Hace 11 años, en un ejercicio de escenarios para Bogotá promovido por la Cámara de Comercio en el que participé, salieron cuatro escenarios donde el común denominador de ellos, fue la presencia o ausencia del liderazgo colectivo y la innovación , como elementos dinamizadores del futuro de nuestra región. Dos años más tarde, en conversaciones en la Universidad Javeriana, trajimos a la mesa el tema de la cultura ciudadana al análisis.
Fue en ese entorno de reflexión, que me surgió la idea de entender que el desarrollo de nuestra región, estaba sostenido en dos pilares fundamentales: su infraestructura física y su infraestructura mental. Y cuando se habla de desarrollo, tradicionalmente el foco se centra en la primera y no en la segunda.
La infraestructura física involucra nos solo temas como las vías, los parques, los edificios, los sistemas de salud, de justicia, de seguridad, y también las instituciones, las leyes y normas, etc. que son temas tangibles y accionables para la sociedad. Las conversaciones, intereses, discusiones y conflictos, están centrados en estos aspectos y reflejados al final en las decisiones políticas, en los planes de desarrollo y en los presupuestos de los gobiernos.
La infraestructura mental se fundamenta en la cultura de la sociedad que define sus modelos mentales, creencias, valores y supuestos, que determinan el comportamiento individual y colectivo y la manera en que las personas interpretan su realidad. Es un tema normalmente invisible, que no ha merecido el mismo nivel de atención y de apoyo institucional y presupuestal, pero que al final afecta significativamente los resultados de los gobiernos y lo que la sociedad puede alcanzar.
Para los políticos, lo más tangible y rentable es centrar la atención en la infraestructura física porque ofrece réditos más rápidos y visibles. Por esta razón el énfasis ha sido en los grandes proyectos, mientras que la infraestructura mental, recibe mucho menos atención y recursos, porque la premisa no cuestionada, es que construirla es un proceso muy difícil y toma mucho tiempo, lo que explica que su desarrollo esté muy desbalanceado con un inmenso impacto en las expectativas y resultados de la sociedad. Pero hay otra consideración: la mayoría de los políticos no están preparados para liderar una transformación cultural, cuando la sostenibilidad de los cambios más poderosos, se dan a este nivel y cuando los dos pilares se desarrollan par y paso.
Hay unos antecedentes de fondo que nos deben de invitar a reflexionar sobre esta premisas y sus consecuencias. En 1995 llegó a la Alcaldía de Bogotá Antanas Mockus, quien con Paul Bromerg que lo acompañó y sucedió en el cargo al final del periodo, impulsaron la importancia de la Cultura Ciudadana como marca de su gobierno. Con su liderazgo y visión innovadora, demostraron que era posibles cambios significativos en el comportamiento de los más de 6 millones de habitantes de nuestra ciudad capital en un tiempo récord de tres años.
El ejemplo de Bogotá hace treinta años, invalidó el supuesto de la necesidad de largo plazo para lograr cambios de comportamiento ciudadano. Pero tuvo un problema, su sostenibilidad. Analizando el tema con Corpovisionarios organización que fundó Mockus y ya liquidada, en el 2017, y recientemente con Paul Bromerg arquitecto de la idea, veíamos que la falla había estado en no haber logrado una apropiación social vía un liderazgo colectivo y la personificación de la iniciativa en Mockus.
En 1998 Enrique Peñaloza llega por primera vez a la Alcaldía de Bogotá. En su periodo de tres años, realiza una revolución en la infraestructura física de la ciudad. Nuevos colegios, ciclorutas, parques y el Transmilenio. La cara de la capital se transforma pero no sigue con la revolución de la cultura ciudadana de Mockus. El impulso a la infraestructura mental se pierde y se desbalancea para no volverse a recuperar.
En el 2019, Santiago de Chile experimenta un levantamiento social donde entre otros destrozos, el Metro de esa ciudad es vandalizado. En el mismo año y dos años después, estallaron revueltas similares en Colombia. Cómo en Chile, el blanco de la destrucción en Bogotá y en Cali principalmente, fueron sus sistemas masivos de transporte. El costo de reparación para Chile fue de US 250 millones o el 10% de la inversión inicial.
Mientras la destrucción paralizó los sistemas de transporte de Santiago y Bogotá, en Medellín su Metro fue defendido por la ciudadanía. En esa ciudad hay una cultura ciudadana de apropiación colectiva que le impidió a las hordas destruir sus sistema de transporte.
Desde el 2017, Bogotá y el Gobierno Nacional se embarcaron en el mayor proyecto de infraestructura física de la historia de la ciudad: el Metro. Con una inversión de más de US 20.000 millones hasta el 2034. La pregunta es ¿quien va a defender esa inversión cuando la cultura ciudadana es inexistente y la desconfianza han alcanzado niveles históricos del 98% y los movimientos sociales agresivos están siendo promovidos desde el mismo Gobierno Nacional enemigo del Metro en construcción ?
Hoy vivimos en una ciudad donde no se confía ni en la sobra de uno mismo. El Alcalde Galán lo sabe, y públicamente ha manifestado que su legado, al finalizar el 2028, quiere que sea el subir los niveles de confianza de los ciudadanos. Y tiene razón, una ciudad con esos niveles de desconfianza es ingobernable e insostenible. Inversiones como la del Metro corren un altísimo riesgo cuando los movimientos en las calles vienen creciendo cortesía del Petro.
Después del rápido recorrido anterior por la historia de los últimos treinta años de Bogotá en defensa de una visión diferente del desarrollo, debería ser cada vez más claro que su sostenibilidad, depende de que haya un equilibrio en la atención y la inversión a la infraestructura mental. Pero eso requiere de un liderazgo que no se volvió a ver desde Mockus y también de unas inversiones mucho mayores en el capital social que se refleje en la confianza .
Me pregunto: ¿si en el solo Metro se van a invertir US 20.000 millones, cuánto debería de invertirse en el desarrollo de una infraestructura mental (cultura ciudadana corresponsable) que se apropie de la ciudad, en el buen sentido de la expresión, y se sostenga en el tiempo?
Por conversaciones recientes con la Administración Distrital, veo con mucha preocupación que propuestas innovadoras y experimentales que pudieran apoyar estos cambios, y que entiendo son el verdadero legado que quiere dejar el Alcalde Galán, no tienen un presupuesto que las promuevan. Y esto es muy preocupante , porque desde Mockus yo no había escuchado a ninguno de su sucesores hacer explícito su interés por recuperar la confianza de la ciudadanía. La pregunta es cómo hacerlo.
Lo grave del tema es que no hay una fórmula conocida para lograrlo, lo que requiere de un gran liderazgo del alcalde, su voluntad política y asignar presupuesto a la altura del reto, para apoyar y promover activamente, iniciativas ciudadanas innovadoras, que impacten la confianza y su sostenibilidad hacia el futuro.
El momento actual de desesperanza del país, necesita que el legado que quiere dejar nuestro alcalde Carlos Fernado Galán , de poder tener un sueño y un propósito colectivo de recuperar la confianza en el papel del estado y en nosotros mismos, se logre realizar. Ha expresado su voluntad política para movilizar su Administración y a muchos motores de esperanza, desde ciudadanía que lo acompañe, para lograrlo . La Administración Galán estaría abriendo el camino a una nueva visión del desarrollo para la ciudad. Bogotá y Colombia la necesitan con urgencia y nos necesita a todos los habitantes de la ciudad para lograrlo. Por lo pronto, el Alcalde si lo quiere, cuenta con el apoyo de este ciudadano para conseguir su legado.
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