar que era su momento para que llegar poder.
Como hoy lo sabemos, situaciones similares se vivieron en el Peru, Chile, y ahora en Colombia, donde gobiernos de extrema izquierda capitalizaron el impacto de la pandemia, para generar una revolución aprovechando las reglas de la democracia. El problema de esta situación, no es que lo hayan logrado.
Esta es una etapa inédita de la llegada de la izquierda al poder. Para quienes votaron por Petro , el problema está en las altísimas expectativas que generó al ofrecer un milagro de cambio en muy corto plazo. Para quienes no lo hicieron, el tema de fondo que genera una inmensa preocupación, es la verdadera intención de los cambios propuestos, que reflejan la partitura ya conocida del Foro de San Pablo, que se implementó en Venezuela y Nicaragua, con la asesoría de Cuba, con los desastrosos resultados conocidos.
Petro y su grupo, con un discurso convincente de cambio, construido desde la ideología de la extrema izquierda, enfatizaron la desigualdad, la lucha de clases, la repartición y no generación de riqueza, los excluidos y la agenda de la paz total. Han buscado apropiarse de la agenda ambiental y energética. Supieron capitalizar la frustración y el resentimiento de millones de colombianos hastiados con la clase política tradicional.
El resultado de las urnas en las pasadas elecciones, es un repudio sin antecedentes, a la clase dirigente política y empresarial de nuestro país. Si bien la diferencia en votos no fue abrumadora, solo 700.000 votos, en un potencial de votantes de 29 millones de colombianos, fue lo suficiente para llegar al poder y proponer “una andanada” de reformas que tocan aspectos fundamentales de la sociedad.
Lo más inaudito es que la posición de los partidos tradicionales, que ante su desprestigió, les resultó más rentable la claudicación de sus principios, si es que alguna vez los tuvieron, para rendirse a los pies de Petro, a cambio de unas gabelas burocráticas y quien sabe que más. Esta postura implica que no va a haber una oposición poderosa a “la aplanador de Petro” como lo han denominado algunos medios.
Ahora, muchos empresarios ante esta nueva realidad se preguntan qué hacer. No hay duda que a solo menos de un mes de haberse posicionado Petro, su propuesta de reformas ha generado muchísimo malestar, incertidumbre e inclusive miedo. Las conversaciones que se escuchan se refieren a la decisión de desinvertir, poner en neutro las empresas, y buscar oportunidades en otros entornos de menor incertidumbre que el nuestro en la actualidad.
Lo que no he escuchado hasta ahora, en conversaciones con colegas empresarios, es una actitud crítica y cuestionadora de nuestra corresponsabilidad en el proceso que nos trajo hasta aquí. No he visto una apertura a preguntarse que lecciones se pueden aprender. Y menos aún , el dejar el miedo y la desesperanza, para diseñar una respuesta colectiva inteligente, que permita recuperar la confianza del pueblo colombiano en la iniciativa privada y su papel para aportar a los cambios que el país necesita.
El mensaje debe de ser contundente y claro si queremos construir una contra narrativa que sea la verdadera defensa de nuestro papel en la sociedad y para tender puentes. Para lograrlo, debemos trabajar sobre los siguientes puntos:
- No queremos ser parte del problema sino un apoyo muy importante de la solución y lo podemos hacer. El Estado, ni el Caudillo de turno, son capaces de enfrentar solos los inmensos desafíos que implica la transformación de un país complejo como el nuestro.
- Hay que dejar claro que se requiere sumar para multiplicar, para lo cual hay que quitarse las etiquetas descalificadoras y concentrarnos en construir entre todos, un propósito que nos una alrededor de unos cambios necesarios y posibles, que muevan la transformación del pais.
- El sector privado debe de adoptar una postura que lo saque del encasillamiento en donde nos quieren poner: “unos chupa sangre del pueblo”. Hay que construir un nuevo imaginario para demostrar la voluntad de tener unos espacios de encuentro con el nuevo gobierno, en favor de la sociedad y sin exclusión y mas divisiones.
- Hay que adoptar una postura que le permita ser un ejemplo de cómo incluir la diversidad de puntos de vista y del manejo inteligente de los disensos, para construir colectivamente sobre las diferencias. Pero si todos nos paramos solo en lo que nos divide y no en lo que nos une, no tendremos cambios ni tampoco un pais viable.
Para lograrlo, los empresarios vamos a tener que hacer cambios que nos permitan actuar como ciudadanos y con un rol más amplio que trascienda el concepto de la responsabilidad social tradicional. Es esencial, si queremos mejorar los niveles de confianza de la población colombiana porque se nos percibe positivamente como parte de la solución y no el trompo de poner de los problemas que nos afectan a todos.
Esta postura demostraría que si aprendimos la lección. Pero requiere de una genuina voluntad de aportar a muchos de los cambios donde nuestra participación es fundamental. Esto implicaría el desarrollar una agenda de propuestas sólidas que busque puntos de encuentro con la agenda de Petro.
Pero también se requiere defender con firmeza nuestro papel en la sociedad y el rechazo a la estigmatización que políticamente ha promovido la izquierda. Y esto también va en ambas direcciones, para ver si somos capaces de abrir unos espacios de diálogo y no de más confrontación.
Pero la pregunta que algunos se hará: ¿porqué hacerlo? ¿Vale la pena y es posible hacerlo?
En el siguiente blog daré razones adicionales para pensar que este es el camino más inteligente si queremos unirnos en un punto que es indiferente a las ideologías: reconocer que por donde vamos, vamos mal porque estamos dejando a mucha gente en el camino.
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